En el que se atan cabos sueltos y nuestro protagonista finalmente se convierte en nuestro héroe.
Flotsam bullía de animación. La ciudad entera bailaba a la luz de luces mágicas y farolillos de fiesta. La mayoría de las construcciones destruidas durante la batalla alojaban grandes fuegos y en las casetas ardían antorchas. De vez en cuando, cruzaba el cielo una ilusión óptica o se elevaba un cohete de humo de fabricación enana, que describía una espiral en el aire y estallaba soltando medio centenar de serpentinas.
Por las calles circulaban ríos de gente que celebraba la victoria y comentaba los incidentes. De ser ciertos los relatos, Toede habría luchado sin más armas que sus manos contra los guerreros no muertos mientras el resto de la población se escondía en sus casas. En el patio principal frente a la mansión de Toede (anteriormente, Palacio de Groag), gnolls, kenders y humanos bebían y fanfarroneaban juntos. La derrota del necromante parecía haber unificado las especies y borrado recuerdos menos recientes. Los gnolls y los kenders ya no eran invasores, sino liberadores.
Bunniswot estaba en un lugar visible, sentado cerca de la fuente, ocupado en leer el tratado de Toede sobre el arte del gobierno a tres jovencitas muy interesadas. Kronin se paseaba entre la concurrencia, sonriendo, y si alguna joya o bolsa de monedas de repente se perdía cerca de él, enseguida la «encontraba» y seguía paseando. En el centro del patio habían encendido un gran fuego sobre el que se asaban dos enormes bueyes ensartados en barras de hierro que hacían girar unos gnolls. Groag, subido en una plataforma de madera verde, les echaba aceite. Levantó la vista hacia el balcón exterior y sonrió saludando con el cucharón.
Toede le devolvió el saludo levantando la jarra y bebió un sorbo de la excelente cerveza de Los Muelles. La taberna había sobrevivido a los ataques de Jugger y de los guerreros del necromante y, en lugar de mandar tirarla abajo, Toede la había proclamado cervecería oficial de la Restauración de Toede.
«Del lord de Flotsam», se corrigió a sí mismo. «Nombrado por el mismo Abismo y reconocido por el pueblo. Ni los Señores de los Dragones se atreverán a disputármelo».
Toede bebió otro sorbo y el vello de las narices se le erizó al notar un olor a sangre quemada que no procedía de los bueyes. No se dio la vuelta.
—Finalmente habéis venido —dijo. Era una afirmación, no una pregunta.
—¿Cómo están tus heridas? —contestó Judith con su voz acerada.
Toede llevaba todo el torso vendado y el brazo izquierdo en cabestrillo y sujeto al cuerpo.
—Tengo varias costillas rotas. Una está totalmente suelta y me aprieta el pulmón. El hombro está roto por tres partes.
—¿Y eso significa? —preguntó la doncella del infierno.
—Que he tenido suerte —dijo Toede—. Un clérigo de Shinare me ha recompuesto con bastante arte y a cambio le he dado la parte de la ciudad en la que cayó la ballena para que construya una iglesia. De esa manera, tengo un médico siempre a mi servicio y no tengo que preocuparme de retirar al animal.
Judith se adelantó hasta el trono del hobgoblin y contempló la fiesta desde el balcón. Las llamas arrancaban reflejos oscuros de su pulida piel. Si alguno de los asistentes a la fiesta vio a un habitante del Abismo con la piel de plata hablando con el nuevo lord de Flotsam, tuvo buen cuidado de no comentarlo nunca.
—Os esperaba —dijo Toede—. ¿Habéis cambiado de opinión? —Esta vez sí que fue una pregunta pero formulada con respeto.
—No —dijo la representante de Takhisis—. Dicté sentencia y me atengo a ella. Puedes disfrutar de tu vida hasta que algún otro decida quitártela.
—¿Teníais autoridad para nombrarme lord? ¿De verdad? —preguntó Toede.
—¿Tenías autoridad para nombrar caballero a Rogate? ¿De verdad? —preguntó Judith.
—Caballero toedaico —matizó Toede y, olvidándose de su hombro roto, intentó señalar el desgarrado estandarte que colgaba de la pared—. Y jefe de mi guardia personal.
—¿Y los demás? —preguntó Judith—. ¿Has encontrado premios y castigos adecuados?
Toede dejó la jarra de cerveza y fue contando con los dedos de la mano sana.
—Bunniswot ha recibido el cargo de historiador en jefe y escriba mayor, y se encarga de satisfacer la creciente demanda de la «Sabiduría de Toede». Kronin es el montero mayor y Taywin, su ayudante. Lo primero que han hecho ha sido nombrar representantes suyos a todo el clan de los kenders. Charka ha sido oficialmente reconocido como el señor de los pantanos y tiene acceso a las bibliotecas que han quedado en pie, y Trujamán ha sido nombrado bibliotecario mayor emérito.
—Todos habían intentado matarte —dijo Judith—. Varias veces.
—Sí, pero es mejor lo malo conocido… —dijo Toede—. No pretendo ofenderos.
—No me ofendo. ¿Y Groag?
—En los últimos dos años ha aprendido a cocinar bastante bien, así que seguirá siendo mi cocinero —contestó Toede, y luego añadió con una sonrisa—. También es mi catador.
—Entiendo —dijo Judith—. Sabias disposiciones: cada uno ha conseguido lo que deseaba y asume la responsabilidad que conlleva.
Toede habría jurado que había cierta risa en su voz.
—¿Y vuestros «castigos»? —se atrevió a preguntar.
—En el Abismo no se estila tan sabia clemencia —dijo Judith—. Ha resultado que el viejo Jugger se había descontado y le faltaba uno para completar la cuota, así que he mandado encerrar al Abad y al Custodio en un área de dos kilómetros de ancho, alrededor de una montaña prácticamente deshabitada y he soltado a Jugger en la zona.
—¿Creéis que puedan escapar de Jugger? —preguntó Toede.
—De momento intentan escapar el uno del otro —contestó secamente Judith.
Se hizo el silencio entre los dos, el hobgoblin y la doncella del infierno. Al cabo de unos instantes, Toede aventuró:
—¿Si no habéis venido a buscarme…? —Dejó la pregunta en el aire.
—Me ha parecido que te debía explicar algo —dijo Judith—. Acerca de la nobleza.
—¿Soy noble? —preguntó Toede.
—¿Te sientes noble? —replicó Judith.
Toede se quedó pensativo y luego contestó:
—No. Por lo menos, no según lo que pensaba que era la nobleza: títulos, prestigio, respeto. Y menos aún según lo que los demás piensan que es: honor, sabiduría, bondad.
—No te preocupes. Tienes el corazón tan negro como el que más. Tu recién adquirida nobleza sólo te proporciona más aliados y recursos. En lo único que has cambiado desde que te mató el dragón es en que ahora eres más peligroso —dijo Judith.
—Me alegro de saberlo —dijo Toede con un suspiro.
Los dos se quedaron contemplando a la multitud que bailaba a sus pies.
—No todo está resuelto —dijo Toede—. El ataque del necromante es lo que ha unido a todas estas gentes, pero él sigue en su torre.
—No creo que represente un gran problema —dijo Judith—. ¿Recuerdas la zona casi desierta de la que te he hablado? El castillo del necromante era el lugar perfecto para mis propósitos, ya que los muertos vivientes no cuentan para Jugger. —Hubo otro silencio, roto por los aullidos lejanos de los gnolls. Judith posó su mano de plata en el hombro de Toede y éste se sobresaltó al notar la suave calidez—. Esperamos con impaciencia tu regreso al Abismo.
Toede buscó detrás del trono y saco un pequeño tubo de plata. Se volvió hacia Judith y se lo entregó.
—¿Qué es? —preguntó ella.
—Un pequeño rollo hecho con el metal del amuleto que fundisteis —dijo Toede—. Un recuerdo de nuestro encuentro. Tiene grabado un informe completo de mis triunfos y mis acciones, de mis habilidades y deseos, y de las esperanzas que abrigo para el futuro, en la confianza de que os pueda ser útil.
Judith dio vueltas al tubo entre sus dedos pero no se fundió.
—¿Me estás diciendo que es tu historia? —preguntó divertida.
—Si el Abad y el Custodio —contestó Toede con una amplia sonrisa— son ejemplos de vuestros mandos intermedios, necesitáis servidores de talento con urgencia, pero no hace falta que os precipitéis a contratarme.
Oyéndole, Judith sonrió. En la ciudad explotaron varios cohetes a la vez y su reflejo en la sonrisa de plata se pudo ver desde mar adentro.
Y en lo más profundo del abismo, hubo otra sonrisa, una sonrisa que erigió nuevas montañas y despeñó a medio centenar de diablos. La Reina Oscura en persona se reía pensando en lo que se avecinaba.