Dejo el Seat en el aparcamiento al aire libre de la calle Almirante Nikódimos y me dirijo a la calle Zéspidos andando, como en mi anterior visita a las oficinas del servicio arqueológico del Cerámico. Me abre la puerta la misma colaboradora de Merenditis que me abrió la primera vez. Está claro que el encargado la ha informado, porque la mujer dice sin tardanza:
—Pase, señor comisario. El señor Merenditis le está esperando.
Éste me recibe con una gran sonrisa.
—¿Hay alguna novedad? —pregunta.
—Por desgracia, no. Por eso estamos recabando toda la información posible, a ver si descubrimos algo nuevo.
—¿Y usted ha venido para que mis colaboradores y yo le demos esa información?
—No, señor Merenditis. He venido para hacerle algunas preguntas relacionadas con Yerásimos Nasiotis.
—¿Con Nasiotis? —pregunta, confundido—. ¿Qué relación puede tener con los asesinatos?
—Probablemente ninguna, pero, como le he dicho, queremos reunir información.
—Apenas conozco a Nasiotis, pero dígame qué quiere saber y tal vez pueda ayudarle.
—¿Sabe si Nasiotis se encuentra en Grecia en estos momentos?
—Nasiotis vive y trabaja en Alemania. Sólo viene a Grecia cuando le encargan alguna grabación. Que yo sepa, en estos momentos no tiene ningún encargo. Con los recortes que hemos sufrido, nos limitamos a imprimir carteles y material publicitario, sobre todo para el extranjero, y para eso no necesitamos a Nasiotis. Me imagino, por lo tanto, que debe de estar en Alemania o en algún otro país europeo.
—¿Podríamos comprobarlo?
—Preguntaré a Stefanidis. Quizá él esté al corriente.
—¿Puede preguntarle también dónde se aloja cuando viene a Grecia?
Aunque no hace el menor comentario, su expresión trasluce que todo esto le parece un poco misterioso. Telefonea enseguida a Stefanidis, de la Dirección General de Arqueología, y le transmite mi pregunta. Escucha las explicaciones y cuelga el auricular.
—Me ha confirmado que, últimamente, a Nasiotis no se le ha encargado ninguna grabación. Le parece del todo improbable que esté en Grecia en estos momentos. En cuanto a dónde se aloja cuando viene, lo desconoce. En los contratos siempre declara su dirección en Alemania. No sé dónde vive cuando visita Grecia.
Esto significa que, si se encuentra en Grecia, Nasiotis no ha contactado con nadie. Si fue a ver a Jomatás, fue porque estaba convencido de que éste había perdido todo contacto con los servicios arqueológicos y, en consecuencia, no revelaría a nadie su visita.
—¿Sabe si Nasiotis hacía otros trabajos en Grecia, aparte de los deuvedés que grababa para los recintos arqueológicos?
—No lo creo —responde Merenditis, pero de pronto duda—: Ahora que lo dice… —añade.
—¿Qué?
—Cuando vino a grabar los vídeos me dijo que pensaba proponer un nuevo tipo de presentación audiovisual, algo completamente novedoso, según afirmó. No me contó los detalles aunque sí me explicó que el sistema se basaba en una combinación de sonido e imagen que permitiría a los visitantes no sólo elegir el tipo de presentación, sino que fuera acompañada de imágenes detalladas. No me pregunte cómo funciona exactamente ese sistema, porque no tengo la menor idea.
A mí tampoco me interesan los detalles, que, en todo caso, no sería capaz de entender.
—¿Qué pasó con el proyecto? —me intereso.
—Nada, porque topó con la burocracia griega. Al principio se pasaron meses diciéndole que lo estaban estudiando. Usted ya sabe cuánto tiempo necesitan los burócratas de la administración para decidir. Luego empezaron a pedirle cada vez más documentación. Un día vino a verme fuera de sí. Me dijo que este país sólo sabe poner obstáculos en el camino de los que quieren trabajar y tienen algo que ofrecer. Al final, lo dejó todo plantado y volvió a Alemania. Al poco tiempo apareció un tal Panoritis con la misma idea de Nasiotis y le encargaron el proyecto.
Si Maña se refería a ese tipo de trauma como móvil capaz de mover al asesinato, me quito el sombrero ante ella. Personalmente, me parece un poco exagerado. Si cada griego que ha topado con la burocracia se hubiera puesto a matar, ya habríamos perdido a la mitad de la población griega. Claro que Nasiotis es más alemán que griego, y no se me antoja tan inverosímil que nuestra burocracia pueda convertir a un alemán en asesino. Se me ocurre que podría hablar con Stefanidis en la Dirección General de Arqueología, pero descarto la idea. La tecnología no es lo mío y lo más probable es que no entienda ni una palabra del sistema propuesto por Nasiotis. En última instancia, lo que importa no es el sistema en sí, sino las posibles consecuencias del comportamiento de los responsables públicos.
Vuelvo a Jefatura por unas calles tranquilas, sin marchas ni enfrentamientos entre policía y manifestantes.
Al verme llegar, Vlasópulos acude a toda prisa a mi despacho.
—Hemos averiguado cuándo entró en Grecia —anuncia—. Fue el 2 de mayo, es decir, apenas dos semanas antes del descubrimiento del cadáver de Korasidis en el cementerio del Cerámico. Siguen buscando otras posibles entradas y salidas del país desde entonces.
Dos semanas, las transcurridas entre su llegada a Grecia y el primer asesinato, son más que suficientes para que Nasiotis ultimara todos los preparativos y pasara a la acción.
—Que sigan investigando —digo a Vlasópulos—. Además, si alguna compañía aérea encuentra un billete expedido a nombre de Yerásimos Nasiotis, que nos avise enseguida. Si todavía se encuentra en Grecia, tenemos que impedir su partida.
Después llamo a Kula.
—¿Algún progreso con el apellido Nasiotis? —pregunto.
—He localizado una quincena de nombres y los estoy investigando uno por uno. Todavía no tengo nada.
Hemos entrado en la fase de la paciencia, que, de hecho, es la de la exasperación.