En el que nuestro protagonista se ve arrastrado por los acontecimientos, y el tantas veces mencionado necromante finalmente se presenta, a su manera. Además, se celebra un consejo, se augura el desastre y los gnolls lanzan el grito de guerra.
—¿Cuándo van a aparecer esos misteriosos aliados? —preguntó Toede malhumorado.
Estaba sentado en los restos de una columna desmoronada, en el antiguo campamento de los investigadores, que, excepto por el olor a putrefacción, se conservaba igual que lo dejó Toede hacía seis meses. Los restos de los abedules y de los monumentos de piedra esparcidos por el lugar parecían juguetes rotos.
Bunniswot se encogió de hombros, entrecerrando los ojos para evitar que el sol lo deslumbrara.
—Dijo que hacia el mediodía. ¿Creéis que ya son las doce? —contestó Bunniswot.
—Recuérdame que no te deje trazar el plan de ataque —murmuró Toede. Miró hacia donde estaban Taywin y Rogate. Este último había esbozado un mapa de Flotsam y ahora dibujaba flechas desde el exterior hacia el interior de las murallas. Tras la muerte de Miles, Rogate había ocupado el puesto de «guarda de honor» del gobernador-en-el-exilio Toede.
Toede observó que Rogate trazaba una larga flecha ondulante que empezaba en el lado oeste, daba toda la vuelta a la ciudad y atacaba «La Roca» desde el mar: una invasión marítima.
—Y a él tampoco —añadió Toede.
—Taywin dice que el mejor ataque sería por el sur —dijo Bunniswot con cierto desdén—, aprovechando el tramo de muralla que todavía no está reconstruido. A mí también me lo parece.
—El problema no son esas murallas —dijo Toede asintiendo—, sino el muro que separa la Ciudad Baja de «La Roca». En caso de invasión, la estrategia pública siempre ha sido movilizar a la población y salir al encuentro del enemigo en las murallas exteriores, pero el plan secreto era que las clases superiores se refugiaran en «La Roca» y el resto luchara y muriera en las calles.
—¿Creéis que Groag seguirá la misma política? —preguntó Bunniswot.
—Ya sabes: si algo funciona, no lo cambies —contestó Toede—. Además, dijiste que lo primero que ordenó Groag al subir al poder fue que reconstruyeran la muralla de «La Roca» y luego la mansión. Hasta ahora no ha mandado reparar la muralla exterior.
—Y de cualquier manera —añadió Bunniswot—. Utilizan materiales baratos y no refuerzan la estructura. No nos iría mal encontrar otro artefacto de guerra como vuestro amigo Jugger.
—Jugger es… era… único. —Toede se estremeció acordándose del largo y lento arco sobre el Mar Sangriento—. Por lo menos, eso espero. No tengo ningún deseo de conocer a más nativos del Abismo… —Toede se calló un momento y luego preguntó—: ¿Has oído eso?
—¿El qué? —repuso Bunniswot.
—Sonaba como si alguien se riera en la distancia —dijo Toede, y tras otra pausa—. Ya no se oye.
Bunniswot se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—Groag ha contratado a un buen número de mercenarios, entre los que hay ogros de Balifor y minotauros del otro lado del Mar Sangriento, especialmente para su protección personal. La mayoría de los componentes de las fuerzas armadas han sobrevivido a dos de vuestras «visitas» a Flotsam. En consecuencia, son soldados aguerridos, pero no tienen ningún deseo de enfrentarse a un ejército con vos a la cabeza.
Toede gruñó. Él tampoco sentía deseo alguno de ponerse a la cabeza de un ejército, ni de ocupar ningún otro puesto, pero habían pasado dos días y aún no había encontrado la manera de evitarlo.
—La mayoría de los cortesanos de Groag son leales —continuó Bunniswot—, pero su lealtad es producto más del miedo que de la confianza. Groag es incluso más veleidoso que… vos, y si las cosas se ponen feas, es probable que se rindan y se entreguen.
—Parece que estás muy enterado de los entresijos de la corte de Groag —observó Toede.
—Es natural —dijo Bunniswot—. Soy el historiador oficial de la corte.
—¿Que eres qué? —preguntó Toede mirándole fijamente.
—Volví a Flotsam con mis notas —repuso Bunniswot encogiéndose de hombros—, sin nadie que me financiara, y necesitaba un trabajo. Groag acababa de subir al poder y sabía que yo no pertenecía a la «antigua turbamulta» de adoradores de Brinco Perezoso o de sus clérigos, así que me dio el puesto. —Hizo una pausa y luego añadió—: ¿Cómo creéis que conseguí copiar vuestro libro?
—No me digas que…
—Con la ayuda de los escribas de Groag —dijo Bunniswot—, los mismos que antes fueron los escribas de Brinco Perezoso y también los de Lengua Dorada, y ahora que lo pienso, vuestros escribas. La burocracia permanece inamovible, según he descubierto, sin que le afecten los cambios de gobierno.
—Recuerdo a los escribas —dijo Toede—. No les confiaría ni una moneda de cobre.
—Ni yo —dijo Bunniswot— y por eso el primer manuscrito les llegó con una orden oficial de Groag y no quisieron dejar pasar la oportunidad de demostrar su valía y su lealtad al nuevo gobernador. Así salió a la luz la primera edición. Cuando Groag se enteró de la existencia del libro (pero no de cómo se había copiado), puso el grito en el cielo y decretó la muerte para los traidores que se escondían en Flotsam. Después de lo cual, los escribas, temiendo por sus puestos y por sus vidas, hicieron otras cien copias a cambio de mi silencio.
—¿Y la tercera? —intervino Toede.
—Trabajamos con un plan de reparto de beneficios —contestó Bunniswot.
Las cabezas del hobgoblin y del humano giraron de repente al oír la airada voz de Taywin.
—No podemos atacar por el aire. ¡No tenemos nada que vuele!
—Un detalle sin importancia —replicó Rogate—, que nuestro brillante comandante y estratega resolverá fácilmente.
—¡Niños! —les llamó la atención Toede.
—¡Ni el estratega más brillante puede construir naves si no tiene con qué hacerlo! —dijo Taywin, que tenía aspecto de cansada.
Rogate asintió varias veces seguidas con pasión. Luego miró a la kender, con los ojos un poco desenfocados.
—¡Topos! —gritó—. ¿Y si buscamos unos topos realmente grandes y excavamos túneles por debajo de la muralla?
Taywin se tapó la cara con las dos manos y lanzó un grito agudo.
—Bueno. Hurones, entonces —dijo Rogate como quien hace una concesión.
—Profesor —dijo Toede dando un suspiro—, ¿queréis hacer el favor de separarlos hasta que se calmen? —Bunniswot no contestó—. ¿Profesor?
Toede levantó la vista y vio que Bunniswot tenía la mirada fija en el margen del claro y su rostro era una máscara blanca de miedo. Siguió la dirección de sus ojos paralizados por el terror y descubrió a un enorme gnoll. Entretanto, fueron saliendo más gnolls de entre la maleza y formaron un círculo alrededor de todo el campamento.
Toede se irguió levemente y extendió el brazo hacia la espada que llevaba colgada a la espalda. Hablando por la comisura de la boca, preguntó:
—¿Amigos tuyos?
Bunniswot negó moviendo la cabeza lentamente.
—Me lo temía —murmuró Toede sacando la espada de la vaina.
Rogate y Taywin también se habían puesto en pie y esgrimían sus armas. Los gnolls les observaban en silencio, al parecer tan tensos como los miembros de la rebelión. Dos de los gnolls más corpulentos avanzaron hacia Bunniswot y Toede. Luego se separaron y entre ellos apareció otro gnoll, igual de grande, vestido con la armadura y el casco propios del jefe de la tribu.
—¡Charka! —exclamó Toede.
Bunniswot gimió y Toede oyó un golpe seco detrás de sí, hacia la derecha. No necesitaba darse la vuelta para saber que el joven investigador estaba tendido en el suelo y desmayado. «Por lo menos, así no molestará», pensó Toede.
—¡Charka presenta saludos a Toede, Rey de las Pequeñas Ranas Secas!
—¿Qué es esto: una reunión social? —preguntó Toede desdeñoso, hinchándose todo lo que pudo—. ¿O has venido a acabar el trabajo que empezaste hace seis meses?
Toede esperaba que Charka le contestara con su tradicional «¿eh?» pero, en cambio, el gnoll dijo:
—No. Venimos a ofrecer la ayuda que podamos.
—¡Pero si eres capaz de formar una frase correcta, Charka! —exclamó Toede levantando las cejas.
Detrás de él, Taywin había despertado a Bunniswot y le estaba convenciendo de que no iban a morir todos, por lo menos de momento.
—Charka ha estado practicando —dijo el jefe de los gnolls sonriendo—. ¡Charka ha tenido ayuda!
Una figura humana, un poco más pequeña, salió de detrás del gnoll vestida con las pieles apedazadas de los gnolls, hizo una ligera reverencia y saludó.
—Hola a todo el mundo —dijo Trujamán.
Bunniswot gimió y estuvo a punto de volver a desmayarse. «Vaya, parece que al viejo no le han ido tan mal las cosas», pensó Toede.
—Os saludo, gran jefe Hierve Carne —dijo.
—Trujamán, simplemente Trujamán —dijo el investigador—. Charka y yo hemos estudiado el fenómeno de los homónimos y las definiciones múltiples.
—Charka habla bueno ahora —presumió el gnoll.
—Bien —lo corrigió Trujamán.
—Cosa buena, favorable o conveniente —definió Charka.
—Eh… Todavía hay que pulir algunas cosas —dijo Trujamán a Toede encogiéndose de hombros.
Toede aún tenía la espada apuntada hacia los gnolls y el humano. La bajó pero no la envainó.
—Perdona mi confusión —dijo—, pero la última vez que vi a tus guerreros, Charka, estaban siendo aplastados por un objeto muy grande y pesado.
—Sí —dijo Charka—. Noche de los Hermanos Planos, Charka la recuerda bien. Habíamos vuelto al pantano a discutir tu mentira. Muchos decían que nos habías engañado haciéndonos creer que investigadores eran hechiceros poderosos. Algunos decían que debíamos atacar investigadores. Charka enfadado, también. De acuerdo con ellos. Entonces llegó Trujamán.
—Ah —intervino Trujamán—, me temo que estaba muy decepcionado por el comportamiento de Charka y estaba dispuesto a hacerle saber lo que pensaba.
—Suerte tuvisteis de que Charka no os hiciera saber lo que pensaba por medios más gráficos —murmuró Toede.
—Trujamán habló —dijo Charka frunciendo el ceño—. Charka de acuerdo con Trujamán. Cree que Toede dijo la verdad y los investigadores eran poderosos: no tienen gran yuyu pero tienen gran conocimiento.
—A Charka le habían gustado mis relatos —añadió Trujamán.
—Charka dice que investigadores deben quedarse —dijo el gnoll—. Hermanos gnolls no están de acuerdo y dicen que Charka no es buen jefe. Quitan Charka de trono.
—Destronan —lo corrigió Trujamán.
—Des… tro… nan —repitió Charka poniendo atención—. Hermanos gnolls atacaron y fueron aplastados por gran máquina. La zona tabú de las columnas destruida, magia rota y nunca más tabú. Otros gnolls piden perdón a Charka y lo hacen jefe. Hacen chamán a Trujamán.
—Ah —intervino Trujamán—. Creían que nosotros habíamos invocado a la criatura del Abismo que mató a los gnolls que atacaron. Al cabo de un tiempo, sin embargo, les hicimos saber que probablemente era obra vuestra, Toede. —El viejo investigador hizo una pausa y añadió—: Sois Toede, ¿verdad?
—El «verdadero Toede» me llaman ahora.
—Hace tiempo que quiero leer vuestro libro —dijo Trujamán.
—Dejemos eso para otro momento —repuso Toede—. Bunniswot ni siquiera sabía que estabais vivos, así que no podéis ser los misteriosos aliados de los que hablaba. ¿Por qué estáis aquí, entonces?
—Oh —dijo Trujamán—. Nos dijeron que viniéramos.
—¿Quién? —preguntó Toede.
—Yo —se oyó una voz sepulcral procedente del perímetro del campamento y una figura solitaria apareció entre los árboles.
Era un humanoide que en otro tiempo podía haber sido un hombre, ya que tenía el número de brazos y piernas requerido y lo que muchos habrían considerado un torso. Sin embargo, estaba bastante contrahecho, como si se le hubiera caído un buen trozo del costado izquierdo y le hubieran cosido los bordes. La piel de las manos se le pegaba a los huesos y la cara enjuta tenía el color del agua estancada. Por debajo de la piel macilenta se adivinaba la sombra del cráneo. Y por lo que se refiere a las ropas, iba vestido con lo que en su día debieron ser elegantes y finas telas, ahora reducidas a andrajos grises con gemas rotas incrustadas. Olía a sepulcro abierto.
—Ahora que ya estamos todos —dijo el necromante, que veía a través de los ojos vacíos del muerto viviente y articulaba las palabras con su boca—, podemos empezar a celebrar el consejo.
***
Contrariamente a lo que había dicho el necromante, no estaban todos allí, sin contar los distintos miembros de la rebelión que siempre estaban un poco idos (en especial, Rogate). El ser que se presentó a los conjurados era un muerto animado por los poderes mágicos del hechicero. El necromante movía sus miembros como un titiritero, le insuflaba justo el aire necesario para hacer vibrar las cuerdas vocales y veía el mundo a través de los ojos en descomposición del muerto viviente. Sólo estaba presente «en espíritu», por decirlo de alguna manera. Su cuerpo, su mente y su espíritu estaban bien protegidos en una torre remota. Sólo su «cuerpo postizo» estaba sentado con ellos entre las ruinas del jardín de las columnas.
Los gnolls que habían llegado con Charka se asustaron del muerto viviente y se retiraron hacia el perímetro del campamento, dejando a Trujamán, Charka, el representante del necromante, Rogate, Taywin, Toede y Bunniswot sentados en las ruinas de las columnas formando algo parecido a un círculo. Bunniswot se había recuperado y ahora sostenía una amable y animada conversación con Trujamán.
—Debo disculparme por la misteriosa manera en que me dirigí a vosotros —siseó el muerto viviente—, pues temía que hubiera… —El necromante hizo una pausa para elegir las palabras adecuadas—… repercusiones si utilizaba a alguno de mis agentes más reconocibles.
—Debo admitir —dijo Bunniswot— que la persona que se puso en contacto conmigo parecía más… vivaz.
—Recién muerto, estaba —dijo el necromante—, víctima de… un mal gesto del cuello. No habría sido necesario de haber podido localizar la anomalía por mis propios medios.
—¿Anomalía? —preguntó Charka.
—Rareza —definió Trujamán—. Algo que no concuerda con el resto del universo.
—¡Caramba! —gruñó Toede mirando al gnoll, la kender, los investigadores, el asesino fanático y el muerto viviente—. ¿Qué podría ser considerado extraño y en desacuerdo con el resto de este universo?
Seis pares de ojos (incluyendo las órbitas borrosas del muerto viviente) se volvieron hacia Toede.
—Tres veces has sido asesinado, gobernador —dijo el muerto viviente—, todas ellas de manera drástica e incontrovertible, y las tres veces has resucitado sin señales ni cicatrices de ningún tipo, sin la intervención de ninguna fuerza terrena ni, hasta donde llega mi conocimiento, por la voluntad de los dioses verdaderos. ¿Cómo explicáis vuestros repetidos regresos?
—Asuntos pendientes —dijo Toede.
—Entonces habríais vuelto como fantasma —dijo el necromante.
—¿Qué queréis que os diga? —Toede extendió las manos y fue contando las opciones con los dedos—. O los dioses os han mentido. O han intervenido otras fuerzas. O hay un agujero en el orden natural. Los tenedores de los libros de los muertos llevan el trabajo atrasado. Mera perversidad de los señores del universo. Todo lo anterior. Francamente, me da lo mismo.
—Ya sé que a vos os da lo mismo —dijo el muerto controlado por el hechicero—, pero a mí, no. Si tenéis un secreto, y estoy seguro de que lo tenéis, quiero saber qué es. —El muerto viviente tosió y a Toede le sonó como un entrechocar de cuchillos.
—Y si me hubierais encontrado antes que los kenders… —empezó a decir Toede.
—No estaríamos aquí —acabó la frase el necromante— y vuestra Rebelión Aliada habría tenido que seguir adelante conformándose con vuestro recuerdo.
Toede decidió cambiar de tema antes de que las melosas palabras del necromante hicieran mella en los cerebros de sus compatriotas.
—Así que ahora habéis decidido convocarnos a esta reunión, a nosotros y a los gnolls de Charka. Podríais habernos tendido una emboscada, matar a los demás, y a mí, capturarme o matarme también.
—Era una posibilidad —dijo el muerto viviente— que no queda descartada. Sin embargo, creo en presagios, signos y advertencias, y el otoño pasado, encontré este objeto en la frontera de mi reino.
El muerto viviente buscó en su pecho (no sólo debajo de la harapienta camisa, como observó Toede, sino en la cavidad que normalmente aloja un corazón palpitante) y sacó un medallón. Lo mantuvo en alto y lo hizo girar al sol, colgado del extremo de la cadena.
Los otros se echaron hacia adelante para verlo de cerca. A Toede no le hacía falta.
—En una cara hay un retrato de Brinco Perezoso, el difunto Profeta del Agua —dijo el muerto viviente—, y en la otra, una «T» grabada a mano, una dedicatoria y una fecha, todo obra de la misma persona. La fecha es de hace más de un año.
—¿Y? —preguntó el hobgoblin como si el asunto no fuera con él.
—Al día siguiente de encontrarlo, dos de mis muertos vivientes fueron aplastados, a Brinco Perezoso lo encontraron muerto y las gentes de Flotsam atribuyeron la responsabilidad de lo ocurrido a una persona cuyo nombre empieza por «T» —dijo el muerto viviente—. Creo en presagios y señales, gobernador. Creo que es mejor llegar a un acuerdo con vos aquí y ahora. Todos los que se declaran enemigos vuestros al parecer acaban mal.
—Y yo en lugar de darme la gran vida —dijo Toede secamente—, me doy la gran muerte.
—Como digáis —contestó el muerto—, pero estoy dispuesto a ayudaros a conseguir vuestros objetivos.
—¿Que son…? —preguntó Toede con aire inocente.
El rostro del muerto viviente se arrugó y Toede supuso que intentaba sonreír.
—Recuperar el dominio de Flotsam, ¿qué si no?
«¿Qué si no, realmente?», pensó Toede. Cinco personas empeñadas en reconquistar una ciudad era un poco temerario, aun en el caso de que les apoyara un ejército de kenders, o especialmente por eso. Llevaba dos días intentando encontrar una vía de escape, sin éxito. Pero ese mismo asalto, con la ayuda de los gnolls y de un poderoso hechicero especializado en muertos vivientes, y quizá, sólo quizá…
—Supongamos que todavía deseo Flotsam —dijo Toede—, aunque me han llegado rumores de que en los últimos seis meses ha decaído bastante.
—Queréis recuperar Flotsam —afirmó el muerto con firmeza—. De otro modo, nunca os hubierais unido a esta rebelión absurda. Y los otros participantes de la rebelión quieren devolvérosla porque creen que les será más fácil obtener lo que desean de vos que de Groag.
—¿Y qué es lo que desean?
—¿Se lo habéis preguntado? —dijo el muerto viviente con la misma sonrisa rota—. Seguramente, hablan de derechos, agravios y venganzas, pero todos quieren algo. ¿Qué creéis que es?
Toede miró a los demás, que parecían absortos en pensamientos sombríos.
—Licencia —dijo Taywin.
—¿Cómo? —preguntó Toede.
—Licencia —repitió Taywin con el ceño fruncido—. Los kenders han sido siempre perseguidos acusados de robo y caza furtiva, por Groag y por sus predecesores, incluido vos. Si ganamos, los kenders quieren licencia para cazar y pescar en las tierras de Flotsam.
Toede se quedó callado un momento.
—Hecho —dijo finalmente—, siempre que los mercaderes y los agentes de los señores locales no sean molestados.
Taywin asintió con la cabeza y Toede en un momento pensó en cinco maneras de incriminar a los kenders y acabar con ellos para siempre. El siguiente en hacer su aportación fue Charka.
—Charka quiere ir a Flotsam. No sólo Charka, sino pueblo de Charka. No sólo pueblo de Charka, sino otros pueblos que no son el de Charka.
—¿Quieres decir que se deje paso franco a los humanoides?
—Sí —contestó Charka—. Libros están en Flotsam, y Charka no puede leerlos. Deja entrar y pueblo de Charka lucha por Toede.
Toede asintió y Trujamán dio unas palmaditas en el hombro a Charka.
—¿Quién es el siguiente? —preguntó el muerto viviente.
Fue Rogate quien habló y dijo:
—Yo sólo vivo para servir a lord Toede y aceptaré la labor que me encomiende.
El necromante hizo un ruido asmático y despectivo.
—Nadie puede decir eso siendo sincero.
—Rogate, sí —intervino Toede—. A mí me basta. Ya ha sido nombrado caballero por sus esfuerzos y su lealtad. ¿Bunniswot?
—Yo sólo vivo para servir… —empezó a decir el joven investigador extendiendo los brazos.
—Eso me lo creo de Rogate —le interrumpió Toede—, pero no de ti. Tienes un puesto de cierta importancia en la corte de Groag. ¿Qué buscas arriesgándote a perderlo?
Bunniswot se quedó un momento en silencio y luego dijo:
—Puede ser que quiera entrar en la historia, participar en su desarrollo.
—¿Puede ser que quieras jugar a ser el consejero del gobernador y mover las piezas por el tablero a tu antojo? —aventuró Toede.
—Me insultáis —dijo Bunniswot («¡Diana!», pensó Toede)—. Todo lo más, quiero encargarme de vuestra aportación a la historia, escribiendo acerca de vuestra vida y de vuestras hazañas.
—Concedido —dijo Toede y, habiendo dado toda la vuelta, volvió al punto de salida—. ¿Y vos, necromante, qué queréis?
—En todos los conflictos hay víctimas —dijo el muerto viviente—. Sus cuerpos engrosarán mis filas. Yo no disimulo ante mis inferiores, así que desde ahora os digo que preveo muchas muertes en este conflicto y pido todos los cuerpos de los muertos cuando acabe la batalla.
Toede miró a los otros miembros de la rebelión. Charka ponía mala cara pero tanto Rogate como Taywin asentían con la vehemencia de soldados a los que no fuera extraña la muerte. Trujamán parecía haberse tragado una piedra y Bunniswot palidecía por momentos. El muerto viviente no les prestó la menor atención.
—También quiero vuestro cuerpo.
—No sois exactamente mi tipo —dijo Toede.
—Bromeáis —dijo el necromante que por supuesto no bromeaba—. Si morís en el asalto, quiero vuestros restos físicos. Entre otras cosas, siento curiosidad por saber si podéis volver aunque no tengáis vuestro cuerpo, o si apareceréis en el lugar donde esté vuestro cadáver. Mero interés científico.
—Científico —repitió Toede, pensando que el necromante podría disponer de todo un ejército de cuerpos de hobgoblins si Toede volvía cada seis meses. Luego se le pasó por la cabeza otra imagen peor: un Toede no muerto sentado en el trono de Flotsam, controlado por el necromante.
—Sólo si muero en combate —especificó Toede. Aun a través de la máscara de carne no muerta, Toede detectó el brillo de la codicia.
—Hecho —dijo el necromante—. ¿Cuánto tiempo necesitan los kenders para concentrarse en los campos que rodean Flotsam?
—Tres días, o quizá cuatro —contestó Taywin mirando al muerto.
—Que sean tres —dijo el necromante—. Los augurios son favorables para de aquí a tres días. Por la mañana, al sur de la ciudad, donde las murallas todavía están sin reparar. ¿Estarán preparados los gnolls?
—¡Charka siempre a punto!
—Reuníos allí con los kenders la noche antes —dijo el muerto viviente—. Mis fuerzas estarán dispuestas antes de que amanezca. ¿Alguna pregunta?
Los otros miembros de la rebelión guardaron silencio.
—Bien.
El muerto viviente cayó hacia adelante y lo que le quedaba de carne se disolvió en una nube de polvo. Los huesos se esparcieron al chocar contra el suelo. Rogate recuperó el amuleto de entre los dedos rígidos de la criatura, ahora sí, muerta.
—Vaya tipo más extraño y desagradable —dijo Trujamán arrugando la nariz.
—Sí —dijo Toede—, pero por lo menos a él lo entiendo.