La casa
OMITIRÉ la historia jurídica de este que podremos llamar monumento, y las diferentes transmisiones que sufrió como inmueble desde 1574, en que la compró John Shakespeare por la suma de cuarenta libras, hasta 1847, en que fue adquirida por los Comités de Stratford y Londres, y declarada patrimonio nacional.
Consta de dos pisos, y las habitaciones de ambos han sido restauradas con refinada inteligencia, procurándose que conserven el aspecto y carácter que debieron tener en tiempo del grande hombre. En el piso bajo está la cocina, con su inmensa chimenea de campana, en la cual subsisten los ganchos de que se colgaba la carne para ahumarla. A un lado y otro hay dos asientos o poyos de mampostería. El conserje permite a los visitantes sentarse en ellos, y cuantos hemos tenido la dicha de penetrar en aquel lugar, que no vacilo en llamar augusto, nos hemos sentado un ratito en donde el dramaturgo pasaba largas horas de las noches de invierno contemplando las llamas del hogar, que, sin duda, evocaban en su ardiente fantasía las imágenes que supo después reducir a forma poética con una maestría no igualada por ningún mortal.
Vetusta escalera conduce al piso alto, donde está la habitación en que nació Guillermo. En ella se ven sillas de la época, un pupitre y otros muebles. El testero de la calle es una gran ventana de vidrios verdosos, en los cuales no hay una pulgada de superficie que no esté rayada al diamante por las infinitas firmas de personas que han visitado la estancia. Destácanse en aquel laberinto de rayas los nombres de Walter Scott, Dickens, Goethe, Byron y otras celebridades. Las paredes están asimismo cubiertas de nombres.
En otra pieza que da al jardín se ve el célebre retrato, que pasa por auténtico, si bien su autenticidad, diga lo que quiera la inscripción que lo acompaña, no aparece completamente probada. Su semejanza con el busto de Trinity Church, de que hablaré después, es grande; Pero encuentro en el busto mayor belleza y más fiel expresión de vida. Como pintura, el retrato es mediano.
Junto a la casa se ha construido un edificio en el mismo tipo de arquitectura, destinado a museo shakesperiano. Mil curiosidades, objetos diversos, documentos, cartas, grabados que se relacionan más o menos claramente con la vida del dramaturgo, se muestran allí perfectamente ordenados.
Lo que más atrae la atención es la carpeta que se dice fue usada por Shakespeare cuando recibió la primera enseñanza en Grammar School, las célebres cartas de Queney, los originales de los contratos que el poeta celebró con empresas teatrales, ejemplares de las primeras ediciones de sus dramas, un anillo marcado con las iniciales W. S., copas y otros utensilios domésticos, armas, libros y papeles varios. El museo es interesante, y revela un extraordinario grado de cultura; pero como impresión de la existencia del autor de Hamlet es mucho más honda la que se recibe sentándose en el poyo de la cocina, bajo la enorme campana de la chimenea. Ambos edificios, la casa natural y el anejo, son cuidados y conservados con diligente esmero. En ellos no se enciende fuego ni de noche ni de día, para evitar el peligro de un incendio en aquel viejo maderamen, ennegrecido y resecado por el tiempo. En un jardín contiguo se cultivan las flores y arbustos más comúnmente citados por el poeta en sus inmortales escenas y sonetos. La peregrinación a la casa natal aumenta cada día. El número de visitantes, según consta en los libros de firmas, ascendió el último año a diez y siete mil.
De Hensley Street pasamos a New Place, donde estuvo la casa en que murió Guillermo. En ella habitó los últimos diecinueve años de su vida y escribió algunos de sus dramas, probablemente Julio César, Antonio y Cleopatra, Macbeth, y todos los del cuarto período. En el extenso jardín de la casa de New Place plantó Guillermo un moral. Árbol y casa fueron destruidos bárbaramente a mediados del pasado siglo por el poseedor de la finca, Sir F. Gastrell, cuyo nombre ha pasado a la posteridad por este acto de salvajismo. Para consumarlo no tuvo más motivo que las continuas molestias que le daban los visitantes. La madera del moral fue conservada por algunos industriales, que se dieron a fabricar objetos y a expenderlos. Pero el número de baratijas del árbol shakespeariano llegó a ser tan considerable, que debemos suponer entró en su confección, no un árbol, sino un bosque entero. La casa no tardó en ser derribada también, y de ella sólo quedan informes cimientos. La que en su lugar existe contiene otro museo, menos interesante que el de Hensley Street. El jardín, esmeradamente cuidado, es amenísimo, delicioso, lleno de la memoria, y de las huellas, y de la sombra de aquel a quien Ben Jonson llamó alma del siglo, asombro de la escena.