UN AMIGO INSUPERABLE
Alex
Querido diario:
Faltan tres días para el estreno de Hamlet en la Grand Opera House. Ese sitio me encanta. Todo es de color rojo, y cuando estoy en el escenario me siento más grande, como un gigante. Anoche tuvimos ensayo de Hamlet y, por una vez, todo el mundo se sabía los diálogos. A Jojo se le corrió el maquillaje y, aunque normalmente no le gusta hacerlo, fue a abrazar a Cian y luego nos hizo sentar a todos en círculo en el escenario para hablar de nuestros miedos y esperanzas ante la noche de estreno. Katie fue la primera en levantar la mano.
—Tengo miedo de que mi madre se vuelva loca —dijo, con voz apagada.
Jojo dejó de sonreír y le preguntó a Katie qué quería decir. Katie sólo se encogió de hombros y no dijo nada más, pero no dejó de tirar del elástico de su muñequera hasta que yo le dije que parara. Luego fui yo quien levantó la mano.
—Espero que el público se ponga a gritar y pida un bis —dije.
Terry y Sean soltaron una risita.
—Yo también lo espero —dijo Jojo, guiñándome el ojo—. Aunque creo que es más probable que aplaudan un buen rato si les gusta nuestro espectáculo.
Entonces, Jojo levantó los dedos índice, que es una señal para que todo el mundo guarde silencio.
—Y ahora, decidme, ¿quién de vosotros cree que ha entendido por qué estamos haciendo esta obra?
Todos nos miramos. Al final, Bonnie Nicholls levantó la mano.
—¿Por qué tenemos mucho talento?
Jojo le dedicó una enorme sonrisa.
—Está claro que esa es una de las razones. Gracias, Bonnie. ¿Alguna otra idea?
—¿Porque es una obra muy famosa? —dijo Liam.
Jojo le dijo que sí, pero añadió que tal vez necesitáramos una pista.
—¿Dónde transcurre la obra?
—En Belfast —dije.
—¡Excelente! —exclamó Jojo, y yo me sentí muy orgulloso. Luego se puso muy seria y se apretó los labios con un dedo—. Pero ¿dónde ambientó Shakespeare la obra?
Se oyeron muchos susurros. Vi que Terry cogía el móvil para buscar en Google.
—En Dinamarca —dijo.
—¡Exacto! —gritó Jojo, señalando a Terry—. ¿Y qué dice Shakespeare sobre Dinamarca?
—Que está podrida —dije, en voz baja.
Jojo abrió la boca para decir «¡Excelente!», pero yo levanté la mano otra vez y ella ladeó la cabeza.
—¿Estás diciendo que Belfast está podrida? —le pregunté.
—Sí, está podrida —dijo Terry en voz baja.
Y todo el mundo estuvo de acuerdo.
—¿Del todo? —preguntó Jojo, con una tímida vocecilla—. ¿O sólo un poco?
Bonnie levantó la mano, estirando el brazo cuanto podía.
—A mí me gustan los helados Mauds.
Los helados Mauds sólo se pueden encontrar en Irlanda del Norte, y eso hace que sienta pena por todos aquellos que no viven aquí.
La reina Gertrudis —en realidad su nombre es Samantha, pero quiere que todos la llamemos reina Gertrudis— levantó la mano.
—A mí me gusta la bahía de Helen —dijo.
La bahía de Helen es una playa que se encuentra a cinco kilómetros de mi casa. No he ido nunca, pero la abuela solía enseñarme fotos y parecía un lugar muy bonito.
—Un buen sitio para ir a correr —dijo Jojo, señalando a Samantha—. ¿Algo más?
—A mí me gusta cuando no disparan contra nadie —dije.
Jojo volvió la cabeza hacia mí. Por un instante, todo el mundo guardó silencio.
—¡Eso, eso! —exclamó Liam.
Luego lo dijeron Bonnie, Kate, Samantha, Terry y al final todos. Incluso Jojo.
Unos minutos después, Jojo bajó la cabeza, apoyando el mentón sobre el pecho, y cruzó las manos a la espalda, como suele hacer cuando está pensando. Todos sabíamos que no debíamos decir nada. El escenario se quedó en silencio.
—Al final de la obra hay una frase que contiene un mensaje. Un mensaje de esperanza. ¿Alguien podría decirme qué frase es?
En mi opinión, Hamlet no era una obra que hablara de esperanza. Habla de un joven atormentado por su padre, que lo obliga a matar a alguien para vengarse, aunque eso sólo acaba empeorando las cosas.
—«Nosotros desafiamos a los presagios».
Lo dije en voz baja porque no estaba seguro de lo que esa frase quería decir exactamente, pero era la última de la obra, y Jojo nos había dicho que la había escogido para que la termináramos así, porque significaba que por mucho que el futuro estuviera predestinado, eso no quería decir que nosotros no pudiéramos escoger otro camino.
—¿Cómo, cómo? —dijo Jojo, mirándonos a todos.
—Ha dicho: «Nosotros desafiamos a los presagios» —dijo Katie—. Esta obra habla de nosotros, que decimos que no nos importa lo que haya ocurrido en el pasado, porque podemos decidir nuestro futuro.
A Jojo se le iluminó la cara; empezó a aplaudir, y todos nos unimos a ella. Aplaudimos, gritamos y luego empezamos a cantar «¡Hamlet, Hamlet, Hamlet, Hamlet!», aunque poco a poco se fue convirtiendo en «¡Belfast, Belfast, Belfast, Belfast!». Jojo movía la mano como si nos estuviera dirigiendo; al final, cuando Liam y Gareth empezaron a cantar «¡Celta, celta, celta!», ella volvió a levantar los dos índices. Todos nos callamos.
—Recordad, chicos: esta es una afirmación muy importante sobre quiénes sois y dónde queréis estar —dijo Jojo.
—¡En McDonald’s! —exclamó Liam, jadeando.
Algunos se echaron a reír, pero Jojo sólo nos miraba.
—Esto es más que una obra de Shakespeare. Habla de lo que significa renacer de las cenizas del pasado de Belfast. Tenéis que sentiros orgullosos.
El otro día, después de comer, estaba pensando en el sueño sobre Ruen y la abuela, y me acordé de algo: que cuando Ruen vino al hospital vi que un hilo colgaba de su jersey negro, igual que el sueño. A mí siempre me cuelgan hilos de la ropa, y en el hospital llevaba una bata de la que colgaba uno muy largo en la espalda; hubo un momento en que habría jurado que parecía que el del jersey de Ruen estaba atado al mío. No sé lo que significa eso, pero me produce una sensación muy extraña.
Así pues, decidí decirle que no quería que me estudiara más. Pensé que eso lo pondría furioso. Me daba igual no tener una casa nueva. Pensé que, aunque sería genial y todo eso, lo único que quería era que mamá volviera a ser feliz y que no llorase nunca más. No sabía si ser amigo de alguien significa tener que hacerse favores mutuamente. Anya me dijo que ya se las había arreglado para que pudiera ir a visitar muy pronto a mamá, y estaba muy emocionado por ello, aunque también preocupado por si se moría antes de que pudiera ir a verla. En ocasiones pienso en las veces en que se ha tomado todas esas píldoras, y creo que ella sabe que habría muerto si los médicos no la hubiesen curado. ¿Por qué hace esas cosas? ¿Por qué se quiere morir? Y si se muriera, ¿quién cuidaría de mí?
Anoche apenas dormí. Tenía miedo de que si le decía a Ruen que ya no quiero que me estudie, ya no tendría un amigo del alma. Aún no he entendido por qué quiere estudiarme. Es una estupidez, porque sólo soy un niño de diez años de Belfast, y no un primer ministro, un jugador de fútbol o algo así, y además, él estaba empezando a asustarme. Al principio me hacía reír y me enseñaba a dar respuestas ingeniosas. Como cuando Eoin Murphy convenció a toda la escuela para que me llamara «Culex» en vez de «Alex» y no paraba de decir que yo era un «psicópata gitano y gay». Consiguió que toda la clase se riera de mí, y yo me sentí tan avergonzado que no pude pensar ninguna respuesta, ni una sola palabra. Entonces apareció Ruen y me susurró algo al oído. Justo cuando Eoin había conseguido que todo el mundo cantara «Culex es un tarado», me volví hacia él y repetí lo que Ruen me acababa de decir:
—Eoin, acaban de llamar del zoo. Los babuinos quieren que les devuelvan el culo, o sea que vete buscando una cara nueva.
Todos dejaron de cantar, y Jamie Belsey se rio disimuladamente. Eoin se puso rojo como un tomate. Me miró y dijo:
—¿Te crees muy gracioso, verdad, pequeño psicópata?
Ruen volvió a susurrarme al oído y yo repetí lo que me había dicho:
—Me han dicho que tus padres te llevaron a una exposición canina y que ganaste el primer premio.
Todo el mundo se echó a reír. Eoin se puso muy furioso.
—¿Buscas pelea? —dijo, dándome un empujón, pero yo me mantuve en pie y le contesté lo que Ruen me había dicho que le dijera:
—Me encantaría darte una paliza, pero estoy en contra de la violencia con los animales.
Eoin me dio un puñetazo en el cuello. Me hizo daño, pero aun así me sentía como si hubiera ganado.
Ruen y yo lo hemos pasado muy bien. Ha sido un buen amigo y nos hemos reído de cosas así durante días. Cuando tenía la apariencia del Anciano era como un tío malhumorado que me desafiaba a hacer cosas malas, como bajar del autobús cuando aún no había frenado, copiar los deberes de alguien o robarle el tabaco a la señorita Holland cuando se olvidaba el bolso en su mesa. Sin embargo, luego empezó a asustarme y a ponerse furioso, y cuando estaba a mi lado me sentía raro. Sabía que se enfadaría conmigo, pero pensé que tal vez podría estudiar a otro.
Pensar que tenía que decírselo me puso tan nervioso que durante la noche tuve que levantarme once veces para hacer pis. Tenía las manos y los pies entumecidos, y cuando Guau no quiso subirse a la cama, me levanté y me tumbé en el suelo a su lado, hecho un ovillo.
Esta mañana, cuando me desperté, Ruen seguía abajo. Era el Anciano y estaba sentado en el viejo sillón azul de papá, con los pies encima de la vieja mesita de la abuela y las manos cruzadas sobre su abultada barriga, como si me estuviera esperando. Eso me sorprendió. Lo segundo que me sorprendió fue que estaba muy sonriente. Parecía que hubiera acabado de ganar un premio o algo así. Jugueteaba con su pajarita y se lamía la palma de la mano para alisarse las canas, que crecían en su cabeza como si fueran dientes de león. Cuando entré en el salón se levantó, con las manos a la espalda, y torció la boca en una sonrisa que le daba el aspecto de estar resfriado.
—Alex, mi querido muchacho —dijo—. Tengo una noticia maravillosa.
A decir verdad, no quería escuchar esa noticia. Estaba muy cansado y sólo quería soltar el discurso que había ensayado y que al final había resumido así: «Ruen, sé que somos amigos y todo eso, pero ya no quiero que sigamos siéndolo».
Sabía que él quería que le preguntara cuál era esa noticia, y por eso no lo hice. Me quedé allí, mirándolo fijamente, hasta que tía Bev, que estaba en la cocina, entró. Llevaba unos vistosos pantalones cortos, muy ajustados, y una camiseta igualmente vistosa que dejaba ver su estómago, lo que significaba que pensaba ir a hacer escalada. Se puso las manos en las caderas y me miró, lanzando un suspiro.
—¿Es realmente necesario comer tostadas con cebolla por quinta vez consecutiva? La cocina apesta.
—Sí —dije, y me volví hacia Ruen.
Tía Bev dijo que prepararía un «exquisito revuelto norirlandés o puede que unas gachas», pero yo la ignoré y al final volvió a la cocina.
Ruen se dirigió hacia el pasillo y me hizo un gesto con la mano para que lo siguiera. Bostezando, fui tras él. Pasé junto a los abrigos que colgaban de la percha (todos de tía Bev, parece que los coleccione) y le di una patada a la vieja y deshilachada alfombrilla roja que hay en la entrada. Ruen estaba de pie junto al piano del abuelo, con las manos a la espalda y una sonrisa boba en su feo rostro.
—Alex —dijo—. Te he encontrado una casa nueva.
En ese momento, mi corazón empezó a latir a toda velocidad y me arrepentí de haber pensado que era un estúpido.
—¿En serio?
Ruen respiró profundamente y su sonrisa se ensanchó.
—Hoy mismo, Anya te dirá que tu madre y tú os vais a trasladar a una preciosa casa nueva, con jardín y todo lo que me pediste.
No sabía qué decir.
—No sé qué decir —dije.
—Podrías empezar por darme las gracias —contestó Ruen, inclinando la cabeza para recordármelo.
Quería hacerlo, porque le estaba muy agradecido, pero aún seguía enfadado con él. El otro día me asustó, y no me gustó nada.
Dejó de sonreír y frunció el ceño, como de costumbre.
—¿Qué ocurre, Alex? —dijo—. Pensé que te pondrías muy contento al saber que te había conseguido lo que más deseabas. ¿No te parece que es un poco ingrato de tu parte?
Miré la alfombrilla roja que había en el suelo. Era tan vieja que parecía un amasijo de hilos entrelazados, pero clavé los ojos en ella para no tener que mirar a Ruen. Me asustaba al pensar que tal vez no consiguiéramos la casa, pero entonces me dije que se trataba de Ruen y que me había ayudado mucho en el pasado y que nunca había dejado de cumplir su palabra.
—Dime, ¿qué es lo que más odia tu madre? —me preguntó, alzando la vista hacia el techo y chasqueando la lengua.
—La gente desagradecida —respondí.
—Exacto.
Tía Bev me llamó desde el salón. Desde el pasillo vi que ponía sobre la mesa un plato de cebollas con tostadas.
—Tú tendrías que haber nacido en Francia —dijo tía Bev, y después se dio la vuelta y se metió de nuevo en la cocina.
Antes de volver al salón lancé una mirada a Ruen. Me senté a la mesa y me quedé mirando las cebollas. No me apetecían. Ruen apareció en la silla que tenía frente a mí. Parecía muy preocupado.
—Alex —dijo, haciendo eso con las manos, el gesto de formar un triángulo con los dedos, sólo que tiene las uñas tan largas que los dedos no se tocan—. ¿Es por esa doctora, Alex? Está haciendo muchas preguntas, ¿eh? —De pronto, por su voz, me pareció que estaba realmente preocupado por mí y me pregunté si sería así—. ¿Está empezando a molestarte, verdad? Tal vez pueda ayudarte con eso.
Sabía que tía Bev podría oír lo que pensaba decir a continuación, pero me daba igual. Miré a Ruen y dije:
—¿Por qué me estás estudiando?
—¿Qué dices, cielo? —preguntó tía Bev, asomando la cabeza por la puerta de la cocina.
Ruen miró a tía Bev y luego a mí. Sentí un repentino calor en el corazón y luego un nudo en la garganta. Le repetí la pregunta.
—¿Por qué me estás estudiando? No soy un jugador de fútbol.
Ruen entrelazó las manos, deshaciendo su triángulo. Sus ojos se hicieron más pequeños y se llenaron de rabia.
—No me gusta que me estudien —dije—. Ni tú ni Anya. Lo único que quiero es que mamá vuelva a casa, ¿de acuerdo? Y me da igual que vuelva a esta casa o a una preciosa casa nueva con un precioso jardín. ¡Puedes quedarte con tu casa!
Tía Bev se acercó a mí con cara de preocupación. Miró la ventana y luego a mí.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó.
Asentí con la cabeza. Iba a contarle una bola sobre un pájaro que se había posado en el alféizar de la ventana y que por eso había gritado, pero entonces noté un nudo en la garganta. De pronto me sentí triste y enfadado. Tía Bev se arrodilló junto a mí, y eso hizo que pareciera más bajita que yo y pude ver las pecas que tenía en la frente.
—¿Tienes miedo, verdad? —me preguntó.
Asentí con la cabeza, pero no le dije de qué tenía miedo. Ella me rodeó con los brazos. Me estuvo abrazando durante un buen rato. Al principio quería que me soltara, pero luego tuve la sensación de que podía quedarme dormido entre sus brazos. Al cabo de unos momentos sentí calor y tenía ganas de rascarme, de modo que la aparté delicadamente. Ella me miró y sonrió.
—No te abrazaba así desde que eras un bebé —dijo, secándome la cara, y me di cuenta de que tenía una lágrima en la mejilla—. Tú naciste prematuramente, ¿lo sabías?
Tuve que pensar qué significaba «prematuramente».
—Eras así de pequeño —dijo, juntando mucho las manos. Se quedó mirando el espacio que había entre ellas durante tanto tiempo que estaba esperando que apareciera un bebé de verdad. Luego alzó la vista para mirarme y vi que le brillaban los ojos—. Parecías un pajarito. Todos los médicos decían que era un milagro que estuvieras vivo. —Extendió una mano hasta mi cara y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Al día siguiente tuve que volver al trabajo, pero la abuela, cuando podía, me mandaba fotos tuyas. Prometía que vendría a verte más a menudo, pero…, bueno, ya lo comprenderás cuando seas mayor. —Hizo una pausa muy larga. Yo me preguntaba si ya habría terminado, pero entonces me cogió las manos, estrechándolas con fuerza—. Esto sí puedo prometértelo, Alex: ahora estaré a tu lado.
Estaba tan cerca de mi cara que sentí que el nudo de la garganta se hacía cada vez más grande y tenía miedo de vomitar, por lo que solté las manos de entre las suyas y salí corriendo escaleras arriba.
—¿Alex? —me llamó tía Bev.
Pero yo subí directamente a mi habitación y bloqueé la puerta apoyando una silla contra el pomo.
Unos segundos después, Ruen apareció en la silla. Casi me muero del susto. Era Cabeza Cornuda. Vi que tenía sangre coagulada en el alambre de púas que había junto a su pecho velludo y me sentí atrapado, porque no había ninguna salida. Tenía la maza metálica en la mano y la luz que entraba por la ventana hacía brillar la punta.
—Vete a estudiar las bacterias —le dije.
—¿Quieres saber por qué te estudio? —susurró en mi cabeza la voz de Ruen.
Me froté los ojos y crucé los brazos, pero no dije nada. Tenía la sensación de que alguien hubiera vaciado mi pecho con una cuchara de metal y estaba enfadado conmigo mismo por haber rechazado a tía Bev. Tal vez ella pudiera hacer que Ruen se fuera. Aunque gritara, no creía que pudiera oírme. Mamá nunca me oía.
—Pensaba que ya lo habías entendido, Alex —dijo Ruen entre dientes.
Cerré los ojos. Me desagradaba que Ruen no tuviera cara. A veces aparecían algunas partes de ella: dos ojos azules, una boca como la mía. Pero era tan raro que no podía mirarlo.
—No sé por qué razón, pero al parecer no conseguimos tentarte. Ninguno de nosotros parece ejercer un efecto en ti. Y debemos saber a qué se debe.
Iba a preguntarle por qué, pero no lo hice. Mantuve los ojos cerrados.
—Si me dijeras simplemente por qué, puede que fuera capaz de dejar de estudiarte tan intensamente —continuó.
Pensé en ello. Al cabo de un rato, me obligué a abrir los ojos y a mirarlo. Me fijé en el cuerno rojo que tenía en la frente. Parecía un líquido flotando hacia arriba.
—Supongo que no me gusta que la gente me diga lo que debo hacer.
—Admirable. Encomiable —susurró Ruen.
Entonces se convirtió en el Anciano y yo lancé un gran suspiro de alivio. Se levantó y se dirigió hacia la ventana, con las manos a la espalda, como de costumbre. Miré la puerta de reojo y quité la silla, pero justo en ese momento Ruen apareció ante mí.
—Alex, prometo no decirte lo que debes hacer. Ya sé que no podemos tentarte, de modo que tienes mi palabra. Ni siquiera trataré de tentarte. Tienes demasiada fuerza de voluntad, incluso para los que son como yo. —Lanzó una risotada que acabó convirtiéndose en tos—. Esa casa te va a encantar, Alex. ¿Seguimos siendo amigos?
Pensé en la casa nueva y me sentí más feliz.
—Sí, Ruen. Seguimos siendo amigos.