Bajo por segunda vez la calle Mizimnis hacia la avenida Ajarnón. Doy fácilmente con la casa de Jomatás, pero no con una plaza de aparcamiento. Salgo a Ajarnón, donde tampoco hay espacio, ni siquiera para un cochecito de bebé. Me inclino a dar la razón a Vlasópulos, que sostiene que los atenienses usan menos el coche para ahorrar en gasolina. Doy la vuelta a tres manzanas y a punto estoy de perder los nervios cuando, de pronto, en la calle Filis me topo con un conductor que se dispone a marcharse.
Jomatás, sentado delante de su televisor en blanco y negro, está viendo uno de esos programas en los que todos los contertulios hablan a la vez sin que, en realidad, nadie diga nada. El hombre siente la necesidad de justificarse por haber dejado el trabajo para dedicarse al jaleo televisivo.
—De todas formas, con la crisis, el trabajo disminuye —explica—. Y todavía es más grave en mi caso, porque estuve en la cárcel y nadie quiere hacer negocios con un hombre estigmatizado. Hago unas cuantas estatuillas y voy de tienda en tienda para venderlas, pero la gente ya no compra, todo el mundo vende a precio de saldo. —Luego recuerda nuestro primer encuentro—: No le he llamado porque no se me ha ocurrido nada. Para serle sincero, ni siquiera he vuelto a pensar en eso. Tengo otras preocupaciones más graves.
—Hoy te he visto en un vídeo —le digo.
—¿En un vídeo? —se extraña.
—En uno de esos deuvedés sobre los recintos arqueológicos.
Enseguida se acuerda.
—Ah, sí, una de aquellas grabaciones que hacía Nasiotis. —Se le escapa una risa amarga—. Me pilló justo antes de que me metieran en la cárcel. Si no, no me habría encontrado ni a mí ni a mi taller.
Intento abordar el tema dando rodeos, para no preguntarle directamente sobre Nasiotis y despertar sospechas.
—Ése era sobre Pnyx y la Colina de Filopapos —comento—. Muy informativo.
—Es que ese hombre sabe bien lo que hace. Estudió en Alemania y allí te forman a conciencia para ser un buen profesional. No como nuestra enseñanza de pacotilla.
—Vaya, le conoces bien —concluyo.
—Bueno, no tanto. Vino a verme un par de veces, antes de grabar el vídeo, para saber dónde y cómo trabajaba. Después perdimos el contacto, porque a mí se me complicaron las cosas, como ya sabe. —Vuelve a sonreír con amargura—. Hace un par de días, sin embargo, hizo algo que me conmovió.
—¿Qué hizo?
—Se presentó aquí para verme. Se enteró de mis dificultades y vino a saludarme y a animarme un poco. La verdad, me llegó al alma. Nadie más ha llamado a mi puerta desde que salí de la cárcel.
Me esfuerzo por no mostrar mi agitación, porque ya no me diría nada más.
—Por casualidad, ¿no sabrás dónde vive?
—No, pero me dijo que estaba en Atenas de paso y que se marchaba dentro de un par de días.
—Muy bien. Hemos terminado. Sólo he venido para saber si te habías acordado de algo y se te olvidó llamarme.
—Ya le he dicho que tengo otros quebraderos de cabeza.
—No importa. Si recuerdas cualquier cosa, llámame.
—Si me acuerdo, le llamaré. Tengo su número de teléfono. —Señala la tarjeta que le dejé y que él guarda encima de la mesita, delante del televisor.
De pronto, tengo la sensación de que se me ha abierto una ventana donde menos lo esperaba. Tan excitado me siento al salir de la casa de Jomatás que no recuerdo dónde he aparcado el Seat y empiezo a buscar por las calles cercanas. Al final, lo encuentro en Filis, donde lo he dejado.
Esta mañana Nasiotis me ha dicho que había estado en Taormina y después en Roma. Sin embargo, en algún momento ha viajado a Atenas. ¿Quién me asegura que sólo estaba de paso, como le dijo a Jomatás, y que no ha estado en Atenas todo este tiempo en que ha actuado el Recaudador Nacional? Si eres cauteloso y sabes cubrirte las espaldas, no es difícil pasar inadvertido en una gran ciudad. Además, Nasiotis vive en Alemania y sólo viene a Atenas de vez en cuando, de manera que no conoce a tanta gente que pueda reconocerle y ponerle en un aprieto. ¿De qué datos dispongo que confirmen que no se ha movido de Italia, como él alega? Cuando llamo a su teléfono fijo en Alemania salta siempre el contestador y, cuando llamo a su teléfono móvil alemán, Nasiotis contesta siempre enseguida y afirma encontrarse en Italia. Pero esto no significa nada. Cualquiera puede contestar desde un móvil comprado en Alemania y decir que está en Italia cuando, en realidad, está en Grecia.
Me entran ganas de darme de cabezadas contra el volante por no haber pensado antes en comprobar si verdaderamente estaba en Italia. Bastaba con contactar con la policía italiana para obtener una respuesta en menos de dos días. No lo hice porque nunca sospeché de él. Todos, yo el primero, buscábamos a un griego, no a un alemán de origen griego. No te precipites, Jaritos, me digo. No es seguro que Nasiotis sea el Recaudador Nacional. Pero, a pesar de todo, estoy convencido de que algo tiene que ver con el asesino. Por lo tanto, si lo localizamos, pillaremos al Recaudador Nacional o, cuando menos, habremos encontrado un puente que nos conduzca hasta él.
Es lo que he estado diciendo y esperando tanto tiempo: no puede ser, en algún momento cometerá un error. «Equivocarse es humano», suele decirse. Es posible que Nasiotis haya cometido un error muy humano.
Estoy tan absorto en mis pensamientos que no me he dado cuenta de que he llegado a la avenida Alexandras. Recupero el aliento en la antesala del despacho de Guikas.
—Tendrá que esperar, está hablando con el ministro —me dice Stela.
Me tiene en ascuas durante diez minutos. Luego Stela informa a Guikas de mi presencia y me anuncia que puedo pasar. Me encuentro delante de un superior satisfecho.
—El ministro está muy complacido con nuestros progresos. Quiere que nos pongamos enseguida en contacto con la policía alemana.
—Lo haremos, no tenemos nada que perder, pero es en otra parte donde debemos investigar.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Guikas, intrigado.
Le cuento con todo detalle mi reciente conversación con Jomatás.
—En mi opinión, Nasiotis no se encuentra ni en Italia ni en Alemania, sino en Grecia. Lo más urgente es hablar con los aeropuertos y las compañías aéreas para averiguar sus fechas de entrada y salida del país. Tenemos que comprobar si se encontraba en Grecia cuando se cometieron los cuatro crímenes.
—¿Crees que él es el Recaudador Nacional?
—No puedo asegurarlo. Antes me gustaría averiguar dónde estaba cuando se cometieron los asesinatos. No obstante, estoy casi convencido de que tiene algo que ver con el Recaudador Nacional.
—Informaré al ministro enseguida —dice Guikas y se precipita al teléfono.
—No lo haga todavía.
—¿Por qué? —se extraña.
—Porque es mejor no abrirle el apetito hasta que estemos seguros de poder saciarlo.
—Tienes razón —reconoce Guikas y desiste de llamar—. Pediré de inmediato que comprueben las entradas y salidas de Nasiotis en los aeropuertos. Y quiero que me mantengas informado en todo momento.
—Como siempre.
—Ese «como siempre» debe de ser un eufemismo, ¿no? —responde él con malicia.
Nada más llegar a mi despacho llamo a mis ayudantes.
—Quiero que lo dejéis todo y os pongáis a investigar a fondo a la familia de Yerásimos Nasiotis. Quiero saber si tiene parientes en Grecia y dónde viven. Sobre todo, me interesa saber si tiene familia en Atenas. Además, necesitamos averiguar si tiene propiedades inmuebles en el país: tiendas, casas, pisos, lo que sea.
—¿Lo hemos pillado? —pregunta Vlasópulos.
—No nos precipitemos. Hemos encontrado una pista, pero aún no sabemos adonde nos conducirá.
De inmediato ponen manos a la obra.
Recuerdo lo que me dijo Laganá sobre un posible trauma en el pasado del asesino. Averiguar si Nasiotis tiene algún trauma me facilitaría los siguientes pasos. Aún no sé siquiera si es así, ni cuál podría ser ese trauma. Pero sé por dónde debo empezar a buscar.