Una ola de calor sin precedentes arrasó Australia y Nueva Zelanda, y miles de personas y millones de vacas y ovejas murieron víctimas del calor y la sequía. Canadá y Alaska y el norte de Europa sufrieron una oleada de frío intenso que se cobró cientos de vidas.

La guerra en Europa entró en una tregua incómoda y las conversaciones de paz se trasladaron de Varsovia a la soleada Roma, mientras los soldados en las diversas fronteras rascaban el hielo de sus máquinas de guerra y luego volvían a acurrucarse en torno a las hogueras. La paz se debía en parte a motivos logísticos (nadie estaba preparado para luchar en medio de una nevada implacable) y en parte al suspense apocalíptico mientras el calendario descontaba los días para la Venida.

Predicadores y sacerdotes e incluso el cauteloso Papa vieron una conexión entre el clima infernal y la Venida. Los alienígenas no habían negado una conexión con Dios y Jesús, y había profecías adecuadas en la Biblia, así como en la obra de una autoridad menor, Nostradamus. En sus profecías, la fecha más lejana donde había nombrado un año específico era 2055, el año en que los alienígenas iban a aterrizar. Escritas en 1555, decían:

Durante quinientos años nadie reparará

en el que fue el adorno de su tiempo.

Luego llegará de repente una revelación

que hará que la gente de ese siglo esté satisfecha.

Un «adorno de su tiempo» fue el contemporáneo de Nostradamus Tomás Moro, que escribió Utopía. Para algunos, ésta era la prueba de que los alienígenas iban a traer el cielo a la Tierra. Naturalmente, la palabra «moro» (en inglés more, «más») no aparece en el texto francés (De cinq cents ans plus compte l’on tiendre), pero quienes escribían para los periódicos sensacionalistas probablemente no lo sabían, y desde luego no les importaba.

Un grupo musical que se había cambiado el nombre por 55 Alive llegó al número uno de las listas con una retorcida canción, Venimos, que usaba las palabras de Nostradamus recombinadas en un mensaje de esperanza que podía ser interpretado en términos seglares o religiosos.

Reaparecieron las tiendas de supervivencia, y los comerciantes que no acumularon demasiado material obtuvieron grandes beneficios en sólo dos semanas. Hacía falta una especie de optimismo pesimista, o viceversa, para asumir que los alienígenas dejarían a la humanidad en paz, pero la humanidad giraba sobre sí misma.

Estados Unidos lanzó su satélite asesino en medio de un secretismo total, que duró menos de un día. Una coalición internacional de científicos e ingenieros presentó pruebas irrefutables de lo que habían hecho. Exigieron que el arma fuera destruida. El presidente Davis tildó sus documentos de «montón de mierda», diciendo que era sólo un satélite meteorológico, y Dios sabía que podían usar unos cuantos.

Según una encuesta, el sesenta y dos por ciento de los ciudadanos franceses consideraba el lanzamiento un acto de guerra. En Norteamérica, sólo el dieciocho por ciento creía que el presidente estaba diciendo la verdad, pero el treinta y dos por ciento «apoyaba sus acciones».

Durante el mes de diciembre, la principal causa de muerte en Estados Unidos fue el suicidio.

Aurora y Norman se sentían sospechosos en su huida; casi todos los trenes iban casi vacíos, la mayoría de la nación estaba en casa pegada al cubo. Sin embargo, había un montón de gente en el Habana especial Miami-Cayo Oeste; gente que esperaba perderse en las peculiares atracciones de esa isla.

De todos los posibles puntos de salida de Estados Unidos, Cayo Oeste era probablemente el mejor para quien no quisiera ser identificado. Las mismas antiguas familias italianas que controlaban el juego y la prostitución en La Habana eran dueñas de los barcos que cubrían el trayecto de noventa millas y del muelle donde los barcos atracaban, en completo anonimato, a salvo incluso de la vigilancia orbital. Algunos clientes alardeaban de sus «fines de semana en La Habana»; otros decían habérselo pasado en grande en Disney World.

Aurora y Norman evitaron la capital y encontraron un modesto apartamento en la cercana aldea pesquera de Cojímar. Norman alquiló un teclado y una grabadora MIDI y continuó refinando su composición. Aurora tenía su propio proyecto de investigación, que la llevó por toda la isla. Por fortuna, viajar era baratísimo comparado con Estados Unidos.

El 21 de diciembre, los telescopios orbitales pudieron obtener una imagen de la nave que se acercaba. Parecía una cruz con una estrella de rayos gamma en el centro, lo cual hizo que algunas personas se alegraran, aunque su alegría fue prematura. Al día siguiente quedó claro que formaban ese dibujo cuatro aletas traseras que rodeaban el escape de un motor muy caliente. Los alienígenas venían de cola, frenando, como haría una nave espacial humana.

La señal de rayos gamma desapareció el día 24, cuando la nave cambió bruscamente de rumbo, desviándose hacia Marte con gran despilfarro de combustible. Giró hacia el planeta rojo, según lo prometido, y partió Fobos en dos. El Hubble III mostró una diminuta imagen de la nave al pasar y un brillante resplandor. Luego las dos mitades de la luna se desintegraron.

No hubo ninguna palabra de advertencia o bienvenida. Simplemente continuaban viniendo, desacelerando.

La mañana del 31, cuando estaban a algo más de setecientos cincuenta millones de kilómetros de distancia (el doble de la distancia a la Luna) cuatro grandes satélites fueron desintegrados en un segundo. Uno de ellos era el arma de Davis. Los alienígenas rompieron el silencio lo suficiente para pedir disculpas, diciendo que no podían distinguir cuál era y que esperaban que ninguno de ellos estuviera habitado.

Rory vio las noticias cuando se bajó del barco de la mafia en Cayo Oeste. Iba a desandar sus pasos. Norm había obedecido su petición de quedarse en Cuba por el momento.

Había cosas que tenía que saber.