23

—Después de la ceremonia, no habrá más incidentes de desobediencia como el de Lamesh —estaba diciendo Maldeev mientras paseaba de un lado al otro ante el bien alimentado fuego de su chimenea, en el gran salón de Shalimsha—. Cuando diga a mi montura que abandone, lo hará sin vacilar. ¡Podrías haberme matado!

Khisanth abrió un perezoso ojo desde su posición, recostada en el suelo de tablas de madera cubierto de cañas.

—Creo recordar que te salvé la vida. Y lo que es más, mi desobediencia —se estremeció con el eufemismo— condujo a la desmoralización de los restantes caballeros. La batalla terminó poco después.

Maldeev frunció el ceño.

—Estás siendo ampliamente recompensada por eso. —Detuvo su caminar para mirar cara a cara a Khisanth—. Tengo la persistente sensación de que no te das cuenta del honor que te he otorgado.

Khisanth suspiró. Sabía que su actitud no reflejaba los acontecimientos recientes.

—Es sólo que siempre he tenido la imagen de Jahet en este puesto. Aún sigo esperando que vuelva.

Eso era verdad en parte, se recordó a sí misma Khisanth. Si bien ella había estado deprimida desde los acontecimientos de Lamesh, el gran señor parecía estar acostumbrándose a la muerte de su alma gemela con el estoico desapego necesario en un Señor del Dragón verdaderamente eficaz.

La otra parte de la intranquilidad de Khisanth, la parte que no podía contar a su futura alma gemela, era que no podía olvidar la comparación entre Maldeev y Tate.

—¿De verdad nunca se te ocurrió pensar bajo qué circunstancias asumirías el primer rango?

Los ojos de Khisanth se enfocaron; Maldeev la estaba mirando con incredulidad.

—Nunca pensé en algo tan lejano.

—No lo puedo creer. —Maldeev volvió al fuego para remover las brasas pensativamente—. Creo que estamos destinados a estar juntos.

Khisanth se apoyó sobre un codo.

—¿Qué?

—Ahora puedo decirte algo, ya que vamos a ser almas gemelas —dijo a través de la máscara que continuaría llevando en su presencia hasta después de su ceremonia de unión. Balanceándose hacia atrás sobre sus talones, el humano pareció escoger sus palabras cuidadosamente—. Yo no busqué mi posición como Señor del Dragón. La propia Takhisis me seleccionó, de entre todos los oficiales a su servicio, para crear el Ala Negra.

Khisanth pareció adecuadamente impresionada.

—Yo sé que tú también has sido tocada por la divinidad.

Khisanth se mostró sorprendida. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a Jahet.

—¿No eran correctos los rumores? —preguntó Maldeev, aunque él ya conocía la respuesta.

Andor, su clérigo oscuro, había confirmado hacía mucho tiempo que un Dragón Negro había tenido una audiencia con la reina, en sus dominios, y que había salido con vida. Dicho dragón sólo podía haber sido Khisanth.

—Yo hablé con nuestra reina, sí.

—¿Qué aspecto tenía? —insistió Maldeev con ansia en su voz—. ¿Qué dijo?

—Era horrible… y, a la vez, sobrecogedoramente hermosa —recordó Khisanth ensimismada por el recuerdo, dando voz por primera vez al extraño contraste—. Ella me dijo, me advirtió en realidad, que persiguiera mis metas de manera más inteligente. —Hizo una pausa, preguntándose si debería compartir el siguiente recuerdo con Maldeev, y luego se aventuró a seguir adelante—. Me dijo que aceptase a un jinete. También dijo que sabría cuál sería el adecuado cuando me encontrase con él, y que yo haría grandes cosas en su nombre.

—¡Ahí lo tienes! ¡Ella te estaba anunciando tu destino! —Maldeev había comenzado a pasear, de nuevo, de un lado a otro con tanto frenesí que empezó a sudar—. ¿De qué otro modo puedes explicarte la intuición que me llevó a sugerirte que volaras a nuestro lado? ¿Qué cosa más grande puedes hacer en su nombre que unirte con un Señor del Dragón, que fue seleccionado por la propia diosa que te confió la profecía a ti?

Khisanth estaba comenzando a ver la lógica de este argumento. En cualquier caso, difícilmente podía rechazar ahora al gran señor del Ala para unirse a Salah Khan. Se sintió levemente tranquilizada. Cualquier reserva que todavía pudiera sentir era probablemente resultado de su anterior resolución de permanecer sin jinete.

Sin embargo, algo le rondaba, algo que no podía compartir con nadie, algo que necesitaba hacer antes de que pudiera asumir su nuevo papel. Cuando Salah Khan entró en el gran salón, lanzó un cortante saludo con la cabeza a la que un día estuvo destinada a él antes de dirigirse a Maldeev. Khisanth aprovechó la oportunidad para escabullirse fuera de la estancia.

Poco más tarde, Khisanth se hallaba volando bajo la forma de un águila. Sus penetrantes ojos exploraban el paisaje montañoso al sur del castillo de Lamesh. Estaba buscando el cuerpo de Jahet. El calor de la batalla había distorsionado el recuerdo de su localización; sin embargo, tenía que estar cerca.

Según volaba, Khisanth se dijo a sí misma que el intenso deseo de dar sepultura al cuerpo de su amiga era simplemente un último gesto de respeto hacia ella. Después de todo, habían hecho el pacto de sangre. Jahet era el único dragón que no la había traicionado. Había servido a las fuerzas de la Reina Oscura admirablemente, había muerto con honor y merecía algo mejor que pudrirse al sol o servir de alimento a unas tímidas e inútiles criaturas que no habrían osado acercarse a ella mientras vivía.

A Khisanth le habría gustado hundir a su amiga en una tumba pantanosa, el adecuado tributo para un Dragón Negro. Por desgracia, no sabía de ningún pantano cerca de allí y sintió que podría ser aún más irrespetuoso llevar el cuerpo de Jahet, mágicamente por todo el país, en busca de uno. El alma de su amiga tendría que contentarse con una cubierta de rocas.

Entonces, el águila negra se vio casi cegada por un repentino y potente destello de luz solar reflejada en el suelo. Esperó a que las manchas del deslumbramiento se disiparan en su visión para cambiar de posición y entornar de nuevo con cautela sus ojos hacia abajo. Allí, cubiertos en gran parte de ramas partidas, estaban los retorcidos cuello y cabeza del alma gemela del gran señor Maldeev.

Khisanth descendió rápidamente. Sólo podía ver destellos del negro cuerpo de Jahet a través de todas las ramas que la cubrían. Después de aterrizar, Khisanth volvió a adoptar su forma de dragón y comenzó a retirar el ramaje con las zarpas. Tuvo mucho cuidado de no profanar más todavía la forma mortal de Jahet con arañazos de sus uñas.

Ahora que su visión era clara, Khisanth podía ver que los saqueadores habían cogido la silla y el diamante que Jahet llevaba incrustado en su nariz. A pesar de eso, parecía que ninguna otra criatura se había aventurado hasta ella para saborear su primer bocado de dragón. Aparte de la fea torcedura de su cuello, el cuerpo de Jahet estaba intacto, como si estuviese dormida.

—Bien, Jahet, tú tenías razón y yo estaba equivocada. Maldeev está todavía insistiendo para que tome un jinete. Desgraciadamente, ambas estábamos equivocadas respecto a quién iba a ser.

Khisanth se inclinó hacia su amiga para susurrar conspiratoriamente:

—Creo que tendré que romper mi promesa original de que jamás tomaría un jinete humano. —Hizo una leve mueca y sacudió la cabeza—. No puedo quitarme de encima la sensación de que Maldeev tiene razón, de que ésta es la señal de Takhisis que he estado esperando.

»Está bien. Nunca te hablé de mi encuentro con nuestra reina, ¿verdad? —La hembra de Dragón Negro se rió sin humor—. Podría decirte cómo es el Abismo, pero probablemente tú sabes ya más que yo sobre él.

»Takhisis me dijo que, cuando encontrase al humano digno de mi talento, lo reconocería —continuó Khisanth—. ¿De qué otro modo podía yo interpretar los hados que me colocaron cerca de ti y Maldeev cuando fuiste abatida? Maldeev habría quedado deshonrado por perder su dragón, por no mencionar que también habría muerto si yo no le hubiera recogido en su caída. Hasta yo me veo obligada a admitir que el gran señor es digno de mí. Éste es mi destino. —Sus problemas parecían triviales comparados con los de Jahet—. Tú estás más allá de tales preocupaciones terrenas ahora, ¿no es así? ¿Cómo es morir?

Khisanth recordó el tormento físico que había sufrido viajando al Abismo en vida.

Casi sin proponérselo, empezó a buscar la herida mortal. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Jahet en toda su longitud. Khisanth sólo pudo encontrar rasguños menores y mellas en las escamas. Allí no había ninguna herida visible. Khisanth hizo una pausa para recordar su posición con respecto a Jahet en el momento de la muerte de su amiga. Estaba segura de que el costado que ahora estaba vuelto hacia el cielo era el que quedaba más lejos de ella y daba hacia el caballero Tate. ¿Podía Jahet haber muerto a causa de una herida anterior en el otro costado?

Antes de emprender la inmensa tarea de dar la vuelta a la pesada masa de la hembra de dragón, Khisanth tuvo otra idea. Retrajo sus uñas y puso suavemente una garra sobre el cuerpo para examinar la vulnerable piel entre las escamas. Sorprendida, retiró su garra. Jahet estaba tan lisa y fría como un cristal negro, e igual de dura también. Khisanth había tocado las suficientes criaturas muertas como para saber que, de hecho, se quedaban frías como el hielo; pero, que, a la vez, estaban tersas, abotargadas y blandas. Rígidas al cabo de muchos días, sí, pero nunca duras como el cristal.

La hembra de dragón se sentía cada vez más desconcertada. Estiró una garra con la intención de dar la vuelta a Jahet. Su garra tocó de nuevo la vidriosa espina dorsal pero, nada más ejercer el primer conato de presión, Khisanth oyó un ruido como el crujir y agrietarse del hielo al cuajar en invierno. Sin siquiera pensarlo conscientemente, retiró su garra como impulsada por resorte, pero era demasiado tarde: había puesto en marcha una reacción en cadena que ella no tenía poder para detener.

Ante los atónitos ojos de Khisanth, apareció una grieta allí donde había tocado a Jahet. La grieta se extendió hacia adelante con rapidez, fracturándose en miles de diminutas líneas, como las finas y plateadas hebras de una tela de araña. En cuestión de segundos, todo el cuerpo de Jahet, desde el hocico hasta la cola, se había hecho añicos como una figura de cristal de increíble tamaño. El fracturado cadáver se hundió dentro de sí mismo y se desmoronó formando un montón y haciendo que la estupefacta Khisanth retrocediese, tambaleante.

El ruido ensordecedor de cristal rompiéndose siguió resonando durante un rato en los oídos de Khisanth mientras ésta trataba de comprender lo que había ocurrido. Casi distraídamente, vio unas esquirlas de roca de vena rosa justo bajo la capa de vidrio negro que había sido Jahet. Parecía cuarzo. Era sangre.

La mente de Khisanth se volvió hacia lo que era obvio. Sólo la magia podía explicar la extraña y rápida transformación del cuerpo de su amiga. Khisanth estaba segura de que, si hubiese habido algo inherentemente distinto en las habilidades mágicas de Jahet, ella lo habría sabido antes de su muerte.

Impulsivamente, Khisanth lanzó un conjuro para comprobar si el cristal era mágico. Esperó con impaciencia la ansiada respuesta y se sorprendió al detectar sólo una insignificante cantidad de energía mágica, que seguramente serían los últimos vestigios de la naturaleza de Jahet o rastros de la propia magia elemental de Krynn.

¿Veneno? Era posible, considerando los síntomas de Jahet antes de morir; se había ahogado y, después, se había quedado rígida y silenciosa. Khisanth sabía poco sobre venenos, pero dudaba que cualquier pócima de este mundo fuese lo bastante potente para matar instantáneamente a un dragón.

Por el rabillo del ojo, vio algo que flotaba por encima de las esquirlas y levantó la mirada lentamente. Una forma nebulosa se estaba materializando. Luego se estiró y se elevó como un espeso humo blanco para quedar suspendida por encima del montón de cristal astillado, recordando a Khisanth las atormentadas criaturas que había encontrado en el Abismo. La nube, que se retorcía y danzaba, tenía vagamente la forma de un dragón, si bien sólo mostraba una vaga sugerencia de hocico y cola. Había dos grandes huecos negros en la blanca niebla por encima de la nariz y otro debajo —ojos y boca— que parecían derretirse y caer en una angustia constante e implacable.

Khisanth había visto lo bastante en su vida para no sentirse amenazada ni sorprendida. Quizás había alcanzado el límite de su capacidad de asombro.

—¿Eres tú, Jahet? —preguntó con calma.

A modo de respuesta, el nebuloso y arremolinado ente se elevó hacia arriba, a gran altura, en agudo contraste con el azul del cielo, y luego volvió a descender casi hasta la altura de Khisanth.

—Tu muerte no fue algo natural, y por eso estás atormentada, ¿verdad?

La aparición se elevó de nuevo.

Khisanth cerró los ojos y pensó en Dela, en la carreta, varios años atrás. No habría ninguna tumba de roca para Jahet. Con una fría y dura certeza forjada en los fuegos de la experiencia, Khisanth sabía lo que tenía que hacer: poner fin al sufrimiento del espíritu de Jahet. Unos rayos de fuego blanco salieron de cada una de sus seis uñas y perforaron el montón de añicos con una intensidad cien veces superior a la tea de un cristalero.

Khisanth mantuvo las llamas en el cristal, bajo la aparición, hasta que los añicos comenzaron a derretirse. La hembra de dragón dirigió sus llameantes uñas hacia el cristal en licuación hasta que comenzaron a dolerle las zarpas y las llamas se apagaron, como si la determinación pudiese inspirar suficiente calor para fundir un cristal. Cuando ya no pudo seguir manteniendo los brazos en alto, Khisanth se sentó sobre sus ancas y vio cómo el incandescente resplandor de cristal fundido disminuía lentamente, sumiéndose en la tierra de la que las criaturas mágicas habían recibido sus poderes en los principios del tiempo.

A medida que la escoria menguaba, la fantasmal aparición del alma de Jahet se desvanecía por encima de ella. En posteriores reflexiones, Khisanth nunca estuvo completamente segura de si había llegado, de hecho, a ver cómo sus vagas expresiones de tormento se convertían en éxtasis, o si simplemente había proyectado sus propias esperanzas en la niebla.

Al anochecer, la hembra de dragón elevó el vuelo desde el pequeño montón reluciente, mucho después de que el nebuloso fantasma se hubiese desvanecido. El vuelo era doloroso, porque los esfuerzos de sus zarpas habían afectado a los músculos de sus alas. Aceleró la marcha, ansiosa por poner la mayor distancia posible entre ella y el recuerdo de la extraña abominación en que Jahet, brevemente, se había convertido.

Khisanth no pudo resistir la tentación de volver la vista atrás, hacia el tenuemente luminoso montón de cristal fundido. Por un breve y explosivo momento, una delgada columna de fuego salió disparada hacia el cielo del crepúsculo, como si intentara alcanzar las propias constelaciones. Luego, la llama desapareció.