Capítulo 24

En el que nuestro protagonista recibe todo tipo de consejos de muchos visitantes en la noche anterior a la batalla, y en el que asistimos a la Ultima Tentación de Toede.

Los siguientes dos días se pasaron sin sentir, ocupados como estaban en los preparativos de la guerra. En el caso de los kenders, consistían en una serie de fiestas e incursiones, así como varias prolongadas explicaciones de por qué no podían llevarse todo lo que consideraran útil para la batalla. Había un número increíblemente alto de sartenes de hierro colado requisadas como mazos y porras que fueron devueltas a sus dueños. A veces, Toede tenía la sensación de estar organizando una excursión de colegio en lugar de una operación militar.

Los otros tampoco eran de mucha ayuda. Bunniswot regresó a Flotsam (a pesar de las objeciones de Toede pero con la aprobación de los demás) para vigilar a Groag e informar de los movimientos de tropas. Taywin y su padre se ocupaban de la instrucción militar diaria de las tropas de kenders (a fin de asegurarse de que todos marchaban en la misma dirección). Rogate pronunciaba buenas arengas pero la estrategia militar se le resistía. Charka y Trujamán se habían ido a reunir sus fuerzas y el necromante seguía guardando las distancias.

El mismo Toede se ocupaba de las preparaciones sin entregarse y pasaba las noches estudiando «su» libro sobre la filosofía del poder. Bunniswot le había dejado la piedra de luz mágica pero, aun así, avanzaba con lentitud. Los márgenes estaban repletos de glosas en las que Bunniswot explicaba, por ejemplo, lo que Toede realmente quería expresar con el relato de la pastora y los tres clérigos de Hiddukel. Sus explicaciones eran tan densas y detalladas como el mismo texto y ni de lejos tan entretenidas.

A todo eso, la mente de Toede batallaba con una insidiosa pregunta: ¿qué pasaría cuando las cosas fueran mal esa vez? No «si» sino «cuando». Incluso cuando tenía un ejército de dragones bajo su mando, siempre existía la posibilidad de que algo fuera mal, que el tercer guerrero enemigo a la izquierda no fuera un simple campesino sino el nieto de algún hechicero y en mitad de la batalla se pusiera a lanzar bolas de fuego, que el estandarte del enemigo en realidad fuera un dragón dorado, o que sus propias tropas se vieran afectadas por una repentina epidemia de gripe, gota, sarna o hidropesía.

Si todo eso podía pasar con las tropas profesionales, como las que Groag tenía a su disposición, con esa pandilla… Toede había decidido utilizar a los gnolls como fuerza de choque; los kenders librarían escaramuzas y luchas callejeras; y las fuerzas innumerables e innombrables del necromante actuarían haciendo la función de la caballería, y cubrirían la retirada en caso de que los otros se vieran obligados a retroceder.

Toede suponía que siempre había alguna posibilidad peor: podrían haber sido gnomos.

Explicó las líneas generales del ataque a Rogate, Taywin, Kronin, Charka y Trujamán. Todos se mostraron de acuerdo con el plan, ya que se avenía a sus tendencias raciales. Los gnolls estarían dispuestos a estamparse contra las murallas si creyeran que era una táctica efectiva y a los kenders les gustaba la idea de luchar en lugares donde pudieran esconderse. Rogate habría estado conforme con cualquier cosa que se hiciera en nombre de la sagrada venganza y se fue con Kronin a pasar revista a las tropas (otra vez). Trujamán se limitó a asentir con la cabeza, como si realmente entendiera algo.

Ninguno de los otros cinco dirigentes se fijó en lo que Toede consideraba que era la esencia de su plan; a saber, poner el grueso de sus fuerzas entre su persona y las fuerzas de Groag en Flotsam. Si los mercenarios y los guardas de Groag se desmoronaban tan rápido como Bunniswot pronosticaba, la ciudad podría ser tomada sin necesidad de su presencia en el frente.

Si, como Toede sospechaba, la arenga de última hora de Groag consistía en vaciar los cofres del tesoro delante de las tropas y el asalto fracasaba, quería estar lo más lejos posible del escenario de la batalla.

El ataque se concentraría en el sur, a lo largo de los tramos en ruinas de la muralla, resultado de la acción de Jugger y del descuido de Groag. La zona oeste de la ciudad no contaba; la idea era entrar en «La Roca» y derrocar al gobierno (es decir, a Groag y a sus lacayos) con las mínimas pérdidas.

Y por pérdidas mínimas Toede entendía su supervivencia. Acarició la idea de abandonar el campamento y buscar refugio en la cabaña del enano en las colinas; más adelante, ya preguntaría a algún vagabundo quién había ganado. Al fin y al cabo, era mejor ser un cobarde vivo que un héroe muerto.

Resultó que Toede no era el único preocupado por la supervivencia de algún participante de la rebelión. Estaba hablando con Taywin después de cenar cuando Charka se agachó frente a ellos para ponerse al nivel de sus ojos e interrumpir la conversación.

—Charka encabeza tropas —dijo el jefe gnoll— pero quiere a Trujamán seguro en la retaguardia.

—Preferiría estar contigo y con los tuyos —dijo el investigador pero Charka no pensaba dejarse convencer.

—Trujamán no tiene magia —argumentó el gnoll—. Trujamán no tiene músculo. ¿Trujamán va a contarles historias a los enemigos? ¿Les golpeará con cerebro? No, Trujamán se queda en el campamento.

—Deja a Trujamán conmigo —dijo Toede—, detrás del cuerpo principal, pero en una posición donde pueda entrar en combate si se requiere. «Un refuerzo magnífico», añadió para su camisa.

Charka accedió aunque no de buena gana. Taywin se echó hacia atrás en su asiento.

—Me sorprendéis —dijo mirando a las dos figuras sentadas al otro lado del fuego—. Los humanos y los gnolls suelen pelearse, pero al parecer vosotros os habéis hecho amigos del alma.

—¿No es evidente? —dijo Charka mirando a la kender.

—Ah —dijo Trujamán—, creo que en lugar de pensar en humanos y gnolls, deberías pensar en machos y hembras. —Y al decir la última palabra acarició el hombro del gnoll.

Taywin dejó de balancearse y abrió mucho los ojos, tanto que las cejas le habrían desaparecido debajo del flequillo si todavía lo conservara. Toede gruñó y se puso en pie.

—Bueno, ya sabemos algo más —dijo, pensando que la kender había encontrado un tema de conversación que prometía ser una mina—, pero yo tengo que volver a mis estudios. —Y se fue a su tienda.

La tienda estaba hecha de trozos de la lona originalmente blanca del campamento de los investigadores, ahora teñidos de todos los colores; se la habían regalado (con toda la pompa y la dignidad de que los kenders eran capaces) los padres y los hijos de los guerreros a los que Toede iba a mandar a morir en Flotsam. Toede la aborrecía porque le recordaba la fe que tenían (o que parecían tener) en él y porque era una auténtica chapuza. El viento de la noche silbaba metiéndose entre las costuras sueltas y desiguales.

Toede irrumpió en la tienda, desplegó la silla de campaña y, viendo que ya se hacía de noche, abrió la caja que contenía la piedra de luz. La colocó en la pieza de sostén y el interior de la tienda quedó bañado en una luz cálida y suave. Abrió el libro que supuestamente condensaba su ingenio y sabiduría por donde lo había dejado la última vez, un pasaje que según afirmaba Bunniswot sin duda era una disertación sobre la ética del mercado libre. Toede agradeció la explicación, porque de otro modo habría creído que trataba de una noble duquesa callejera que discutía varios precios y servicios.

Toede echó la silla hacia atrás balanceándose sobre las patas traseras y apoyó los pies en una mesa improvisada hecha con un tablero y unas piedras. En eso, hubo un leve movimiento junto a su camastro y apareció una pequeña figura en forma de kender.

—Saludos, Toede —dijo Miles.

Toede habría brincado por la sorpresa de oír aquella voz pero, por desgracia, no estaba en la mejor postura para dar brincos, así que se limitó a caerse de espaldas con silla y todo.

Al golpearse contra el suelo blando, gruñó y levantó la vista: ante sus ojos tenía a un Miles bastante hinchado. El rostro estaba un poco desfigurado después de haber pasado varios días bajo el agua, sometido al delicado vapuleo de las cascadas, pero todavía era reconocible. De no ser así, la ornamentada empuñadura de la daga que le salía del pecho lo habría delatado igualmente.

Miles sonrió y los músculos remojados casi se le separaron del cráneo.

—Me parece que os he sorprendido.

—Tenéis un sentido del humor muy desagradable —dijo Toede levantándose.

—Todo lo que tiene que ver conmigo es desagradable —dijo el hechicero que manipulaba el cuerpo y la voz de Miles— pero tengo pocas oportunidades de… mostrarlo.

—¡Qué suerte la mía! —murmuró Toede para sí y, en voz más alta, añadió—: ¿Ya están situadas vuestras tropas?

—En su mayor parte —dijo el cadáver de Miles.

—Oh, deben ser pelotones de exploradores invisibles —dijo Toede—, ayudados por unidades de soldados del aire y una división de vengadores incorpóreos.

Miles hizo un ruido parecido a un cacareo y Toede supuso que debía interpretarlo como una carcajada.

—El grueso de mi ejército siempre ha estado ahí, Toede, incluso durante vuestro reinado. Los maderos, las piedras y la basura no fue lo único que la marea llevó hasta la orilla cuando Istar se hundió hace ya tantos siglos.

—¿Ése es vuestro ejército? —se burló Toede—. ¿Los esqueletos que salieron a flote?

El necromante se encogió de hombros al estilo kender.

—Más una pequeña unidad que se encargará de realizar una… maniobra de distracción atacando la puerta norte al amanecer.

—Los harán pedazos —dijo Toede.

—Les trae sin cuidado —repuso el necromante.

—Nuestro asalto convendría iniciarlo una media hora después del vuestro.

—Gozáis de una mente despierta —dijo el kender no muerto—. Tengo grandes deseos de examinarla. —Antes de que Toede pudiera replicar, el necromante añadió—: ¿Pensáis atacar con todas vuestras tropas a un tiempo para crear el máximo caos?

—No tengo otra opción —dijo Toede—. La sutilidad no tiene cabida en las artes bélicas de los gnolls y el ataque depende de ellos casi por completo.

—Bien —siseó el necromante—. ¿Deseáis que respete a alguno de vuestro bando?

—Podéis quedaros con los muertos —le advirtió Toede— pero no dar el empujoncito definitivo a los que estén al borde de la muerte.

—Eso ya lo acordamos —dijo el necromante—. Me refiero a si hay alguien a quien queráis dar sepultura: ¿a los investigadores, quizás, o a la kender afeitada?

Toede se quedó un momento pensativo y luego dijo:

—No, un trato es un trato, y todos estuvimos de acuerdo. Si caen, son vuestros.

—Para ti es fácil decirlo —dijo el necromante—. Ya me voy. Recordadlo, mañana después del alba. —Y levantó el ligero cuerpo de Miles sobre sus pies retorcidos por el agua.

—Una última cosa —dijo Toede levantando la mano.

—Decid —repuso la criatura no muerta.

—¿No tenéis nombre? —preguntó Toede sonriendo—. Eso de necromante no es más que un título o el nombre de vuestra profesión. ¿Cómo os llaman en la Asociación de Necromantes?

—Los necromantes no se asocian —dijo la criatura haciendo una mueca de desprecio que provocó que algunos músculos faciales se soltaran de los ligamentos.

—Me entendéis perfectamente —dijo Toede.

Tras un silencio, el necromante dijo:

—Bob.

—¿Bob? —repitió Toede con una franca sonrisa.

—Es el diminutivo de… —se apresuró a decir el necromante.

Toede agitó las manos haciéndole callar.

—Bob está bien. Ahora hay algo que sólo vos y yo sabemos, de manera que si queréis transmitirme un mensaje, decid que es de parte de Bob y sabré que no es un engaño.

El kender no muerto asintió con la cabeza pero los restos de sus músculos faciales expresaron cierta desconfianza ante el razonamiento de Toede.

—Me voy —dijo la criatura—. Estad preparado para la batalla de mañana.

—Ya no contaba con poder dormir —dijo Toede al tiempo que el kender no muerto se arrodillaba.

—Tampoco yo contaba con que durmierais —repuso el cadáver de Miles con una sonrisa y, deslizándose por debajo de la lona, se marchó.

Toede masculló una maldición y volvió a desplegar la silla de campaña. La idea de escapar tenía tantos alicientes como una ducha fría. Evitar el desastre huyendo significaba adentrarse en los bosques, que sin duda estaban infestados de centinelas del necromante. El lugar más seguro para Toede en aquel momento estaba en la vanguardia de un ejército a punto de atacar Flotsam.

En eso Bunniswot asomó la cabeza por la puerta.

—¿Estáis solo? —preguntó el investigador pelirrojo.

—Eso pretendía —dijo Toede malhumorado.

—¿Os ha contado Taywin lo de Charka y Trujamán? —inquirió el investigador.

—¿Por qué no estáis en Flotsam? —preguntó Toede de malos modos.

—Nunca me habría imaginado que Trujamán fuera una persona sentimental —continuó Bunniswot.

—¿Por qué no estáis en Flotsam? —repitió Toede casi gritando.

—Traigo buenas y malas noticias —contestó el investigador sonriendo.

Toede de pronto añoró las amenazas directas del necromante y suspiró.

—Primero las malas —dijo el hobgoblin.

—Saben que estáis aquí-dijo el investigador.

—No me extraña —murmuró Toede.

—Y Groag ha enviado a un mensajero a los Señores de los Dragones, pidiéndoles refuerzos.

Toede se acarició las verrugas de la barbilla. Eso significaba que, o bien Groag no conocía con seguridad el número y la habilidad guerrera de las fuerzas de Toede o bien estaba sin blanca y temía perder a las unidades de mercenarios.

—¿Y las buenas?

—El mensajero soy yo —repuso Bunniswot sonriente— y, por tanto, no llegará el mensaje.

Toede se quedó un momento en silencio y luego preguntó:

—¿Has salido por la puerta norte?

Bunniswot puso cara de no entender nada y dijo:

—No, por la puerta sudeste. Queda más cerca de aquí.

—Más cerca de aquí, humano —dijo Toede—, pero en dirección contraria de donde se suponía que ibais. Puede que Groag sea tan estúpido que no lo haya notado pero es más que probable que a estas horas ya sepa que en el mejor de los casos sois un cobarde y en el peor, un traidor.

—¿Me estáis diciendo que he cometido un error? —preguntó el investigador poniéndose a la defensiva.

—Os estoy diciendo que vuestra carrera profesional en la corte de Groag es probable que haya tocado a su fin —dijo el hobgoblin—, así que más os vale rezar para que ganemos. O mejor aún —dijo poniéndose en pie y paseando por la tienda—, salid mañana por la mañana antes de la batalla. Si llegáis a hablar con los Señores de los Dragones, podréis decir que os perdisteis por el camino.

—Podría irme ahora —dijo Bunniswot.

—Se te comerían los muertos vivientes —dijo Toede—. ¿Tienes un caballo?

—Sí —contestó el investigador.

—Yo, no —dijo Toede—. Necesitaré el tuyo para mañana. Coge uno de los ponis de los kenders.

Bunniswot se quedó mirando a Toede fijamente.

—¿Sí? —le instó el hobgoblin.

—Lo decís en serio —dijo el investigador—: lo de los muertos vivientes y lo de no volver a la ciudad. Os preocupáis por mí. No queréis que corra peligro.

«No quiero que mañana participéis en la batalla enseñando medio cráneo», replicó Toede para sus adentros. «Nos distraería».

—Tengo puntos débiles, sí —mintió Toede—. Me debo de estar haciendo viejo. —Dio una palmada sobre el libro abierto y añadió—: O puede que haya decidido hacer honor a la reputación que he ganado durante mi ausencia.

Bunniswot miró a Toede con una expresión que éste no pudo acabar de descifrar, una mezcla de miedo, admiración y algo más. Apenas duró unos segundos. Luego, el investigador preguntó tartamudeando:

—¿Queréis mi informe, entonces? —Rebuscó entre sus ropas con el rostro blanco como el papel.

—¿Informe? —preguntó Toede levantando las cejas.

—La distribución de las tropas de Groag —dijo Bunniswot revolviendo en sus bolsillos.

—Sólo si es distinta de ésta —dijo Toede—: Las tropas de mercenarios en las brechas de las murallas, y las milicias detrás. Las puertas bien cerradas y reforzadas con barricadas. El norte y el oeste prácticamente desprotegidos y las fuerzas especiales en la muralla de «La Roca», para actuar como refuerzos si nuestras tropas consiguen entrar.

El joven investigador sacó bruscamente la mano vacía del bolsillo, como si hubiera encontrado una serpiente venenosa.

—¿Cómo lo habéis…?

—Groag no tiene dinero para pagar a los mercenarios y, de todas maneras, siempre ha sido un miserable, así que los coloca en los puestos de más peligro. Los muertos no reclaman la paga. Luego asigna a los soldados menos expertos posiciones defensivas tras las que puedan esconderse y así consigue que las defiendan con todas sus fuerzas. Por último, la guardia especial no está ahí para reforzar nada sino para proteger al gobernador de Flotsam pase lo que pase.

«Además», añadió Toede para su capote, «Groag estaba allí cuando diseñé el maldito plan hace dos años».

La expresión de Bunniswot fue entonces de perplejidad.

—Eso es. Sí, eso mismo —asintió tembloroso, y se fue hacia la puerta—. Si me necesitáis, voy a echarme junto al fuego.

Toede se acercó a la entrada y se quedó mirando cómo el joven investigador trastabillaba en dirección a la hoguera. Trujamán estaba allí contando otro relato de la Guerra de la Lanza a Charka y Taywin. Por lo visto, Charka ya lo conocía, porque intervenía haciendo los efectos sonoros apropiados.

Bunniswot volvió a meterse la mano en el bolsillo y sacó los papeles en los que se detallaban los no tan secretos planes de batalla de Groag. Se los quedó mirando y luego los arrojó al fuego. Las llamas adquirieron un tono verdoso mientras consumían el pergamino y luego perdieron fuerza.

Toede sacudió la cabeza. No había querido ofender a Bunniswot pero a veces incluso los eruditos necesitan que alguien les demuestre que no lo saben todo. Además, Bunniswot era una especie de pulga inquieta, que no paraba de moverse de un lado para otro. Era mejor apartarle de la primera línea de fuego antes de que le pasara algo malo o, lo que era más importante, antes de que les pasara a los que estuvieran cerca.

—Es un traidor —dijo una voz delicada detrás de él.

Se volvió y descubrió una diminuta figura, semejante en sus líneas a un elfo, que se inclinaba delicadamente sobre las páginas del libro de Bunniswot acerca de la sabiduría política de Toede. Iba envuelta en ropajes de tonos azules, plateados y blancos, y sus rasgos eran tan afilados que parecían tallados en cristal.

—¿Nadie piensa llamar a la puerta? —preguntó Toede levantando las cejas. Acercó la silla hasta el libro abierto y se echó hacia adelante, hasta casi tocar el torso del duendecillo con la nariz—. Has dicho que Bunniswot era un…

—Traidor —repitió la aparición con una voz aguda, melódica y cantarina—. Está al servicio del gobernador Groag. Desea tu mal.

—Ajá —dijo Toede.

La figurilla flotaba en el aire, con sus pequeños pies rozando apenas las páginas del libro.

—Pretende asesinarte cuando estés desprevenido o, si eso no ocurre, inculcarte ideas absurdas con la esperanza de que provoques tu propia muerte —dijo la aparición, que parecía un duendecillo.

—Ajá —dijo Toede apoyando las manos en las rodillas—. ¿Y tú eres…?

—Un espíritu de la sabiduría —dijo el duendecillo—. Una advertencia para el futuro. La voz de la razón. La materialización del deseo de aprender.

—Veo que se trata de un cuestionario de respuestas múltiples —dijo Toede.

—No te burles —dijo el espíritu vestido de azul, blanco y plata— porque has de saber que busca tu desgracia.

—Eso dices —repuso Toede—. Quizá tendría que pedir a Rogate que se ocupe de él.

—No confíes en Rogate, tampoco —dijo el duende—, porque él también quiere tu mal.

—¿También es un traidor? —preguntó Toede.

—Sólo de sí mismo —contestó el duende—, porque confundiste su mente en vuestro primer encuentro, en la taberna de Flotsam, pero a medida que pasa tiempo a tu lado, su mente gana claridad y pronto se dará cuenta de que su sagrada misión es matarte.

—Ya —murmuró Toede—, entonces quizá debiera pedir a Charka y a Trujamán que se ocupen de ellos, pero supongo que también son…

—Traidores —se apresuró a decir la pequeña criatura—. Se han aliado con el necromante, que también quiere tu desgracia.

—Eso nunca se me habría ocurrido —dijo Toede con sarcasmo.

El espíritu en forma de duende hizo caso omiso de su actitud.

—Les ha prometido que dominarán Flotsam si consiguen que mueras en la batalla. Trujamán permanecerá a tu lado y en lo más reñido del combate te introducirá una daga entre las costillas.

Toede volvió a acariciarse la barbilla.

—Entonces, quizá deba hacer que la turba de kenders les tienda una trampa improvisada y los ejecute al alba.

—Por desgracia… —empezó a decir el duende.

—Déjame adivinarlo —dijo Toede—. Los kenders también quieren mi desgracia.

—La muchacha sólo es leal a su padre, que alimenta un profundo y perdurable odio hacia ti —dijo el espíritu inclinando la cabeza como si lo lamentara en lo más hondo—. Estás rodeado de traidores.

—Y pensar que no se han dado cuenta de que todos son traidores —dijo Toede—. Si se hubieran puesto de acuerdo, hace días que podrían haberme matado.

Si el duende advirtió el sarcasmo, sus delicados rasgos no lo demostraron.

—Sólo tienes una salida —dijo, y a Toede casi le pareció oír una música inspiradora a su alrededor—. Debes marcharte —continuó el duende en tono firme—. Coge el caballo que ha traído Bunniswot y cabalga en dirección sudeste. Encontrarás una pequeña taberna, con una sola ventana iluminada. Llama a la puerta y pide cobijo. Te dejarán entrar. En tu ausencia, el ataque tendrá éxito pero los aliados se pelearán entre ellos y la ciudad será asolada por la guerra civil.

—¿Me estás diciendo que huya como un cobarde? —preguntó Toede echándose hacia adelante.

—Es tu única salida —dijo el duendecillo asintiendo con la cabeza.

—Si quiero salvar la piel —dijo Toede levantando los brazos para coger las tapas del libro entre los dedos— a costa de mi buen nombre.

—Debes irte ahora para evi… ¡paf!

Toede cerró el mamotreto de un golpe y la voz del duendecillo se desvaneció. Contó hasta diez y volvió a abrir el libro. Sólo una pequeña quemadura en las hojas le permitió convencerse de que no había sido un sueño.

—Lo más sorprendente —dijo en voz alta a la manchita humeante— es que yo mismo he estado pensando todo eso. ¿Qué razones puede tener toda esa buena y, sí, noble gente para juntarse con alguien como yo? Les he estado atribuyendo todo tipo de pérfidas motivaciones y las tripas se me han hecho un nudo intentando imaginar sus razones.

»Pero tu aparición, pequeña quemadura —dijo el sonriente hobgoblin—, confirma mi hipótesis. Por dos veces he creído que todo estaba arreglado para que recuperara mi trono y las dos veces se ha materializado algo que me ha desviado de mi camino. Esta vez mi sentido común me dice que huya y una aparición sobrenatural me espolea. He tomado una decisión.

Toede cerró de nuevo el libro, esta vez con suavidad, y salió de la tienda con él bajo el brazo. Regresó junto al fuego. Trujamán estaba acabando de contar una historia de gnomos, barcas y dragones dorados. Charka y Taywin escuchaban muy atentos, mientras Kronin y Rogate trazaban rayas en la tierra ultimando los planes para el día siguiente. Bunniswot, uno de los muchos presuntos asesinos, estaba acurrucado junto al fuego y roncaba suavemente.

Toede se arrodilló junto a Taywin y le preguntó con voz queda si tenía un frasco de perfume. Ella le miró extrañada y asintió. La mandó a buscarlo y, de paso, le pidió que hiciera venir al personaje que entre los kenders pasaba por ser un clérigo de los verdaderos dioses. Hecho esto, el antiguo gobernador le entregó el voluminoso libro a Trujamán y, volviendo junto al fuego, lo reavivó echando unos cuantos troncos, que hicieron revolotear una lluvia de pavesas.

—Va a ser una noche muy larga —dijo Toede— y, para muchos de los presentes, será la última. Si no vamos a dormir, no estará de más que sepamos por qué luchamos.

Trujamán asintió con la cabeza y abrió el libro por donde el mismo Toede acababa de dejarlo. El viejo investigador empezó a leer con voz insegura pero enseguida cogió la cadencia de los versos y las palabras salían de su boca como pétalos de flor desprendiéndose del cáliz. Bunniswot se despertó dando un ronquido más fuerte y se frotó los ojos. Rogate y Kronin dejaron de hacer garabatos en la tierra. Poco a poco, el brillo del fuego de campamento fue poblándose de gnolls y kenders incapaces de dormir. Taywin regresó con el santón kender y un frasco de perfume. Toede habló con el clérigo en voz baja y luego le envió a cumplir la misión que le había encomendado.

Toede pasó el resto de la noche contemplando las llamas del fuego reavivado, al que añadía alguna ramita o tronco cada vez que Trujamán llegaba al final de una parábola. Se habría dicho que el antiguo gobernador sólo escuchaba a medias, como si creyera que podría leer la respuesta a lo que le preocupaba en las cambiantes lenguas del fuego.