Capítulo 21

En el que nuestro protagonista es desviado de su propósito de vida pastoral y sus sencillas recompensas, y se ve implicado en una situación de la que es responsable pero que no responde exactamente a lo que él habría esperado.

Toede se despertó oyendo un pitido que surgía de la nuca y le recorría todo el cuerpo hasta (lo que imaginó que eran) las vibrantes yemas de sus dedos.

Creyó estar de nuevo en la orilla del arroyo después de haber batido su propio récord de brevedad de la existencia pero enseguida vio que, en cambio, estaba en un habitáculo sospechosamente familiar, hecho con ramas dobladas en arco y arbustos, al estilo kender. Parpadeó varias veces intentando fijar la vista.

—Hola, Toede —dijo alguien desde el otro lado de la habitación—. Realmente sois Toede ¿verdad? El único y verdadero Toede.

Toede bizqueó y la vista se le fue aclarando. La figura, de tamaño infantil y vestida con pieles acabadas en flecos, le resultaba conocida. La expresión de su rostro era más formal y sus rasgos más definidos que la última vez que la vio, y los suaves rizos rojizos de su pelo habían sido sustituidos por una cómoda pelusilla color óxido que apenas le cubría el cuero cabelludo.

—Taywin —murmuró—, la hija de Kronin, la recolectora de bayas, la poetisa kender. Estás muy cambiada.

No pudo evitar hacer una mueca de disgusto, aunque para su gusto de hobgoblin cualquier cosa era una mejora respecto a su aspecto anterior. Taywin Kroninsdau se pasó la mano por la cabeza.

—Ha sido por vos —musitó, y luego en un tono más normal, añadió—: Me salvasteis la vida, hace un año.

—Yo… —Toede se detuvo. Si lo único que deseaba era vengarse, lo habría hecho matar sin más dilaciones. «Intenta ser sincero», se dijo «pero matiza la sinceridad con prudencia»—. Yo sólo intentaba escapar —dijo levantando las cejas para subrayar su honestidad—. Salvarte no fue más que una feliz consecuencia.

—Sí —dijo Taywin frunciendo el ceño—. Fue idea de ese horrible Groag, ¿verdad?

«Ahora llega la parte de la prudencia», se dijo Toede moviendo la cabeza como si se mostrara de acuerdo. Luego añadió:

—Lo que hiciera Groag no afecta a mis propias acciones. Uno debe aceptar la responsabilidad de sus obras.

—Oh, sí —repuso Taywin asintiendo con la cabeza—. «Sé fiel a sus citas y disfruta de las prebendas de su confianza» —dijo sonriéndole.

Toede pensó que su poesía había cambiado y era todavía peor de lo que recordaba. Eso explicaba también el corte de pelo. Sacudió la cabeza, agitó las manos y dijo:

—Sí, bueno. ¿Dónde estoy?

—En nuestro campamento —contestó Taywin sin advertir su confusión—. Esta noche se celebrará una asamblea general y papá tendrá que decidir si nos unimos a la Rebelión Aliada o no. Vos también asistiréis, por supuesto.

—Por supuesto —dijo Toede que ya había empezado a estudiar las posibles salidas y se preguntaba cuántos guardas debía de haber en el exterior. Esta vez no le habían encadenado, lo que era una buena señal, pero eso de la rebelión no le gustaba. Quizá lo mejor fuera averiguar algo más y luego esconderse en las montañas hasta que supiera contra quién pensaban rebelarse.

—Esa alianza de la revelación… —empezó a decir Toede.

—De la rebelión —le corrigió Taywin—. Es la Rebelión Aliada.

—… es algo nuevo —acabó de decir Toede—. Haz como si yo no supiera nada de lo que ha ocurrido desde la última vez que nos encontramos y explícamelo paso por paso.

Acudo a ti cubierto de cielo y sin pudores, buscando las enseñanzas de la carne. —Taywin volvía a citar poesía pero esta vez algo se despertó en el fondo de la mente de Toede—. La rebelión empezó hace unos cinco meses, después de que una criatura mágica con grandes poderes destruyera casi todo Flotsam —dijo.

—Se llamaba Jugger —murmuró Toede—. Por lo menos, ése es el nombre que tú y yo somos capaces de pronunciar.

Los ojos de Taywin se iluminaron con una alegría casi infantil.

—¡Estabais allí! ¡Los dos bandos lo decían!

Toede se encogió de hombros y dijo:

—Estuve, sí, durante una parte. Pero ¿qué…?

La pregunta del hobgoblin se vio interrumpida por un golpe en la entrada, seguido de la aparición de un humano alto y con el pelo color fuego que se agachó para asomar la cabeza.

—¿Está despierto nuestro invitado? —preguntó Bunniswot, más moreno y (si cabía) más delgado que la última vez que Toede lo viera.

—Le estaba contando el inicio de la rebelión —dijo Taywin animada—. Estaba allí, tal como dijisteis, montado sobre la poderosa criatura… ¿Cómo habéis dicho que se llamaba?

—Jugger —dijo Toede mirándose a Bunniswot como si acabara de salir de un pastel—. No sabía que os conocierais —dijo abriendo mucho los ojos. «Pero tampoco es que me sorprenda», añadió para sus adentros. «A los dos les falta apenas un puñado de piedras para ser una avalancha».

—Y nuestro otro invitado, ¿está…? —preguntó Taywin mirando a Bunniswot con expresión preocupada.

—Predicando la buena nueva —contestó Bunniswot con un suspiro—. La última vez que lo vi estaba intentando convencer a los guardas de tu padre.

Taywin se levantó y dio una patada en el suelo.

—Le he dicho que no lo haga. Papá se hará una idea equivocada del movimiento y no querrá ayudarnos. Voy a buscarlo.

—Buena idea —dijo Bunniswot asintiendo con la cabeza—, pero llévate a Miles contigo.

Al oír su nombre, un guarda kender que le resultaba remotamente conocido asomó la cabeza. Hizo un gesto a Taywin y luego miró a Toede y sonrió. Era una sonrisa escalofriante, sobre todo por el hecho de que le faltaba un diente de cada dos, tanto en la mandíbula inferior como en la superior.

Toede reconoció al guarda recolector de bayas y de repente entendió la fuerza del golpe en la nuca. Se tocó el bulto que le había salido y sonrió con odio. Fuera como fuera, aquello no había hecho más que empezar.

Intercambiaron miradas de odio, a las que Taywin puso fin interponiéndose entre ambos. Hizo una genuflexión delante de Bunniswot y dijo:

Bailad entre los nenúfares, profesor Bunniswot.

Bailad entre los nenúfares, Taywin Kroninsdau —repuso Bunniswot devolviéndole la bendición.

Los dos kenders desaparecieron y Bunniswot, todavía encorvado en la puerta, se fue hacia el rincón donde había estado sentada Taywin y buscó acomodo estirando sus largas piernas.

—¿Cómo os encontráis? —le preguntó con una sonrisa cansada—. Cuando Miles y Taywin os trajeron a rastras, temí que os hubieran tratado con excesiva rudeza.

Toede se encogió de hombros quitando importancia al asunto y recitó con voz firme:

Acudo a ti cubierto de cielo y sin pudores, buscando las enseñanzas de la carne, ¿no?

Bunniswot se sonrojó y tosió.

—Ah, eso —dijo tragando saliva—. Me alegro de que nos hayamos quedado solos y podamos aclarar ese tema.

—Hasta la segunda o la tercera cita no lo he relacionado —dijo Toede con una sonrisa—. Todo eso de bailar entre nenúfares y confiar en sus citas es parte de la pornografía de los ogros, ¿no?

—Bueno, sí y no —dijo Bunniswot—. Y es literatura erótica de los protoogros.

—¿Qué significa eso de «sí y no»? —preguntó Toede.

—Después de que Trujamán desapareciera y los gnolls fueran derrotados —empezó a explicar Bunniswot—, tuve problemas para publicar mi… eh, descubrimiento. Carecía de capital o de apoyos y, francamente, los escritos tenían un tono un poco… subido.

—¿Y entonces…?

—Lo publiqué yo mismo —dijo Bunniswot—. Hice una primera edición de veinte copias manuscritas. Luego otra de cien, y ahora trabajo en la tercera.

—Tengo la sensación de que tienes que decirme algo que no me va a gustar —dijo Toede entrecerrando los ojos—. ¿Por qué no me lo dices ya y acabamos de una vez?

—No lo publiqué como documentación histórica. Ningún académico se habría tomado en serio algo así. —Bunniswot sonrió débilmente.

—Sino como… —le instó Toede.

—Dije que eran consejos políticos y reflexiones —dijo Bunniswot mirando al suelo y hablando muy rápido— de uno de los guerreros y dirigentes más incomprendidos de nuestros tiempos, el gran gobernador Toede.

—¿Qué?

—Ha tenido muy buenas críticas —se apresuró a añadir el investigador—. Sólo la Torre de la Alta Hechicería ya ha pedido tres copias y ya se habla de la posibilidad de reeditarlo para las bibliotecas de sánscrito.

—¿Has publicado tu pornografía ogresa con mi firma? —preguntó Toede procurando que el volumen de su voz no correspondiera a su exaltación.

—Bueno, yo no lo llamo pornografía —replicó Bunniswot con un tonillo de «por-qué-clase-de-idiota-me-has-tomado».

Toede notó que la sangre se le subía a la cabeza.

—¿Y cómo lo llamas? —dijo subrayando cada palabra.

—Alegoría social y política, con especial atención al tema de las relaciones entre el gobernador y los gobernados, y entre el gobernador y otros gobernadores —contestó Bunniswot.

—¿Y todas las referencias sexuales…? —Toede notaba una creciente presión entre los ojos.

—No son sexuales en absoluto —dijo Bunniswot asintiendo con la cabeza—, a no ser que tengas una mente calenturienta. Y como nadie admite tener una mente calenturienta, es aceptable.

—Increíble —murmuró Toede—. Y por lo visto, nuestra poetisa kender ha leído el libro.

—Y es capaz de citarlo entero dando el capítulo y el versículo —dijo Bunniswot—. Es el texto fundamental de la Rebelión Aliada.

Toede no sabía si reír o llorar.

—Así que se me atribuye un libro que no he escrito, que habla de sexo pero no es sexual y que es utilizado por una rebelión que todavía tiene que rebelarse.

Bunniswot ladeó un poco la cabeza, como si sopesara las palabras de Toede.

—Buen resumen —dijo finalmente.

—Es lo más absurdo que he oído en mi vida —dijo Toede apretándose las sienes con los dedos—. ¿Qué más podría ir mal?

—¡Ya estamos aquí! —dijo Taywin irrumpiendo en la cabaña.

Detrás de ella entró un humano musculoso y con cara de pocos amigos, todo vestido de negro. Toede lo miró sin dar crédito a sus ojos. Llevaba la camisa abierta y en su pecho se veía una gran cicatriz en forma de «T».

***

El asesino de Los Muelles se alzaba imponente ante Toede. Aun estando agachado, los hombros le llegaban al techo de la cabaña. Los ojos le brillaban como ascuas ardientes pero apenas transmitían emociones. De la cadera le colgaba una gran espada guardada en una vaina con inscripciones rúnicas.

Toede notó que la garganta se le quedaba seca y la lengua adquiría un tacto de papel de lija.

Baila entre los nenúfares, guerrero —dijo entrecortadamente.

El asesino lanzó un penetrante aullido y Toede retrocedió. Incrustado en la pared del fondo le vio sacar la espada y caer de rodillas, presentándosela al hobgoblin con la empuñadura por delante.

—¡Vuestra es mi vida, sabio adalid! —dijo el guerrero con la mirada fija en los pies de Toede.

Toede se separó de la pared con toda la dignidad de que fue capaz. Cogió la espada (la misma, advirtió, que había servido para luchar contra Groag) de entre las manos del guerrero y consideró seriamente la posibilidad de hundirla en la «T» que estaba grabada en el pecho del guerrero. Sin embargo, eso podría traerle más complicaciones con los kenders (sobre todo con el guarda del garrote), así que decidió limitarse a tocarle en el hombro con la punta mientras su mente buscaba afanosamente las palabras apropiadas para la ocasión.

—Vuestra es la vida que vos tenéis que vivir —murmuró—. Levantaos, sir… Con tantas emociones, todavía no sé vuestro nombre.

—Rogate, sabio adalid —murmuró el guerrero sin despegar los ojos del suelo.

—Levantaos, sir Rogate —dijo Toede—. Vuestro designio está unido al mío. —«Y maldita sea mi sombra si sé de qué hablo», añadió para sus adentros.

Rogate se irguió tambaleándose y declamó en tono grandilocuente:

—Serviré por siempre al poderoso Toede. He sido perdonado y aceptado. ¡Contempladme, soy el primero de los caballeros toedaicos!

Bunniswot y Taywin aplaudieron amablemente. Miles, el guarda kender, hizo una mueca y volvió a su puesto.

—Y ahora, por favor, sentaos —dijo Toede—. ¿Querría alguien explicarme qué está pasando exactamente?

Rogate se puso en pie cuan largo era o por lo menos todo lo que le permitió el techo de la cabaña.

—¡Pero vos lo sabéis todo, gran señor, el más poderoso y el más sabio entre los sabios!

Toede le hizo señal de que se sentara, y murmuró:

Acudo a ti cubierto de cielo y sin pudores, buscando las enseñanzas de la carne —al tiempo que se hacía el firme propósito de aprender unas cuantas citas más.

—En tal caso —repuso Rogate sentándose con el rostro iluminado de felicidad—, seré yo quien inicie el relato, maravilloso adalid, pues durante casi todo el año que ha transcurrido desde nuestro encuentro he vivido en Flotsam y he visto cuanto sucedía.

Toede asintió con la cabeza y Rogate continuó:

—Desperté en Los Muelles con mis heridas sanadas y el tabernero me contó que habíais considerado la posibilidad de quitarme la vida pero finalmente me la habíais perdonado. Entonces comprendí el alcance de vuestra clemencia y me sentí avergonzado.

»Aquella noche no volví a mi puesto, que abandoné para siempre. Ahora sé que era una marioneta de esos impostores conocidos como el Profeta del Agua y su valido, Lengua Dorada. Sentí ira cuando se hicieron públicas las costumbres gastronómicas de Lengua Dorada, pero más me preocupé cuando se vio que los clérigos al servicio de Brinco Perezoso pensaban gobernar con el mismo estilo despótico.

»Busqué a la persona que creí que podría darme noticias de vos y encontré a esa criatura infame, Groag. —Por un momento, pareció que Rogate iba a escupir—. No quiso ayudarme y al poco tiempo abandonó la ciudad dispuesto a hacer realidad sus ambiciones.

Toede miró por el rabillo del ojo a Bunniswot pero el investigador, lejos de estar dispuesto a confesar haberse relamido con los platos de Groag, miraba fijamente al vacío. Rogate continuó:

—Supe que se avecinaba un terrible y justo castigo, y empecé a orar y a advertir a las gentes de vuestro retorno, Los clérigos de Brinco Perezoso reprimían con fiereza toda forma de disensión y muchos de los primeros mártires desaparecieron sin dejar rastro.

Rogate bajó la vista y guardó unos instantes de silencio.

—Estaba en lo cierto. ¡Volvisteis a lomos de un gran elefante metálico que hablaba una lengua matemática! ¡Vuestra magnificencia era deslumbrante, sabio adalid! —exclamó Rogate con una sonrisa beatífica—. Abatisteis a los seguidores y a los guardas de Brinco Perezoso, asaltasteis su fortaleza y acabasteis con él en un instante. Algunos dijeron que habíais muerto en el combate pero yo sabía que no moriríais hasta haber acabado con la podredumbre que asolaba vuestra tierra. Entonces fundé la Iglesia de la Fe en Toede Reaparecido.

»Sin embargo —se apresuró a añadir—, la podredumbre volvió a imponerse. En el tumulto que siguió a vuestro triunfo sobre Brinco Perezoso, un ser maligno volvió a Flotsam, el engendro obsceno conocido como Groag.

Siguió un silencio que a Toede se le antojó tan largo como una era glacial. Finalmente, preguntó:

—¿Y entonces…?

Pero el recién nombrado caballero toedaico se limitó a sacudir la cabeza en silencio.

—Parece ser que Groag se hizo con el público de Rogate —intervino Bunniswot.

—¡Lo secuestró! —gruñó Rogate—. ¡Robó sus mentes y sus almas! Les inculcó el miedo con falsas amenazas y se declaró lord de Flotsam, escogido por poderes superiores fuera del alcance de nuestras mentes. ¡Las tinieblas se apoderaron de la ciudad y me vi obligado a huir!

Toede le miró perplejo.

—¿Lo consiguió? ¿Groag? —tartamudeó, y mirando a Bunniswot, añadió—: ¿Ese tipo pequeño que se pasa el día gimiendo y desmayándose?

—En la confusión que siguió a vuestra… eh… muerte, Groag se presentó e hizo suyas las prédicas de Rogate, pero añadiendo el avieso detalle de que estaba en sus manos el hecho de que retornarais o no y asimismo que si la ciudad no seguía al pie de la letra todas sus instrucciones, volveríais para vengaros.

—Un argumento efectivo —dijo Toede—. ¿Y qué pasó cuando la población se rió en su fea cara?

—Ése es el problema, que nadie se rió —dijo Bunniswot—. En los últimos meses, os habían visto aparecer dos veces para acabar con la clase gobernante. Se convencieron de que las cosas no podían ir mucho peor con Groag en el trono y le nombraron gobernante por aclamación. Al fin y al cabo, decía actuar en vuestro nombre.

—Impostor —murmuró Rogate—. ¡Falso valido! Y llevaba una máscara, de manera que nadie reconociera su rostro, pero muchos reconocieron su tacto.

Toede se quedó un momento callado, incapaz de encontrar una respuesta adecuada. Finalmente, preguntó:

—¿Y cómo le va?

Rogate gruñó, Taywin sacudió la cabeza pelada y Bunniswot contestó:

—¿Recordáis lo que os conté una vez de las crónicas de Trujamán, en las que se os tachaba de petimetre, estúpido y botarate? —Rogate volvió a gruñir y Bunniswot se apresuró a añadir—: Un día que bromeábamos.

Toede asintió mirando de reojo a su recién nombrado caballero.

—Sí, lo recuerdo, un día que bromeábamos —dijo pensando que podría resultar interesante tener un adepto con el instinto protector de un perro de ataque.

—Bueno, pues en comparación con Groag, se diría que fuisteis el sabio soberano Lorac de Silvanesti.

Toede se apoyó en la pared y dejó escapar un silbido.

—¿Hasta ese punto?

—Corrupción, despotismo, normas arbitrarias, opresión —enumeró Bunniswot contando con los dedos.

—Eso no es nada nuevo —dijo Toede, y acordándose de Rogate, añadió—: Es moneda corriente en media docena de ciudades por todo Ansalon.

—Ejecuciones sumarias —dijo Bunniswot.

—Es uno de los derechos que tiene todo gobernante —dijo Toede.

—Sin juicio, con torturas y en público —suspiró Bunniswot—. Y los cuerpos expuestos en picotas para que se los coman los cuervos.

—Un poco excesivo —comentó Toede haciendo una mueca—. ¿Y la población no se ha soliviantado al recibir un trato tan severo?

—Al principio no, pero ahora, sí —contestó Bunniswot sacudiendo la cabeza.

—Empiezo a entender la razón del éxito de vuestro… eh… de mi libro sobre el gobierno —dijo Toede.

—Algunos ciudadanos huyeron y muchos mercaderes evitan la ciudad. Groag solía amenazar a la población en vuestro nombre; ahora, la amenaza y nada más. Ha contratado pequeñas unidades de mercenarios para que le protejan a él y a su corte. Los no humanos vuelven a tener prohibida la entrada; es decir, los otros no humanos.

—Los refugiados no habían hablado del nuevo lord de Flotsam —intervino Taywin— y en esa misma época, nuestras zonas de caza empezaron a ser patrulladas por guerreros mercenarios. Decidí ir a Flotsam a ver si era el mismo señor Groag con el que había ido a recoger bayas. —Se pasó la mano por la cabeza y continuó—: Sí que lo era. Me hizo arrestar acusada de caza furtiva, me afeitaron la cabeza en público y fijaron la fecha de mi ejecución para el día siguiente.

—Desgraciadamente, la sentencia se perdió —dijo el investigador haciéndose el inocente— y la sacamos de la ciudad en un tonel de harina. Aquí nos encontramos con Rogate, que se había refugiado en el campamento de los kenders.

—Estábamos convencidos de que volveríais —dijo Taywin—. A los seis meses, como antes. Así que mientras tanto, hemos organizado los recursos y también equipos de vigilancia para salir a vuestro encuentro.

—Y ahora que habéis vuelto —dijo Rogate—, ¡la Rebelión Aliada ya puede iniciar la marcha, descuartizar al falso valido y esparcir su sangre corrupta sobre las arenas de la historia!

—Hemos organizado una reunión —dijo Bunniswot— con el dirigente de los kenders: Kronin, el padre de Taywin. Estando vos presente, podremos convencerle de que se una a nosotros y, si da su aprobación, los exploradores kenders se unirán a nuestra rebelión.

—Ajá —dijo Toede. Miró a los demás y preguntó—: ¿Y cuántos exactamente participan de momento en esa rebelión que encabezo?

—Incluyéndoos a vos —dijo Taywin alegremente, con los ojos brillantes de esperanza—, a mí, Bunniswot, sir Rogate y Miles… somos cinco.