El paréntesis de ayer con Zisis fue muy agradable, pero esta mañana las preocupaciones me atacan con la beligerancia de siempre. Mientras conduzco me devano los sesos preguntándome de qué hilos he de tirar para acercarme al Recaudador Nacional. Maña Laganá sugería que empezara con los arqueólogos. Muy bien, pero ¿cómo? ¿Pregunto a Merenditis quién le parece sospechoso y ataco por allí? ¿Por dónde empezar, en este país lleno de restos de la Antigüedad, este país donde los nuevos arqueólogos salen como setas? Entro en mi despacho atolondrado, con la intención de ordenar mis pensamientos y trazar un plan de acción, cuando me interrumpe la aparición repentina de Kula.
—Le busca el señor director. Ha dicho que vaya a su despacho en cuanto llegue. Es urgente.
Las urgencias de la policía son como las de los hospitales: casi siempre tienen que ver con algo desagradable. Dejo para después el café y el cruasán y subo a la quinta planta. Guikas me espera. Con él están Lambrópulos, de Delitos Informáticos, y Spiridakis, de Delitos Económicos.
—Siéntate, hay buenas noticias —anuncia.
—No se precipite, que no sé si serán buenas para Kostas. En cualquier caso, hay novedades —dice Lambrópulos volviéndose hacia mí—. Hemos averiguado cómo se hizo con las contraseñas para entrar en Taxis.
—¿Cómo?
—Lo hizo desde Alemania. No hubo muchos intentos, sólo dos. Según parece, reunió los datos que le interesaban y no entró más. Nos hemos puesto en contacto con la policía alemana para solicitar su colaboración. En cuanto tenga más noticias, le informaré.
—¿Es posible que volviera a entrar después de cambiar los códigos de acceso? —pregunto a Spiridakis.
—No, señor comisario. Debió de entrar de noche. Pasó un par de noches en vela, tomó la información que buscaba y cerró la vía de acceso. Dudo mucho que los alemanes puedan localizarle. Mucho me temo que lo hizo desde un ordenador que no es el que usa habitualmente. Puede que lo comprara a propósito y lo tirara después de terminar el trabajo.
—Por eso nos ha costado tanto localizarle —añade Lambrópulos—. Cuantas más veces se accede, más fácil es localizar al intruso. El tipo entró sólo dos veces. Es inteligente y tiene experiencia. Sabía que nos sería más fácil pillarle si entraba muchas veces.
—En cualquier caso, ya es un primer paso. Informaré de inmediato al ministro y al director general —anuncia Guikas satisfecho.
—Dale recuerdos de mi parte —dice Lambrópulos—. Imagino que le alegrará saber que el dinero invertido por el Estado en la Unidad de Delitos Económicos no fue en vano, como él pensaba.
—¿Qué vas a hacer, Kostas? —me pregunta Guikas.
—La única persona relacionada con Alemania que ha surgido en el curso de la investigación es Nasiotis —respondo y le cuento lo referente a él—. Claro que podría haber otros diez arqueólogos con conexiones en Alemania. Por otra parte, no veo por qué Nasiotis cometería esos crímenes. Goza de una posición social acomodada, tiene una empresa próspera en Alemania, y recintos arqueológicos de todo el continente europeo le encargan vídeos informativos. También ha colaborado con los servicios arqueológicos de Grecia. Según Laganá, el asesino está vengándose de algo que nosotros desconocemos. Yo opino como ella y no se me ocurre ninguna razón por la que Nasiotis quisiera vengarse.
—Sin embargo, como sólo tienes un link, has de investigarlo —dice Guikas, soltando su segunda americanada, para que haga juego con el profile.
—Es lo que me propongo hacer.
—Entretanto —recuerda Guikas—, aumentaremos las patrullas en las zonas menos frecuentadas por la noche para evitar un nuevo golpe del Recaudador Nacional o, al menos, para ponérselo más difícil. Evidentemente, esto significa que dejaremos vía libre a los ladrones y a las pandillas que actúan en el área que cae debajo de la avenida Patisíon, porque no damos abasto.
Nadie comenta nada, ya que todos sabemos que la suspensión de las convocatorias para nuevas plazas ha creado grandes lagunas. Desvestimos a un santo para vestir a otro.
En el camino de regreso a mi despacho se me ocurre una idea y enseguida telefoneo a Merenditis.
—Señor Merenditis, ¿podría disponer de la serie de los deuvedés que hizo Yerásimos Nasiotis para los recintos arqueológicos?
—Por supuesto, creo que los tenemos todos. Mande a alguien para que los recoja. Por desgracia, no dispongo de personal para enviárselos.
—No hay problema. Irá uno de mis hombres.
Envío a Dermitzakis a buscar los deuvedés y llamo a Nasiotis por teléfono. Salta el contestador de su número fijo en Alemania, que me pide, en alemán y en griego, que deje mi mensaje. Cuelgo y le llamo al móvil.
—Señor comisario —me dice—, sé muy bien que tengo una deuda con usted. Le prometí que, en cuanto llegara a Alemania, iría al consulado a prestar declaración, pero, desafortunadamente, de Taormina tuve que trasladarme enseguida a Roma. Todavía no he regresado a Alemania. Volveré a principios de la semana que viene y me ocuparé del tema enseguida.
Por un instante, me pasa por la cabeza la idea de preguntarle si hay otros griegos alemanes, como él, que hagan el mismo trabajo que él en Grecia, pero me callo. Si Nasiotis tiene algo que ver con el Recaudador Nacional, le pondría sobre aviso.
—Le ruego que no se olvide de presentarse en el consulado para declarar, es muy urgente —me limito a decirle.
—No se preocupe, tendrá mi declaración a principios de la próxima semana. Tiene mi palabra.
Cuelgo y salgo a la caza y captura de un televisor, porque me urge ver los deuvedés en cuanto lleguen a mis manos. Guikas tiene un aparato en su despacho, pero no quiero ver las grabaciones con él ni con nadie más. No espero descubrir nada extraordinario, pero, si encontrara algo, quiero poder sacar mis propias conclusiones con tranquilidad, con la mente despejada y sin comentarios ajenos que puedan descentrarme.
—No encontrará ningún televisor exclusivamente para usted —me dice Kula—, pero le propongo otra solución. ¿Por qué no mira los deuvedés en mi ordenador? La pantalla es más pequeña, pero no creo que le importe la calidad de la imagen.
Cuando llega Dermitzakis, Kula mete el primer deuvedé en el reproductor de su ordenador y se levanta para cederme su asiento. Es la grabación dedicada al cementerio del Cerámico. Visiono el deuvedé de cabo a rabo y me hago una idea concreta de las escenas que eligió el Recaudador Nacional; pero, en realidad, nada me lleva a nuevas pistas.
El segundo deuvedé está dedicado a la Pnyx y a la Colina de Filopapos [15]. Es el mismo planteamiento que en la grabación sobre el Cerámico: una sucesión de imágenes y una voz en off que relaciona los enclaves con los sucesos históricos e informa de los hallazgos arqueológicos. Hacia el final, sin embargo, algo me llama poderosamente la atención. De repente, el narrador nos traslada al taller de Jomatás. No es la estancia diminuta que vi cuando fui a visitarle, sino un espacio amplio, con una mesa de trabajo y herramientas variopintas. Es evidente que la grabación se hizo antes de que Jomatás fuera a la cárcel y lo perdiera todo.
Jomatás explica a su interlocutor invisible cómo crea los moldes del monumento a Filopapos. La cámara le sigue y graba todas las fases de su tarea.
Pido a Kula que detenga la imagen para poder concentrarme en mis pensamientos. Formulé una serie de preguntas a Jomatás, pero no le pregunté nada acerca de Nasiotis, porque no sabía que se conocían.
Decido ir a ver de nuevo a Jomatás, por si descubro algo. Ordeno a mis ayudantes que miren los demás deuvedés y que anoten las partes que creen que puedan interesarme.
Salgo del despacho de mis ayudantes y bajo directamente al aparcamiento. Quiero aclarar la relación entre Jomatás y Nasiotis lo antes posible. Sin embargo, no sé qué clase de información podría darme Jomatás. Estoy a oscuras.