En el que se celebra La asamblea y nuestro protagonista demuestra su temple y su ánimo en cuestiones diplomáticas y domésticas.
La asamblea de la que Taywin había hablado resultó ser algo parecido a una gran fiesta kender. Los preparativos les habían tenido ocupados durante varios días. Los restos de las reservas invernales (compuestas sobre todo de truchas saladas y uvas pasas) se consumirían íntegramente, junto con los habituales platos complementarios, consistentes en ganso y cerdo asado, y una delicia que Toede no tuvo oportunidad de probar en su visita anterior: erizos envueltos en barro y asados en su propio caparazón.
Toede, contemplando los gansos colgados sobre el fuego, pensó en Groag y se lo imaginó bien cómodo en su mansión (la de Toede), sentado a una mesa bien provista de tesoros culinarios y rodeado de bailarinas que le abanicaban, aunque también podía imaginárselo agazapado en la cama, escrutando nervioso la oscuridad, sin poder dormir y sobresaltándose con cualquier ruido.
Por lo que contaban, la ciudad lo estaba pasando realmente mal bajo el gobierno de Groag. No había nada allí que le atrajera demasiado, a no ser que pusiera la muerte de Groag entre sus propósitos prioritarios.
La muerte de Groag figuraba en su lista de objetivos pero, para ser sinceros, no estaba entre los diez primeros. Al fin y al cabo, el deseo de recuperar su cacareado señorío ya había acabado varias veces con su muerte. Pudiera ser que Toede tuviera una curva de aprendizaje muy similar a una raya horizontal, pero con el tiempo había llegado a relacionar Flotsam con muertes sangrientas y desapacibles (y a menudo, suyas). Toede pensó en Groag y se le vino a las mientes la palabra «a-dap-ta-ble».
El problema era que sus compatriotas —el pornógrafo, la poetisa, el chiflado y el guarda— se habían empeñado en ayudarle a recuperar su joya de bisutería, su ciudad de mala muerte, y no estaban dispuestos a renunciar, sobre todo el chiflado, del que Toede estaba seguro que acabaría de perturbarse si el objeto de su fervor demostraba desgana ante la perspectiva de reclamar su histórico trono.
Rogate el chiflado vivía inmerso en una especie de versión fantástica de la justicia, Taywin quería vengarse y Bunniswot parecía considerar aquello una especie de aventura, como la de esos malditos Héroes de la Lanza. ¿Y Miles?
Toede miró al guarda kender, que no se despegaba de él ni a sol ni a sombra. Miles le sonrió con su boca desdentada y Toede le devolvió una débil sonrisa. ¿Miles? Bueno, en toda revolución hay alguien que tiene que ocuparse de las tareas pesadas: preparar el té, repartir los panfletos y asegurarse de que el héroe de la rebelión —en aquel caso, Toede— no se fugue a las montañas.
Al día siguiente tendría que enfrentarse a Kronin.
Toede hizo una mueca al pensar en el dirigente de los kenders y se preguntó qué pensaría Kronin de él. Al fin y al cabo, había sido él, Toede, quien ordenó que Kronin y otro kender fueran encadenados y perseguidos en aquella maldita cacería, el último día de su primera vida. Y a pesar de que el viejo kender parecía tener la inteligencia de un cedazo de hierro, la pareja había echado a correr en círculos alrededor de Toede y su partida de caza, hasta conducirles al punto en que Toede topó de frente con el extremo, tipo lanzallamas, de un dragón enfadado, y murió.
Quizá Kronin se proponía devolvérsela. ¿Pensaba atarle a una gran piedra y darle quince minutos de ventaja antes de soltar los perros? Pensando en esa posibilidad, se puso a rascarse la barbilla. Los kenders eran poco menos que criaturas salvajes y bien podría ser que Kronin le guardara rencor.
Claro que lo mismo podía decirse de Toede. No estaría de más tomar alguna precaución.
El campamento kender ahora estaba situado cerca del lugar en el que Groag y él se habían tirado al río hacía casi un año. La mayoría de las cabañas se habían levantado lejos del agua y el espacio reservado para la celebración era un claro entre los árboles más altos que había frente a las zarzas de bayas. Toede se encaminó hacia su cabaña con su guarda personal detrás. Miles se quedó en el umbral y Toede entró y rebuscó entre sus escasas pertenencias.
La espada no podía llevársela, por desgracia, pero la daga era un buen sustituto. Era un arma bien equilibrada, adecuada tanto para lanzamientos como para combates cuerpo a cuerpo, y tenía la hoja tan fina que podía introducirse entre las costillas del adversario, ya fuera humano o kender.
«Una precaución perfecta», pensó Toede, deslizándola al interior de una de las grandes botas de enano que calzaba desde hacía un año (según el tiempo de Krynn). O quizá fuera algo más que una precaución. Si se presentaba la oportunidad, podría pensar en disfrutar de alguna pequeña venganza. Al fin y al cabo, Kronin había sido la causa de su muerte, la primera de muchas y el principio de todos sus problemas.
No era que Kronin fuera el único en su lista de venganzas. La idea de la funesta cacería había sido de Groag. Y Miles no había tenido ningún escrúpulo a la hora de golpearle.
Toede pensó que la lista podría ser mucho más larga, pero de momento bastaba con Kronin, Groag y Miles.
Oyeron llamar, y Taywin asomó la cabeza; parecía una ardilla afeitada.
—¡Ya va a empezar! ¡Venid!
Toede sonrió y salió de la cabaña para unirse a los demás, cojeando levemente por el peso añadido que llevaba en una de las botas.
***
Una asamblea kender, o por lo menos esa asamblea kender, se diferenciaba de las fiestas kender habituales en que se habían puesto mesas. No eran mesas convencionales, ya que apenas se alzaban del suelo unos treinta centímetros, y los invitados debían sentarse o arrodillarse en el suelo, pero al menos mantenían la comida dentro de unos límites establecidos.
Algunos invitados, sin embargo, ya habían empezado a utilizar las mesas como plataformas de baile improvisadas. Toede ya llevaba presenciadas dos polcas y una contradanza, con los bailarines saltando de una mesa a otra mientras lanzaban las vajillas y los restos de comida en todas direcciones.
«El típico comportamiento kender», pensó Toede.
Se habían formado varios coros espontáneos cada vez más animados, sin contar los grupos de cantores irreverentes que imitaban los hábitos sociales de los elfos. Un kender viejo con el pelo blanco y peinado en una elaborada trenza que le llegaba hasta las piernas dirigía una competición entre dos mesas, que se gritaban la letra de una canción de taberna como si se lanzaran piedras. Los de la primera mesa gritaban «¡Oly-Oly-Oly-Ay!» y los de la segunda contestaban «¡Oly-Oly-Oly-Ay!». Luego el primer grupo gritaba «¡Aly-Aly-Aly-O!» y el segundo contestaba «¡Aly-Aly-Aly-O!». Los kenders de una y otra mesa aprovechaban el tiempo entre una intervención y la siguiente bebiendo tanto y tan rápido como podían. El juego continuaría hasta que los dos grupos cayeran redondos al suelo.
Toede de pronto entendió que la poesía de Taywin pudiera considerarse sofisticada entre la compañía. Claro que, para el caso, también lo serían los chascarrillos acerca de los consortes de la Reina Oscura.
Miles acompañó a Toede a la mesa presidencial, colocada sobre un pequeño montículo de tierra, con un lienzo de hierbas trenzadas detrás para dar realce a los personajes más importantes de la fiesta, que en este caso eran los amigos de Kronin y supuestos futuros dirigentes de la rebelión.
Miles estaba en una punta. Junto a él, se sentaban Rogate y Bunniswot (que tenían aspecto de estar muy incómodos por lo desproporcionado de su tamaño). A su lado, Toede tenía reservado el puesto de honor, a la derecha de Kronin. Taywin ocupaba el puesto a la izquierda de su padre y junto a ella, había toda una serie de jefes de clanes kenders. El grupo entero ocupaba un solo lado de la mesa, de frente a las mesas de las tribus reunidas.
Justo la idea que tenía Toede de una velada agradable: ver cómo un centenar de kenders se emborrachaba.
Cuando fue debidamente escoltado hasta su puesto de honor, Kronin se levantó a recibirle. El jefe kender siempre le recordaba a una ardilla de pelo blanco, con sus rasgos envejecidos pero infantiles, y unos carrillos hinchados como si guardara una nuez en cada uno. Toede esbozó su sonrisa especial tipo seamos-amables-con-las-autoridades-locales y estrechó cálidamente la mano que le tendía el kender.
—Me alegro de volver a veros, Toede —dijo Kronin.
—Lo mismo digo —repuso Toede forzando la sonrisa—. Y más en tan agradables circunstancias.
—Más agradables que la última vez, ¿eh? —bromeó Kronin dándole un codazo en las costillas.
El hobgoblin tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad hercúleo para evitar sacar la daga y apuñalar a ese pequeño monstruo jovial allí mismo. En cambio, dijo:
—Por lo menos, la comida es mejor.
—Eso espero —dijo el viejo kender sonriendo—. Procede de vuestros bosques.
—No son mis bosques —repuso Toede sin dejar de sonreír, y añadió—. Ya no. —Para sus adentros, sin embargo, añadió: «De momento».
Toede escudriñó los ojos de Kronin buscando alguna señal, algún brillo extraño que le dijera que la fiesta en realidad era un engaño, una trampa, una estratagema. Pero, si había afán de venganza en el corazón de Kronin, lo disimulaba muy bien, porque Toede no advirtió nada que así lo indicara. Eso le preocupó todavía más.
Se quedó de pie mientras Kronin agitaba los brazos pidiendo silencio a la horda de kenders.
—¡Bienvenidos a la asamblea, todos los clanes del reino de los kenders!
Le contestaron con un aplauso cortés y alguien gritó:
—¡Un brindis!
—Quiero agradeceros a todos y cada uno —continuó Kronin sin detenerse— que hayáis acudido a esta celebración, en particular a nuestros invitados humanos. —Rogate y Bunniswot movieron la cabeza aceptando el aplauso general—. Y en especial, a nuestro honorable invitado, el gobernador de Flotsam en el exilio, lord Toede.
Toede asintió a su vez, aunque el aplauso había sido bastante más tímido. De nuevo se oyó una petición de brindis.
—Su señoría pasó una breve temporada con nosotros hace casi un año —añadió Kronin— y salvó la vida de mi adorada hija.
Hubo más aplausos, pero en general iban dirigidos a Taywin, que saludó a los reunidos agitando los brazos.
Kronin hizo un gesto en dirección a Toede, cediéndole la palabra. El hobgoblin se aclaró la voz.
—Lo único que lamento es que en aquella ocasión no permanecí el tiempo suficiente para conocer a todos los componentes de ese pueblo maravilloso que sois los kenders.
El cumplido recibió un aplauso más cálido y Toede se sentó pensando: «Y todavía lamento más no haber traído conmigo a un equipo de torturadores profesionales».
Durante el breve discurso de Toede, Kronin se había procurado una pequeña copa de madera, que ahora sostenía en alto:
—Quiero hacer el primer brindis de la noche. —Hubo un aplauso atronador y Kronin se quedó pensativo, como si intentara recuperar un recuerdo muy lejano. Finalmente, proclamó—: Apura la copa de la vida o el tiempo lo hará por ti.
Era un brindis apropiado y fue contestado con vivas y entrechocar de jarras. Kronin se volvió hacia el hobgoblin y brindó con él.
—Un excelente brindis —dijo Toede asintiendo cortésmente.
—Así debe ser, puesto que vos lo escribisteis —repuso Kronin sonriendo.
A Toede se le heló la sonrisa por un instante.
—Cierto, pero vos habéis captado perfectamente los matices. Nunca lo había oído recitar tan bien.
Para su caletre, tomó nota de que, hasta que pudiera leer el maldito libro, lo mejor sería considerar que cualquier comentario obsceno o hedonista que pronunciaran a su alrededor era una cita de su supuesto libro. De todos modos, Kronin no parecía haber advertido la tensión de los músculos faciales de Toede.
—Cuando leí el libro por primera vez, no podía creer que fuerais el autor. Es tan… profundo, sutil, inteligente.
—¿Sorprendido? —preguntó Toede haciendo un esfuerzo por relajar la mandíbula.
—Mucho —contestó Kronin sin advertir el color que estaba tomando el rostro de Toede—. En nuestras limitadas relaciones, me hice la idea de que erais un bravucón, un patán, un necio. Lo digo sin ánimo de ofender.
—No me ofendo —dijo Toede notando la empuñadura de la daga en la bota.
—Y sin embargo, al descubrir un pensamiento tan claro, tan preciso, enmascarado en analogías sensuales… —Kronin sacudió la cabeza—. Lo único que me sorprende es que no pusierais vuestras teorías en práctica antes de que os mataran.
—El retiro me ha brindado la oportunidad de reflexionar —dijo Toede.
—¡Eso mismo pensaba yo! —dijo Kronin—. Antes hubiera creído a un tejón capaz de cantar qué pensar que os oiría hablar así o que os sentaríais entre nosotros. Eso confirma mi teoría personal acerca de vuestro gobierno tiránico.
—¿Oh? —dijo Toede.
—Vuestro corazón estaba en otro sitio —afirmó el viejo kender dando una palmada en la mesa—. No podíais reconciliar vuestras creencias con el hecho de que los Señores de los Dragones os hubieran puesto en el gobierno y apoyaran vuestro mandato. En consecuencia, decidisteis dar la imagen de tirano de tres al cuarto, tonto, hedonista y rastrero que todo el mundo aceptó, cuando, en realidad, erais todo lo contrario.
Volvieron a pedir un brindis y Kronin se levantó para dirigirse a los reunidos.
«Esto colma el vaso», pensó Toede. «Voy a matarle. Esta vez seguro que lo mato. Lo único que queda por saber es cuándo». Una verdadera sonrisa iluminó su rostro.
Kronin propuso otro sugerente brindis en el que mencionó pétalos de flores y miel, y volvió a sentarse. Toede se llevó la copa a los labios y paladeó el excelente vino de bayas, realmente fuerte.
—¿Me vais a citar toda la noche? —bromeó.
—Vuestras palabras son sinceras y valientes —dijo Kronin—, muy distintas de la imagen pública que presentasteis al mundo. Mi hija siempre os ha tenido simpatía pero siento decir que yo no supe ver qué había detrás de la fachada de lacayo lameculos y mezquino de espíritu que mostrasteis al mundo exterior. Y ¿es verdad que una vez estuvisteis bebiendo con Raistlin y que sus compañeros casi lo abandonan por la gran borrachera que cogió?
A medida que la velada iba transcurriendo en ese mismo tono, la lengua de Kronin se fue soltando, utilizando una prosa cada vez más directa y explícita, sobre todo en lo referente a lo distinto que era el Toede de hoy del trozo de larva de gusano despótico, cobarde e idiota que había sido cuando estaba al frente de Flotsam. Todos esos insultos eran proferidos con la más encantadora de las sonrisas y entre garantías de que el dirigente kender estaba convencido del gran cambio que había experimentado Toede.
La opinión que tenía Kronin de Groag era todavía peor, aunque sólo fuera por una cuestión de grado. Decía el kender que Groag era más cruel al estilo Toede de lo que el mismo Toede había sido nunca y la conversación derivó hacia el episodio de cuando su querida hija perdió los rizos. Había sido una referencia indirecta para ilustrar la absurda crueldad de Groag pero Kronin no pudo continuar hablando. El emocionado viejo se quedó callado y Toede casi pudo oír cómo su viejo corazón de kender se desgarraba.
Pasó el momento y Kronin prosiguió con su detallada comparación de Toede y Groag. Toede notaba que su presión sanguínea se disparaba. Lo peor que podía ocurrirle, pensó el hobgoblin mientras el kender seguía parloteando, era que volviera a morirse. Y a manos de los kenders tardaría un rato, porque no sabrían cómo proceder y probablemente lo matarían a base de hacerle escuchar tonterías.
Cinco brindis y una hora de comentarios comparativos más tarde, a Toede le dolía la cabeza, tanto por la conversación como por el vino. Kronin interrumpió su cuarto análisis de la primera muerte de Toede, para levantarse tambaleante y dirigirse a la concurrencia, cada vez más vocinglera.
—Esta noche habéis oído muchos brindis —dijo con voz ebria—, todos producto de la mente del increíble Toede.
Estalló un atronador aplauso punteado de gritos de borrachos, y Toede, para entonces bastante aturdido, se convenció de que se habían olvidado de quién era la persona a la que vitoreaban. La rabia que sentía por el pomposo Kronin, la estúpida Taywin, la turba de kenders, sus necias canciones y sus excesos culinarios había llegado al punto de ebullición. El más mínimo incidente podría hacerle olvidar toda prudencia.
—Pero no quiero ser yo el único que hable —dijo Kronin— así que cedo la palabra a mi hija, Taywin.
«Oh, no», pensó Toede.
Kronin continuó indiferente a sus pensamientos.
—Taywin os leerá una selección de sus mejores poemas…
—Lo que faltaba —murmuró Toede y se agachó a coger el cuchillo de la bota, dispuesto a introducirlo entre las costillas de Kronin. Luego, saldría corriendo en la oscuridad y volvería a ser libre.
Sintió un escalofrío en la nuca al inclinarse hacia adelante y al levantar la vista con la daga en la mano, vio sorprendido que ya había una daga metida en el costado de Kronin. El viejo kender miró perplejo la sangre que le manaba, murmuró algo incomprensible y se derrumbó en brazos de su hija.
Toede miró la daga limpia que sostenía en la mano, luego el instrumento que sobresalía de entre las costillas del kender, y de nuevo la daga, como si no pudiera creer que no fuera el único que odiaba la poesía entre los reunidos.
—¡El hobgoblin ha acuchillado a Kronin! —gritó entonces Miles—. ¡Cogedle!
Toede sintió el peso de más de doscientos ojos fijos simultáneamente en él, apoyados por más de doscientas manos, todas ellas armadas con cuchillos, tenedores y otros instrumentos capaces de infligir daños personales.
Se incorporó a medias, observó los rostros airados y pareció que fuera a hablarles, pero entonces se dio media vuelta, hizo una raja salvaje en el telón de fondo de la mesa principal y lo atravesó de un salto, dejando atrás a los furiosos kenders y a Taywin, que gritaba intentando imponer orden.
El asesino de Kronin avanzaba con todo sigilo hacia la orilla del río. Había tenido que dar un largo rodeo para evitar la turbamulta, pues una improvisada horda de kenders tan apasionados como ebrios había salido en distintas direcciones después del incidente: hacia el pueblo, hacia la cabaña de Toede, hacia el río y hacia el campamento abandonado. Grupos de cuatro o cinco trastabillaban de un lado para otro en la oscuridad. Unos iban en busca de los mastines y otros se habían propuesto prender al traicionero criminal.
Por dos veces, grupos de kenders aturdidos habían pasado corriendo junto a él, sin la más mínima sospecha de que el verdadero asesino estaba a su alcance y les daba informaciones erróneas.
El asesino sonreía deslizándose en silencio por entre las rocas, hacia la orilla, allí donde estaba el solitario puente de arce. La luz de la luna hacia brillar la espuma blanca de la corriente.
Se disponía a cruzar el puente cuando una sombra menuda se separó de un árbol a unos cinco metros de distancia. La silueta en forma de hobgoblin avanzó hasta la zona iluminada por la luna mientras el asesino se quedaba clavado en su sitio.
—Hola, Miles —dijo Toede dándose golpecitos con la daga en las uñas.
—Toede —tartamudeó el guarda kender—. He pensado que os encontraría aquí.
—No es verdad —repuso Toede sonriendo—. No es eso lo que has pensado. Has pensado que éste era el mejor camino para huir. Lo sé porque yo había pensado en la misma ruta.
—No sé de qué me habláis —farfulló el kender.
—Tú has lanzado la daga que ha herido a Kronin.
—¡No lo sabéis! —dijo el kender—. ¡Estabais mirando hacia otro lado, agachado debajo de la mesa!
—Si sabes eso —dijo Toede—, también debes saber que yo no podía haber cometido el crimen y, en cambio, has sido el primero en acusarme. En ese lado de la mesa estábamos tú, Rogate, Bunniswot, Kronin y yo. Si hubiera sido Rogate, lo habrías visto e incluso quizá podrías habérselo impedido. Bunniswot no es capaz ni de manejar un cuchillo de extender mantequilla sin provocarse heridas graves. Yo estaba agachado, como tú has dicho, así que el único que puede haberlo hecho…
—¡No quería darle! —escupió más que dijo el kender.
—A él no. A mí —sentenció el hobgoblin—, pero me incliné hacia adelante y diste al padre de Taywin.
Hubo un silencio y finalmente, el guarda kender dijo:
—No podéis llevarme de vuelta allí.
—¿Ah, no?
—No. Si me lleváis a la fuerza, en cuanto lleguemos a una distancia desde la que me puedan oír, gritaré que os he visto. —Miles escogía las palabras con cuidado—. Hay un centenar de kenders enloquecidos por ahí, todos ellos tras de vos. Por mucho que sepáis la verdad, para cuando alguien quiera escucharos ya os habrán linchado.
—Ya me he muerto antes —dijo Toede encogiéndose de hombros.
—¿Y queréis volver a pasar por la experiencia? —preguntó Miles. Viendo que el hobgoblin no contestaba, el kender dijo—: Me voy. Que tengáis suerte en la huida. —Y empezó a cruzar el resbaladizo tronco con paso seguro.
—¡Miles! —le llamó Toede.
A mitad del puente, el kender se volvió a mirar al hobgoblin por encima del hombro.
—¿Sí, Toede? —dijo.
—¿Por qué?
Miles acabó de darse la vuelta y extendió los brazos para explicar que si Toede era un mártir, debía ser un mártir muerto, y que sabía todas las mentiras y medias verdades que Bunniswot y Rogate e incluso Taywin habían contado. Quería demostrar que Toede no era digno de encabezar ninguna rebelión y creía que lo mejor era que el hobgoblin muriera bajo las espadas de los kenders.
Miles realmente pensaba decir todo eso pero al separar los brazos notó un agudo y fuerte golpe en el pecho y al bajar la vista vio la empuñadura de la daga de Toede que le sobresalía de la camisa, un poco hacia la izquierda del esternón.
Luego notó el frío de las aguas revueltas y luego ya no sintió nada más.
—Baila entre los nenúfares, Miles —dijo Toede—. Baila entre los nenúfares.
***
Habría pasado una media hora cuando Bunniswot encontró a Toede, todavía en el puente, escuchando el fragor de los rápidos.
Toede se sobresaltó por un momento pero luego le saludó con la cabeza y Bunniswot se sentó a su lado.
—¿Es grave? —preguntó el hobgoblin.
—No tanto como parecía —dijo el investigador—. Al poco rato, ha quedado claro que vos no habíais sido el responsable del ataque, y más rápido se hubiera aclarado el asunto si Rogate no hubiera iniciado una pelea con una docena de kenders para defender vuestro buen nombre.
—¿Kronin está vivo?
—Tienen buenos curanderos —dijo el investigador asintiendo— y estaban preparados en previsión de los accidentes que suele haber en las fiestas. Cree que habéis salido en busca del asesino.
—Ya lo he encontrado —dijo Toede—. Miles.
—También eso se lo habían imaginado —dijo el investigador volviendo a asentir con la cabeza—. ¿Está vivo?
—No —dijo Toede, sin añadir comentarios.
—Bueno —dijo Bunniswot—, después de aclarar que vos no habíais intentado matar a Kronin y que probablemente había sido Miles, todo el grupo ha decidido continuar la fiesta en honor vuestro: ya sabéis, por el valiente humanoide, acusado injustamente, que ahora persigue al culpable.
—Ésa es nueva —gruñó Toede.
—Y ahora es más probable que nunca que los clanes kenders se unan a la rebelión —añadió Bunniswot—. ¿Queréis que volvamos?
—Sí, pero espera un momento. —Toede suspiró y añadió—: ¿Has matado alguna vez a alguien, profesor?
—¿Yo? —preguntó con una risita nerviosa—. Oh, no. Uf… ¿y vos?
—A tantos que ya he perdido la cuenta —dijo Toede—. Y más si cuento aquellos cuya muerte he provocado indirectamente. Y aun así, esta vez ha sido tan…
—¿Inquietante? —sugirió Bunniswot—. ¿Doloroso? ¿Os ha incitado a reflexionar?
—Satisfactorio —acabó la frase Toede haciendo caso omiso del respingo de Bunniswot—. Ha valido la pena, como si hubiera cumplido con algo, ¿me entiendes?
—Mm… no. Me temo que no —dijo Bunniswot.
Toede volvió a suspirar.
—Debe de ser una deficiencia de tu especie. Creo que es hora de que volvamos. ¿Qué estaban haciendo?
—Os habéis perdido varios brindis a vuestra salud —contestó Bunniswot cambiando de cara— y ahora Taywin está leyendo sus poesías.
—Tampoco hace falta que corramos —dijo Toede haciendo una mueca—. Quizá deberíamos ponernos de acuerdo acerca de mi épico combate contra el asesino. No estaría de más tener a un erudito que testificara el impresionante final. —Se quedó mirando al investigador y añadió—: Y de paso, podrías recordarme algunas de «mis» citas.