Tras la captura de la tortuga, nuestra situación alimentaria mejoró de manera más que satisfactoria y así siguió durante mucho tiempo.
Taylor nos traía pescado casi cada día, la recolecta de raíces continuaba, teníamos fruta en abundancia, lo mismo que cangrejos y mariscos, y de vez en cuando los leñadores finlandeses se las apañaban para traer algún jabato. Liquidamos los paquetes de pollo que quedaban, antes de que se pudrieran. Sólo echábamos a faltar la sal.
En realidad, algunos días disponíamos de más comida de la que podíamos consumir, pero con el calor parte de ella se echaba a perder.
Intentamos excavar en la arena unos depósitos, pero el agua que se filtraba no tardaba en anegarlos, impidiéndonos almacenar la comida. La arena estaba caliente, como probablemente también toda la corteza terrestre de aquella zona del globo.
Un día, el auxiliar de vuelo mencionó que, de pequeño, había sido boy scout y que tal vez pudiese hacer algo.
—¿Y qué pintan los boy scouts en todo esto? —preguntó Lämsä en tono suspicaz.
El auxiliar de vuelo nos lo explicó: si cosíamos entre sí los pedazos de tela de los chalecos salvavidas hasta formar una lona del tamaño de una sábana, él podría fabricar un frigorífico.
Aunque la idea nos pareció imposible, la posibilidad de contar con un frigorífico nos atrajo de inmediato, así que le pedimos al auxiliar de vuelo que nos diese más detalles al respecto.
—El sistema es muy simple y se basa en las leyes de la física. La tela anaranjada de los chalecos salvavidas absorbe la luz solar en grandes cantidades. Esta tela es permeable al aire, pero no deja pasar el agua. Bastará con extenderla sobre una superficie húmeda, pero donde le dé la luz. De vez en cuando habrá que rociarla con agua, y al darle el sol, ésta se evaporará y bajo la tela se creará una especie de vacío. La humedad que impregna el suelo, que está siempre caliente, se filtrará a través de la tela, produciendo una reacción térmica cuanto más caliente el sol, más se enfría el aire bajo la lona. Cuando el sistema se halla en pleno funcionamiento, la energía térmica consumida para la evaporación se disipa, la temperatura bajo la lona empieza a descender y, si no hay ninguna filtración de aire caliente desde el exterior, la temperatura puede alcanzar los cero grados.
Olsen le preguntó si se trataba del mismo principio que utilizaban los árabes en la fabricación de sus cantimploras de cuero, ya que éstas también eran capaces de mantener el agua fresca bajo el sol tórrido del desierto.
—El sistema es el mismo —le explicó el entusiasmado auxiliar de vuelo—, pero en nuestro caso el aire se enfría más rápido, porque la tela es más porosa que el cuero.
Nada agudiza tanto el ingenio como la necesidad de un frigorífico, así que nos pusimos manos a la obra. La mujeres entresacaron hilos de sus ropas y con el alambre de cobre de los dispositivos intrauterinos hicimos agujas para coser la tela de los chalecos salvavidas, siguiendo las instrucciones que el auxiliar de vuelo nos había dado. Las mujeres guardaron celosamente el relleno de miraguano de los chalecos. Más tarde lo utilizaron para confeccionar compresas higiénicas. ¡Qué listas!
Una vez cosida la lona, despejamos un pequeño claro en el interior de la selva. El auxiliar levantó un círculo de piedras de un metro y medio de diámetro y sesenta centímetros de altura.
Colocamos en el centro la carne y el pescado frescos y lo cubrimos con la tela, procurando que no quedase resquicio alguno por donde pudiera entrar el aire. Lo rociamos con agua. Toda la operación fue muy emocionante; el auxiliar de vuelo procedía con solemnidad, como un sacerdote que rociase con agua bendita a los pecadores.
El sol brillaba y el auxiliar no dejaba de sonreír.
Dos horas más tarde, nos pidió que comprobásemos el resultado.
Al introducir la mano, vimos que, efectivamente, el invento funcionaba. ¡El aire bajo la tela era frío!
Todos quisieron comprobarlo por sí mismos. Sentimos un gran regocijo y felicitamos al padre de la idea, gracias al cual ya no tuvimos que volver a comer alimentos pasados o al borde de la putrefacción.
Tarzán-Korhonen le dijo a la señora Sigurd:
—Esto reducirá la frecuencia de las lavativas.