EL FANTASMA
Alex
Querido diario:
Sí, tengo un chiste nuevo que he contado esta noche y todo el mundo se ha reído, aunque según Jojo es políticamente incorrecto. Hay tres tíos, un irlandés, un inglés y un escocés que están limpiando los cristales de un rascacielos. Todos los días, a la hora de comer, se sientan en la plataforma que domina la ciudad para comerse el bocadillo. Un día, el inglés abre su tartera y se enfada muchísimo. «¡Otra vez jamón! —exclama—. Si mi mujer vuelve a prepararme otro bocadillo de jamón, me tiro de la plataforma». El escocés abre su tartera y ve que contiene un bocadillo de queso. «¡Otra vez un bocata de queso! —exclama—. Si mi mujer vuelve a prepararme otro bocata de queso, me tiro de la plataforma». El irlandés abre su tartera y ve que contiene un bocadillo de atún, y él también amenaza con tirarse de la plataforma.
Al día siguiente, el inglés abre su tartera y ve que contiene un bocadillo de jamón. «Vale, se acabó», dice, y se tira desde la plataforma.
El escocés abre su tartera y ve que contiene un bocadillo de queso, y también se tira de la plataforma. El irlandés ve que hay un bocadillo de atún y grita: «¡Qué mujer más estúpida!» antes de tirarse.
En el funeral, las viudas del inglés, el escocés y el irlandés se consuelan mutuamente. «Creía que le gustaba el jamón», dice la viuda inglesa. «Y yo creía que a mi marido le gustaba el queso», dice la escocesa. «No lo entiendo —dice la viuda irlandesa, sollozando—. Mi marido siempre se preparaba él mismo el bocadillo».
Jojo ha dicho que no le gustaba el chiste, pero luego ha comentado que sus matices macabros eran similares a los de Hamlet. Según ella, es importante que todos contemos nuestros propios chistes, porque el humor es una forma de trabajar las cosas que nos preocupan. Le he dicho que a mí no me gusta el jamón, el queso ni el atún, por lo que en realidad no estoy trabajando nada.
Sin embargo, esta noche ha ocurrido algo extraño, y no ha sido porque Anya estuviera allí o porque Katie McInerny me haya besado.
Esta noche hemos tenido ensayo general de Hamlet. Estaba muy sorprendido y contento, aunque también nervioso, porque cuando llegué vi a Jojo hablando con Anya. Anya también se puso contenta al verme llegar: abrió mucho los ojos y me dedicó una enorme sonrisa roja, porque llevaba los labios pintados. Estaba guapa. Vi brillar su colgante de plata, el que sirve para que la gente que sepa que se queda dormida si come cacahuetes, a la luz de los focos porque Terry, el técnico, es un desastre y siempre apunta las luces hacia el lugar equivocado.
—Hola, Alex —me saludó Anya.
Y Jojo dijo:
—¿No te sientes afortunado al tener una fan, Alex? Es una señal de lo que está por llegar.
—Anya es psiquiatra, no una fan —dije.
Daba la impresión de que Jojo no sabía qué decir, lo cual me pareció interesante, porque ella siempre sabe qué decir. Jojo es alta y delgada, y siempre lleva un body brillante y unos leotardos de color rosa con calentadores negros y una chaqueta militar tan grande que en su interior cabrían tres personas. Habla como si estuviese dando las noticias en el telediario de las diez, aunque es del norte de Belfast y es muy supersticiosa sobre cosas como pronunciar la palabra Macbeth en el escenario, ponerse los zapatos sobre la mesa del camerino y olvidar los diálogos durante los ensayos. Si alguno de nosotros olvida sus diálogos, debemos improvisar, dice, y no quedarnos bajo los focos con la boca abierta, como unos auténticos cretinos. Alcé el pulgar en dirección a Jojo y Anya y ambas me sonrieron.
Dejé la mochila en el guardarropa y vi que Katie McInerny volvía a estar en el camerino de los chicos; según ella, es algo importante, porque interpreta a un muchacho, pero en realidad es absurdo. Katie es dos años y un mes mayor que yo, pero es más alta, me saca casi veinte centímetros. Un poco más alta estaría bien, pero casi veinte centímetros la convierten, no sé, en algo sí como una medio gigante. Lo que me saca de quicio es que nunca trae su copia del texto y siempre me pregunta si puede compartir el mío. No puedo ni abrir una lata de coca-cola sin que quiera un poco, y apuesto un millón de libras a que esta noche se ha olvidado la llave de su taquilla y querrá compartir la mía.
—Hola, Horacio —dice, cuando entro en el camerino.
—Hola, Hamlet —respondo, y veo que lleva una venda blanca en la muñeca derecha—. ¿Te has hecho eso practicando esgrima?
Bajó los ojos, como si hubiera olvidado que llevaba la venda. Qué tonta.
—No —dijo—. No me lo hice practicando esgrima.
Tenía la mirada triste, con esa expresión que a veces veía que mamá dedicaba a papá, como si ella quisiera decir algo pero esperase que yo lo adivinara en vez de decirlo sin más. Odio esa clase de juegos.
Y en aquel momento apareció Ruen. Tenía la apariencia del Anciano, bajito, calvo y con la cara arrugada y estrujada como una bola de papel. Incluso pude notar el olor de su asquerosa chaqueta de tweed. Huele como un perro mojado que llevara diez años muerto.
—¿Estás bien? —me preguntó Katie.
—¿Quieres compartir mi taquilla? —dije.
Necesitaba librarme de ella y averiguar por qué Ruen estaba allí. La cara de Katie se iluminó como un árbol de Navidad.
—Sí, eso sería genial…
Se inclinó sobre mí y me dio un beso, aunque yo aparté la cara para que en lugar de besarme en la mejilla lo hiciera en la oreja. Nadie me ha besado nunca en la oreja.
Saqué la llave del bolsillo y la presioné contra su mano herida; Katie gritó de dolor, pero yo no le dije que lo sentía porque Ruen se iba. Salí corriendo tras él. Se subió al escenario y miró hacia arriba.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—¿Por qué no miras, estúpido? Usa esos ojos que Dios te ha dado —dijo, con desdén.
Así pues, levanté los ojos y vi a Terry, el técnico, desenroscando los viejos tornillos del gran reflector de latón mientras sostenía los nuevos con la boca.
—Mala idea que un chaval con síndrome de déficit de atención juegue con esas cosas, ¿no crees? —dijo Ruen, apretando las manos detrás de la espalda.
—¿Y? —dije, en un susurro, tratando de mover los labios sin que nadie se diera cuenta. Vi a Anya en el escenario, pero no dije nada, aunque era consciente de que Ruen la estaba mirando—. ¿Y qué? —volví a preguntarle.
Ruen parecía estar tramando algo.
—Pues que podría distraerse fácilmente. ¿La madre de Katie no monta siempre un numerito al final, subiendo al escenario y abrazándola delante de todos?
Pensé en ello. La madre de Katie tiene algo que no me gusta. Cuando viene a ver a Katie, siempre es la que aplaude más fuerte, pero su sonrisa es falsa y a veces apesta a alcohol. Y aunque es bajita y trabaja ayudando a los niños a cruzar la calle delante de la escuela, Katie parece tenerle miedo.
—No pienso hacerlo —le dije a Ruen.
—Como quieras —repuso, alejándose—. Pero es muy probable que Katie se pierda su gran noche.
Durante nueve segundos, mis piernas pensaron que estaban hechas de gelatina. Seguí a Ruen con los ojos y abrí la boca para gritar, porque de pronto, como si alguien me hubiera echado un cubo de hielo por el cuello, comprendí lo que quería decir. Quería decir que si yo no le hacía algo a la madre de Katie, la madre de Katie le haría daño a Katie a propósito para que no pudiera actuar.
Justo en aquel momento vi a Jojo saludándome con el brazo; parecía que estuviera limpiando una ventana a la que no podía llegar. Parpadeé.
—¡Vaya, ya estás de vuelta! —exclamó, aunque yo no me había ido a ninguna parte.
Asentí con la cabeza. Ella sonrió.
—¿Tienes algún chiste nuevo para la escena del rap, Alex?
Le respondí «Ajá» y traté de recordarlo. Lo conté, pero, de repente, me pareció que la palabra irlandés estaba fuera de lugar, y Jojo no se rio como suele hacerlo habitualmente. Recordé cuando, la semana pasada, vino a recogerme a mi casa para ir a ensayar, pero tuvo que llamar a una ambulancia para mamá. Pensé en cómo le temblaban las manos cuando trató de encontrarle el pulso.
Jojo gritó para que nos reuniéramos y ensayáramos el tercer acto. Yo fui a buscar a Ruen. Estaba entre bastidores, oculto en las sombras.
—Podrías ayudar a Katie, ¿no? —dijo, con mucha calma—. Sólo deberías gritarle algo a Terry en el momento justo.
Sentía mi corazón latiendo a toda velocidad. Bum-bum, bum-bum, bum-bum.
—¿Alex?
Era Jojo quien me llamaba. Me acerqué a Ruen.
—Pero ¿eso no le haría daño a la madre de Katie?
Los ojos de Ruen parecían pequeños cuchillos en su horripilante rostro. Sonrió.
—¿Acaso ella no le hace daño a Katie?
—¡Alex!
Me di la vuelta de golpe y corrí hacia el escenario para colocarme en mi sitio. Jojo avanzó hacia mí, mirándome con unos ojos extraños, y a mí empezó a entrarme el pánico porque temía que viera a Ruen. Ella se plantó delante de mí y me dijo:
——¿Estás bien, Alex?
Asentí con la cabeza como si, efectivamente, estuviera bien.
—¿Estás seguro?
Mi asentimiento de cabeza decía que estaba absolutamente bien. Jojo sonrió, pegó un salto y dio unas palmadas por encima de su cabeza.
—¡Muy bien! ¡Cambio de planes! El director de la Opera House me ha dicho que esta noche tenemos un poco más de tiempo, o sea que volveremos a empezar desde el principio y ajustaremos lo que no funciona.
Algunos protestaron y otros gritaron «¡Bien!». Si íbamos a empezar desde el principio, yo entraba en escena en seguida. Traté de recordar el chiste nuevo que quería contar, pero no lo conseguía. Era como si mi cerebro se hubiera convertido en eso que a veces saco del tubo de la aspiradora.
Y entonces apareció de nuevo Ruen, pero ya no era el Anciano. Era el Niño Fantasma, y mientras cruzaba el escenario, se volvió hacia mí y me dedicó una sonrisa. Sus ojos eran negros. Se apagaron las luces y no conseguí ver nada hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Gareth y Liam entraron en el escenario dando un traspié, empuñando las armas. Se dirigían hacia Ruen. Yo casi pegué un grito, pensando que iban a chocar con él.
—¿Quién anda ahí? —gritó Liam.
La máquina de humo empezó a despedir un manto de niebla plateada. Por encima de mí, un proyector se puso a zumbar, pero un segundo más tarde, James puso música para disimular el ruido. En la pared que había detrás de James empezó a proyectarse una película en la que aparecía un hombre, uno de los amigos famosos de Jojo. La imagen era tan oscura que resultaba difícil distinguir la cara del hombre, que realmente parecía un fantasma. Aunque estaba andando, nunca se acercaba. Liam no podía verlo.
Llegó mi turno. Entré en escena a través de las cortinas negras que hay entre bastidores.
—Y bien, ¿qué es toda esa historia acerca de un fantasma? —dije, en voz alta.
Gareth y Liam pegaron tal bote que casi se caen al suelo.
—Pensamos que eras él —dijo Liam. Se dio la vuelta, apuntando al vacío con el arma—. Llevamos dos noches viendo esa… cosa.
—¿Esa cosa? —dije.
Mientras Liam me hablaba del fantasma, la niebla se hizo más espesa. Ruen estaba al otro lado del escenario, justo al lado de la imagen del fantasma. Estaba allí de pie, con una sonrisa de satisfacción. Entonces escuché su voz en mi cabeza.
«Alex», dijo.
Parpadeé, tratando de ignorarlo. El fantasma se dio la vuelta y se puso a caminar de nuevo, pero esta vez parecía avanzar realmente hacia nosotros.
—Sí, ese fantasma, demonio o como quieras llamarlo —dijo Liam tímidamente, haciéndose un lío con los diálogos—. Tú piensas que estoy loco, pero yo creo que se parece al rey muerto.
Di un paso hacia Liam, recordando que debía dar siempre la espalda al público, como me había indicado Jojo. Me sabía mis diálogos, y eso era importante, porque estaban sacados de la obra de Shakespeare, y, según Jojo, era «vital para los inversores que mantengamos algo de Shakespeare en la obra», por eso me aseguré de aprenderme esa parte al pie de la letra.
—Me llena de pavor y asombro —dije, pero mi voz sonaba muy lejana.
Liam miraba la proyección del hombre que se dirigía hacia nosotros y, mientras caminaba, Ruen avanzaba también junto a él. Me sentía mareado, porque creía ver doble. Liam se puso a gritar y la música subió de volumen; parecía el latido de un corazón —bum-bum, bum-bum, bum-bum— y se suponía que en aquel momento yo debía levantar el arma de mentira y apuntar hacia él. Sin embargo, en lugar de eso bajé los ojos para mirar la pistola que empuñaba; cuando volví a levantarlos para mirar a Ruen, que estaba a tres metros de distancia, vi que él también sostenía una.
—¡No! —exclamé, y él sonrió.
El arma brillaba a la luz de los focos. La música subió de volumen. Alguien gritó.
Ruen levantó el arma y apuntó a Liam con ella, y yo sentí el disparo en mis entrañas. Liam echó la cabeza hacia atrás. La sangre se deslizaba por su frente. Luego cayó al suelo.
—¡Liam! —grité.
Salí corriendo hacia él y me arrodillé junto a su cuerpo. La sangre no paraba de manar, formando un charco brillante en torno a sus brazos, pero no era roja, como en las películas. Era negra.
Entonces dejó de sonar la música y se encendieron las luces.
Miré a mi alrededor. Ruen ya no estaba. Las imágenes del proyector ya no resultaban tan espectrales, sino más bien un vídeo casero. Liam se incorporó y vi que no había sangre en su cuerpo. Me miraba con expresión de desconcierto.
—Estás temblando —me dijo mientras se sentaba.
Iba a contestarle, pero jadeaba tanto que era incapaz de articular palabra. Jojo subió corriendo al escenario. Parecía muy excitada.
—¡Alex! —exclamó—. ¡Eso ha sido genial! ¡Tan real, tan convincente! ¿Se te ha ocurrido de repente?
—Yo… Yo…
Fue todo lo que pude decir. Luego vi el arma en mi mano y la solté. Jojo colocó las manos junto a los labios para hablar con el equipo de iluminación.
—¡Desde el principio! Hazlo exactamente igual, Alex —dijo, pero yo negué con la cabeza.
—No quiero.
Me sentía sucio y horrorizado. Sentía la necesidad de darme un baño caliente. Jojo levantó los ojos.
—¿Te encuentras bien?
Negué con la cabeza.
—Tengo que irme —le dije, y ella asintió, para decirme que lo entendía—. Muy bien, atención todo el mundo: volvemos al plan A. Acto tercero. ¡Reunión!
—Gracias —le dije a Jojo, en un susurro, y luego añadí—: Lo siento.
—No pasa nada, Alex. Tómatelo con calma —respondió ella.
Pero yo ya había salido corriendo del escenario para abrir mi taquilla. Cuando llegué a casa, me metí en la bañera con agua caliente hasta que mis dedos se volvieron blandos y rosados.