CAPITULO VIII

La muchacha ahogó un grito.

Sin embargo, la persona que entró allí no infundía ningún miedo. Era un hombrecillo vestido de gris, de expresión amable, que llevaba educadamente el sombrero en las manos. Contempló a la muchacha con expresión algo absorta, como si no creyese que pudiera ser tan bonita.

Todo parecía normal en la biblioteca. Todo estaba en orden… si uno no se fijaba en aquel diván donde reposaba el muerto.

Y la verdad fue que el hombrecillo no se fijó. Avanzó hacia la muchacha mientras sonreía.

—¿La señorita Katty Wolseley? —preguntó.

—Sí…

—He llamado hace un momento, pero usted ha cortado la comunicación en seguida. Menos mal que yo estaba cerca y he venido en mi coche. Supongo que no me conoce.

—Pues… creo que no.

—Sin embargo, debió recibir mi carta, puesto que está aquí.

La muchacha abrió la boca con un gesto de asombro y alivio a la vez.

—¿Entonces usted es…? —musitó.

—Sí, yo soy Fox, notario de San Francisco. Era el hombre de confianza de la señora Wolseley. No sabe el alivio que siento al encontrarla aquí en buen estado de salud, pero…

Vaciló.

—¿Pero qué…? ¿Qué, señor Fox? —preguntó la muchacha con voz entrecortada.

—¿Ha pasado usted la noche aquí?

—Sí.

—¿Y… no le ha ocurrido nada?

Ella tragó aire porque parecía costarle trabajo el simple hecho de respirar.

¿Cómo explicarlo? ¿Cómo empezar a decir lo que al fin y al cabo no tenía palabras que lo reflejasen?

Sólo fue capaz de hacer un débil gesto.

Señaló hacia un lado de la biblioteca.

Hacia el muerto.

Si al pobre notario lo apuntillan clavándole un puñal en la nuca, no sufre un estremecimiento tan brutal como el que sufrió entonces. Dio una especie de saltito, abrió la boca, se derrumbó sobre una mesita y quedó prácticamente abrazado a ella para no caer.

Miraba al muerto con ojos desencajados.

Al muerto más extraño y más impresionante que había visto en su vida.

Le costaba hablar. Tragaba aire cada vez que quería abrir la boca. Pero algo semejante le ocurría a la muchacha, de modo que el silencio se hizo agobiante entre los dos, hasta convertirse en algo insoportable que los envolvía.

Fue el notario quien bisbiseó al fin:

—¿Quién es? ¿O quién era?

—No lo sé. No lo había visto en mi vida hasta que me atacó anoche.

—¿Dice… que la atacó?

—Sí. Salvajemente.

El notario pareció armarse de valor al fin. Apartó su mirada del espantoso cadáver, de aquella extraña mezcla de vampiro y de sádico, y la clavó en el precioso rostro de la chica.

—Katty —bisbiseó—, Katty, por favor, Cuéntemelo todo.

—Me… me ultrajó.

—¿Qué dice…?

—No sé qué palabra quiere que emplee para decirle que me hizo suya. No conozco otra.

El notario parecía no creerlo. Apretó los labios y éstos temblaron como si fuera a sollozar.

—Es…, es espantoso —dijo—. ¿Cómo estaba en la casa?

—No lo sé… Yo me quedé aquí porque no quería tener miedo. No he tenido miedo jamás. ¡Y quería averiguar la razón de que tía Ingrid muriese con aquella cara! Ese monstruo estaba oculto detrás de la puerta de la biblioteca. Saltó sobre mí y… y…

El notario se acercó y lo miró con más detalle, dominando su miedo anterior. Al fin y al cabo era un muerto que ya no podía hacerle ningún daño.

—¿Se da cuenta? —musitó—. Tiene las manos retorcidas como si se las hubieran abrasado. Y media cara igual. Pero, sin embargo, no son quemaduras, no. Es algo distinto que yo no puedo identificar ahora. Va vestido como un vampiro de los de película…, pero no lleva nada debajo. ¿Se ha fijado en eso?

Ella musitó con un sollozo:

—¿Cómo no voy a fijarme si…, si…?

—Perdone. He sido un idiota. Hay equivocaciones que un hombre de experiencia como yo nunca debería cometer. ¿Se encuentra bien ahora, después de lo ocurrido?

—Sí. Me he dado una ducha y me he cambiado de ropa. Por eso estoy mucho mejor ya.

—¿Había visto antes a este monstruo?

—Nunca.

—Quisiera hacerle una pregunta, Katty. Una pregunta que no sé si podrá contestarme.

—Hágala.

—¿Quién lo ha matado?

Ella no contestó.

—Perdí el sentido mientras me estaba ultrajando —dijo al fin con un soplo de voz—. No lo he recobrado hasta esta mañana.

—¿Y ya estaba muerto?

—¡Claro…!

—¿Se da cuenta de que… le han chupado toda la sangre?

Ella alzó poco a poco las manos hacia sus labios. Naturalmente que se había dado cuenta. Por eso el contestar era inútil. Perdió la mirada en el vacío mientras sus dedos temblaban.

Fox musitó:

—Es la primera vez que veo a un vampiro desangrado… Un vampiro que ha encontrado la horma de su zapato… Bueno, también es la primera vez que veo a un monstruo como éste, lo confieso. No entiendo nada.

—¿Cree que lo entiendo yo? He perdido el conocimiento, y al recobrarlo… ¡Estaba así! ¡Así como lo ve! ¡Completamente desangrado! ¡Muerto…!

Iba a sufrir un ataque de nervios. Fox, que conocía la casa, se apresuró a servirle en un vaso unas gotas del whisky más fuerte que pudo encontrar.

Luego le dio unas palmaditas en la espalda.

—Es usted muy hermosa —dijo—. Demasiado hermosa y joven para morir.

—¿Trata de decirme algo especial con eso?

—Más o menos lo que le dije en la carta. Yo creo conocer la razón de que todo esto haya sucedido.

—¿La conoce? ¿Y qué razón es ésa?

—Lucy ha vuelto. Se ha llegado a meter en esta casa.

La muchacha se estremeció de nuevo. Dio la sensación de que aquello le causaba más miedo que cualquier otra cosa. Hundió la cabeza y dijo como si tratara de defenderse contra sus propios pensamientos:

—Por favor… Reconozca que eso es una tontería.

—¿Duda de que Lucy existe?

—Claro que no.

—¡Pues si existe está aquí! ¡Tiene que meterse ese pensamiento en la cabeza! ¿No se da cuenta? ¡Ingrid Wolseley murió de miedo porque llegó a verla!

—Pero yo no la he visto.

—Es natural, puesto que en el momento en que Lucy actuó usted estaba sin sentido y bajo los efectos de un terrible shock.

—Entonces…, ¿por qué no me atacó a mí? Le hubiera sido más fácil que atacar a ese monstruo.

—No olvide que el monstruo estaba con usted. En cierto modo la defendía puesto que era suya. Ya la había poseído y sin duda quería poseerla otras veces.

Ella se estremeció ante el pensamiento.

Tenía los ojos cerrados y los párpados espantosamente prietos.

El notario Fox continuó con voz tenue:

—Lucy no podía atacarle a usted si antes no le atacaba a él. Así lo hizo, y como siempre su ataque resultó irresistible. Lucy es la peor bestia salvaje que ha existido jamás en la historia del vampirismo. Debió desarrollarse» una lucha sorda, criminal y miserable mientras usted estaba sin sentido. Lo extraño es que no haya muebles rotos, pero ello indica tal vez que el monstruo no tuvo demasiado tiempo para defenderse. El ataque de Lucy debió de ser como el de un tigre. Y una vez muerta su primera víctima, pensó sin duda en atacarla a usted, Katty, pero ya estaba ahíta de sangre. Se había dado un auténtico y macabro banquete. La dejó para una próxima ocasión.

Las palabras parecieron quedar flotando en el aire. Dibujaban extrañas espirales como si fueran una columnita de humo: «La dejó para una próxima ocasión».

Ella bisbiseó:

—Todo lo que dice suena a…, a algo irreal.

—Puede que lo sea, pero aquí tiene una prueba. Aquí tiene al muerto.

Ella movió la cabeza afirmativamente, con un gesto cansado. Sus fuerzas iban disminuyendo.

—¿Qué cree que debo hacer, señor Fox? —musitó.

—Huir de aquí. Le aconsejé en mi carta que pasara la noche en un hotel, No creo que corra peligro de día, pero durante la noche es distinto. Créame: todo es distinto. Los vampiros atacan al llegar las sombras.

—Pero Lucy no es un vampiro, sino un ser humano.

—¿De veras cree que lo es?

Ella quedó sin respiración.

Musitó:

—No quiero discutir eso.

—En cierto modo usted y ella son parientes. Sus tíos adoptaron a Lucy.

—¿Cree que ella lo sabe? ¿Cree que por eso va a respetarme?

—De momento no la ha atacado a pesar de que pudo hacerlo. Incluso lo que hizo fue vengarla del ultraje a que la habían sometido. Tal vez ello explique acaso lo que sucedió, además del hartazgo de sangre. Sí…, Lucy tal vez la respete a usted, aunque yo no me fiaría de eso. Créame… Debe venir a un hotel cuanto antes.

—Y así no averiguaré jamás lo que le ocurrió a tía Ingrid. Nunca conoceré el secreto de esta casa.

—Olvídelo. Véndala cuanto antes. El que la compre quizá se la llevará con vampiros y todo.

—¿Cree que eso sería noble?

—No, pero lo que trato de hacer es salvarla a usted. Es usted la única persona con la que me siento obligado.

Ella hundió la cabeza.

Las fuerzas parecían haberla abandonado definitivamente.

—Está bien —accedió—, iré a un hotel en seguida.

—Le recomiendo el Sheraton. Tengo buenos amigos en la gerencia.

—¿Y qué haremos con ese cadáver?

—Yo lo ocultaré.

Ella le miró con sorpresa.

—Señor Fox, no le entiendo.

—¿Por qué no me entiende? ¿Qué pasa?

—Parece como si usted tuviera mucho interés en que no se descubra lo que está pasando aquí.

—Lo que trato de hacer —dijo él tristemente— es librarla de peligros, Katty. Si la policía y los periodistas llegan a ver ese cadáver monstruoso, la noticia va a causar tanta sensación que todo el país se conmocionará. Las fotografías van a dar la vuelta al mundo. Un vampiro y un sádico, todo en una pieza…, ¡casi nada! ¡Y además víctima de uno, de su propio gremio! Con franqueza, creo que eso es demasiado para usted, Katty. La volverán loca. Si no me importara, me encogería de hombros y pensaría: «En fin, si acaba en el manicomio no es asunto mío». Pero usted es la sobrina de Ingrid Wolseley, una mujer a la que llegué a apreciar sinceramente. No quiero que entre la policía y los periodistas acaben por convertirla en una demente.

Ella hundió la cabeza de nuevo.

Estaba resignada.

—De acuerdo —musitó—, pero ¿cómo va a hacer desaparecer ese cadáver?

—Lo enterraré en el jardín. Nadie va a verme. Mejo dicho, no lo haré yo, pero lo hará una persona de mi absoluta confianza. Le pido que tenga fe en mí.

—De acuerdo, vámonos. Cierre bien la casa…

El notario la tomó por el brazo.

—Katty —dijo—, Katty, por favor…

La sacó de allí casi a la fuerza porque ella arrastraba los pies. Era como su propia sombra, era como una muerta.