EPÍLOGO

Mientras escribo esto, ya han transcurrido dos años desde mi aventura. Decidimos reunirnos en Helsinki a los cinco años y mantener el contacto entre nosotros hasta entonces, exactamente como colegiales que, la última semana de clase, se proponen organizar reuniones de curso cada cinco años.

No es que hayamos hablado mucho, pero estoy más o menos al corriente de cómo les van las cosas a mis compañeros de fatigas.

Taylor cumplió su amenaza: se jubiló de su trabajo de piloto y, tras equiparse, regresó a la isla con su familia. Su gente no se adaptó bien a las circunstancias y al cabo de un par de meses volvió a Inglaterra. Taylor se ha quedado solo en la isla. No se escribe con nadie, que se sepa.

La comadrona morena se casó con un agricultor de Savo y viven en su granja, en Leppävirta. Han tenido un niño.

Lämsä, Lakkonen y Ala-Korhonen viven en Finlandia y siguen trabajando de leñadores, como hacían antes. Lo mismo, que yo sepa, que el resto de nuestros compañeros trabajadores forestales. Vanninen trabaja de cirujano en el Hospital Central de Kuopio y padece de psoriasis.

La señora Sigurd se divorció de su marido y ahora vive con Janne. La criatura, que nació sanísima ya en Suecia, resultó ser —a juzgar por su aspecto— del mismísimo Janne, el cual, por cierto, tiene una pequeña agencia de alquiler de coches.

Iines Sotisaari se fue a Inglaterra y hace poco me enteré de que ella y Reeves se han casado. Keast sigue trabajando de piloto.

He sabido también que Gunvor se ha dado a la bebida y que anda por los clubs nocturnos de Estocolmo, al parecer ejerciendo una profesión liberal. Esto me lo contó Birgitta, que sigue colaborando en las misiones de ayuda al desarrollo de las Naciones Unidas.

Maj-Len ha escrito numerosos artículos sobre nuestras aventuras en la prensa sueca, y me he enterado de que incluso ha firmado un contrato para hacer una película sobre nuestra experiencia. Veremos cuál es el resultado…

En cuanto a mí, sigo con mi despreocupada existencia de peregrino finlandés.