Capítulo 15

En el que nuestro protagonista cosecha los frutos de su trabajo, considera la suerte que le ha tocado en la vida y tiene una visión que le anuncia grandes acontecimientos futuros.

Hacia media mañana, el campamento de los investigadores era un hervidero de actividad, aunque ninguna de sus acciones estaba directamente relacionada con una huida inminente. Varios escribas saltaban entre los pilares caídos tomando notas de última hora. Unos cuantos «muchachos» cavaban zanjas en las que Bunniswot amontonaba paquetes mal hechos de notas (y en una de las zanjas, un baúl de piel sobrecargado que se enterraría a la profundidad de una tumba) para su «posterior recuperación». (Bunniswot no pudo evitar acompañar la frase de una risita desagradable). Trujamán corría de un lado a otro intentando hacer un mapa donde figurara la situación y el contenido de todas las zanjas. Nadie se había cuidado de desmontar las tiendas ni de empaquetar objetos personales. Y por supuesto, el almuerzo había quedado anulado por mutuo acuerdo ante la presuposición de que el cocinero ya estaba en el estómago de los gnolls.

Así que fue toda una sorpresa cuando, unas tres horas después del amanecer, finalmente aparecieron los gnolls. No fue una sorpresa porque llegaran más tarde de la hora a la que se los esperaba, sino porque no entraron aullando y esgrimiendo sus lanzas dispuestos a utilizarlas para una investigación quirúrgica improvisada. En contra de toda expectativa, se presentó un solo gnoll escoltando a Toede, que iba montado en uno de los caballos y todavía vestido con la bata de Bunniswot. Era un gnoll enorme incluso comparado con otros gnolls y en su vestimenta Trujamán de inmediato reconoció la huella de cultos guerreros humanoides anteriores al Cataclismo.

Los dos, el hobgoblin y el gnoll, se quedaron inmóviles en la entrada del campamento, hasta que, uno por uno, todos los investigadores advirtieron su presencia. Los que discutían se quedaron a media frase; los que hacían calcos, a medio calco, y los que dibujaban mapas, a media floritura cartográfica. Bunniswot echaba las últimas paladas de tierra sobre su tesoro de notas enterrado. Finalmente levantó la vista, vio que todos los demás miraban hacia el mismo punto y se unió al silencioso cuadro viviente de los investigadores que observaban al peculiar par de humanoides.

Trujamán dejó a un lado su pluma de hueso y se acercó a ellos. El viejo investigador iba vestido de blanco y vainilla, que eran sus colores preferidos, y el sol se reflejaba en su refulgente figura. Se detuvo a unos cinco pasos del punto donde esperaban el gnoll y el hobgoblin y advirtió que el jefe gnoll era aún más alto de lo que parecía desde lejos.

Charka hizo un gesto imperioso y dos grandes gnolls surgieron de entre los arbustos, ambos cargados con un cerdo salvaje recién degollado a la espalda. Luego salieron dos más con cestas de tubérculos, bayas y uvas silvestres. Les siguió otro par, éstos con bandejas de madera hechas con corteza de sasafrás, sobre las que se apilaba una montaña de castañas, nueces y otros frutos secos. A continuación, apareció una pareja, uno con un puñado de siluros ensartados por las agallas en una tira de cuero y el otro con una sarta similar de truchas. Luego salió un gnoll con una cesta de anguilas de agua clara y por último, otro gnoll con una cesta de mimbre llena de cangrejos de río vivos, que todavía se movían lentamente subiéndose unos encima de otros.

El enorme gnoll se dio un golpe en el pecho y gritó:

—¡Charka!

—Charka pide perdón a los poderosos hechiceros y ofrece estos presentes —tradujo Toede.

Trujamán iba a tenderle la mano cuando Toede le detuvo con una rápida y amenazadora mirada, así que se llevó la mano al pecho y solemnemente proclamó:

—Trujamán.

—Gran jefe Hierve Carne —le saludaron los gnolls haciéndole una reverencia.

—¿Hierve Carne? —Trujamán levantó una ceja mirando a Toede.

—Cree que vos y los vuestros poseéis excelentes habilidades culinarias —intervino Toede.

Trujamán pareció sorprenderse por primera vez.

—¿De dónde han sacado semejante idea?

—¿Eh? —dijo Charka.

—Gran jefe contento por ahora. Acepta regalos. Advierte a pueblo de Charka que debe portarse bien o volverá la maldición. —Dirigiéndose a Trujamán, Toede añadió—: El lenguaje refinado no es su fuerte. Olvidaos de cualquier palabra que pueda dejar perplejo a un enano de los torrentes y os entenderán.

—Pero creo que deberíamos informarles de que mi especialidad no es precisamente la cocina —dijo Trujamán sacudiendo la cabeza y luego sonrió amablemente viendo la extraña mirada del gnoll.

—Traducir siempre entraña el peligro de provocar malentendidos —dijo Toede encogiéndose de hombros—, pero os hago notar que esta criatura os puede hacer pedacitos si llega a sospechar que no sois el gran hechicero y gran cocinero que supone.

—Ah —dijo Trujamán—. Ah. Entiendo. —Extendió los brazos imitando el gesto de Toede y dirigiéndose al gnoll, dijo—: Gran jefe Hierve Carne da gracias a Charka por regalos. ¡Hacer fuego, gran festín!

Luego se volvió hacia el grupo de investigadores que observaba las negociaciones.

—¡Sigamos con el programa, caballeros! —susurró dando unas palmadas.

***

Por suerte para todos, cuando tuvieron dispuesta una buena provisión de brasas y las ollas (todavía sucias del día anterior) estuvieron limpias después de mucho frotarlas con arena, hizo su aparición Groag, con los pies doloridos y hablando solo. Encontró a Charka, Toede y Trujamán reunidos en el pabellón principal, donde parecían enzarzados en animado debate con un grupo de gnolls, a Bunniswot maldiciendo mientras abría una zanja a marchas forzadas y al resto de gnolls sentados en el margen sur del campamento. Un par de «muchachos» discutían sobre la mejor manera de hervir un verraco.

Groag apareció justo a tiempo para salvar a los «muchachos» de un desastre culinario. En poco tiempo, los cerdos estuvieron debidamente desollados; las nueces, peladas; el pescado, limpio; y las uvas y bayas, lavadas. En una olla borboteante se hervían los cangrejos de río, que ya iban cogiendo un brillante tono azulado.

Al cabo de una hora, poco más o menos, Toede se separó del grupo del pabellón y se fue paseando hacia la tienda de intendencia, donde Groag se hacía oír entre resoplidos y gritos. Por lo que Toede había aprendido de los ritos de los gnolls del pantano, mientras la cena no estuviera hecha carbonilla, los visitantes quedarían totalmente satisfechos. Al parecer, la comida cocinada todavía era una novedad entre los habitantes del pantano.

—Menos mal que por fin estás aquí —dijo Toede.

Groag giró en redondo y miró con odio al antiguo gobernador.

—No tengo nada que hablar contigo —repuso y volvió a ocuparse del asador improvisado construido para la ocasión.

Toede se detuvo en seco.

—Ésa no es la actitud que esperaba —farfulló Toede— después de todo lo que he hecho por ti.

—¿Todo lo que has hecho por mí? —susurró Groag. Los «muchachos» dejaron lo que estaban haciendo pero ninguno de los gnolls pareció darse cuenta, o darle la más mínima importancia—. Cada vez… —continuó Groag—, cada vez que me enredo contigo, ocurre algo horriblemente desagradable: dragones, asesinos, draconianos que explotan. Pero esta vez ha sido demasiado: me has dejado de rehén y te has fugado.

—Pero he vuelto —murmuró Toede— y he salvado a Trujamán y al resto de deficientes mentales.

—Eso todavía me preocupa más —dijo Groag—. ¿Por qué? Tú siempre tienes algún plan, alguna segunda intención en todo lo que haces. ¿Cuál es? ¿Vas detrás del dinero de Trujamán o qué?

Toede se metió una mano en el bolsillo y acarició la gran gema que le había dado Trujamán en pago por sus servicios. De pronto, su calidez le pareció que le quemaba, como si acabara de salir del fuego.

—Ya te lo he dicho —repuso con firmeza—. Estoy intentando vivir de una manera noble. Me sorprende que precisamente tú no me creas.

—Me cuesta creerlo porque te conozco —gruñó Groag—. Te estaré vigilando, recuérdalo. Y ahora vete de aquí. Estoy cocinando. —Dicho esto, Groag le dio la espalda.

Toede sintió que le hervía la sangre y por un momento consideró la posibilidad de un hobgoblicidio. Pero necesitaban a Groag para que cocinara y el hecho era que probablemente tenía razón. Conocía a Toede demasiado bien y era normal que desconfiara.

Así que en lugar de abrir la cabeza a su compañero, Toede se fue con ademán airado hacia el pabellón de lona blanca, donde Trujamán estaba traduciendo la Guerra de la Lanza a la lengua franca común.

—Entonces el gran Guerrero de la Flor, Estru Brincabalde, esgrimió Dragonlance y ¡mató dragón! ¡Pero dragón mató Estru Brincabalde también! —dijo Trujamán.

Charka y los otros gnolls asintieron. Toede había descubierto que los temas de interés común entre los investigadores y los gnolls eran muy limitados: se reducían a los relatos de guerras y al alcohol. Y dado que las reservas del segundo eran casi nulas, había decidido conducir la conversación hacia las crónicas. Mientras Trujamán consiguiera mantener la atención de sus oyentes, no habría gran peligro de enfrentamiento entre los dos grupos.

El mismo Toede había sido mencionado en el relato pero (gracias a la Reina Oscura) no le citaron por el nombre, sino como «Fimastuerzo, Malvado Guardián de Esclavos».

—Fimastuerzo atrapó a los Compañeros pero no sabía quiénes eran y los metió en una jaula-carreta —había explicado Trujamán.

»Fimastuerzo tenía que llevarlos a su jefe, Vermenardo —así es como tradujo el nombre de Verminaard para regocijo de Toede—, pero el gran mago Faisán y los elfos los ayudaron a escapar. La jaula-carreta se quemó y Fimastuerzo huyó en la noche».

Recordaba haber conocido a los Héroes de la Lanza hacía años, cuando nadie sabía nada de ellos. Se habían escapado delante de sus narices, y no una vez, sino varias. No era el capítulo más brillante de su historia, desde luego, pensó Toede, mientras reflexionaba sobre lo mucho que había progresado desde entonces.

¿Había avanzado algo?, se preguntó irritado. Groag no parecía ser de esa opinión pero, claro, ése es el eterno problema de los viejos conocidos. Sólo ven la parte de uno que conocen de antes y no reconocen que entretanto puedes haber desarrollado una nueva personalidad mejor.

En los viejos tiempos, cuando Toede gobernaba Flotsam, podría haber ordenado matar a Groag. El pequeño hobgoblin parecía ganar carácter. Él también estaba cambiando; según él, adaptándose.

Bueno, pues Toede también podía cambiar. Estaba orgulloso de su recién descubierta nobleza. Era cierto que había dudado y que incluso había retado al destino, pero después de decidirse, se había mantenido fiel a su resolución. Había salvado a Groag, a los investigadores y a sí mismo, y de paso había conseguido una buena provisión de comida.

Pero entonces, ¿por qué se sentía disgustado ante el cariz que tomaba la situación? No era sólo por Groag; Trujamán y Charka tampoco habían reconocido sus heroicos esfuerzos. La gema que le había dado Trujamán era un detalle agradable pero en lugar de hacerle sentir recompensado, ahora le parecía una humillación, casi un insulto.

Al parecer, eso de la nobleza era algo más que actuar de manera autodestructiva.

¿Era una estafa la nobleza, una excusa para escalar posiciones sociales y que encima te lo agradecieran? No, teniendo en cuenta lo que sabía de los nobles héroes sobre los que ahora peroraba Trujamán, seguramente no era así. Los héroes de la Dragonlance parecían haberse conformado con mucho menos de lo que sus acciones habrían merecido, pero quizá fuera una estrategia para conseguir alguna retribución mayor más adelante. Su recompensa por haberse comportado «correcta y noblemente» era más tangible: el banquete.

Todo estuvo preparado poco después de mediodía y resultó estar a la altura de las delicias de los salones de Silvanesd, aunque se sirviera en vajilla mucho más basta de la que los elfos hubieran aceptado. Groag demostraba ser un gran cocinero cuando disponía de los ingredientes adecuados. El verraco estaba asado hasta el punto en el que la carne se desprende del hueso con sólo tocarla y luego se deshace en la boca, y lo había regado con salsa de carne con hierbas y frutos secos. Los investigadores, los gnolls y los hobgoblins comieron hasta no poder más y luego Groag puso unas patatas especiadas envueltas en arpillera húmeda entre las brasas para que se cocieran y comerlas de postre, mientras Trujamán seguía relatando las crónicas de la Guerra de la Lanza para entretener a todo el grupo.

—Nuestros héroes pasaron por misma tierra, camino de ciudad Flotan. Allí reinaba Fimastuerzo, tenía tanto miedo héroes que se escondió y dejó que Señora Dragones, Kita-ira persiguiera a ellos…

—No me escondí —murmuró Toede—. Tenía trabajo.

Se apartó un poco del grupo, saciado pero ni mucho menos satisfecho. El cerdo asado era la primera comida decente que se llevaba a la boca ¿en cuántos meses?, desde hacía un año, en realidad, a no ser que contara los bocadillos de ganso que había preparado la muchacha kender, y de eso hacía seis meses.

El antiguo Negrero Malvado, antiguo Fimastuerzo, antiguo gobernador de Flotsam y quizá futuro Lord de algún lugar desconocido y todavía por desvelar, se sentó junto a la base de un pilar inclinado e intentó ordenar los sentimientos contradictorios que contendían en su cabeza y en su corazón. Pero sólo lo intentó, porque el estómago lleno combinado con la falta de sueño después de haber pasado más de un día sin dormir se adueñó de él y al cabo de un momento roncaba suavemente.

***

Toede soñó, y lo que vio fue algo más que un sueño de hobgoblin normal. Sus sueños (por lo menos los que recordaba) solían ser pesadillas monocromáticas, del color rojo de la sangre o de un gris mortal. Antiguos miedos que le asaltaban, antiguos enemigos que volvían, antiguas batallas en las que había combatido o había huido.

Pero aquel sueño era distinto. Las imágenes tenían el aspecto de una pintura bien ejecutada, un brillo que parecía difuminarse en todas direcciones: el color de los fantasmas caminando a la luz del atardecer.

Se despertó y al punto supo que estaba en un sueño, porque la realidad no tenía esa belleza de cuento de hadas. Seguía estando en el bosque de piedra pero las cosas habían cambiado.

Los pilares cincelados estaban allí, pero los abedules que los rodeaban habían desaparecido y las columnas torcidas o caídas habían recuperado la posición vertical. Ahora brillaban con una extraña energía propia. Había risas en el aire, procedentes de seres invisibles en la oscuridad, y en los márgenes de su plano de visión se deslizaban y danzaban espíritus de luz. Toede no podía mirarlos directamente, pues se revelaban justo un poco más allá de su pensamiento consciente y se desvanecían en las sombras en cuanto intentaba fijar la vista en ellos. Aun así, por lo poco que pudo entrever, eran de una gran belleza. Era indudable que estaba soñando, ya que su hermosura no había tenido el efecto inmediato de revolverle el estómago repleto.

Donde antes estaba el fuego de la cocina, ahora había una mujer alta, refulgente, que no desapareció cuando Toede la miró de frente. Iba vestida con ropajes azules y blancos, y su pelo era del color de los cristales teñidos de amarillo. La energía de su aura iluminaba los pilares que la rodeaban.

Le sonrió y Toede sintió que el suelo se disgregaba bajo sus pies. Le hizo una señal y él la siguió.

La mujer azul y Toede viajaron por el bosque de piedra a la manera de los sueños, sin fijarse en los brezos, las zarzas y los desniveles del camino. Se deslizaban suavemente por la superficie sin reparar en nada, aunque en varias ocasiones, en el camino ascendente hacia las tierras más montañosas del oeste que conformaban (¿conformarían?) el territorio del necromante, la mujer azul señaló algún accidente del terreno, como una roca partida o un peñasco en forma de halcón.

Al final, los viajeros llegaron a un pequeño promontorio que no era tal promontorio, sino un gran templo de piedra. Los espíritus de los ogros lo estaban enterrando en una gran montaña de tierra. Toede vio que en la parte baja ya habían crecido hierba y pequeños árboles.

La mujer azul condujo a Toede hasta la entrada del templo, sin que los espíritus de los ogros les prestaran ninguna atención. Hizo un gesto y las grandes puertas de hierro situadas al final de la gran escalinata frontal se abrieron bañándoles en una imponente luminosidad dorada.

Toede se despertó sobresaltado y vio que habían pasado muchas horas y era noche cerrada. Habían dispersado las ascuas del fuego de campamento y los gnolls yacían dispersos en el suelo, entre los envoltorios de arpillera que habían contenido patatas, allí donde les había vencido el sueño. No había rastro de Groag, Trujamán ni ningún otro miembro del grupo de humanos.

Alguien le había echado una capa encima y el hobgoblin decidió seguir durmiendo. Esta vez durmió más profundamente, sin sueños, pues sabía que los dioses fantasmales le habían juzgado y conocía cuál había de ser la recompensa a sus nobles acciones.