En el que se va a buscar ayuda y cuando llega, nuestro protagonista se ve obligado a defender su inocencia desde una posición decididamente inferior, a pesar de lo cual casi lo consigue. Casi.
Hubo una respuesta pero Bunniswot no se habría atrevido a repetir las palabras exactas en presencia de un público mixto y por mixto entendía compuesto de hombres y mujeres, adultos y niños, o vivos y muertos.
La prolongada ristra de maldiciones de todos los colores resonó entre las paredes del templo.
—¿Os habéis hecho daño? —preguntó a gritos el investigador cuando el torrente verbal finalmente se detuvo.
—Sí —bramó Toede—. Mis sentimientos están heridos por el hecho de que tú estés arriba y yo esté aquí abajo.
—¿Qué veis a vuestro alrededor?
—Oscuridad y agua —dijo Toede—. Estoy en una especie de acueducto o pasillo inundado. Ni es profundo ni tiene fuertes corrientes.
—Dad gracias a los dioses por el agua —gritó Bunniswot.
Otra ristra de maldiciones, seguida de una pausa.
—¿Por qué dices eso?
—Habéis caído desde una altura de unos quince metros —repuso Bunniswot, calculando la distancia por el tiempo—. Si hubierais topado contra algo más duro, no estaríais vivo para maldecir vuestra suerte.
Toede se negó a consolarse con esas tonterías. Arriba, una luz brillante señalaba la posición de Bunniswot, en torno al cual todo se desvanecía en la oscuridad.
—Voy a intentar avanzar por este pasadizo en dirección sur —dijo Toede—. Me parece oír una corriente de agua al fondo.
—No es buena idea —dijo Bunniswot—. Acordaos de que hemos tenido que excavar para entrar aquí. No es muy probable que haya otra salida. ¿Veis algún tipo de gusano o de rata?
Se oyeron las salpicaduras de alguien que se gira a uno y otro lado dentro del agua, intentando mirar en todas direcciones a la vez, y luego, una voz débil y preocupada que decía:
—No.
—Mala señal —dijo Bunniswot con la despreocupación de alguien que evidentemente no estaba en el fondo de un agujero anegado de agua—. Si hubiera algún bicho, significaría que me equivoco y que sí hay otra salida.
—No tengo más opciones —repuso Toede desconcertado.
—Voy a buscar ayuda —dijo Bunniswot.
—Vaya una idea original. Tírame algo de comer, ¿quieres? Puede que pase un buen rato antes de que vuelvas.
—Vale. —Un bulto hizo salpicar el agua cerca del hobgoblin, que se acercó andando contracorriente y lo sacó a la superficie—. ¿Lo habéis cogido? ¿Queréis la luz? —gritó Bunniswot.
—La necesitarás —dijo Toede añadiendo para sus adentros: «Si hay alguna criatura maligna por ahí suelta, prefiero que la luz la atraiga hacia Bunniswot»—. Yo buscaré algún lugar seco para esperar.
—Ah, bien —dijo el investigador—. Siento mucho dejaros así.
A Toede se le pasó por la cabeza otra ristra de maldiciones pero, en cambio, dijo:
—Estaré bien. He celebrado fiestas nocturnas en lugares peores que éste. Vete ya, antes de que me salgan telarañas o algo peor.
—Ah, bien —repitió Bunniswot.
Toede oyó que se alejaba dando grandes zancadas. Al cabo de un minuto poco más o menos se oyó otro grito: era Bunniswot avisando de que había llegado sano y salvo a la puerta y ahora mismo iba en busca de ayuda.
Toede avanzó chapoteando hasta encontrar un incómodo montón de maderos húmedos y podridos, caídos del techo hacía unos cuantos milenios. Trepó por ellos, se quitó las botas, las vació de agua y deshizo el paquete que Bunniswot le había tirado. Eran tiras de cerdo asado de la cena del día anterior y todavía se conservaban bien. Toede las fue mordisqueando mientras reflexionaba sobre la situación.
El sueño había sido una visión, de eso no le cabía la menor duda, cuyo objetivo era darle una oportunidad para acrecentar su nobleza ayudando al joven investigador.
Y para acrecentar su buen nombre y forrarse los bolsillos con las monedas antiguas que pudiera haber por allí.
Una vez más, las ideas de nobleza y de progreso personal parecían ir de la mano. Había ayudado a los investigadores y había conseguido una gema y una buena comida. Había descubierto el templo perdido de los protoogros y encontraría un gran tesoro. No era culpa de su sueño que el suelo estuviera desgastado.
Los héroes nobles siempre hacían caso de sus sueños. Lo mismo había hecho Toede y ahora se encontraba sentado sobre un montón de madera en descomposición, empapada en unas aguas fétidas y sin vida.
El sueño tampoco le había advertido de la existencia de la gran sala que tenía sobre la cabeza ni el demonio con cabeza de chacal y la mandíbula inferior en forma de rodillo. ¿Sería algo más que un descuido?
Toede miró a su alrededor con un estremecimiento. Se diría que por allí no había pasado nadie, ya fueran criaturas del Abismo o de cualquier otra procedencia, durante por lo menos quinientos años. Así que o bien el ser que representaba la talla de piedra era muy descuidado en las labores de la casa o en el templo no había nadie, excepto él.
Se recostó y observó la negrura que reinaba sobre su cabeza. Cerró los ojos y aguzó los oídos pero no oyó nada aparte del rumor de una cascada distante. No tenía conciencia del paso del tiempo y sin querer se quedó dormido. Sus sueños fueron monocromáticos, vulgares y nada esclarecedores. Ninguna mujer envuelta en luz le mostró la salida.
Toede se despertó sobresaltado al oír pasos de botas sobre las baldosas del piso superior. Ya no oía el sonido de la lejana corriente de agua pero, en cambio, le llegaban claramente las cuidadosas y lentas pisadas de alguien que tentaba el suelo una y otra vez antes de apoyar los pies para avanzar.
En el agujero por el que había caído no se veía ninguna luz; estaba tan tenebroso y gris como antes.
—¿Hola? —dijo Toede y su voz reverberó en la oscuridad. Levantando la voz, preguntó—. ¿Bunniswot? ¿Hay alguien ahí?
Desde el techo le llegó una voz apagada y serena.
—Hola, Toede.
—Groag, ¿eres tú? —Toede apenas columbraba la silueta del pequeño hobgoblin en negro sobre negro.
Hubo un silencio, como si la sombra pensara la respuesta, que finalmente fue:
—Sí.
—¿Te ha enviado Bunniswot? —preguntó Toede, cada vez más preocupado. Tenía la voz de Groag y el aspecto (hasta donde era capaz de ver) de Groag y, dado que no creía que hubiera un gran mercado de trabajo para los imitadores de Groag, debía de ser Groag, pero había algo que no cuadraba.
—Sí —contestó después de otra larga pausa— y Trujamán, antes de irse.
—¿Has traído una cuerda? —preguntó Toede.
—Típico —fue la respuesta—. Sí, he traído una cuerda.
—Bueno, pues gracias por pasarte por aquí y todo eso, pero ¿qué te parece si te das prisa y me sacas de aquí?
De nuevo hubo un largo silencio y cuando por fin llegó la contestación, fue un balbuceo ahogado.
—¿Por qué?
—Bueno, pues porque esto está muy húmedo y frío, y estoy en un templo dedicado a una criatura que quizá no esté del todo muerta —dijo Toede.
Silencio, y luego:
—¿Y?
—Y te lo estoy pidiendo de buenas maneras —dijo Toede sonriendo a la oscuridad—. De la mejor manera que sé hacerlo.
—Oh. —Otra pausa—. Eso lo arregla todo, entonces, ¿no?
Toede frunció el ceño.
—Tengo la sensación de que algo va mal ahí arriba —dijo Toede a la figura asomada al hueco.
—Es una manera de decirlo —repuso la voz de Groag.
—¿Pasa algo en el templo? —preguntó con voz insegura, imaginando que un ser demoníaco se les venía encima.
—No —dijo la voz de Groag.
—Algo en el campamento, ¿entonces? ¿Les ha pasado algo a Bunniswot y a los otros? —Toede notó un escalofrío que le recorría la espalda.
—Sí —contestó la voz desde arriba.
—Groag —dijo Toede—, me encanta jugar a adivinanzas contigo pero dime qué ha sucedido.
Otra vez le respondió el silencio y ya estaba a punto de lanzar una ristra de invectivas contra su congénere, cuando Groag dijo con la voz estrangulada.
—Tú has sucedido, Toede.
—¿Cómo?
—Tú has sucedido. —La voz adquirió más fuerza y cada vez era más fácil reconocer a Groag, al airado Groag que había dejado cocinando junto al fuego la tarde anterior—. Sobreviví por los pelos a tu última aparición entre los vivos y conseguí reconstruir mi vida, pero cada vez que te presentas todo se va al garete. —Parecía que estuviera a punto de echarse a llorar.
—Groag, volví a buscarte. ¿No es verdad? No pensaba dejarte abandonado entre los gnolls. —Toede se esforzó en que su voz tuviera la suavidad de la mantequilla. Si Groag se derrumbaba, no saldría nunca de allí.
—Volviste —le repuso una voz acusadora— y lo empeoraste todo.
—¿Qué empeoré? —gritó Toede—. Convencí a Charka de que nos ayudara. Gracias a mí, todos han cenado caliente. Luego, he encontrado este templo para Bunniswot y tú dices que lo he empeorado todo. ¿Cómo?
Esta vez el silencio fue aún más prolongado.
—Siendo tú. Simplemente por ser Toede.
Toede esperó a que Groag se explicara mejor y tras lo que le pareció media eternidad, el hobgoblin continuó.
—Te has ido de excursión con Bunniswot abandonando a Trujamán y a todos los demás. Mientras estabas fuera, Trujamán ha seguido relatando historias sobre los héroes de la Lanza y, entre ellas, la de tu muerte; la primera, con los kenders y el dragón.
De nuevo se hizo el silencio durante una eternidad. Finalmente, Groag volvió a coger el hilo del relato.
—Trujamán ha contado lo de los kenders y el dragón, y el desastroso final de la cacería. Y Charka ha dicho que Trujamán estaba hablando de ti, el Rey de las Pequeñas Ranas Secas —dijo Groag con una risita nada agradable.
—Escucha, Groag —dijo Toede—, lo que diga Charka…
—No me interrumpas —repuso Groag el voz alta y con sorprendente firmeza—. Trujamán ha dicho que Charka estaba equivocado y lo ha dicho de una manera que ha hecho que Charka se sintiera estúpido. Charka se ha puesto a discutir y no han tardado en cruzarse palabras desagradables. Ya conoces el estilo de Charka discutiendo.
Un sentimiento de aprensión se apoderó de la boca del estómago de Toede y no parecía que la fuera a soltar.
—Entonces ha llegado Bunniswot con las noticias de tu descubrimiento… —dijo Groag.
El sentimiento de aprensión fue sustituido por la certeza del desastre.
—Charka se ha enfadado porque vosotros dos habíais entrado en el territorio del necromante. Trujamán ha dicho que Charka te había confundido con Toede. Bunniswot ha contestado con una larga diatriba acerca de lo injustamente que se ha tratado a Toede y ha añadido que ninguno de aquellos peludos hombres-perros iba a deciros dónde podíais ir. Y entonces…
—¿Charka ha golpeado a Bunniswot? —aventuró Toede.
En el piso de arriba se oyó un fuerte suspiro.
—En plena cara. Bunniswot se ha caído al suelo como un saco de patatas.
Toede oyó que Groag sollozaba y se sorprendió. No sabía que Groag y el investigador fueran tan amigos. Cuando Groag continuó, su voz había recobrado la firmeza.
—Bunniswot estaba en el suelo, sangrando por la boca y la nariz. Trujamán se ha enfadado y ha empujado a Charka. Charka le ha devuelto el empujón y Trujamán se ha caído de espaldas.
»Charka entonces se ha quedado paralizado al darse cuenta de lo que había hecho: empujar a un poderoso mago. ¿Recuerdas que le habías dicho que Trujamán era un gran mago capaz de hacerle hervir la carne? El problema es que el mago no ha reaccionado como era de esperar, lanzando bolas de fuego y rayos que le salieran de la barba. Ha reaccionado como un hombre mayor que se ha caído de espaldas.
—Y Charka se ha dado cuenta de que le habían engañado… —acabó Toede.
Groag continuó y Toede se lo imaginó sentado junto al agujero, mirando a la oscuridad.
—Charka ha ordenado a los gnolls que todavía estaban en el campamento que fueran a buscar a los que habían salido a cazar, y Trujamán ha salido detrás de ellos para «arreglar las cosas», según ha dicho.
—Charka utilizará su cabeza para decorar un palo —murmuró Toede para sí.
—Sí —dijo Groag y Toede se sorprendió de que le hubiera oído—. Y luego volverá y lo utilizará para matar al resto de investigadores. Bunniswot no estaba en condiciones de correr por la montaña, así que me ha dado la cuerda y me ha indicado cómo encontrarte. —Silencio—. Le he dejado desenterrando sus papeles. Me ha dicho que los iba a echar al fuego. Tenía la camisa empapada de sangre.
La voz de Groag había ido perdiendo fuerza a medida que el relato llegaba a su fin.
—Van a morir todos, sabes, y todo por culpa tuya —dijo finalmente.
Toede frunció el ceño en la oscuridad.
—¡Un momento! Eso no es verdad. ¡Ni siquiera estaba allí!
—¡Exactamente! —gritó Groag—. ¡No estabas ahí! ¡Estabas buscando más problemas en otra parte! Si hubieras estado allí, habrías salido con alguna mentira convincente y se la habrías hecho tragar, forzándola en sus crédulas gargantas, y aun te habrían dado las gracias y habrían seguido creyendo en ti hasta que los traicionaras un poco más adelante.
—Groag, yo…
—Te pasas la vida abandonando a la gente, ya sea dejando que se las arreglen como puedan o muriéndote ¡y ni siquiera tienes la decencia de quedarte muerto! —Groag hablaba a gritos y con el eco y la reverberación a Toede le costaba entender lo que decía—. ¡No se trata de saber si vas a traicionar a alguien, sino de cuándo! —Groag hervía de rabia—. Crees que esa nueva estratagema de la nobleza te devolverá el poder pero no pienso dejar que nadie más muera por tu estúpida codicia.
Groag dijo algunas cosas más que se perdieron entre los ecos, hasta que por fin su diatriba perdió fuerza y no se oyó más que su respiración jadeante.
—¿Has acabado? —preguntó Toede.
—Creo que sí —respondió Groag desde la oscuridad.
—Pues échame la cuerda —dijo Toede.
La respuesta fue un largo silencio, interrumpido por leves chasquidos de lengua.
—¿Has escuchado una palabra de lo que te he dicho?
—He escuchado todas las palabras que has dicho y eran palabras acertadas. —Toede respiró hondo sintiendo que su lengua se negaba a pronunciar la siguiente frase—. Quiero que sepas que… lo siento. Estaba —el estómago se le encogió— equivocado. Estaba equivocado.
Viendo que no había respuesta por parte de Groag, Toede insistió.
—Me he equivocado. Lo admito. Estaba tan pagado de mí mismo y tan seguro de todo que te he conducido al desastre y lo he pagado con mi vida. Dos veces. Lo siento. Estaba equivocado, pero échame la cuerda.
Siguió sin obtener ningún tipo de respuesta y recordó el monólogo que había sostenido con el caballo el día anterior. Aquél por lo menos había tenido una resolución.
—Si como dices te preocupan los investigadores —continuó Toede cambiando un poco de estrategia—, los dos sabemos que soy su única salvación. Soy el único lo bastante listo y reservado, y sí, lo bastante codicioso y falto de escrúpulos para solucionarlo. Soy el único que puede hablar con Charka y los gnolls. Morirán, Groag, si no me echas la cuerda.
—Yo… yo… —y silencio.
Toede deseó poder dar órdenes, gritar, acobardar a Groag para que obedeciera, pero sabía que no funcionaría. Respiró hondo y la siguiente mentira le salió más fácilmente.
—A veces me gustaría parecerme a ti. Saber a-dap-tar-me. Quiero hacer mejor las cosas, por ti y por mí. Tírame la cuerda, Groag —dijo Toede con un poco más de hierro en la voz.
—Supongo que tienes razón —le contestó una voz vacilante—. Ha sido todo tan confuso: tú, los kenders, los humanos. Ya no sé quién tiene razón.
—Te entiendo —repuso Toede con delicadeza—. Echame la cuerda.
—Oh —dijo la voz desde arriba.
Toede no oyó el key que seguramente venía a continuación. Al cabo de un momento, llamó:
—¿Groag?
—Creo que aquí hay alguien —respondió Groag con un murmullo.
Toede sintió que el pánico se apoderaba de él.
—¡Sal de ahí, Groag! Ya vendrás luego a buscarme. ¿Me oyes? Vete. —Por su mente de hobgoblin cruzaron imágenes de un engendro del Abismo abalanzándose sobre su antiguo lacayo (y sobre la cuerda que llevaba en la mano).
—No lo entiendes —dijo Groag con alegría en la voz—. Es toda azul y muy hermosa.
«¿Azul? ¿Hermosa?», pensó Toede, y de repente se acordó de su visión.
—¡Groag, es una trampa! —gritó—. ¡Es un encantamiento! ¡No la mires! ¡No la escuches!
Se calló esperando alguna respuesta pero todo lo que oyó fue a Groag que decía:
—¿Yo? ¿Escogido por el destino? ¿De verdad?
—¡El fuego del Abismo, Groag! —bramó Toede—. ¡Sal de ahí! Tírame la cuerda. ¡Haz algo!
—Nunca lo habría pensado… —decía Groag—. ¿Yo, lord de Flotsam?
—¡Groag! —aulló Toede—. ¡Tira la cuerda!
Se oyó el ruido de algo que caía por el aire y a continuación un sonoro chasquido a metro y medio de donde estaba Toede. El hobgoblin avanzó por el agua hasta allí y cogió un extremo de la cuerda. Y, a continuación, el otro.
—¡Groag! —chilló Toede.
—Sí, supongo que deberíamos irnos —dijo Groag a su hermosa aparición—. Adiós, Toede. Me gustaría quedarme a charlar contigo, pero tengo grandes cosas que hacer. Ahora lo sé.
Groag lanzó un silbido desafinado que se perdió en la oscuridad y se confundió con el rumor de una pala lanzando apresuradamente unos cuantos montones de tierra. El borrón grisáceo que señalaba la situación del agujero se oscureció hasta quedar totalmente negro cuando la entrada volvió a sellarse.
Toede se quedó en la oscuridad sosteniendo los dos extremos de la cuerda. El desespero hizo presa de su corazón pero pronto fue barrido por otro sentimiento: ira.
Ira contra Groag, contra Brinco Perezoso, contra los dioses del Mal, contra Charka y los gnolls, contra cualquiera que se hubiera cruzado en su camino. Había creído. La nobleza le había convertido en un tonto, y ahora estaba pagando su estupidez.
—Entendido —murmuró—. Se te ha acabado eso de «vivir noblemente», señor Toede. Y ahora, veamos si salimos de ésta.
Y entonces, Toede volvió a oír el rumor de la cascada.