En el que se materializa un ser de poder extradimensional, se concede una petición, aparecen los testigos, se debate el fondo de la apuesta y se dicta sentencia, por así decirlo.
—Soy Judith —dijo la figura plateada con una voz de trueno que hizo vibrar las cristaleras y la cúpula—. Lugarteniente y servidora de Takhisis, la Reina Oscura. ¡Que todo el que me vea se estremezca!
La doncella del infierno se dio la vuelta y observó a las dos figuras agazapadas junto al trono. Las palabras se desprendían de sus labios como si fueran ácido.
—¿Quién responde al nombre de Toede?
Toede habría querido señalar a Groag pero la herida del brazo se lo impidió y mientras tanto, Groag ya le había señalado a él y se había retirado dos pasos en señal de deferencia. Toede suspiró y dio un tímido paso hacia adelante.
—Yo… soy… —Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo—. Yo soy Toede.
—¿No se supone que estás muerto? —le preguntó Judith atravesándole con la mirada.
—Lo he intentado pero no hay manera —contestó Toede asintiendo con la cabeza y esbozó una sonrisa que se desvaneció bajo la mirada airada de la doncella del infierno como una gota de rocío en una olla hirviendo. Pareció ofenderla la mera idea de que alguien se permitiera bromear en su presencia.
Uno de los muertos vivientes que había detrás de ella intentó atacarla pero al traspasar la esfera de colores que la rodeaba se desintegró en una miríada de fragmentos.
Pareció que Judith no se había dado cuenta hasta entonces de la presencia de los muertos vivientes. Los despidió con un gesto de la mano y explotaron. No se produjo un gran estruendo ni se desparramaron los intestinos podridos, sino que se abrieron grandes agujeros en sus pechos, sonaron leves chasquidos en el aire, como los del maíz tostado al fuego, y los muertos vivientes se derrumbaron en silencio.
—¿Son vuestros? —preguntó airada, mirando a su alrededor como si buscara más pruebas de la impertinencia de Toede.
—¡Oh, no! —se apresuró a contestar Toede poniéndose una mano en el pecho para comprobar que aún latía—. Eh… pertenecen a uno de nuestros rivales —dijo señalando a Groag y a sí mismo—, que está invadiendo la ciudad con sus muertos vivientes.
—¡Por favor, gran señora! —intervino Groag cayendo de rodillas—. ¡Salvad nuestra ciudad! ¡Los ejércitos del necromante matarán a todo el mundo! Fui un necio confiando en él pero ahora morirán todos si no nos ayudáis.
La refulgente doncella del Abismo no se dignó siquiera a sonreír.
—¿Por qué —preguntó—, en nombre de la Reina Oscura, iba a querer yo evitar que el necromante mate a todo ser viviente en la ciudad?
—Porque… eh… porque… —tartamudeó Groag y se calló.
—Porque un mal menor destruirá un mal potencialmente mayor —intervino Toede—. Esta ciudad es el mayor foco de vicio y maldad de todo el Mar Sangriento. No, aquí no hay dementes sedientos de sangre, ni potentes ejércitos del mal, ni conquistadores megalómanos, pero abundan los mezquinos, los codiciosos y los corruptos. Esta ciudad es un nido de piratas, timadores, ladrones y todo tipo de marginados y perdularios, junto con mercaderes tramposos, mercenarios y, reconozcámoslo, algún que otro demente. Es terreno abonado para la mala voluntad y las actividades perversas, para el odio y la depravación, y si no se hace algo y se hace rápido, será reemplazado por el silencio de las tumbas y el arrastrar de pies de los muertos vivientes.
Toede se había quedado sin aliento después de la prolongada exposición y tuvo que morderse la lengua para no seguir. Judith había cerrado los ojos a mitad del discurso. Los abrió y Toede vio que le brillaban con el fulgor de una hoguera.
—Tu razonamiento es correcto. El mal se vuelve contra el mal con demasiada frecuencia en este mundo. Petición concedida.
Hizo un gesto con la mano y los dos hobgoblins oyeron aquel ruido, semejante al crepitar del maíz en el fuego en los patios adyacentes, cada vez más intenso a medida que se alejaba, elevándose en un crescendo que acabó con un sonoro estampido.
«Eso debe de haber sido la ballena», pensó Toede.
Los ojos acerados de Judith volvieron a posarse en el antiguo gobernador de Flotsam.
—Como he dicho antes, deberías estar muerto.
—Sí —dijo Toede—. He muerto tres veces, las tres veces de muerte dolorosa y las tres veces he sido devuelto a la vida. ¿Sois vos el agente de mis restituciones, la torturadora cuya misión es enviarme aquí una y otra vez?
Entonces Judith hizo algo muy sorprendente. Se rió. La suya no era la risa cortés del invitado a una fiesta ni la risa nerviosa del recién llegado, sino una carcajada impetuosa y exultante que pareció surgir del Abismo y abrirse paso hasta la superficie con la potencia de un terremoto.
—Yo no soy ese agente —dijo Judith—. Aquí tienes a los responsables de tu reanimación.
Apareció otra esfera de luz multicolor y en la sala del trono se materializaron dos figuras retorcidas. Estaban encadenadas la una a la otra y los grilletes de metal que les rodeaban las muñecas y los tobillos aún conservaban el brillo de su reciente fundición en el horno de herrero.
Se retorcían de dolor pero aun así eran capaces de mantenerse en pie. Parecían dos hombres lagartos alados o dos draconianos con cabezas alargadas como las de los caballos. Sudaban y olían a sangre quemada. Aunque eran de la misma especie, se diferenciaban en que uno era alto y delgado como un palo, y el otro, bajo y gordo. Su aparición despertó un remoto recuerdo en la mente de Toede.
—Aquí tienes a los responsables de tu reanimación —repitió Judith—. Son dos insignificantes burócratas del Abismo: el Custodio de los Condenados y el Abad del Desgobierno. Están acusados de incumplimiento de sus deberes, de extralimitarse en sus funciones, de vagancia, de hacer apuestas ilegales y de devolver la vida a los muertos. Todos son delitos graves.
Toede los miró y recordó las dos sombras fantasmagóricas de sus sueños: el dios alto como una montaña y el dios ancho como el mar.
—Me ordenaron que viviera noblemente —dijo.
—Sí, que vivieras noblemente —repitió Judith con desdén—, y apostaron sobre el resultado. Decidme, diablillos de poca monta, ¿quién ha ganado la apuesta?
Los dos abisales miraron al suelo avergonzados.
—Creo que yo —aventuró el Custodio indeciso.
La airada doncella del infierno le miró con dureza.
—¿Y qué razones aduces?
—Eh, bueno —dijo el Custodio, en un tono que recordaba a Trujamán—. Había emprendido una misión noble, como bien podéis ver.
El abisal más alto se rió entre dientes y Judith se volvió hacia él.
—¿Y qué razones aduces tú para refutar que ese tal Toede no haya adquirido nobleza?
El Abad se puso blanco y tartamudeó:
—Bueno, pues su fracaso repetido y continuo, su costumbre de atacar por la espalda a sus aliados y engañar a sus supuestos amigos. Se habría vuelto contra los mismos que le han ayudado a recuperar su trono si le hubiéramos dado un día más. De hecho, estaba a punto de matar a su antiguo camarada, a uno de su propia especie, cuando le hemos interrumpido.
—No es verdad —intervino el Custodio.
—¡Sí qué lo es!
—¡No lo es!
—¡Silencio! —bramó Judith—. Y pensar que este absurdo habría continuado de no ser por un viejo juggernaut que ha vuelto al redil contando historias de fenómenos extraños y heterodoxos.
«Jugger», pensó Toede. «Ha estado hablando con Jugger». ¿Qué habría dicho de él la demoníaca máquina de guerra?
—Contestadme a esta pregunta si sois capaces —continuó presionándoles Judith—. ¿Qué es la nobleza?
Los dos abisales se quedaron un momento callados, hasta que el Custodio se atrevió a decir:
—Eso es lo que pretendíamos averiguar.
—Entiendo —dijo Judith entrecerrando los ojos—. ¿Así que iniciáis un experimento sin tener la más remota idea de cómo calibrar los resultados?
—Bueno, nosotros… —empezó a decir el Custodio pero al ver la expresión enfurecida de Judith se detuvo—. Sí, señora —acabó.
—Entonces declaro nula la apuesta y acabado el experimento —dijo Judith. Esgrimió la espada negra y avanzó hacia Toede—. Es tiempo de que este espíritu descanse.
Al oír sus palabras, Toede tuvo la sensación de que el estómago se le caía a los pies. «Esta vez —pensó aturdido—, la muerte va a ser real y para siempre».
—¡Esperad! —gritó una voz desde las puertas de hierro.
Judith vaciló.
Rogate irrumpió en la Sala de Audiencias. Estaba aún más ensangrentado y andrajoso que su estandarte, en que ya sólo se leía: «… RO… T… O». Detrás de él, se agrupaban algunos supervivientes de la batalla: Trujamán cojeaba apoyándose en Charka; Kronin y Taywin estaban magullados pero no tenían lesiones de importancia; e incluso Bunniswot estaba con ellos, con un aspecto sospechosamente pulcro.
—¡Oscura mensajera de las profundidades! —la saludó Rogate—. Si hay alguna duda respecto a la nobleza, nosotros tenemos algo que decir.
—¿Tiene algo que ver con este caso vuestro testimonio? —preguntó Judith mirando a Rogate con frialdad.
—¡Hemos luchado junto a lord Toede y podemos atestiguar sus nobles obras!
Judith retiró la espada y Toede sintió que su corazón volvía a latir.
—Adelante —dijo ella.
—Bueno, eh… —dijo Rogate, pero no consiguió hacer otra cosa que tartamudear, como si hubiera quemado todas sus neuronas para llegar hasta ese punto. De pronto, pareció que había descendido una idea sobre él como un rayo del cielo—. ¡Soy un caballero toedaico! —proclamó—. ¡Y nadie puede nombrar a otro caballero si no es un lord, por lo tanto Toede es noble!
—Un argumento falaz —dijo Judith—. Si Toede no es noble, entonces tú no eres un caballero. Y no veo qué interés pueda tener investigar tu condición de caballero. Objeción denegada. ¿Alguien más?
—¡Esperad! —resopló Rogate rebuscando en los bolsillos—. Puedo aportar esto como prueba. —Sacó el medallón de Groag estirando de la cadena y se acercó a la criatura del mal. Hincó una rodilla y se lo ofreció.
Judith lo cogió y le dio la vuelta.
—Murió noblemente —leyó—. Esto es una bagatela que puede hacer cualquiera. —El disco se retorció fundiéndose entre sus dedos y cayó al suelo en gruesos goterones—. ¿Lo habías grabado tú? —preguntó a Rogate.
—No, señor. Eh, señora —contestó Rogate retirándose al tiempo que hacia reverencias.
—Yo… eh… yo lo grabé —dijo Groag tímidamente desde el trono—. Toede distrajo a Lengua Dorada cuando estaba a punto de matarme. Luego, creyendo que Toede había muerto, grabé esa inscripción en recuerdo.
—¿Le considerabais realmente noble? —preguntó el Custodio nervioso por haberse atrevido a intervenir en el interrogatorio de un superior.
—Creo… creo que sí —contestó Groag sacando la cabeza de entre las sombras.
—¿Y ahora? —intervino el Abad con voz más segura que su compañero.
—Ahora… no lo sé —dijo el hobgoblin tras quedarse un momento pensativo—. No sé qué habría ocurrido esta vez si no hubierais llegado.
—De lo que se deduce que Toede sólo es noble en reposo —dijo Judith—. Muerto, era noble. Vivo, es una carta tapada.
—Yo… yo creo —dijo Groag evitando mirar a Toede— que todos nos equivocamos alguna vez.
Toede tuvo la impresión de que la estancia se hacía pequeña. Kronin se separó de Taywin y dio un paso al frente.
—La nobleza es sabiduría —dijo— y las parábolas y los dichos de Toede demuestran su sabiduría aun cuando no siempre la aplique a sus acciones.
—No podemos basarnos en escritos —intervino Bunniswot— que podrían… eh… estar basados en fuentes más antiguas. —Miró a Judith con cautela pero viendo que no le interrumpía ni corregía, continuó—: Sin embargo, Toede se ha mostrado bueno conmigo en varias ocasiones, como cuando se llevó al juggernaut a otra parte para que no me matara.
»Anoche estaba dispuesto a matarle por encargo de Groag después de que me advirtiera de la traición del necromante. Iba a clavarle una aguja envenenada escondida entre un informe falso. Toede lo sabía, porque conocía los verdaderos planes de Groag, y me impidió que sacara el informe falso y le matara. Luego insistió en que me quedara en el campamento donde estaría seguro cuando podría haberme dejado que me fuera y encontrara un destino funesto. Bondad y capacidad de perdón en la adversidad, eso es nobleza.
—¡Valentía! —aulló Charka mezclándose en la discusión—. Toede es listo, pero hay muchos tramposos listos. Toede es valiente porque se ha puesto a la cabeza del ataque, lanzándose a caballo él solo para dar ejemplo.
—Ah, no tenía otra opción —intervino Trujamán en voz baja—. El necromante se puso en contacto conmigo y me prometió aumentar en gran manera mis conocimientos a cambio de la muerte de Toede. —Trujamán miró al suelo—. Me temo que he apuntado mal y en lugar de acertarle a él he herido al caballo.
Toede sacudió la cabeza. El pequeño espíritu (que ahora sospechaba que había sido uno de los dos abisales) no le había mentido respecto a toda aquella colección de traidores.
—Bueno —murmuró Toede—. Ahora ya no importa.
—¡Lo veis! ¡Bondad y capacidad de perdón! —señaló Bunniswot.
—Yo no sé de esas cosas —intervino Trujamán—, pero puedo decir que el Toede que he conocido es muy distinto del personaje que sale en mis relatos. Es más inteligente y astuto, e incluso un poco más sabio.
—Es distinto —le interrumpió Taywin—. Si hace un año hubiera sabido que el prisionero era Toede le habría hecho matar por haber puesto en peligro la vida de mi padre con un juego cruel y absurdo, pero este Toede es capaz de arriesgar su vida por otros. Es cierto que parece perder y recuperar la vida con facilidad pero eso no disminuye el riesgo.
—Arriesgarse no es ser noble —dijo el Abad.
—Sabiduría —intervino Kronin—, se trata de verdadera sabiduría.
—Bondad y perdón —dijo Bunniswot.
—¡Honor! —gritó Rogate.
—¡Valentía! —aulló Charka.
—¡Silencio! —ululó Judith y las paredes se estremecieron por la furia de su bramido—. ¡Sois un atajo de imbéciles! No conseguís poneros de acuerdo acerca de lo que es la nobleza y aun así os atrevéis a opinar sobre si Toede es noble o no lo es. Pronuncio sentencia contra todos vosotros…
—Por favor —dijo Toede con voz queda.
En sus palabras no había rastro del tono altanero o servil que tantas veces se había oído entre aquellas paredes. Incluso Judith se sintió inclinada a escuchar ante la inusitada calma que transmitía la voz de Toede.
—El testimonio de unos imbéciles tiene su importancia —dijo Toede notando que la sangre abandonaba su rostro a medida que hablaba— y quiero agradecerles la amabilidad de sus palabras, aun cuando en algunos casos no sean ciertas. Sus delitos y locuras encontrarán su justo castigo en otro momento, pero no deberían ser juzgados por apelar en mi defensa.
Toede notó que las rodillas le flaqueaban y golpeaban el suelo con fuerza. Continuó:
—Vine aquí con un encargo absurdo y mi misión ya se ha acabado. Si soy más noble muerto de lo que lo fui vivo, que así sea. Pocos tienen oportunidad de volver a escribir su propio epitafio. Estoy preparado para volver al eterno descanso.
A su espalda, oyó a Groag que decía:
—Toede, yo…
—Que cada uno arregle sus asuntos y deje de preocuparse por mí. Groag, si pides perdón y dejas de intentar imitarme, a lo mejor consigues ser un buen gobernador. El resto, marchaos. Su señoría podría no estar de acuerdo conmigo y vosotros seríais los siguientes en ocupar el sitio de los acusados. —Toede cerró los ojos—. Que cada uno sea consecuente con su vida. O con su muerte.
Judith se quedó mirando a Toede durante unos largos instantes mientras el hobgoblin se tambaleaba esperando el golpe de gracia. Finalmente, levantó la espada y posó suavemente la punta sobre los hombros de Toede.
—Por los poderes que poseo, os reconozco nobleza. Levantaos, lord Toede de Flotsam.
Pero Toede no se levantó. Cayó hacia adelante desmayado y se habría precipitado al pozo de los cocodrilos de no haber sido por Groag.