Capitulo 15

Mientras agitaba la mano para despedirme del poeta, caminé en dirección a la carretera que enfila hacia el oeste bordeando el río Chubut y se prolonga hasta la cordillera. Se detuvo un camión con tres hombres en la cabina. Iban a traer un cargamento de heno de las montañas. Me zangoloteé durante toda la noche en la parte posterior y al amanecer, cubierto de polvo, vi cómo el sol se reflejaba sobre las cumbres heladas y divisé las altas laderas, lejanas, veteadas de blanco por la nieve y ennegrecidas por los bosques de hayas meridionales.

Mientras enfilábamos hacia Esquel, un incendio de matorrales devoraba una de las apretadas colinas marrones que circundaban la ciudad. Comí en un restaurante pintado de verde, en la calle principal. Una barra de cinc ocupaba todo el ancho del salón. En un extremo, una vitrina exhibía bistés y riñones y costillares de cordero, y salchichas. El vino era ácido y lo servían en pingüinos de cerámica. En todas las mesas había sombreros negros y duros. Los gauchos usaban botas plegadas como acordeones y bombachas [3] negras. (Las bombachas son pantalones abolsados, antaño sobrantes de los regimientos zuavos del ejército francés durante la guerra de Crimea).

Un hombre con los ojos inyectados en sangre se separó de sus amigos y se acercó a mí.

—¿Puedo hablar con usted, señor?

—Siéntese y sírvase un vaso.

—¿Es inglés?

—¿Cómo lo supo?

—Conozco a mi gente —respondió—. Tiene la misma sangre que mi patrón.

—¿Por qué no galés?

—Sé distinguir al galés del inglés y usted es inglés.

—Sí.

Estaba muy satisfecho y les gritó a sus amigos:

—Ya ven, conozco a mi gente.

El hombre me orientó hacia el criadero de sementales de un inglés, situado unos treinta kilómetros tierra adentro.

—Un tipo macanudo [4] —dijo—, un buen hombre, un perfecto caballero inglés.

La granja de Jim Ponsonby estaba en una zona de sierras, con pasturas de invierno en el valle y pasturas de verano en la montaña. En la dehesa había Herefords, y entre ellos se paseaban las bandurrias, unos pájaros grandes con patas de color rosado intenso, que emitían un graznido melancólico.

La casa era baja y blanca y se alzaba en medio de una plantación de abedules plateados. Una española salió al portal.

—Mi marido está ayudando al patrón con los carneros —dijo—. Los están eligiendo para la exposición. Los encontrará en el cobertizo de la esquila.

Era, por cierto, el caballero inglés perfecto, de estatura mediana, con espeso cabello gris y un bigote recortado casi a ras de piel. Sus ojos eran de un color azul particularmente gélido. Su rostro estaba surcado por una configuración regular de vasos sanguíneos reventados y su abdomen exhibía síntomas de excesos en el comer y el beber. Su atuendo era producto de una planificación minuciosa: el chaquetón de tweed marrón de punto de espina, los botones de madera dura, la camisa caqui de cuello abierto, los pantalones de estambre, las gafas bifocales con montura de carey y los zapatos bien lustrados.

Tomaba notas en su libro de pedigrí. Su ayudante, Antonio, estaba íntegramente vestido de gaucho, con un cuchillo o «facón» cruzado en diagonal sobre la región lumbar. Hacía desfilar un grupo de merinos australianos delante de su patrón.

Los carneros jadeaban bajo el peso de su propia lana y su virilidad, mascando un poco de alfalfa con la resignación de obesos inválidos sometidos a dieta. Los mejores animales llevaban puesta una manta de algodón que los protegía de la mugre. Antonio los descubría, y el inglés hundía las manos y separaba los dedos para dejar a la vista ocho centímetros de vellón amarillo cremoso.

—¿Y de qué lugar de la vieja patria viene usted? —preguntó.

—De Gloucestershire.

—¡Gloucestershire, eh! ¿En el norte, verdad?

—En el oeste.

—Que el diablo me lleve, así es. El oeste. Sí. Nosotros éramos de Chippenham. Probablemente nunca lo oyó nombrar. Está en Wiltshire.

—A unos veinte kilómetros de donde vengo yo.

—Quizá sea otro Chippenham. ¿Y cómo está la vieja patria? —Cambió de tema para evitar el tema geográfico—. Las cosas no marchan muy bien, ¿verdad? ¡Qué lástima!