A los pies de un devoto franciscano
se postró un penitente. —Oiga, hermano,
¿qué oficio tiene?
—Padre, sombrerero.
—¿Y qué estado?
—Soltero.
—¿Y cuál es su pecado dominante?
—Visitar una moza.
—¿Con frecuencia?
—Padre mío, bastante,
sin poderme curar de esta dolencia.
—¿Cada mes?
—Mucho más.
—¿Cada semana?
—Aún todavía más.
—Ya… ¿cotidiana?
—Hago dos mil propósitos sinceros,
pero…
—Explíquese, hermano, claramente,
¿dos veces cada día?
—Justamente.
—Pues, ¿cuándo diablos hace los sombreros?