Se diría que Kula y Vlasópulos están al acecho, porque salen corriendo al pasillo en cuanto llego y abro la puerta de mi despacho. Por sus caras deduzco que ambos tienen algo que contarme y están impacientes por hacerlo. Empiezo por Vlasópulos.
—Adelante, dime lo que tienes que decir.
—Ninguna compañía aérea que vuela a Europa o a América ha expedido un billete a nombre de Nasiotis. No obstante, estamos investigando si salió hacia África o Asia.
—Vale, sigue —contesto, aunque estoy convencido de que no encontrarán nada. Nasiotis está en Grecia—. Te lo repito, si sigue en el país, en ningún caso debemos permitir que se nos escape y tengamos que buscarle con la ayuda de la Interpol.
—Si está aquí, no se nos escapará —me asegura Vlasópulos, que sale de mi despacho para continuar con sus pesquisas.
Me vuelvo hacia Kula:
—Dime qué has encontrado.
—Ayer estuve buscando hasta tarde y di con algo que podría interesarnos. Existe un hombre llamado Nikólaos Nasiotis, hijo de Yerásimos Nasiotis.
—¿Crees que ese Nikólaos es el padre de Yerásimos Nasiotis? No sería raro que se llamara como el abuelo.
—Podría tratarse de una simple coincidencia, pero ¿no sería demasiada coincidencia?
—Lo es. ¿Dónde se encuentra ahora ese Nikólaos Nasiotis?
—En ningún sitio. Murió hace un año. Y aquí viene la sorpresa.
—¿Cuál es la sorpresa?
—Nasiotis tenía una tienda en la esquina de la calle Sosopóleos con Alkamenus. Hasta el momento no ha aparecido ningún heredero que reclame la propiedad.
—¿Estás segura?
—Del todo. Si Yerásimos Nasiotis fuera el heredero, ¿no sería lógico que se hubiera presentado?
—Sí, pero la lógica no tiene nada que ver con este caso.
Si Nasiotis tenía ya planeados los asesinatos cuando su padre murió, no podemos descartar que retrasara la reclamación de su herencia para que no pudiéramos localizarle. En cualquier caso, merece la pena hacer una visita a la tienda de Nikólaos Nasiotis.
—Iremos a echar un vistazo a la tienda. Llama a Dermitzakis y ocupaos de pedir un coche patrulla.
Antes que el coche patrulla, sin embargo, necesito otra cosa, algo que sólo Guikas puede proporcionarme. Le informo de los últimos acontecimientos.
—¿Crees que hemos encontrado una veta? —pregunta.
—Hay vetas de oro y vetas de carbón. Ya veremos. En cualquier caso, Nasiotis tiene que estar en Grecia y no podemos descartar que la tienda perteneciera a su padre. Necesito que me consiga una orden de registro. Si la solicito yo, puede que no me la den enseguida y me gustaría disponer de ella de inmediato.
Guikas llama a la fiscalía y les dice en tono dramático que el sospechoso podría escapar al extranjero porque no disponemos de pruebas suficientes para detenerle.
—Ahora mismo nos la mandan —me dice.
—Esperemos no habernos equivocado —respondo, y bajo a mi despacho.
Ya en el ascensor, me doy cuenta de que se me ha escapado algo. Si Nikólaos Nasiotis está muerto y nadie ha reclamado la herencia, entonces la tienda tiene que estar cerrada. Llamo a Dimitriu y le pido que mande a un cerrajero a la esquina de Sosopóleos con Alkamenus.
Dermitzakis pone en marcha la sirena, sale a la avenida Patisíon y desde allí entra en Kefalinías para bajar hasta Sosopóleos, que es su continuación después del cruce con la avenida Ajarnón. Aparca en Sosopóleos, enfrente de Alkamenus.
La propiedad de Nikólaos Nasiotis es un inmueble de dos plantas. La tienda está en la planta baja, y en la primera, la vivienda. Es una de esas construcciones de doble uso, que se edificaron hasta finales de los años setenta. La entrada a la tienda da a la calle Sosopóleos y la de la vivienda, a Alkamenus. Ambas están cerradas a cal y canto. Las persianas al viejo estilo están cerradas y la persiana metálica de la tienda está bajada.
Nos quedamos en la acera esperando al cerrajero mientras delante de nosotros desfilan inmigrantes del mundo entero: rusos y pontios [16], rumanos, búlgaros, afganos y paquistaníes. A los griegos se les tiene que buscar con lupa.
El cerrajero aparece media hora más tarde.
—¿Por dónde empiezo? —pregunta.
—Primero, la puerta de la vivienda.
Tarda dos minutos en abrirla. Nos encontramos delante de una escalera que conduce a la primera planta. Al lado, un pequeño rellano y, dos escalones más abajo, una puerta cerrada. Es la puerta que conduce a la tienda y que facilita el acceso de un espacio al otro sin salir a la calle.
—Vamos a la casa primero —digo al cerrajero y a los míos.
Es un piso de dos dormitorios, una sala de estar, una cocina y un cuarto de baño. Lo recorremos rápidamente. A primera vista queda claro que la vivienda está deshabitada desde el día en que murió su propietario. Si Yerásimos Nasiotis es hijo de Nikólaos, desde luego no se aloja aquí. Dermitzakis da a un interruptor inútilmente, porque no hay suministro eléctrico.
Bajamos a la tienda. El cerrajero abre la puerta. Soy el primero en entrar y casi me rompo la crisma porque caigo encima de una moto. Dermitzakis da al interruptor que hay junto a la puerta y esta vez se enciende la luz.
—¡La moto! ¡La hemos encontrado! —exclama triunfalmente.
Por lo que puedo deducir a simple vista, es de cilindrada media, aunque su rasgo más importante es el baúl portaequipajes.
—Hay dos contadores, y él sólo paga el suministro de luz para la tienda —dice Kula, sacando la conclusión acertada.
El local es uno de aquellos antiguos comercios en los que vendían de todo: periódicos, tabaco, folios y hasta comestibles de primera necesidad. Encima del mostrador hay unos pantalones vaqueros, una camisa y una cazadora, todo viejo y sucio. Al lado, una pequeña gorra de béisbol. No me cabe la menor duda de que es la ropa que ha utilizado Nasiotis para trasladar a sus víctimas a los recintos arqueológicos. A todas luces, emplea la tienda para guardar sus cosas pero no vive en ella para no despertar sospechas. Una precaución excesiva, porque ninguno de los inmigrantes que pueblan la zona sería capaz de reconocer al hijo de Nikólaos Nasiotis.
No hay señal de las armas asesinas en la tienda, pero Dermitzakis se acerca a la moto y abre el baúl portaequipajes. Allí está todo, el arco y la flecha, una caja con una jeringa y un frasco lleno de líquido.
—Ya lo tenemos —anuncia con satisfacción.
—Debería haber un coche —observa Kula—. No pudo trasladar los cadáveres a los recintos arqueológicos en moto.
—Cierto, aunque quizá fuera robado. También lo encontraremos.
Llamo a Dimitriu y le digo que venga enseguida con todo su equipo. Le pido que traiga un segundo vehículo sin señas identificativas.
—¿Qué hacemos nosotros? —pregunta Kula.
La miro. Va de paisano, como todos en Jefatura.
—Yo me vuelvo al despacho. Dermitzakis y tú, montad guardia para vigilar la tienda, por si vuelve Nasiotis. El segundo coche que traerá Dimitriu es para vosotros. Si Nasiotis aparece, le seguís y me avisáis de inmediato.
Mientras llega Dimitriu, llamo a Guikas y le anuncio que hemos encontrado el zulo de Nasiotis.
—Ahora, si quiere, ya puede informar al ministro —añado.
—Si pillas al asesino, tienes el ascenso en el bolsillo —responde él.