La discípula

TIENE su aprendizaje cada oficio,

y le debe tener según mi juicio:

en la forma que el fraile de novicio,

cuando novio el casado,

son muchos los deberes de su estado.

¿No tiene aprendizaje el alfarero?

¿Valdrá menos un niño que un puchero?

No hay que aprender dirán: ¡Dios nos asista!

Dígalo tanto padre moralista.

La gran dificultad está en el modo,

hablo yo en general de la enseñanza.

Respecto a las mujeres, fuera chanza,

se ha de tener presente, sobre todo,

que deberá el maestro

virtuoso, libertino, zurdo, diestro,

amigo o enemigo,

dar todas sus lecciones sin testigo.

La experiencia está hecha,

más de lo que se quiere se aprovecha.

Escribiré al intento,

dedicado a la madre, cierto cuento.

Estaba un venerable religioso

con cierta señorita

proponiéndola a solas un esposo.

Ni escuchaba la madre, ¡qué bendita!

La historia cuenta que, con grande empeño,

caritativo el fraile y halagüeño,

procuraba vencer la repugnancia

de la modesta niña. A tal instancia

al fin pronunció el sí mirando al suelo.

Con un modesto velo

la explica el padrecito el matrimonio.

Sánchez para con él era un bolonio.

¡Oh!, sabía muy bien su reverencia

que en el mundo confunden la inocencia

con la ignorancia crasa,

y que por eso pasa lo que pasa.

La modesta novicia

recibió con placer y sin malicia

la primera lección completamente.

La niña se aficiona,

cuando llegó a ponerla en un estado

a que nunca ha llegado

el más sabio Doctor de la Sorbona.

Se ajusta, se apresura el casamiento.

Cásase la doncella en el momento,

y a los seis meses, breve,

hizo lo que las otras a los nueve.

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