En un tranquilo rincón de Barcelona, el hombre que no era Pepe Parker se relajaba en una situación de modesta riqueza y perfecta intimidad. Tenía cocinera, criado y jardinero, y las paredes llenas de libros en diversos idiomas.
Enterrada en el sótano, había un arma que podía convertir a un hombre en una antorcha.
Con su barba blanca y su piel oscurecida, nadie lo relacionaría con el joven científico cubano que había presidido el Comité de la Venida y luego había desaparecido misteriosamente.
Pasaba la mayor parte del tiempo leyendo, en el jardín cuando hacía buen tiempo o delante de la chimenea cuando hacía frío. A veces cenaba con mujeres hermosas que pensaban que era un erudito retirado, independiente y rico. Cosa que era verdad, en cierta medida.
En una caja de seguridad del Banc Nacional de Catalunya había una hoja de papel que sólo él podía leer. Contenía un plan de conservadoras inversiones bursátiles y los nombres de los ganadores del Derby de Kentucky de los siguientes cincuenta años.