Desde un punto de vista objetivo, hay entidades abstractas que son complejas y autónomas y forman parte de la estructura de la realidad, y hay, asimismo, verdades lógicamente necesarias acerca de ellas, entre las cuales se encuentran las matemáticas en cuanto disciplina. No obstante, esas verdades no pueden ser conocidas con certeza. Las demostraciones no proporcionan certeza sobre sus conclusiones. La validez de una determinada forma de demostración depende de la verdad de nuestras teorías sobre el comportamiento de los objetos con los que realizamos dicha demostración. Por consiguiente, el conocimiento matemático es intrínsecamente derivativo y está supeditado por completo a nuestros conocimientos de física. Las verdades matemáticas comprensibles son tan sólo las de la minoría infinitesimal que puede ser representada mediante la realidad virtual. Sin embargo, las entidades matemáticas abstractas (por ejemplo, los entornos cantgotu) existen también, puesto que aparecen ineluctablemente en nuestras explicaciones de las entidades comprensibles.
He afirmado que el cálculo ha sido siempre un concepto cuántico, ya que la física clásica es incompatible con las intuiciones que forman la base de la teoría clásica de la calculabilidad. Lo mismo es cierto para el tiempo. Milenios antes del descubrimiento de la teoría cuántica, el tiempo ya era el concepto cuántico fundamental.