La tumba
PERO lo más interesante de Stratford es la iglesia, Holy Trinity Church, sepultura del poeta y de su mujer. Honor insigne para un país es guardar los restos de sus hombres eminentes. Nuestra incuria nos impide vanagloriarnos de esto, y aunque sabemos que los huesos de Cervantes yacen en las Trinitarias, y en Santiago los de Velázquez, no podemos separarlos de los demás vestigios humanos que contiene la fosa común. Téngase en cuenta que Shakespeare disfrutó en vida de fama resplandeciente; que sus contemporáneos le estimaron en lo que valía; que poseyó cuantiosos bienes de fortuna, y que su familia pudo y supo cuidar de la conservación de sus cenizas venerables.
La iglesia parroquial de Stratford es bellísima, ojival, del tipo normando en su mayor parte, pequeña si se la compara con las catedrales españolas y aun con las inglesas, grande en proporción de los templos parroquiales de todos los países. Antes del cisma fue colegiata, con un coro de quince canónigos. Consta de una gran nave con crucero, y otras dos colaterales pequeñas, y sobre el crucero se alza la torre del siglo XVI, construcción aérea y elegantísima. El interior no ofrece la desnudez fría de los templos protestantes. Parece una iglesia católica, sobre todo en el presbiterio, lo más hermoso de este ilustre monumento. Las rasgadas ventanas del estilo inglés perpendicular, los pintados vidrios que las decoran, el altar con gallardas esculturas, la sillería de tallado nogal, los púlpitos, los sepulcros, ofrecen un conjunto de extraordinaria belleza y poesía. Al penetrar en el santuario, todas las miradas buscan el monumento del altísimo poeta en la pared norte del presbiterio, en el lado del Evangelio. Es propiamente un retablo, y quien no supiera qué imagen es aquella, la tomaría por efigie de un santo allí colocado para que le adoraran los fieles.
Consta de un sencillo cuerpo arquitectónico, grecorromano: dos columnas sostienen un cornisamento con guardapolvo, que ostenta en el copete las armas de Shakespeare; en el centro el busto, imagen de medio cuerpo y de tamaño natural. A primera vista se tomaría el monumento por una ventana, en la cual estuviera asomada la figura, viéndosela de la cintura arriba. Los brazos caen con naturalidad sobre un cojín. La mano derecha tiene una pluma, y la izquierda se apoya abierta sobre un papel. El color aplicado a la tallada piedra da a la escultura una viva impresión del natural. La cara es grave, la mirada algo atónita, la expresión noble, la frente majestuosa, el traje sencillo y elegante, ropilla de paño negro y valona sin pliegues.
Imposible apartar los ojos de aquella imagen, en que por un efecto de fascinación, propio del lugar, creemos ver vivo al dramático insigne, y con la palabra en los labios. En el plinto se lee la siguiente inscripción, que por tratarse de quien se trata no resulta todo lo enfática que en otro lugar parecería:
Judicio Pylium, genio Socratem, arte Maronem,
Terra tegit, Populus mœret, Olympus habet.
Está bien claro el texto latino, y no necesita traducción. Sólo debe indicarse que Pylium es Numa Pompilio, y que la palabra Socratem se considera equivocación del grabador, a quien sin duda mandaron poner Sophoclem.
Debajo de la inscripción latina hay seis versos ingleses, que literalmente traducidos dicen:
Detente, pasajero, ¿por qué vas tan aprisa?
Lee, si puedes, quién es aquel colocado por la envidiosa muerte
dentro de este monumento: Shakespeare, con quien
la vívida Naturaleza murió; cuyo nombre adorna esta tumba,
mucho más el mármol, pues cuando él escribió
supo convertir el arte en mero paje; servidor de su ingenio.
Obiit anno 1616
Ætatis 53; die 23 Ap.
Al pie del monumento está la lápida que cubre los restos del más grande hijo de Inglaterra. La inscripción, compuesta por él mismo, según creencia tradicional, es de un vigor que claramente acusa la soberana mente del poeta. La traducción más aceptable que de ella puede hacerse, expresando el pensamiento de modo que la fidelidad perjudique lo menos posible a la energía, es esta:
Buen amigo, por Jesús abstente
de remover el polvo aquí encerrado.
Bendito sea quien respete estas piedras,
maldito quien toque mis huesos.
Cerca del sepulcro de Guillermo está el de su mujer, Ana Hathaway, que le sobrevivió siete años, a pesar de ser más vieja que él. (Dieciocho años y medio tenía el poeta cuando se casó, y su mujer veinticinco). También yace allí Susana, la hija mayor. (Además de Susana, nacieron de aquel matrimonio dos gemelos, llamados Hamlet y Judit).
El monumento que he descrito y la piedra sepulcral que cubre los huesos del autor de Otelo absorben por completo la atención en el presbiterio de Trinity Church. Las hermosas vidrieras, el altar y las graciosas líneas de aquella arquitectura, quedan ante el espíritu del visitante en lugar secundario. Luego se advierte que hay en todo perfectísima armonía; que el gallardo templo es digno de encerrar la memoria y los restos mortales del primer dramático del mundo, y que en aquel noble recinto parece dormir su genio con un reposo que no es el de la muerte. Toda persona espiritual ha de sentir en semejante sitio emociones profundísimas, imaginando que conoce a Shakespeare y ha de connaturalizarse con él más íntimamente que leyendo sus obras.
Resulta una impresión mística, una comunicación espiritual como las que en el orden religioso produce la exaltación devota frente a los misterios sagrados o las reliquias veneradas. El entusiasmo literario y la fanática admiración que las obras de un superior ingenio despiertan en nosotros llegan a tomar en tal sitio y ante aquella tumba el carácter de fervor religioso que aviva nuestra imaginación, sutiliza y trastorna nuestros sentidos, nos lleva a compenetrarnos con el espíritu del ser allí representado, y a sentirle dentro de nosotros mismos, cual si lo absorbiéramos por misteriosa comunión.
Para recorrer todo lo antiguo que conserva las huellas de Shakespeare nos falta visitar Grammar School, donde recibió la primera enseñanza. El aula se conserva sin variación desde aquellos tiempos, y su arquitectura tiene el mismo carácter que la casa natal y otras que en la ciudad subsisten. Inmediata a la escuela hállase Guildhall, donde, si no miente la tradición, daban sus funciones dramáticas los cómicos errantes que alguna vez llegaban a Stratford. Supónese que allí vio Guillermo las primeras representaciones escénicas que despertaron su genio creador, y allí aprendió los rudimentos del arte histriónico, en el cual descolló también, aunque no tanto como en el de la creación poética.
Los monumentos modernos consagrados a la memoria de Shakespeare son dos; la Clock Tower, o torre del reloj, construcción de estilo gótico, más severa que elegante y de proporciones no muy grandiosas, y el Shakespeare Memorial, edificio complejo, situado a orillas del Avon, y en el cual se quiso hermanar lo útil a lo agradable. El primero de estos monumentos fue construido a expensas de un generoso americano, que quiso, como vulgarmente se dice, matar dos pájaros de un tiro: honrar el nombre de Shakespeare y perpetuar la memoria del jubileo de la reina Victoria. No se ve claramente la paridad entre ambas ideas; pero el patriotismo sajón es tan extensivo, que fácilmente abarca y sintetiza todos los sentimientos de que se enorgullece la raza. A mayor abundamiento, la Clock Tower representa también la fraternidad entre Norteamérica y la madre Albión, y para este sentimiento hay allí símbolos que el artista ha sabido hermanar con la iconografía shakespeariana y con el busto de la emperatriz de las Indias.
El otro monumento, o sea el llamado Shakespeare Memorial Building, es un edificio complicado y grandioso, erigido por suscripción pública, y que contiene un teatro, museo y biblioteca. Exteriormente su aspecto de alhóndiga o depósito comercial no expresa bien el objeto espiritual de su fundación. Hállase situado a orillas del Avon, no lejos de Trinity Church, y desde los jardines que le rodean se goza de la perspectiva hermosísima del río y sus risueñas márgenes. Lo más notable del edificio como arte constructivo es la escalera. La sala del teatro, donde con frecuencia se representan por los mejores actores ingleses los dramas del sublime hijo de Stratford, es grande y bella. Pero las colecciones de escultura y pintura que componen los muros anexos, apenas podrían calificarse de medianas. Con todo, la erección de este vasto edificio honra a los paisanos de Shakespeare y es una prueba de refinada cultura. En el jardín se admira una estatua de bronce (bastante mejor que la que Londres ostenta en Leicester Square), sobre gallardo pedestal, que decoran cuatro figuras representando a Lady Macbeth, Hamlet, Falstaff y el Principe Hall, los cuatro caracteres fundamentales de la creación shakespeariana: el trágico, el filósofo, el cómico y el histórico.
Y ya no hay más que ver en Stratford.
La visita ha concluido, y sólo quedan espacio y margen para las reflexiones que sugiere la contemplación de los interesantes objetos relacionados con la vida mortal del dramaturgo, que ha sido y será siempre asombro de los siglos. Pero estas reflexiones mejor las hará el lector que yo. No es ocasión para un estudio de las creaciones del trágico inglés, las cuales son patrimonio del género humano, y por esto quizá, y por su propia universalidad, parece como que están exentas de crítica.
Pero si del teatro shakespeariano no es fácil escribir con novedad, la vida del poeta, por tanto tiempo rodeada de oscuridades, ofrece inagotable asunto… Los comentaristas del hijo de Stratford no descansan, y cada día se aclara un punto dudoso de aquella preciosa existencia. Así, la diligente labor biográfica, integrando la crítica, forma un eterno expediente de canonización.