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«Señor Azanasios Korasidis:

»Ejerce usted de médico en la clínica privada Santa Lavra. Posee una mansión de dos plantas con piscina en Ekali, además de una casa de veraneo en la isla de Paros, una lancha rápida y una colección de pintura valorada en centenares de miles de euros. Tiene, asimismo, dos hijas que cursan estudios en el extranjero.

»Usted declara a Hacienda unos ingresos netos de cincuenta mil euros anuales. Según mis cálculos, sus ingresos reales ascienden a entre doscientos mil y doscientos cincuenta mil euros anuales.

»Le ruego que, en el plazo máximo de cinco días, satisfaga con el fisco su deuda, la correspondiente a una renta neta de doscientos mil euros anuales, que es lo que usted percibe realmente.

»En caso contrario, se procederá a la liquidación final.

»El Recaudador Nacional».

La carta está fechada a 10 de mayo de 2011, una semana antes de que asesinaran a Korasidis. Ya me la he leído tres veces, sentado delante del ordenador de Kula, y todavía no sé si se trata de una broma o si el tal Recaudador Nacional habla en serio.

A juzgar por la fecha de la carta, es cualquier cosa menos una broma. El autor escribe la carta el 10 de mayo y le da a Korasidis un plazo de cinco días para pagar los impuestos que el desconocido estima que le corresponden. Obviamente, Korasidis pensó que se trataba de una burla y el asesino procedió a la «liquidación final» transcurrida una semana.

Pero ¿quién mata a una persona porque no ha pagado sus impuestos? En los muchos años en que he trabajado en Homicidios, he visto crímenes cometidos por las causas más estrafalarias, pero es la primera vez que me topo con la evasión de impuestos como móvil para un crimen. Si fuéramos por ahí cargándonos a los que defraudan al fisco, la población de Grecia quedaría reducida a los empleados públicos, a los asalariados privados, a los desempleados y las amas de casa. Me pregunto si nos enfrentamos a un loco; pero ha averiguado los datos fiscales de Korasidis, lo cual no es tarea de locos.

Y eso nos lleva a la segunda incógnita. Supongamos que al asesino no le resultó difícil recabar información sobre las propiedades de Korasidis. ¿Cómo pudo tener acceso a su declaración de la renta para saber cuánto dinero declaraba? Cuatro categorías profesionales tienen acceso a este tipo de datos: los asesores fiscales, los agentes del fisco, el personal de la Unidad de Delitos Económicos y algunos cargos del Ministerio de Economía. Por lo tanto, debemos empezar por ahí.

—¿Dónde has encontrado la carta? —pregunto a Kula.

—En un blog de temas sociales. Indagaba a ciegas, porque no sabía qué buscar ni dónde. Hice un primer barrido y no encontré nada. Entonces empecé a navegar por una infinidad de blogs que hablan de estas cosas y me topé con esto.

—Tenemos que identificar a quien la haya colgado.

—Eso ya excede mis capacidades, señor Jaritos. —Tendrá que ocuparse de eso la Unidad de Delitos Informáticos. Aunque dudo mucho de que encuentren nada.

—¿Por qué?

—Porque nueve de cada diez usuarios de esos blogs ocultan su verdadera identidad y sus datos con ayuda de programas informáticos. Podemos bajar todo el contenido del blog, pero será muy difícil descubrir quién subió la carta.

Lo último que quiero es cerrarle al asesino la puerta de Internet. Tenemos que dejarle abierto este canal de comunicación, porque no sabemos qué más podría subir a la red.

—Imprime una copia y tráemela.

Vuelvo a mi despacho y llamo a Dimitriu, de la Científica.

—¿Algo interesante?

—Sólo muchas huellas dactilares, pero no espere grandes resultados.

—Quiero que envíes el ordenador de Korasidis a la Unidad de Delitos Informáticos.

—¿Hay nuevos indicios? —pregunta tras una pausa.

—Sí, una carta dirigida a Korasidis que alguien colgó en Internet. Quiero saber si el asesino se limitó a subirla al blog o si también llegó al correo electrónico de Korasidis.

Kula aparece con la carta impresa. Llamo enseguida al móvil de Guikas, para evitar hablar con Stela.

—Tenemos que vernos enseguida. Es urgente.

Se produce una pequeña pausa.

—¿Son buenas o malas noticias? —pregunta él al final.

—Buenas, porque hemos dado un paso adelante. Y malas, porque las cosas se han complicado.

No hace ningún comentario y me invita a subir a su despacho. Estoy a punto de dirigirme al ascensor cuando me detiene una idea. Quien mató a Korasidis era un falso visitador médico. Pero quien conocía bien sus propiedades, así como lo que declaraba a Hacienda, tendría que ser su asesor fiscal. ¿Pudo el asesor presentarse como visitador médico en la consulta para asesinarlo? Quizá sí, siempre que la secretaria de Korasidis no lo conociera.

—Llama a Lefkaditi, la secretaria de Korasidis, y pregúntale si conocía personalmente al asesor fiscal del médico —ordeno a Dermitzakis y subo a ver a Guikas.

Debe de estar muy preocupado, porque ha sacrificado la contemplación de la naturaleza en su ordenador y me espera de pie. Le doy la carta y la lee dos veces, una menos que yo.

—¿Qué probabilidades hay de que se trate de una farsa?, pregunta por fin.

—El veinte por ciento, como mucho.

¿Por qué?

—En primer lugar, porque las fechas coinciden. La carta está fechada el 10 de mayo. Le da a Korasidis cinco días para pagar y al séptimo le encontramos muerto. En segundo lugar, si los datos fiscales de Korasidis son correctos, tuvo que hacer una investigación al respecto, y una investigación nada fácil. Nadie averigua esta clase de datos para pasar el rato.

—Estoy de acuerdo. Y ahora dime qué hay de bueno y qué de malo en todo esto.

—Lo bueno es que ya estamos encaminados. Lo malo, que se nos abre un campo de investigación caótico. El contenido de las declaraciones de la renta de Korasidis debían de conocerlo su asesor fiscal, la propia Hacienda y el Ministerio de Economía. Tenemos que averiguar cómo lo consiguió el asesino y de dónde sacó los datos. Eso requiere tiempo. Y las cosas podrían empeorar.

—¿De qué manera?

—Si el asesino no vuelve a actuar, podemos suponer que se trataba de una enemistad personal con Korasidis. Pero si mata de nuevo, querrá decir que se la tiene jurada a todos los que evaden impuestos, y entonces estamos apañados.

—¿Crees necesario que informe al ministro?

—Será mejor que lo haga, al menos para cubrirnos las espaldas. Si resulta que el asesino sigue matando a evasores de impuestos, nadie podrá acusarnos de no haber informado a tiempo.

—¡Estupendo, veo que estás aprendiendo! —exclama Guikas con entusiasmo—. ¿Cómo piensas proceder?

—Antes de dar ningún paso más, me gustaría que convocara usted una reunión con Dolianitis, de Delitos Económicos, y con Lambrópulos, de Delitos Informáticos. No podemos llevar este caso sin su ayuda. Debemos coordinar esfuerzos.

Guikas descuelga el teléfono mientras sigue dándome la lata con ese «estás aprendiendo, estás aprendiendo» y me entran ganas de pegarle un puñetazo.

La llamada es breve.

—Dolianitis dice que tenemos que avisar también a Spiridakis.

—¿Quién es ése?

—El especialista de Delitos Económicos en temas de evasión de impuestos.

—Pues le avisamos, claro que sí.

—Muy bien, te llamaré en cuanto haya informado al ministro y haya concertado la reunión.

Mientras bajo a mi despacho no puedo evitar darle vueltas a una pregunta: ¿qué relación puede haber entre un asesinato por evasión fiscal y el empleo de la cicuta para matar o el hecho de abandonar el cadáver en el cementerio del Cerámico? No se me ocurre ninguna respuesta y llamo a Dermitzakis:

—¿Has podido hablar con Lefkaditi?

—Sí. Ella conoce al asesor fiscal de Korasidis. —Saca un trozo de papel de su bolsillo—. Es un tal Minás Katsúmbelos. Ya tengo su teléfono.

—Guárdalo, lo necesitaremos.

Así pues, queda descartado que el falso representante médico fuera el asesor fiscal de Korasidis. En cualquier caso, la idea era bastante descabellada. Encima de mi escritorio me espera el informe forense de Stavrópulos, pero lo aparto a un lado. De momento, me basta y me sobra con lo que tengo.