La peregrinación

IBA a Jerusalén, acompañada

de su esposo, una joven remilgada

de carácter tan serio

que, aparentando un santo beaterio,

siempre que su marido la embestía

inmóvil en la acción se mantenía;

y él, creyendo que en ella

duraba la vergüenza de doncella,

su virtud respetando, trabajaba

por entero la vez que la atacaba.

Su peregrinación y tiernos votos

iban ya a ver cumplidos los devotos,

cuando, antes de llegar al feliz puerto,

diez árabes salieron del desierto

y en el ancho camino

cogen al matrimonio peregrino;

sin detención los dejan en pelota,

y, viendo la beldad de la devota,

resuelven, sin oír sus peticiones,

en su esponja limpiarse los morriones.

Atan luego al marido,

de vergüenza y de rabia poseído;

a la mujer en actitud acuestan,

y alegres manifiestan

diez erguidos y gordos instrumentos,

capaces de engendrar hombres a cientos;

instrumentos que España no vio iguales

sino en las observancias monacales.

Miró nuestra heroína sin turbarse

el diezmo musulmán que iba a tirarse;

y al saciar del primero los deseos

con volubles y rápidos meneos

agitó su cadera de tal suerte

que aflojó en dos por tres al varón fuerte.

Según su antigüedad y sus hazañas

sobre ella los demás pruebas extrañas

de su vigor hicieron

y con más prontitud vencidos fueron.

Quedaba un musulmán de bigotazos

que quitaba los virgos a porrazos,

engendrador a roso y a velloso

y eterno atacador del sexo hermoso.

Éste, pues, embistió con la beata,

ella en sus movimientos se desata;

él se procura asir con fuerte mano

y su giro burlar, pero fue en vano,

que al choque impetuoso

el árabe rijoso

se sintió vacilante y, reculando,

perdió su dirección allí luchando.

Empeine con empeine compitieron,

el choque repitieron,

y al golpe la erección del moro bravo

vino a quedar en un moco de pavo.

Concluida de los árabes la empresa,

marchan a toda priesa.

La beata se levanta, se sacude

y a desatar a su marido acude

que, testigo infeliz de su trabajo,

estaba pensativo y cabizbajo.

Viéndole así su esposa,

le animó cariñosa,

diciéndole se aliente,

pues es de Dios milagro muy patente

el haber con las vidas escapado;

a que él la respondió: —Pues yo he pensado

que el milagro le hicieron tus meneos

que jamás han cedido a mis deseos,

porque siempre me has dicho «si lo quieres

ahí está, gózalo como pudieres».

A que ella respondió enfurecida:

—¡Está buena la queja, por mi vida!

¡Pues qué!, ¿me he de mover con un cristiano

como merece un perro mahometano?

No te hacía tan tonto:

la mala gente despacharla pronto.

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