Capitulo 19

La lagunita estaba al pie de una montaña de guijarros rojos. Era poco mayor que un estanque y no tenía más de un metro de profundidad. Su superficie inmóvil reflejaba las coníferas negras que crecían alrededor del borde. Las negretas nadaban entre los juncos. Distaba mucho de ser un lugar apropiado para atraer los titulares de la prensa mundial.

En una mañana de enero de 1922, el doctor Clemente Onelli, director del Jardín Zoológico de la ciudad de Buenos Aires, encontró esta carta sobre su escritorio:

Estimado señor:

Enterado de su deseo de convertir el Zoológico en el centro de las miradas, me gustaría llamar su atención sobre un fenómeno que ciertamente reviste gran interés y que podría ayudarlo a adquirir un animal que la ciencia desconoce. He aquí los hechos: hace pocas noches observé unas huellas sobre un prado próximo al lago donde levanté mi tienda de campaña. Las huellas se parecían a las que deja un carromato pesado. La hierba está completamente aplastada y no ha vuelto a levantarse. Luego he podido advertir en medio de la laguna un animal con un cuello colosal, en forma de cisne, y el movimiento del agua me hace suponer que su cuerpo es como de cocodrilo. El objetivo de la presente es conseguir de usted el apoyo material para una expedición en toda regla, para la que se necesita una lancha y arpones y en el caso de no poder cazarlo vivo, los ingredientes necesarios para embalsamarlo. Si está interesado, por favor envíe a la casa de Pérez Gabito los fondos para realizar la expedición.

Espero obtener respuesta lo antes posible. Lo saluda atentamente,

MARTIN SHEFFIELD

El autor de la carta era un aventurero del condado Tom Green, de Texas, que se autotitulaba sheriff y usaba la estrella y el sombrero propios de ese cargo para confirmar su aserto. Apareció en la Patagonia alrededor del 1900 como una especie de Ernest Hemingway, y deambuló por las montañas, «más pobre que Job», con una yegua blanca y un perro alsaciano por toda compañía. Perseveró en la ilusión de que la Patagonia era una prolongación del Viejo Oeste. Buscó oro con una batea en los ríos. Pasó algunos inviernos con John Evans, en Trevelin, trocando pepitas sucias por harina. Era un tirador de primera. Les acertaba a las truchas de los ríos; hacía volar un cigarrillo de los labios del comisario; y tenía el hábito de segar a tiros los tacones altos de las mujeres.

Sheffield ofrecía sus servicios, como compañero de tragos y guía, a cualquier explorador que apareciera en aquella región de los Andes. En una expedición ayudó a desenterrar el esqueleto fosilizado de un plesiosauro, un dinosaurio pequeño emparentado con la tortuga moderna, que en verdad tenía un cuello semejante al del cisne. Ahora proponía la captura de un ejemplar vivo.

Onelli convocó una rueda de prensa y anunció la próxima cacería del plesiosauro. Una dama de la alta sociedad donó mil quinientos dólares para la compra de equipos. Dos ancianos jubilados se fugaron del Hospicio de las Mercedes para luchar contra el monstruo. El plesiosauro también dio nombre a un tango y a una marca de cigarrillos. Cuando Onelli sugirió que quizás habría que disecarlo, el Jockey Club manifestó que alimentaba la esperanza de tener el privilegio de exhibirlo, pero esto provocó la reacción airada de don Ignacio Albarracín, de la Sociedad Protectora de Animales.

Entretanto el país se hallaba paralizado por unas elecciones generales que decidiría la sucesión de su presidente radical, Hipólito Yrigoyen, y de alguna manera el plesiosauro consiguió insertarse en la campaña como bestia paradigmática de la derecha.

Dos periódicos cuya política consistía en dar la bienvenida al capital extranjero adoptaron al plesiosauro. La Nación confirmó los preparativos de la cacería y le deseó buena suerte. En La Prenda el entusiasmo era aún mayor: «La existencia de este animal insólito, que ha concitado el interés de los extranjeros, implica un acontecimiento científico que conferirá a la Patagonia el prestigio definitivo de albergar a una criatura tan insospechada».

Los cables extranjeros llovían sobre Buenos Aires. Mister Edmund Heller, el compañero de caza de Teddy Roosevelt, envió una carta en la que pedía un trozo de piel para el Museo Norteamericano de Historia Natural en memoria de su viejo amigo. La universidad de Pennsylvania informó que un equipo de zoólogos estaba listo para partir inmediatamente hacia la Patagonia, y agregó que si capturaban al animal, el lugar apropiado para exhibirlo era Estados Unidos. «Está claro —comentó el Diario del Plata— que este mundo ha sido creado para mayor gloria de los norteamericanos, tal como lo establece la Doctrina Monroe».

El plesiosauro fue un regalo electoral para la izquierda. A Clemente Onelli, el Matador de la Bestia, lo presentaban como un nuevo Parsifal, Lohengrin o Sigfrido. El periódico La Montaña dijo que, una vez domesticado, el animal tal vez prestaría algún servicio a los infortunados habitantes de la Tierra del Diablo, lo cual encerraba una alusión a la rebelión de peones de la Patagonia austral, que el ejército argentino había sofocado el mes anterior mediante una brutal matanza. Otro artículo ostentaba por título: «El Dragón de Capadocia», y La Fronda, nacionalista, escribía: «Este animal milenario, piramidal y apocalíptico arma un revuelto tremendo y por lo general aparece en los letargos opalinos de los gringos borrachos».

Existen discrepancias acerca de si la expedición, armada con una descomunal jeringa hipodérmica, llegó en verdad al lago. Pero la inexistencia del animal debió de saltar a la vista de cualquiera que se apostase sobre su margen. Y junto con el plesiosauro se eclipsó la esperanza de encontrar, en la Patagonia, dinosaurios vivos como los que describió Conan Doyle, varados en su meseta de El mundo perdido.

Martín Sheffield murió en 1936 en el arroyo Norquinco, lugar que él interpretaba como su Klondike particular, y lo mataron la fiebre del oro, el hambre y el delirium tremens. Una cruz de madera con las iniciales M. S. marcaba la tumba, pero un porteño buscador de recuerdos la robó. Su hijo, concebido por una india, vive alcoholizado en El Bolsón, cree haber heredado el cargo de sheriff y luce la estrella de su padre.

Desde Epuyén caminé hasta Cholila, un pueblo próximo a la frontera con Chile.