VIVÍAN una vez, y va de cuento,
en un chico aposento
un pobre matrimonio con un niño,
fruto de su cariño,
y una niña graciosa,
que más que su hermanito era curiosa;
los cuales con sus padres en un lecho,
por no haber otra cama de provecho,
juntitos se acostaban
y a los pies abrigados reposaban.
Una noche el marido,
jugando al mete y saca, embebecido
con su mujer, de tal ardor se inflama
que entre los dos echaron de la cama,
sin saber lo que hacían,
al niño y a la niña que dormían.
Despertaron del golpe dando gritos
los tristes angelitos,
y el muchacho, llorando sin consuelo,
exclama: —¡Ay, padre mío!, ¿por qué al suelo
nos echa usted y madre a puntillones,
cuando cabemos bien en los colchones?
—Hombre, dijo el padre, no he podido
libraros del porrazo, porque ha sido
sin saber lo que hacía;
con tu madre soñaba que reñía
y tuve grande empeño
en amansarla un poco con el sueño.
Dijo y luego, enfadado
por no haber el negocio consumado,
fue a recoger sus hijos; y al meterlos
en la cama queriendo componerlos,
la muchacha, abrazándole llorosa,
le tocó cierta cosa,
y preguntó con mucho desenfado:
—Padre, ¿qué es esto tieso que he tocado?
—Es la mano del niño, respondiole
el padre. Y la muchacha replicole:
—No señor, que los dedos no le encuentro.
—Suelta, los tiene vueltos hacia dentro
porque el puño ha cerrado.
—Y ¿a dónde, padre, se habrá mojado?
—Niña, en la escupidera…
Duérmete y no seas bachillera.
Calló, atemorizada,
la chica; pero como escarmentada
estaba del dolor de la caída,
no se quedó dormida.
Y sus padres, rijosos y encendidos,
creyendo que ya estaban bien dormidos
los chicos, la faena que dejaron
por su golpe, de nuevo comenzaron.
Sintiolo la muchacha y al chiquillo
despertándole dice: —¡Oye, Juanillo,
agárrate bien fuerte, que con madre
otra vez a soñar se ha puesto padre!