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Las oficinas del servicio arqueológico encargado del antiguo cementerio del Cerámico se encuentran en la calle Cespis, en el barrio de Plaka.

Dejo el Seat en un aparcamiento al aire libre de la calle Almirante Nikódimos y continúo a pie. El servicio tiene su sede en un edificio de tres plantas, neoclásico, de comienzos del siglo XIX.

Parece que les han advertido de mi llegada, porque la joven que me abre la puerta me recibe con un «Adelante, el señor Merenditis está esperándole».

Merenditis ocupa un despacho pequeño, donde apenas cabe su escritorio, un par de sillas para las visitas y un armario a su derecha. Se pone de pie para saludarme.

—¿A qué debo su visita, señor comisario?

—En primer lugar, quisiera decirle que tenía razón cuando sugirió que el abandono del cadáver en un recinto arqueológico podría encerrar cierto simbolismo.

—Sí, lo sé. Me llamó Aguridis, de Eleusis, y me dijo que había aparecido otra víctima en el recinto de los Misterios.

—Lo que no sabe es que el asesino mató a ambas víctimas con cicuta.

—¿Con cicuta? —se sorprende Merenditis—. Entonces se trata de algo más que de simbolismo. El asesino, sea quien sea, pretende revivir la Antigüedad.

De eso también me había dado cuenta yo, aunque la cuestión es por qué quiere revivirla.

—Las similitudes no terminan aquí. El asesino envió unos videos a las cadenas de televisión.

—Si se refiere a las cartas, las vi.

—Las cartas fueron el fragmento que hicieron público. El contenido de los vídeos es más amplio. Es lo que quiero que vea.

—Vamos —dice Merenditis y me conduce hasta la tercera planta.

En una sala relativamente grande, parecida a una vieja sala de recepciones, hay tres filas de asientos. Frente a ellas cuelga una pantalla de proyección. Bajo la pantalla hay un televisor bien equipado.

Merenditis pone en marcha el reproductor de vídeo. Nos sentamos en dos asientos de la primera fila para verlo. Cuando termina, Merenditis se vuelve hacia mí, pensativo.

—Tiene razón —dice—. Es como una nota a pie de página de los asesinatos.

—Me gustaría que me dijera si algo le ha llamado la atención. No en lo referente a las víctimas, sino a las visitas guiadas.

—Justamente estaba pensando en eso mientras lo veíamos. Tanto las filmaciones como los comentarios me resultan familiares. Como si me sonaran de algo, pero no puedo recordar de qué. Lo que sí es seguro es que provienen de vídeos promocionales del Ministerio de Turismo o de las visitas guiadas del servicio arqueológico. —Calla y me mira, meditabundo—. ¿Le importaría que mostrásemos el vídeo a unos colegas míos? Quizá alguien recuerde algo más específico.

—No hay problema —respondo, porque creo que no gano nada ocultando la grabación.

Al poco rato, Merenditis regresa acompañado de tres colegas: dos hombres y la joven que me ha recibido a la entrada. En el momento en que empieza otra vez el vídeo suena mi móvil. Salgo de la sala para no molestarles.

—Señor comisario, hemos encontrado a un paquistaní que vio algo.

—¿Dónde estáis?

—En el viejo café de la plaza Abisinia. Le hemos invitado a un café para tranquilizarle. Es un ilegal y se ha pegado el susto de su vida.

—Llevadle a comisaría para interrogarle. No tardaré en llegar.

Vuelvo a la sala y espero a que termine el vídeo.

—¿Os suena de algo, chicos? —pregunta Merenditis a sus colegas.

Los dos hombres se miran en silencio, pero la joven ofrece la respuesta enseguida.

—Tienen que ser fragmentos de los vídeos promocionales que grabó Nasiotis —afirma sin dudarlo.

—¿Quién es Nasiotis? —inquiero.

—Un griego que vive en Alemania, especialista en la divulgación de recintos arqueológicos —explica Merenditis—. María tiene razón. Son fragmentos de los vídeos de Nasiotis.

—¿Saben dónde puedo encontrarle?

—Está en Alemania —responde María—. Que yo sepa, vino a Grecia para hacer las grabaciones y luego volvió a Alemania, donde completó el montaje y nos las envió.

—¿Hay manera de comunicarse con él?

—Creo que tengo sus números de teléfono —dice uno de los hombres y se levanta para ir a buscarlos. No tarda en regresar—. El primero es su teléfono fijo y el segundo, el móvil. No le llame al fijo, siempre sale el contestador. Nasiotis viaja continuamente por Europa, visitando conjuntos arqueológicos. En cambio, siempre contesta al móvil.

—¿Es fácil tener acceso a estos vídeos? —pregunto a Merenditis.

—Mucho —es su respuesta—. Se venden copias en las tiendas de los museos y en los comercios de recuerdos para los turistas. Están al alcance de quien quiera comprarlos.

O sea, que el asesino compró los vídeos y luego volvió a montarlos a su conveniencia. No entiendo nada de montajes, pero tengo a Kula, que me explicará cómo se hace eso. De momento, hablar con Nasiotis no es urgente ni imprescindible.