20

Aunque aquel día de finales de verano era gris y lluvioso sólo había una vela encendida en el interior del gran salón. Las sombras que ésta proyectaba reflejaban el estado de ánimo de Maldeev. El Señor del Dragón estaba sentado, desplomado en su ornado sillón de patas de garra, con las manos firmemente cerradas sobre las cabezas de dragón en miniatura que sobresalían en los extremos de los apoyabrazos. Oyó su reloj de agua runrunear detrás de él. Maldeev no se molestó en mirarlo. No quería que ningún disfrute se inmiscuyese en su sombrío estado de ánimo.

—Tenemos que reconstruir, y rápidamente —estaba diciendo Jahet.

Sus palabras marcaban un fastidioso ritmo en el cerebro de su señor.

—¿Qué crees que he estado haciendo desde que esos condenados caballeros me atacaron? Las tropas que quedaron están trabajando para reconstruir el castillo otra vez. Salah Khan se ha dedicado, todo este tiempo, a reclutar humanos para traerlos al norte y reemplazar a los que perecieron en la matanza. Estoy esperando, en cualquier momento, dos regimientos de esos nuevos draconianos con los que Neraka no deja de dar la tabarra. Si sirven para algo, aceptaré la promesa de más, posteriormente.

—Pero ahora necesitamos más dragones —dijo Jahet.

—Ése es tu trabajo —gruñó Maldeev y, cruzándose de brazos, se hundió más profundamente en su gran sillón—. Yo ya he hecho el mío.

Jahet cerró los ojos para reprimir una réplica igualmente enojada.

La tensión entre Jahet y Maldeev se había vuelto palpable desde la batalla, era casi algo vivo y con respiración. Pero, por respeto, se habían detenido justo antes de que comenzaran las acusaciones, y no habían hecho mutuamente las preguntas obvias que les quemaban la garganta.

—¿Cómo propones que lleve a cabo esta tarea? —preguntó Jahet con tono insidioso—. ¿Colgando anuncios en las tabernas, como hace Khan para reclutar mercenarios humanos?

—¿Cómo voy a saberlo? Te gusta tanto remarcar que yo no entiendo nada de Dragones Negros… —dijo Maldeev—. ¿Cómo llegaron los otros a alistarse al Ala?

—Corriendo la voz —dijo Jahet—. Llegarán noticias a los pantanos circundantes de que estamos buscando reclutas.

—No podemos esperar a eso.

Jahet suspiró, asintiendo.

—Pensaré en algo.

—Mejor será —espetó el gran señor poniéndose en pie de un salto para empezar a pasear de un lado a otro sobre el suelo cubierto de juncos—. La aniquilación del Ala Negra… ¡por nuestras propias fuerzas!… ha sido lo último que mi reputación necesitaba ahora. —Resopló airado—. ¡Apuesto a que todos los demás grandes señores se están riendo de mí en este mismo instante!

Jahet intentó pensar en decirle algo consolador a su alma gemela, pero no se le ocurrió nada. La traición de sus propias fuerzas —antes incluso de que la guerra hubiese comenzado— constituía una mancha enorme en el expediente de Maldeev, y en el suyo también. Todo cuanto pudo articular fue un débil:

—Restableceremos el orden y volveremos con más fuerza todavía.

Maldeev estaba meditando una respuesta cuando ambos se dieron cuenta de que la tenue luz natural que aún entraba en el gran salón desaparecía de repente. Mirando hacia el patio, vieron, para su completo asombro, a Khisanth. Ésta parecía estar solicitando una audiencia. El primer pensamiento de Maldeev fue coger su máscara de gran señor, ya que muy rara vez un Señor del Dragón mostraba su rostro a sus tropas. Algo contuvo su mano, impidiéndole llegar a la máscara que colgaba de un pomo en el respaldo del recargado sillón. La curiosidad hizo que Maldeev gesticulara con la mano a la recién llegada para que entrase en la vasta cámara. Doblemente sorprendida ahora, Jahet habló en primer lugar.

—Ésta es una grave violación del protocolo, Khisanth.

Como un perro, Khisanth se sacudió el agua de lluvia de sus escamas antes de entrar y responder.

—Muy cierto. Pero lo que tengo que decir afecta al Ala entera, y más específicamente a su gran señor y a su dragón de confianza. He considerado más práctico dirigirme a ambos a la vez.

Khisanth levantó por fin los ojos y vio las escépticas e irritadas miradas de los otros dos.

—Si estáis más preocupados por el protocolo que por reconstruir esta Ala tan rápido como sea posible, entonces tal vez os he sobreestimado a los dos —dijo, y se volvió para marcharse.

—Dame un motivo para escuchar —la desafió Maldeev—. Rápido.

Khisanth se volvió de nuevo y se rió con ironía.

—Yo diría que necesitas hacerlo, puesto que soy uno de los dos únicos dragones que todavía tienes de tu lado.

—Eso es muy cierto, gracias a ti —dijo Maldeev parpadeando con incredulidad ante la desfachatez de la hembra Negra.

Khisanth no se inmutó por el reproche.

—Una vez que supe de la traición, hice lo que consideré mejor para minimizar el daño. —Sus ojos se entornaron mientras añadía—. Si sus jinetes humanos hubiesen sido mínimamente perceptivos o inteligentes, los dragones no podrían haber conspirado sin que ellos se enterasen.

Ahora le tocó a Jahet estremecerse. Khisanth había dejado al descubierto, sin darse cuenta, el silenciado motivo de la tensión entre Jahet y Maldeev. ¿Por qué no se habían enterado sus comandantes? ¿Por qué no se había enterado ella, como líder de los dragones? No ayudaba nada el hecho de que Khisanth hubiese evitado claramente insinuar esto último acerca de su amiga. La pregunta era obvia.

El giro de la conversación hizo que Maldeev se sintiese violento también.

—Evidentemente, sus comandantes humanos eran inferiores. Como muy bien sabes, han pagado el precio.

Khisanth lo sabía. Ella y Jahet habían tenido el honor, para diversión de las tropas que quedaban, de hacer pedazos al segundo en el mando, Wakar, y a los otros dos oficiales —incluyendo a Dimitras— en un juego de fuerza entre dragones en el campo de instrucción.

Maldeev se dirigió a Khisanth arqueando una ceja.

—Supongo que no querrás arriesgarte a despertar mi ira dos veces, limitándote a señalar mis faltas.

Jahet sabía que el calmado tono de voz de Maldeev significaba que estaba mucho más enojado que si hubiese gritado.

—No —concedió Khisanth, con un gesto de cabeza—. He venido para deciros a los dos que he decidido acceder a vuestra recomendación de tomar a un jinete.

Los dos guardaron silencio unos instantes tras el anuncio. Finalmente, Maldeev se alejó y se entretuvo atizando el fuego.

—Bien —dijo—. He seleccionado a varios para que escojas. Lo arreglaré para que te entrevistes con ellos inmediatamente.

—No lo haré. —Maldeev levantó los ojos—. Mi aceptación de tu ultimátum tiene dos condiciones: primera, escogeré mi jinete completamente por mi cuenta, y en el momento que yo decida; segunda, garantizarás mi posición como segunda al mando, después de Jahet, a partir de ahora.

—Eso es extorsión —dijo de muy mal humor Maldeev.

La expresión de Khisanth era suave.

—Ésa es una manera equivocada de verlo. Tal como lo veo yo, mi propuesta permite que cada uno de nosotros consiga lo que desea.

—¿Qué te impedirá postergar tu decisión eternamente, una vez te haya sido concedida la posición que tanto tiempo has codiciado? —preguntó Maldeev.

—No tengo intención de hacer eso —fue la respuesta de Khisanth, desconcertantemente tranquila.

Maldeev estaba a punto de seguir discutiendo cuando Jahet se inclinó para susurrarle al oído:

—Ya te he dicho anteriormente que el interés propio es la única motivación de un Dragón Negro. No temas y accede. Una vez reemplacemos a los otros dragones, siempre podemos incumplir nuestra promesa si es preciso.

Maldeev apretaba y aflojaba los puños. No le gustaba que lo presionaran para tomar una decisión. Y, sin embargo, era lo bastante inteligente para ver el valor de ésta… e incluso para añadir el ingenio y el coraje a la larga lista de atributos de Khisanth.

—De acuerdo —gruñó por fin el gran señor—. Se hará como deseas —y levantó sus ojos entornados hacia ella—. Procura no decepcionarme.

En aquel mismo instante, el nuevo lugarteniente de Maldeev se aclaró fuertemente la garganta justo fuera de la puerta.

—Señor —llamó sin atreverse a entrar—, los centinelas de la muralla han avistado a los draconianos dirigiéndose hacia aquí desde el noroeste.

—Excelente, Salah Khan.

Maldeev estuvo a punto de sonreír. En un principio, el gran señor había temido profundamente la llegada de estas extrañas y grotescas mutaciones de huevos de Dragones del Bien… Él era un militar de la vieja escuela. En aquel entonces no tenían magia, ni dragones ni ninguna de las demás rarezas de la guerra moderna. El combate entonces era entre hombres a pie o a caballo, con espadas y garrotes. Pero, ahora, con sus tropas diezmadas, cualquier inyección de fuerza sería bien acogida. Se rumoreaba que los draconianos eran excepcionalmente fuertes.

El gran señor cogió rápidamente su máscara distintiva del respaldo de su enorme trono y se la puso, tirando de ella hacia abajo para ajustaría en el cuello de su vestidura. Frotándose las manos, Maldeev se dirigió con grandes y ansiosos zancadas hacia el patio, martilleando las tablas del suelo con sus botas provistas de tachuelas. Sin volver la cabeza llamó a los dragones, que se habían quedado atrás, como si acabara de acordarse de ellos.

—Venid a pasar revista a mis nuevas tropas.

Las dos hembras de dragón se miraron entre sí antes de seguirlo a cierta distancia.

—Desde luego has tenido un cambio de parecer —dijo Jahet. Su tono de conversación sonaba tenso y forzado—. ¿Tuvo algo que ver tu misteriosa desaparición del campo de batalla con esta metamorfosis?

Khisanth sabía muy bien que corrían desenfrenados rumores y especulaciones acerca de ese tema. Ella no mostraba el menor interés ni preocupación por satisfacerlos. Había algo místico —profético, incluso— en su viaje al Abismo y su encuentro con la Reina de la Oscuridad, algo que hacía que Khisanth deseara guardarse los detalles para sí misma.

—He tenido un despertar, sí —dijo la recién nombrada «segunda de mando»—. Tú también puedes llevarte una parte del mérito por inducirme a ello —añadió—. No te equivoques, sin embargo. Mis objetivos no han cambiado, simplemente lo ha hecho mi ruta hacia ellos. Tengo intención de desempeñar un importante papel en conseguir que los dragones vuelvan a gobernar.

—¿Requerirá ese importante papel que pases por encima de mí?

Khisanth oyó las poco disimuladas sospechas de su amiga.

—Creo que habrá suficientes honores para todos los dragones dignos de servir a nuestra reina.

Alcanzaron a Maldeev y después, en el extremo sur del campo de instrucción, ambas se sumieron en un silencio inusitadamente tenso. Al menos la lluvia había cesado.

—Ahí están —exhaló Maldeev, casi con reverencia, señalando hacia la interminable columna de criaturas que marchaban con el cielo gris de fondo. Su formación era compacta, una estrecha cinta deslizándose sobre las herbosas estribaciones noroccidentales, cuyo verdor había aumentado con la lluvia del día. El atribulado gran señor apenas podía contener su emoción a la vista de los hombres-dragones que se aproximaban.

Maldeev nunca había visto ni conocido a un draconiano. Su tono de admiración se basaba tan sólo en la reputación que tenían los draconianos de ser las más miserables, temibles e indestructibles criaturas guerreras que jamás se habían conocido. También era conocida su afición a la cerveza y los licores, que los hacía especialmente sádicos. Teniendo en cuenta el consejo del comandante del Ala Roja, con quien había concertado el envío de draconianos, Maldeev había retirado todas las bebidas alcohólicas. La tropa humana había rezongado en protesta, pero Maldeev sospechaba que todos estarían de acuerdo con la medida en cuanto tuvieran ocasión de ver a un draconiano borracho, como inevitablemente ocurriría a pesar de todos sus esfuerzos.

Los sonidos de tropas avanzando se hicieron más audibles a medida que los hombres se aproximaban. Ahora Maldeev podía ver claramente la cara de Horak, el humano con quien él había intercambiado misivas. El comandante del Ala Roja se uniría al Ala Negra para guiar a las fuerzas draconianas en la guerra que estaba a punto de comenzar. La espalda de Horak estaba tiesa como una vara en su brillante armadura. Asomando por las estrechas aberturas de su imponente casco, se veían rebeldes rizos de pelo cobrizo. Horak llevaba un fino bigote de color zanahoria y una sombra de barba que probablemente era el resultado de muchos días de camino sin afeitarse.

Levantando bien alto un estandarte que ondeaba en el extremo de su pica, y que todavía llevaba el símbolo del Ala Roja de Ariakas, Horak hizo a sus tropas la señal de detenerse a unos doscientos metros de donde Maldeev y sus imponentes Dragones Negros esperaban. El jinete espoleó a su negro garañón en las costillas y galopó velozmente hasta Maldeev, levantando nubes de sofocante polvo. Horak giró sobre sí mismo para detenerse, como si se moviera sobre una bisagra. Empujó su casco hacia atrás de tal modo que la cara de éste descansó sobre su roja cabeza.

—Comandante de campaña Horak —se presentó con tono resuelto. Su garañón cabrioló bruscamente tras la larga marcha—. Me complace informar que hemos perdido sólo once de quinientos veintitrés draconianos en los veinte días de marcha, debido principalmente a peleas internas. Los rigores de la vida en el camino parecen sacar lo peor que hay en ellos.

—¡Excelente! —repuso Maldeev. Nadie necesitaba ni esperaba de él que se presentara—. Pasaremos revista a las tropas dentro de unos momentos. Pero, primero, debemos reemplazar eso.

Maldeev señaló casi con desdén hacia el estandarte que colgaba de la pica de Horak. El gran señor chasqueó dos dedos. El ayudante en jefe de Maldeev se adelantó, ansiosamente, llevando en sus manos una tela doblada y ribeteada de negro. El gran señor la desplegó, revelando una llamativa interpretación del estandarte del Ala Negra diseñada por el propio Maldeev. En tres lados del rectángulo —dos lados largos y uno corto que iría sujeto a la pica— había un borde de unos siete centímetros del más oscuro negro. Dicho borde contenía, en su interior, un rectángulo blanco que servía de fondo y contraste para un Dragón Negro bordado con impresionante detalle, hasta unas escamas hechas de óvalos traslapados de seda negra. Lo más llamativo de todo, sin embargo, era la lengua roja y ahorquillada del dragón, que salía disparada desde unos dientes expuestos para formar el borde corto exterior del estandarte.

Horak reprimió todo signo de indignación. Era un cambio simbólico, brusco pero necesario, de lealtad al Ala Negra por parte de la Roja. El humano puso una forzada expresión de exaltado orgullo en su pecoso rostro. Entonces deslizó las presillas del estandarte por la punta de su pica y lo ondeó por encima de su cabeza. Los humanos y ogros que se habían congregado detrás de Maldeev vitorearon con gran alborozo.

Detrás de Horak, los draconianos parecían impasibles, lo que momentáneamente sorprendió al gran señor. Al reparar en su expresión, Horak dijo:

—No te preocupes, Señor del Dragón. Son leales sirvientes de la Reina Oscura. Los draconianos carecen de emociones, a excepción del odio… y el amor por la cerveza.

Maldeev cambió su consternada expresión, molesto consigo mismo por mostrar su falta de conocimiento ante este nuevo comandante. El Señor del Dragón del Ala Negra miró con ojos entornados a las tropas, evaluándolas.

—¿Cuáles son los baazs y cuáles los kapaks? Dime, ¿cómo creáis esas criaturas sin recurrir a la magia?

—Los de color bronce por delante, con las capas con caperuza y alas cortas, son los baazs. Fueron los primeros que se hicieron. Se inyecta un líquido endurecedor en los huevos de Dragones de Bronce, que permanece en sus cuerpos de adultos. El líquido se petrifica cuando se los mata, lo que también deja atrapadas cualesquiera armas que haya hincadas en ellos.

Horak señaló directamente a un baaz que había cerca del frente de la legión.

—Podrás observar que algunos de ellos tienen un aspecto vagamente humano, como Gorbel. Con una pequeña máscara sobre su hocico y una capa larga y bien holgada, nos queda un hombre bastante convincente… A menudo empleo a Gorbel, en particular, como espía.

Maldeev asintió apreciativamente con la cabeza.

—En general, los baazs son pequeños pero sumamente poderosos, casi como dos tercios de las tropas aquí reunidas. —Horak se quitó un guantelete y señaló con el dedo—. Detrás de ellos están los kapaks, hechos de dragones de latón. —Sacudió la cabeza con añoranza—. Por desgracia, no son tan inteligentes ni tan tolerables a los ojos como los baazs, con esa madeja de crin colgando de sus mandíbulas. Además se niegan a llevar ropajes de ninguna clase. Esas alas grandes y correosas hacen de ellos buenos planeadores, aunque serían patéticos comparados con los dragones.

El pelirrojo comandante dirigió una mirada apreciativa a Jahet y Khisanth, que escuchaban y observaban con silencioso pero apenas disimulado desdén.

—Afortunadamente —continuó Horak—, los kapaks responden bien a las órdenes de los humanos. Incluso escucharán las de los más inteligentes de entre los baazs. Sus habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo en combinación con el veneno de su saliva los hacen rivales sin igual.

Maldeev se balanceó hacia atrás sobre sus talones, con los brazos fuertemente cruzados ante sí.

—Muy impresionante —manifestó.

—Deberías ver a los draconianos más recientes —dijo Korak—. Los auraks dorados poseen habilidades mágicas que rivalizan con las de un dragón. No pueden volar, pero su inteligencia compensa sobradamente esa deficiencia.

»Y los sivaks… —Dio un silbido—. ¡Sus capacidades son ilimitadas! ¡Sus alas plateadas extendidas en vuelo son una visión que vale la pena presenciar! Tan fuertes como gigantes, quizá, pueden cambiar de forma a voluntad. De hecho, cuando alguien consigue matarlos, adoptan automáticamente la forma de su verdugo durante tres días, y luego estallan en llamas y destruyen todo cuanto los rodea. ¡Maravilloso efecto!

»Ariakas, gran señor de los Dragones Rojos, acaba de recibir quinientos de cada. Qué no haría yo por conseguir mandar a algunos de ellos un día… —Horak suspiró con añoranza.

Las puntas de las orejas de Maldeev se pusieron rojas de ira. ¡Estaba recibiendo los desechos de Ariakas! Su momento de triunfo se había convertido en degradación.

—¿Para cuándo puedo esperar yo mi asignación de auraks y sivaks para reemplazar a estas miserables abominaciones? —preguntó a través de unos dientes apretados.

Horak pareció por fin darse cuenta de su error.

—Señor, los baazs y los kapaks son todavía muy superiores a los humanos en pura fuerza física y capacidad de combate. Han servido bien al gran señor Ariakas. Con su ayuda, el Ala Negra subirá sin duda de categoría y…

—¡Ariakas lo ha arreglado de tal modo que él sigue teniendo la mayor fuerza de combate, mientras el resto de nosotros luchamos como podemos, pareciendo patéticas imitaciones de grandes señores a su sombra! —espetó Maldeev golpeando con un puño enguantado en la palma de su otra mano—. Bien, ¡no voy a aceptar su caridad, ni sus desechos!

Jahet se agachó ligeramente para apretar el hombro de su gran señor en un gesto que sugería precaución. Lo último que Maldeev necesitaba ahora era parecer un desquiciado delante de un comandante recién reasignado. Jahet cerró los ojos y exhaló un suspiro de alivio cuando vio a Maldeev esforzarse por recobrar la compostura y sacudirse todo signo de rabia.

—Tienes razón, Horak —dijo Maldeev con suavidad—. Utilizaremos estos draconianos para luchar por la Reina de la Oscuridad. Con ellos, ¡el Ala Negra superará incluso la actuación de Ariakas en la guerra que se avecina!

—Sí, señor. —Horak se había quedado un poco descentrado ante los cambios extremos de conducta de Maldeev, pero se recuperó rápidamente—. Mis tropas y yo estamos fatigados por la marcha desde Neraka. ¿Dónde nos acuartelaremos?

Maldeev se apresuró a dar instrucciones a su ayudante para que colocara las pertenencias del comandante y de sus oficiales humanos en unos aposentos dentro del recinto interior, cerca de sus propios soldados de alto rango.

—En cuanto a los draconianos —dijo Maldeev—, hemos hecho preparativos para que puedan levantar sus tiendas. —El gran señor trazó un arco en el aire con su dedo para indicar el área donde se hallaban ahora las tropas de Horak—. Será mejor que empiecen a construir, si quieren poder descansar pronto.

Horak hizo un breve saludo.

—Muy bien, señor —dijo.

El comandante tiró del bocado de su garañón y se alejó para establecer un campamento para sus tropas.

Jahet dio permiso para marchar a Khisanth quien, con mucho gusto, levantó el vuelo hacia las madrigueras.

Mirando cómo la hembra Negra se alejaba volando, Jahet se volvió para partir.

—Será mejor que comience mi reclutamiento de dragones —dijo a Maldeev.

—Estoy muy complacido por la nueva actitud de Khisanth —dijo el gran señor, casi deteniendo a Jahet en su partida.

—Es una buena noticia, pero ya preví que sucedería.

—No pareces tan satisfecha como se podría esperar —observó Maldeev—. ¿No confías en sus motivos?

Muy por encima de la cabeza de Maldeev, las alas de Jahet se alzaron como si se encogiera de hombros, pero su expresión era meditabunda.

—Ni más ni menos que de costumbre. Es un Dragón Negro. —Jahet entornó ligeramente los ojos—. Pero ella es diferente. Algo, la batalla, quizá, la ha cambiado.

No disipó las preocupaciones de Jahet el ver aquella mirada de manifiesta admiración en los ojos de su gran señor mientras ambos contemplaban la oscura forma de Khisanth volando contra el fondo de pinos.