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Taylor había construido una balsa enorme de troncos en la cual podían ir cómodamente cuatro o cinco personas. Era muy sencilla de manejar con la espadilla y un bichero.

Cierto día de llovizna, el comandante salió de pesca con Janne y la señora Sigurd. El indonesio se había empeñado en acompañarlo y, claro, la novia también quiso ir.

Un viento ligero proveniente de tierra los acercó hasta el arrecife. Desde la playa vimos cómo echaban el ancla y disponían las artes de pesca.

Trabajaron varias horas cerca de la barrera de coral, y ya debían de tener peces en abundancia cuando de repente se levantó otra tormenta tropical. El cielo se oscureció, los truenos resonaban y una lluvia torrencial empezó a caer estruendosamente sobre nosotros. La visibilidad se redujo tanto que los perdimos de vista.

El viento racheado soplaba sin cesar desde tierra y temimos de verdad que los pescadores estuviesen en dificultades. Sin embargo, decidimos esperar a que la tempestad amainara.

Llegó la tarde, pero no vimos ni rastro de la embarcación de Taylor. Para averiguar qué había sucedido, nos acercamos en la balsa salvavidas hasta el arrecife. La expedición fue una prueba de resistencia: el viento racheado nos zarandeaba y poco faltó para que nos estrellásemos contra la barrera de coral. El trayecto de regreso nos llevó más de una hora, ya que remábamos con el viento en contra. Y de la balsa de pesca nada… Nos temimos lo peor.

Por la noche la tormenta se calmó, las nubes volvieron a abrirse y tras ellas apareció la luna llena. Volvimos a hacernos a la mar en la balsa de goma para ir hasta el arrecife.

De la embarcación de Taylor no había señal alguna, pero encontramos a Janne, que había logrado sobrevivir agarrándose con todas sus fuerzas al rugiente arrecife. Las olas le habían pasado por encima en varias ocasiones, pero él no había cejado en su empeño, luchando contra los elementos hasta el límite de sus fuerzas. Una vez amainado el embate de la tormenta, había continuado resistiendo, aunque ya prácticamente exhausto.

Lo ayudamos a subir a la balsa y le preguntamos qué había sido de la señora Sigurd y de Taylor.

—La balsa se soltó del ancla al estallar la tempestad y los embates de las olas nos estrellaron una y otra vez contra el arrecife. Yo me caí al agua. Vi que la balsa pasaba por encima de la barrera, volando literalmente, y que ambos seguían sujetos a ella. Pero yo no pude, así que me quedé agarrado como una lapa a los corales.

La balsa se había perdido en el tormentoso mar abierto, llevándose con ella al comandante Taylor y a la señora Sigurd. Janne dijo que de todos modos le había parecido que, antes de perderse en la oscuridad, la embarcación estaba bastante entera.

Regresamos con él a la playa y prendimos unas hogueras de señalización en la punta de la ensenada, pensando que si los extraviados las veían, podrían guiarse por ellas y regresar a la costa.

La luna brilló toda la noche con una luz triste. Llegó la mañana y con ella el suave soplo del viento del sudeste. Ni rastro de la balsa de Taylor. Con los ojos clavados en el mar, Janne sufría claramente por la ausencia de la señora Sigurd.

Dos días más tarde, Taylor y ella aparecieron en el campamento. Ambos estaban hambrientos y en unas condiciones lamentables. Les dimos agua y comida y, ya más repuestos, nos relataron su aventura.

Impulsada por el embate de las olas, la balsa había volado por encima del arrecife y la tormenta la había arrastrado mar adentro sin piedad. A duras penas habían podido mantenerse sobre ella, y cuando la tempestad se calmó, llegada la noche, ambos pudieron comprobar que la isla ya ni se veía. Al día siguiente el viento del sudeste empezó a traerles de regreso y al llegar la noche tocaron tierra al otro lado de la isla, lejos del campamento. A los pobres les había costado un día entero de caminata reunirse con nosotros. La balsa la dejaron en la playa, abandonada.

Janne cortó con su cuchillo unos buenos pedazos de carne para la señora Sigurd y luego se la llevó a su choza. Taylor también se fue a dormir, no sin antes tomarse un par de tazas de aguardiente.

Y ahí hubiese quedado todo, de no ser porque tuvo consecuencias inesperadas.

Al cabo de unas semanas de la aventura de la balsa, la señora Sigurd se desahogó con la comadrona morena y le confesó que estaba embarazada.

La comadrona nos lo contó al doctor Vanninen y a mí. El médico examinó a la buena señora y le confirmó sus sospechas.

La noticia fue una conmoción para ella.

Lo que complicaba la situación era que no se trataba de un embarazo planificado, sino de un accidente. Por otra parte, la señora Sigurd, que se negaba terminantemente a usar contraceptivos, se oponía con igual saña al aborto. Pero dar a luz una criatura, a su edad y en medio de la selva, como quien dice, parecía un riesgo bastante grande. Y luego estaba lo otro…, porque la señora Sigurd era realmente una señora. Tenía un marido en Suecia, al que no se le podía ni pasar por la cabeza, naturalmente, que esa amante esposa que él creía muerta estuviese con vida en una isla desierta y embarazada de un desertor indonesio.

Como suele suceder con estas cosas, al principio uno se las toma muy a pecho, pero al cabo del tiempo se acostumbra a la idea y ésta termina por parecer de lo más normal.

Calculamos que si nuestro proyecto SOS salía adelante según nuestras previsiones, la criatura nacería ya en Europa, así que la madre no se vería irremediablemente abocada a dar a luz en medio de la selva. Ésta se negaba a abortar, así que dejamos las cosas como estaban. A petición suya, Vanninen tampoco difundió la noticia por el campamento y a mí también se me pidió que de momento no dijera nada.

Una noche, estando en el bar de la selva, le conté lo sucedido a Taylor, en confianza. Le pregunté si la señora Sigurd le había mencionado el asunto cuando se hallaban juntos en la balsa, en alta mar. Le dije que estaba seguro de que en semejantes circunstancias, hasta una mujer tan introvertida como ella le hubiese confiado sus preocupaciones.

Taylor se puso blanco como la nieve y poco faltó para que se le cayese la taza que sostenía en la mano.

Le serví otro trago y al bebérselo cambió de color, pasando al púrpura. Pocas veces he visto a un hombre tan conmocionado como él lo estaba esa noche.

Entonces me confesó que él era, tal vez, el padre de la criatura. Pensé que aquello era imposible, pero entonces Taylor me relató, casi susurrando y ciertamente trastornado, lo sucedido la noche de la desgracia y al día siguiente.

Al calmarse la tempestad, la señora Sigurd y él, completamente agotados, se habían quedado dormidos uno al lado del otro. La luna brillaba en lo alto y el oleaje mecía la balsa, mientras ellos sentían la sobrecogedora inmensidad del mar que los rodeaba. Las circunstancias eran, por otro lado de lo más románticas, más aún cuando ambos estaban convencidos de que nunca podrían regresar a la isla.

Y fue entonces cuando la señora Sigurd le confesó su amor por él. Dijo haberle amado desde el primer momento, desde Tokio… Le contó cómo lo había estado observando en el aeropuerto, mientras él bromeaba con las azafatas de una compañía australiana. Su imagen la había acompañado desde aquel momento y, consciente de que no podía esperar que él la correspondiese en sus sentimientos, se había comportado como lo había hecho, negándose a ponerse el dispositivo intrauterino y mostrándose peleona y malintencionada.

El sentimiento compartido de que el fin estaba cerca y la sincera y apasionada confesión de la buena señora, hicieron fuerte mella en Taylor.

Y así fue como acabaron por unirse en aquella balsa a la deriva y no una, sino varias veces, por cierto. Ambos hicieron voto de silencio, jurando no contarle a nadie lo sucedido y guardar el secreto de su amor hasta la muerte.

Pero pasó lo que pasó: la brisa del sudoeste devolvió la balsa a la isla, ellos se arrastraron penosamente hasta el campamento, y su aventura se terminó allí.

La señora Sigurd volvía a vivir con Janne, como antes, y Taylor andaba por su lado, solo.

—A lo mejor el niño es de Janne —le dije.

—Sí…, a lo mejor.

Pero la respuesta no llegaría hasta que no estuviésemos en Europa.