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—Lukás no caía muy simpático por aquí —me dice el secretario del comité de empresa de la compañía—. No obstante, todos le respetaban y le apreciaban, incluida la dirección, porque era un hombre de palabra. Cuando prometía algo, lo cumplía. Puede que no despertara simpatías, pero se había ganado la confianza de todos.

—¿Por qué no caía simpático? —pregunto.

—Mejor digamos que algunos no le tenían simpatía. —Busca la forma de explicármelo mejor—: Mire, al margen de lo que cree mucha gente, el trabajo del sindicalista no es fácil. El sindicalismo no sólo se enfrenta a la patronal, también entra en conflicto con los propios trabajadores. Si, por ejemplo, un grupo de trabajadores consigue un suplemento salarial, vienen los demás y se quejan porque ellos no lo tienen. Ya puedes explicarles los motivos, que casi nunca los dejas contentos. Lukás era inflexible en eso. Tenía una paciencia infinita, se esforzaba por convencer a los compañeros, pero nunca recurría a la solución fácil, no hacía promesas que sabía que no podría cumplir, como hacían los demás. Y eso crea antipatías.

No insisto, porque no creo que ningún trabajador haya asesinado a Zisimatos con una flecha.

—¿Por qué dejó la compañía?

—Cuando cumplió el tiempo requerido para jubilarse con la pensión mínima, le propusieron que se presentara a diputado. El hombre estaba harto de conflictos laborales, no era un personaje popular, como ya le he dicho, y aceptó. Salió elegido dos veces y desde su escaño siguió defendiéndonos. Cuando se presentó por tercera vez y fracasó, decidió dedicarse a su vieja pasión.

—¿Y cuál era?

—El desarrollo ecológico. Era su sueño. Muchas veces había discutido con la dirección porque los programas eléctricos perjudicaban el medio ambiente. —Saratsidis se echa a reír—. ¿Sabe cómo le llamábamos? Lukás «el Verde». No le molestaba en absoluto; al contrario, se sentía orgulloso de su mote.

El secretario me lo está pintando todo de color rosa y no me convence en absoluto. Si las cosas eran como me las cuenta, el Recaudador Nacional no habría tenido razones para «liquidarlo». En algún lugar tiene que haber gato encerrado, no necesariamente en la trayectoria sindicalista de Zisimatos. Quizá tenga que ver con su labor de diputado o, incluso, con sus actividades como empresario. Decido atacar frontalmente, a ver si saco algo en claro.

—Sospechamos que también este asesinato fue cometido por el Recaudador Nacional —le digo sin rodeos—. El criminal utilizó el mismo método para matar: la cicuta. En los casos anteriores hizo públicas las razones por las que asesinaba a sus víctimas. Por eso investigamos el pasado de Zisimatos, por si hay algo que pudo impulsar al Recaudador a liquidarlo.

—No sé qué decirle —responde, confuso—. Si hay algo, seguro que no tiene que ver con las actividades sindicales de Lukás. No sé qué pudo hacer como diputado o después de crear su propia empresa. En cualquier caso, era un buen hombre.

También las otras víctimas eran hombres buenos, ciudadanos respetables; sin embargo, el Recaudador conocía su lado oscuro, por no decir sus trapos sucios. Algo tendrá en contra de Zisimatos, no me cabe la menor duda.

Al bajar a la calle Sturnari descubro que la salida hacia la avenida Patisíon está bloqueada. Los comerciantes y los dependientes están en las aceras, bajando las persianas de las tiendas.

—¿Qué pasa? —pregunto a un joven que ya ha bajado dos terceras partes de la persiana y se dispone a entrar en la tienda para acabar de cerrar.

—Los estudiantes han convocado una concentración y nosotros estamos de huelga forzosa —contesta—. Cada día cierra una tienda. Las manifestaciones ahuyentan a la clientela. ¿Qué voy a hacer si mañana el jefe me despide? ¿Manifestarme con los estudiantes, a ver si consigo que me vuelva a contratar?

Logro entrar en la calle Káningos, pero hay una veintena de coches parados delante y no hay manera de avanzar. Transcurrido un cuarto de hora, hago una maniobra a la desesperada y giro a la derecha por Kapodistriu. La jugada me sale bien, porque la policía ha dejado abierto el paso desde la avenida Patisíon hacia la 3 de Septiembre. Pruebo a torcer por varias calles sucesivas en busca de una salida. Me cuesta casi una hora llegar a Jefatura.

Recupero el aliento en el despacho de mis ayudantes, donde pregunto a Kula si ha encontrado alguna carta del Recaudador Nacional dirigida a Zisimatos o relacionada con éste.

—Nada, señor Jaritos.

—¿Estás segura?

—Del todo. He hecho búsquedas en la red entera. Si hubiera algo, lo habría encontrado.

En lugar de tranquilizarme, su convicción me preocupa aún más. Hasta ahora, el Recaudador siempre ha emitido sus «comunicados de prensa». Incluso escribió a un ministro tras la operación fallida de la entrega del dinero. La ausencia de información sugiere que trama algo más y que lo hará público todo a la vez.

Encima de mi escritorio hay una nota para que llame a Guikas enseguida. Me pongo en contacto con él a través de Stela, para conservar la buena sintonía que hay entre ambos.

—El ministro quiere vernos en cuanto termine el Consejo de Ministros. Estoy esperando que me informes.

Pienso que tiene toda la razón y, obediente, me apresuro a subir.

Guikas está sentado tras su escritorio, firmando unos documentos.

—¿Algún progreso? —pregunta.

—No hay luz al final del túnel —contesto y le informo con detalle de la situación.

—¿Adónde vamos con todo esto, Kostas? La pifia de Sifadakis nos dio un respiro, pero ahora empezarán a acosarnos a nosotros.

Nos harán pasar por el tubo, no te quepa duda. Primero nos arrinconará el ministro, luego los medios de comunicación y, mientras éstos sigan presionando, el ministro nos apretará más y más las tuercas.

—Lo sé, pero debo reconocer con toda franqueza que ese tipo nos supera. Prepara a la perfección tanto los planes como la ejecución de cada crimen. Reúne escrupulosamente los datos que necesita. Cabalga en solitario, no tiene cómplices. Pillarle no será fácil.

—Acabas de decir que reúne los datos escrupulosamente. ¿Cómo elige a sus víctimas? ¿Primero reúne los datos y luego decide a quién matar?

—Creo que primero elige a la víctima. Los defraudadores a los que ha asesinado eran blancos relativamente fáciles. No olvide que el Ministerio de Economía publica periódicamente las listas de los evasores. No le habrá costado encontrarlas. Además, logró entrar en Taxis. Después empieza la investigación minuciosa de cada personaje.

—¿Y cómo dio con Zisimatos? ¿Estaba su nombre en alguna lista?

—No, pero Zisimatos había sido sindicalista, después diputado y miembro del sistema político. Es posible que le eligiera al azar, pero también puede que tuviera datos concretos a partir de los cuales pudo investigar.

Guikas no tiene nada que decir, y cuando no tienes nada que decir, sólo te queda santiguarte. Se santigua, pues, y me dice:

—Hasta aquí hemos llegado. Ahora, que Dios nos ayude.