Pteros sacó su voluminoso cuerpo de la charca y se deslizó hasta la orilla. Un día de finales de otoño, inusitadamente bochornoso, había dejado el suelo caliente y fangoso.
—¿Has estado practicando tus conjuros, Khisanth? —Diminutos círculos de algas verdes se aferraban a su negro y escamoso cuerpo desde el hocico hasta la cola—. ¿Qué hay de la bola de fuego que me suplicaste que te enseñara?
Una sonrisa de júbilo hizo arquearse las comisuras de la correosa boca de Khisanth.
—Por supuesto. Tengo unos cuantos problemas que resolver, pero puedo conjurar una llama y lanzarla, aunque no muy lejos. ¿Y tú? ¿Has estado volando para fortalecer tus alas?
—Por supuesto. ¿No tengo mejor aspecto?
Pteros estaba de pie sobre la orilla, acicalándose y admirando sus nuevamente reforzados músculos.
Los dos Dragones Negros se refrescaban la escamosa piel en la tibia charca, fuera de la guarida de Khisanth. Ella había requerido de toda su capacidad persuasiva para conseguir que el taciturno Pteros se animara a disfrutar de las relajantes aguas. Tenía que convencerlo de que hiciese algo más fatigoso que sentarse en su guarida y contar su tesoro. Pteros se estaba mostrando pusilánime y bastante triste, como si ya hubiese renunciado a la vida.
Curiosamente, el viejo reptil había abierto todo un mundo nuevo para Khisanth. Él conocía una amplia gama de difíciles conjuros, aunque muy raramente los usaba. El dragón compartía sus secretos de bastante buena gana, pero estaba claro que no veía mucho objeto en ello. Khisanth estaba decidida a aprender todo lo que él sabía y, al mismo tiempo, esperaba renovar la alegría de vivir del anciano gran dragón.
Pteros estaba recostado ahora bajo las sombras proyectadas por las desnudas ramas de un sauce vecino. Las hojas de los alerces habían cambiado de color y habían caído de los árboles desde que ambos dragones mezclaran su sangre. El paisaje era del color del óxido y del barro. Las aneas marrones se separaban en vellosos penachos. Lastimeros y rítmicos graznidos señalaban, por encima de ellos, la partida de los últimos gansos grises y blancos que habitaban las marismas durante el verano.
—Tu capacidad para la magia es bastante evidente —dijo Pteros desde las sombras—. Tienes suerte de que esa habilidad te venga tan fácilmente. Los magos humanos han de pasar años estudiando y memorizando palabras para efectuar los más simples encantamientos.
—Un signo más de su inferioridad —dijo Khisanth con desdén.
El caluroso sol azotaba con fuerza a la hembra de dragón mientras ésta se deslizaba hasta la orilla. Sentándose sobre sus ancas, dejó que sus patas traseras colgaran en el agua estancada. Sus mandíbulas se abrieron de golpe para atrapar una gran libélula.
—Tengo curiosidad por algo —dijo Pteros al cabo de un rato—. ¿Cómo aprendiste a cambiar de forma? Es un encantamiento muy avanzado para alguien tan joven.
Khisanth no vio peligro alguno en hablar al dragón sobre los nífidos, pero sólo hasta cierto punto.
—No es un encantamiento, en realidad. Es más una disciplina mental.
Ella intentó explicarle el concepto qhen lo mejor que pudo, evitando en todo momento mencionar a Led y la muerte de los nífidos.
—Yo soy demasiado viejo ya para aprenderlo. Sólo muéstrame cómo lo haces —invitó Pteros.
Khisanth divisó un mirlo de alas rojas alzando el vuelo desde una anea marchita. La joven hembra mordió inconscientemente con un colmillo su labio inferior mientras se concentraba. Sus huesos se contrajeron sin dolor, sus alas encogieron y su correosa piel se convirtió en plumaje. Khisanth voló en torno a la cabeza de Pteros como un mirlo de alas rojas y posó sus diminutas patas con garras sobre su ala izquierda, plegada.
El rostro de Pteros se llenó de admiración.
—He oído hablar de pocos dragones que pudieran cambiar de forma, pero jamás eran capaces de transformarse en nada tan pequeño.
Khisanth dio un salto desde el ala de Pteros y recuperó su forma de dragón. Después, volviendo a la sombra, cerró los ojos lánguidamente por un momento y suspiró satisfecha.
—Tu turno, Pteros —dijo con voz perezosa—. Hablame de los tiempos anteriores al Sueño. ¿Estuviste en la batalla en la que Takhisis abatió a Huma?
—¿Quieres decir cuando ella nos traicionó?
Había amargura en su voz, lo cual sorprendió a Khisanth. Ésta volvió los ojos al cielo con inquietud.
—¿No tienes miedo de su castigo por tales palabras?
Pteros se encogió de hombros.
—Pensar o hablar tanto da cuando se trata de los dioses.
Y, ciñendo las alas contra su cuerpo, se zambulló de cabeza en el estanque, saliendo luego a la superficie con un resoplido y una aspersión de agua.
El anciano dragón volvió nadando hasta la orilla.
—No, yo no estuve en la batalla final contra Huma. En aquel entonces yo era bastante joven, e incluso más inexperto de lo que tú eres ahora.
—¿Y sin embargo eras lo bastante bueno para luchar en la Tercera Guerra de los Dragones?
—Las geetnas eran más exigentes con los jóvenes dragonzuelos en mis tiempos. Sabían que la reina estaba haciendo acopio para la guerra, y ponían énfasis en la habilidad mágica, así como en el vuelo. —Pteros se sentó formando un ovillo—. Eran tiempos distintos aquéllos, Khisanth. Los dragones, criaturas mimadas de los dioses, deambulaban libremente y los humanos no eran más que un eslabón más en la cadena alimenticia. Pero eso fue antes de que nos traicionaran.
Los ojos del dragón adoptaron una mirada distante.
—Antes del Sueño, mil treinta años antes de lo que los humanos llaman el Cataclismo, las Grandes Marismas no eran otra cosa que mar. Yo viví mi juventud lejos de aquí, en un pequeño pantano hacia el oeste. Mi guarida estaba en la desembocadura del que todavía se conoce como río Vingaard.
»Las estaciones habían pasado quizá noventa y seis veces en mi vida. Durante la Tercera Guerra de los Dragones había luchado en menos batallas de las que podía contar con las uñas de una mano —Pteros se llevó suavemente una garra a una vieja y desdibujada cicatriz—, cuando los dragones ancianos anunciaron la derrota de nuestra reina a manos del caballero Huma el Lancero. En realidad fue la Dragonlance la que venció a Takhisis. Huma era simplemente un guerrero que tenía tal vez un poco más de destreza que la mayoría. —La expresión del viejo dragón se volvió amarga.
»El resultado final fue el mismo, no obstante. Takhisis intercambió nuestra libertad por la suya, ordenándonos ir bajo tierra y dormir. Ella era nuestra diosa y no teníamos más remedio que obedecer o morir.
»Ahora soy un dragón viejo —continuó con amargura—. La mayoría de mis mejores años los pasé durmiendo. —Con una expresión en la que se mezclaban a partes iguales la satisfacción y la tristeza, miró a su propia imagen reflejada en el agua—. En el Sueño no envejecí tanto como lo habría hecho despierto, pero aquellos años no los recuperaré jamás.
—Tienes muchos años aún por delante, si dejas de pensar en ti como un dragón viejo y débil —dijo Khisanth.
—No estoy seguro de que quiera ser de alguna utilidad en el mundo que existe hoy —murmuró Pteros—. Hace casi doscientos años me desperté bajo la tierra sin ninguna explicación, junto con un puñado de otros dragones que se habían hecho viejos mientras dormían. Cada uno de nosotros se abrió camino con sus garras hasta la superficie, sólo para encontrarnos con que Krynn era un lugar muy distinto del que habíamos dejado. En vez de volar por encima de los hombres e infundir verdadero terror en sus corazones, los dragones hacían pactos con ogros y seres de su ralea —espetó Pteros, con una gota de ácido verde escapándosele de la boca a causa de su repugnancia.
—¿Pactos con ogros?
Pteros asintió con la cabeza.
—Estos acuerdos son parte del nuevo plan de Takhisis para gobernar. Ella echa mano de las naturalezas corruptas de todas las criaturas en un intento de reclutarlas. Una vez trató de dominar el mundo sólo con los dragones y sus propios soldados, y perdió. Ahora piensa que necesita más que sus propios hijos para derrotar al enemigo.
—No he encontrado a nadie que me pudiera responder a esto antes, pero yo me preguntaba cómo era posible que ella hubiera vuelto ahora.
—Hace muchos años humanos, Takhisis encontró un camino hasta Krynn desde el Abismo. Entonces anduvo por el mundo como un humano, despertando a los viejos dragones que ella conocía antes del Sueño y contándoles su plan.
—Eso podría explicar por qué yo no me he despertado hasta hace poco, y por qué tú eres mucho más mayor que yo —reflexionó Khisanth—. Yo era poco más que un dragonzuelo en el momento del destierro. ¿Qué ocurrió con los otros dragones que despertaron contigo?
—Tomamos caminos separados. Sospecho que la mayoría de ellos se han unido a los ejércitos de Takhisis.
—¿Por qué no lo has hecho tú? ¿No quieres que los dragones recuperen el control y reconstruyan el mundo tal como tú lo recuerdas?
—¿Que por qué no lo he hecho? —repitió Pteros—. Por la misma razón por la que no respondo a las provocaciones de Garra: soy demasiado viejo.
Pteros agarró una ardilla de tierra que deambulaba demasiado cerca, en busca de agua. Echándose la sedosa criatura a la boca y masticando con gesto ausente, continuó.
—Francamente, tampoco veo posibilidad de victoria para la Reina Oscura esta vez. Está labrando su destino aliándose con humanos y demás carroña, las mismísimas criaturas que provocaron su última derrota.
Y escupió los huesos de la ardilla a través de los huecos de sus dientes desaparecidos.
—¿De modo que Takhisis está reuniendo personalmente esas fuerzas? ¿Hay algún sitio a donde pueda ir y verla?
—Sí —dijo Pteros con una carcajada—. Al Abismo, ya que la Reina Oscura está atrapada allí de nuevo.
Ante la desconcertada mirada de Khisanth, Pteros buscó palabras para explicar los rumores que había estado oyendo a lo largo de los años.
—Después de abrir el Portal al Abismo, Takhisis pudo caminar por la faz de Krynn bajo la forma de una mujer de cabello moreno aunque, en esa condición, sus poderes eran minúsculos comparados con los de su cromática forma de Dragón de Cinco Cabezas. Pero un día, de repente, e inexplicablemente después de diez años, el acceso quedó cerrado. Ella ha seguido buscando otro desde entonces, lo que realmente es el quid de su nuevo plan. Intenta reclutar humanos porque desea controlarlos y, a través de ellos, a sus ejércitos desde el Abismo. Se propone reabrir el Portal para poder regresar a Krynn bajo su poderosa forma de dragón.
Pteros lanzó a Khisanth una mirada conspiradora.
—Si yo fuera Takhisis, uniría a los dragones de todos los colores y tendencias, apelando a su herencia racial para persuadirlos de la necesidad de dominar a los humanos.
Khisanth se quitó una piedra de entre las uñas de su pata posterior derecha mientras consideraba las palabras que había pronunciado Pteros.
—He oído que los humanos que hay en su ejército suben al poder tomando a un dragón como montura.
—Sí, eso he oído yo también.
Khisanth cerró apretadamente los ojos. Esperaba que Pteros pudiera negarlo.
—Pero, sin duda, una vez que se demuestran las habilidades del dragón, dragón y humano tendrán el mismo rango en este acuerdo, eso si es que el dragón no está en realidad al mando —dijo ella.
Pteros simplemente negó con su gran cabeza llena de cuernos.
—Yo jamás subordinaría voluntariamente mis habilidades a ningún humano —dijo firmemente Khisanth—. Las reglas tendrían que cambiar si yo me uniese al ejército.
—¡Ah, la arrogancia de la juventud! —murmuró el anciano dragón.
Khisanth no lo consideraba arrogancia, sencillamente no podía verse a sí misma gobernada por un humano. Ella creía que siempre había una manera de tornar una situación a su favor. Como en el asunto de Garra. Ella sabía que era sólo cuestión de tiempo hasta que él arremetiera otra vez. Y se estaba preparando para ello, aprendiendo nuevos conjuros de ataque. Sus pensamientos sobre el dragón trajeron una pregunta a su mente.
—¿Por qué no se ha unido Garra al ejército?
—Tendrías que preguntárselo a él. No hemos tenido ninguna charla recientemente, él y yo. —Pteros tocó las gemas que rodeaban su cuello—. Sospecho que está demasiado ocupado codiciando los tesoros que he adquirido en mi larga vida para ofrecer sus servicios gratis.
Khisanth admiró las joyas que colgaban del cuello de Pteros, aunque su mirada se fijó especialmente en la diadema de perlas y rubíes que rodeaba su oscura cabeza. Sólo aquellos dos artículos hacían que valiese ya la pena luchar por ellos. Según Pteros, representaban sólo una pequeña parte del tesoro almacenado en su guarida. Nunca había permitido a Khisanth entrar en aquel lugar sagrado. Sin embargo, si las piedras preciosas que llevaba eran sólo una muestra, el tesoro de Pteros tenía que ser de un valor y un volumen más allá de lo imaginable.
Entonces sorprendió al viejo reptil admirando el maynus de su gargantilla.
—Ésa es una pieza bastante interesante. No puedo identificar la gema luminosa.
Khisanth vaciló. Su primer instinto fue ocultar el globo y decirle a Pteros que se ocupase de su propio tesoro. Conocía demasiado poco sobre el maynus para contarle gran cosa del mismo de todos modos. Su mirada continuaba puesta en el experto y anciano dragón. Iluminada por una idea, Khisanth tomó una rápida decisión: le contó todo lo que sabía sobre el maynus. El arrugado hocico de Pteros se elevó con la primera expresión de interés que Khisanth había visto en él.
—Así que es un artefacto y no una gema. ¿Y no entiendes cómo funciona? —preguntó él. Khisanth sacudió la cabeza. Pteros estiró una garra—. ¿Puedo verlo?
Khisanth vaciló de nuevo. Luego sacó el maynus de su gargantilla y, entre sus manos ahuecadas, entregó a Pteros su más preciado tesoro.
Éste sostuvo el globo luminoso con reverencia, dándole vueltas una y otra vez. Luego miró en su interior.
—Relámpagos… —Levantó los ojos hacia Khisanth—. ¿Sabes de dónde procede? El origen de un artefacto puede decirte mucho acerca de su función.
Khisanth no lo sabía.
—Kadagan dijo algo acerca de que venía del plano elemental del relámpago. Ese hecho no significó nada para mí en aquel momento.
Pteros estaba frunciendo el ceño.
—Tampoco significa nada para mí. Conozco cuatro planos elementales de existencia: aire, tierra, fuego y agua, pero no relámpago. Tal vez ese Kadagan estaba confundido.
Y continuó mirando de cerca al interior del globo.
—No sé —dijo Khisanth—. Él fue muy claro. —Miró dentro del globo por encima del brazo de Pteros—. ¿Crees que puedes averiguarlo?
—Hay un conjuro de identificación bastante simple que quizá pueda descubrirnos algo —dijo Pteros como hablando consigo mismo—, pero lleva una eternidad ejecutarlo. ¿Y dices que lo has utilizado varias veces, simplemente diciéndole lo que querías? —Khisanth asintió. Pteros agarró bien el globo. Sus ojos emitieron un brillo de avaricia—. Entonces, probémoslo.
—¡Espera! ¿Crees que es una buena idea? Quiero decir, no sabemos lo que hará.
—Y nunca lo sabremos a menos que probemos sus poderes —dijo Pteros, y se golpeó el pecho con su puño—. Si de algo sé, es de magia.
Khisanth se sintió extraña jugando a una joven tímida con el desenvuelto Pteros. Había esperado, sin embargo, ver algo de coraje en el anciano dragón, así que movió la cabeza en señal de aprobación.
—Veamos —dijo Pteros, con sus ojos brillando de entusiasmo—. Primero probaremos algo relativamente sencillo.
Y, cerrando los ojos, dijo:
—Transpórtanos al prado junto al seto de zumaque.
Khisanth se tensó involuntariamente. En un instante, ella y Pteros se hallaban exactamente donde éste había ordenado.
—No es demasiado impresionante, puesto que ambos sabemos ya teletransportarnos —dijo Pteros—. Probaré algo un poco más difícil.
Khisanth miró a su alrededor, hacia el ancho prado.
—Primero, llévanos de vuelta a casa. No me gusta estar aquí fuera, en un campo, con un artefacto poderoso para que Garra y todo el mundo lo vea.
—Tienes razón —dijo Pteros y, sosteniendo en alto el globo, ordenó—: Maynus, llévanos a casa.
La esfera fulguró. Unos hilos de luz se extendieron hacia afuera y atravesaron a los dos dragones, como si aserrasen sus cuerpos. No hubo dolor, sólo un intenso hormigueo allí por donde la temblorosa luz pasaba. De repente Khisanth se sintió mucho más ligera. No sabía lo que estaba ocurriendo y miró a Pteros en busca de la respuesta. El anciano dragón intentó decir algo, pero ningún sonido alcanzó los oídos de Khisanth. Más y más hilos de luz fueron envolviendo a Pteros, hasta que Khisanth pudo ver a través de él. El cuerpo negro del otro dragón se disolvió en pequeñas motas chispeantes que fueron atraídas, o más bien fluyeron, ¡hacia el interior del maynus que sostenía entre sus propias garras!
La estupefacta mente de Khisanth tuvo una visión de Yoshiki Toba desapareciendo de forma similar en el maynus, seguida de la de su cuerpo carbonizado cayendo a los pies de Led. Frenética, se elevó sobre sus patas traseras y batió sus titánicas alas para alejarse del artefacto, pero ningún aire batía contra ellas. Sus alas no tenían más sustancia que el vilano de cardo. Rugiendo furiosamente, Khisanth se vio también arrastrada hacia el interior del globo.
Todavía rugiendo, la joven hembra de dragón se encontró de pronto inmersa en una vorágine de luz y sonido. Enormes relámpagos de color blanco azulado fulguraban alrededor de todo su cuerpo de nuevo materializado. Grandes truenos retumbaban haciéndole difícil respirar. El aire olía, e incluso sabía, fuertemente, a cloro. Podía ver a Pteros a su lado, con la mandíbula en movimiento, como si hablara, pero los truenos eran tan fuertes que era imposible oír ninguna otra cosa. Unas nubes verdes pasaban como bullendo en todas las direcciones: derecha, izquierda, arriba e incluso abajo. No había tierra alguna, ni agua, debajo de ella, sólo aire.
Al darse cuenta de ello, Khisanth se desplomó como una roca. Agitó desesperadamente sus garras y batió sus alas. Por fin se elevó, o al menos se mantuvo suspendida. Cuando por un momento dejó de aletear, volvió a desplomarse. Khisanth no estaba nada segura de que eso importara, ya que no parecía haber suelo alguno contra el que estrellarse. Sin embargo, aleteó con esfuerzo para evitar la caída.
Cerca de ella, Pteros parecía haberse dado cuenta del mismo hecho y estaba agitando sus alas también. Su mandíbula se puso en acción de nuevo. Una forma cónica reluciente irradió a través del aire desde su hocico. El extremo ancho del cono envolvió a Khisanth y, de pronto, pudo oír a Pteros demasiado bien.
—¡He lanzado un conjuro de grito! —bramó él.
Khisanth se apretó las garras contra los oídos, segura de que los tímpanos se le iban a romper.
—¿Dónde estamos?
Ningún cono de sonido salió de su boca.
—¡Tu voz no está afectada por mi conjuro! —explicó a gritos. Khisanth hizo una mueca por el ensordecedor sonido de su voz—. ¡Supongo que también te estás preguntando qué ha sucedido! Francamente, no sé…
Las ensordecedoras palabras de Pteros se vieron interrumpidas por un sonido de cristal rompiéndose. Khisanth se dio cuenta, antes que Pteros, de que las gemas de su elaborada diadema de perlas y rubíes se estaban haciendo pedazos por las vibraciones de su tremendamente amplificada voz. Entonces pensó en su maynus y, levantando una garra hasta su gargantilla, recordó con horror que ella y Pteros estaban ahora dentro del globo.
Antes de que la irritada Khisanth pudiese siquiera poner voz a su descubrimiento, un sonido sobrenatural atravesó el rugido de los truenos.
—El ente que tú llamas «maynus» está aquí.
La voz no era dolorosamente alta como la de Pteros.
Ambos dragones revolotearon de aquí para allá en busca de la fuente del sonido. Un objeto redondo, o una criatura, flotaba no lejos de ellos, aunque la distancia era difícil de juzgar en aquel éter difuso. Era una esfera nacarada, del tamaño de una cabeza de dragón, y estaba iluminada desde dentro por resplandores de luz multicolor. Unos relámpagos salían y se retorcían desde ella a medida que el objeto se aproximaba, aparentemente desplazándose por sí mismo, como si las crepitantes ramificaciones fuesen sus patas.
El esférico objeto se situó cerca de los dragones y habló con un tono ligero y reverberante.
—Seguidme, Khisanth y Pteros.
Mirándose el uno al otro con expresión interrogativa, los dos dragones se encontraron de pronto flotando detrás de la extraña criatura. Algo en ella le resultaba vagamente familiar a Khisanth. La cosa los condujo hasta una especie de globo ovalado y los apremió a pasar a su interior.
Al instante, los ensordecedores tronidos se desvanecieron para dar paso a una serie de golpes sordos. El aire era azul y claro; el olor a cloro se disipó. El relámpago continuaba deslizándose en torno a la esfera azul, pero nunca penetraba en ella.
—No hay necesidad de batir las alas, aquí —dijo el globo nacarado—. Simplemente flotaréis.
Khisanth dejó caer sus alas contra sus costados y se sostuvo sin esfuerzo.
—¿Dónde estamos? —preguntó—. ¿Cómo sabes nuestros nombres? ¿Y dónde está mi maynus?
—En vuestro mundo, en el plano Material Fundamental, yo era lo que llamabas «maynus».
—Todo eso es un galimatías —rugió Khisanth—. Simplemente dime en qué parte de Krynn estamos.
—¡Creo que lo sé! —gritó Pteros. Su voz estalló a través del aire claro, recordándole que todavía estaba mágicamente amplificada. Pteros se sonrojó de vergüenza y puso fin al efecto de su conjuro—. No estamos en Krynn en absoluto —terminó en voz mucho más baja.
Khisanth miró a Pteros con el ceño fruncido pero no le hizo caso y volvió su atención hacia la luminosa criatura.
—Dime dónde puedo recoger mi maynus cuando salga.
—Yo soy lo que los nífidos llamaban «maynus», pero ya no soy tuya.
—No pareces entender qué es lo que estoy buscando, así que te lo explicaré —se ofreció Khisanth con un tono de paciencia burlona—: mi maynus es un pequeño globo inanimado que reluce. Tú eres un ser grande y «animado» que… bueno, también reluce. —Khisanth intentó mirar a través de la burbuja—. Sería bastante fácil no ver una bola luminosa diminuta con todo este relampagueo.
La criatura palpitó levemente.
—Te lo diré otra vez. Lo que tú llamabas «maynus» soy yo. Aquí, en mi mundo, estás viendo mi verdadero aspecto.
—… O, tal vez Pteros lo dejó caer junto a la charca cuando nos hizo teletransportar hasta donde estamos ahora —sugirió Khisanth como si la criatura no hubiese hablado.
—No nos hemos teletransportado hasta aquí, en absoluto, ¿verdad? —preguntó Pteros a la criatura—. El maynus nos ha hecho de «puerta» al plano del aire elemental, ¿no?
—Sí…
—Eso pensé —dijo Pteros con una sonrisa de suficiencia.
—Y no. Os he traído al plano del relámpago. Es un plano de alcance definido y tremenda energía —un «cuasi plano» lo llaman vuestros hechiceros— que yace entre vuestro mundo y el del aire elemental. Este refugio donde podemos hablar, y donde estáis a salvo del relámpago, es una bolsa o burbuja de aire elemental.
Khisanth sintió que su paciencia se agotaba.
—Entonces, ¿qué hay de mi maynus? —espetó.
Imperturbable, la criatura continuó.
—Yo soy un ser elemental nativo de este plano. Hace milenios, yo y otros de mi especie fuimos llevados, contra nuestra voluntad, a vuestro mundo en el plano Material Fundamental por la raza conocida como «nífidos».
Por fin, algo que Khisanth podía entender.
—¿Qué sabes sobre los nífidos?
—Todo. Los primerísimos de esa especie fueron la progenie de un relámpago elemental, como yo, y otro ser elemental del cuasi plano contiguo del resplandor. Al ser de dos mundos, no pertenecían ni a éste ni al mundo radiante, y de este modo se convirtieron en nuestros sirvientes. Finalmente, se rebelaron contra su servidumbre y escaparon para encontrar un hogar para sí mismos. Se establecieron en el plano Material Fundamental. Pero no se fueron solos. Usando a traición la magia que les habíamos enseñado, capturaron a muchos seres elementales y los llevaron consigo como fuente de su poder. Yo era una de esas víctimas.
»En vuestro mundo, yo era un esclavo, atrapado dentro de mi propia forma. Como un genio en una botella, sólo podía usar mis poderes para llevar a cabo órdenes de otros. Ignorantes de mi verdadera naturaleza, vosotros desconocíais también las numerosas tradiciones y prohibiciones referentes al uso del maynus entre los nífidos. Vuestra descuidadamente pronunciada petición me ha permitido, después de miles de años, regresar por fin aquí, a mi casa.
»Aunque de forma inintencionada, me habéis liberado de mi cautiverio. Como recompensa, os devolveré al plano Material Fundamental. Preparaos.
Khisanth apenas pudo comprender nada de lo que la criatura elemental había revelado acerca de los nífidos. Lo que sí entendió fue que había perdido su más valioso tesoro.
—Si tú eres de verdad el maynus, tu libertad me ha costado un artefacto muy valioso y poderoso. Necesitamos establecer un precio de compra por tu libertad.
El maynus se oscureció.
—Muy al contrario, os he ofrecido algo de inestimable valor: un pasaje de vuelta a vuestro hogar. Creed a alguien que conoce el dolor del exilio. No podéis salir de aquí sin ayuda.
—Eh, un momento.
Pero la atención de la criatura elemental se desvió hacia algo que se hallaba fuera de su tranquila burbuja.
—Ahí está Fraz, una vieja némesis a la que no he visto durante un eón. —El globo elemental comenzó a deslizarse a través del borde de la burbuja—. Tenemos una cuenta pendiente.
Dicho esto, la criatura desapareció.
—¡Espera! ¡No nos dejes aquí! —gritó Pteros disponiéndose a seguirlo.
—Deja que se vaya. No nos va a ayudar —murmuró Khisanth.
El viejo dragón se volvió como un torbellino hacia ella.
—¡No, gracias a ti! Podríamos estar en casa ahora si tu avaricia no se hubiera interpuesto.
—¿Mi avaricia? —La sangre palpitó en las sienes de Khisanth—. ¿La avaricia de quién nos trajo hasta aquí, para empezar? «¡Caramba, qué gema tan bonita, Khisanth! —se burló ella, imitando a Pteros—. Si de algo sé, es de magia».
Pteros se mostró más indignado que avergonzado.
—Creo haberte dicho más de una vez que prefería que me dejases en paz para abrillantar mis gemas —dijo, y miró con tristeza a su alrededor, a las monturas vacías de su diadema y su collar—. Ahora no tengo nada.
—¿Así que ha sido por mi culpa? Oh, olvídalo.
Khisanth cerró los ojos y se concentró en su respiración, tomando largas y lentas inhalaciones para calmarse. Cuando la sangre dejó de golpear en sus sienes y su mente quedó libre para pensar, dijo:
—Tenemos que idear una forma de salir de aquí.
Abrió los ojos y miró a Pteros. El anciano dragón estaba a punto de retorcerse las garras de preocupación; sus ojos se abrían de par en par por el miedo.
Khisanth aventuró:
—¿Qué hay de teletransportarnos?
—No es un conjuro lo bastante poderoso, estoy seguro, para llevarnos a un plano de existencia completamente distinto —dijo Pteros rascándose su arrugada ceja—. Hay un conjuro de puerta, pero yo nunca lo he utilizado. Me temo que estoy demasiado tembloroso para probarlo.
Khisanth sabía que era inútil tratar de convencerle de ello.
—Hemos entrado aquí, de modo que tiene que haber una salida. ¿No ha dicho el elemental que el cuasi plano del relámpago limita con el plano del aire? Sencillamente, encontraremos esa frontera y la seguiremos hasta que demos con una que tope con el plano Material Fundamental.
—No sé… —titubeó Pteros.
—¿Tienes tú un plan mejor? No podemos quedamos sentados en esta burbuja para siempre.
Khisanth miró ansiosamente a su alrededor.
—No me importaría considerar es posibilidad —musitó Pteros arrellanándose como si se preparase para la larga travesía—. Al menos esto es silencioso, y no es probable que nos topemos con Garra.
Khisanth arrugó el ceño. Luego contempló el relámpago cuya presencia era permanente más allá de la burbuja.
—Lo que me preocupa es que es probable que topemos con algo mucho peor.