Capítulo 14

En el que nuestro protagonista comunica una advertencia, descubre que algunos hallazgos es mejor que permanezcan sin descubrir y decide confiar en sus propios instintos y habilidades más que en los de supuestos poderes superiores.

«Pueden obligarme a volver pero no pueden obligarme a que me quede», pensó Toede guiando al caballo hacia el bosque de piedra. Se refería a los dioses, a los fantasmales seres fantasmagóricos o a quienquiera que fueran las perversas criaturas responsables del destino y la suerte. Repasando una breve lista mental de dioses verdaderos, Toede no encontró ninguno cuyas competencias especiales le estuvieran amargando la vida pero tenía la sensación de que podía haber uno o dos que se estuvieran sosteniendo los costados para impedir que se les reventaran los intestinos por el regocijo que debían sentir ante sus miserias.

Era casi medianoche. Disponía de tiempo más que suficiente para alertar al campamento y convencerles de echar a correr y no parar en unas cuantas horas, dada la inminencia de la invasión gnoll. A no ser que los gnolls pretendieran retar a los investigadores a un concurso de escritura, los humanos tenían pocas posibilidades de resistir más de un cuarto de hora.

Ya que había llegado hasta allí, pensó Toede, sería una pena no aprovechar para inspirarles un poco de miedo. Desmontó y dejó escapar un suspiro mientras pensaba a quién provocar un ataque de apoplejía primero. La fuente de luz mágica de que Bunniswot se servía para sus prolongadas sesiones nocturnas emitía una luz brillante y regular y Toede divisó una sombra solitaria proyectada sobre la tienda de campaña.

—Bien estará inquietar primero a los que velan —dijo Toede.

Despierto o dormido, Bunniswot igualmente habría sido uno de los primeros a los que Toede habría comunicado las malas noticias, por el simple placer de observar las reacciones del humano.

Agitó la lona de la tienda y la figura dio un respingo. Toede se sintió un poco decepcionado, sin embargo, viendo que el joven investigador no se incrustaba en la lona opuesta por el sobresalto, tal como había imaginado.

La sombra se movió rápidamente por la tienda.

—¿Qué? —gritó Bunniswot.

—No hay tiempo para tonterías —gruñó Toede levantando la cortina que cubría la entrada—. Tenemos que evacuar la zona en… enseguida.

Toede entró en la pequeña tienda del investigador aguantándose la risa. Todas las superficies llanas y también alguna inclinada estaban cubiertas por altos montones de papeles, calcos, rollos de papel, libros y finas placas de metal. La potente y estable luz procedía de una bola de metal refulgente, sostenida sobre un pie de hierro que a su vez estaba montado en una pequeña caja de madera de cerezo.

La causa de la risa era el aspecto del investigador. Bunniswot sostenía un batiburrillo de papeles contra su pecho desnudo y lampiño. Iba vestido con unos calzones recogidos en la cintura con un cordón y llevaba una bata larga, abierta por delante. Era una prenda hecha a mano, con trozos de tela en forma de símbolos sagrados y fórmulas mágicas mal cosidos encima. Pero lo que más gracia le hacía era el calzado del investigador. En la punta de cada una de sus ajustadas zapatillas, había un par de ojos saltones, como si se hubiera puesto en los pies un par de conejos disecados.

—¿A qué se debe esta intrusión? —gritó Bunniswot en voz baja, con el tono y el volumen de un hombre con ganas de pelearse pero que no desea despertar a los vecinos, y dio una patada en el suelo para recalcar su enfado.

Toede se fijó en que los ojos de las zapatillas estaban hechos con medias conchas transparentes, con bolitas negras en el interior que se agitaron cuando dio la patada.

Hizo un esfuerzo inútil por quitarse de la cabeza la imagen de Bunniswot corriendo perseguido por los gnolls mientras sus pequeños ojos pedestres daban vueltas en sus cuencas. Al fin consiguió decir:

—Señor investigador, vos y vuestro equipo estáis en terreno considerado sagrado por una tribu de gnolls que se prepara para realizar un ataque masivo poco después del amanecer. —«A no ser que se aburran y maten a Groag antes de tiempo», añadió en silencio—. Vuestro cocinero y yo fuimos víctimas de una emboscada. Yo he conseguido escapar con grave riesgo para mi vida. Es imprescindible que vos y todos los demás abandonéis este lugar con la mayor rapidez posible.

Bunniswot hizo una mueca y se dejó caer en la silla plegable, talmente como un humano al que le hubieran sajado los tendones de Aquiles. Los papeles se le cayeron de las manos y se desperdigaron por el suelo. Levantó su delicada mano, se cogió el puente de la nariz entre dos dedos y bizqueó.

—Pero los exploradores dijeron que en esta zona no vivían gnolls —dijo el investigador con voz débil—. Kenders, sí, y un necromante, también, pero gnolls, no.

—La próxima vez aseguraos de que miráis en el pantano —dijo Toede acercándose a una pila de papeles amontonados encima de un baúl de piel—. Voy a despertar a los otros y luego cabalgaré hasta Flotsam para pedir ayuda. No creo que podáis recoger todo este jaleo de papeles y, además, el peso os estorbaría la huida. Si queréis preservar vuestro trabajo, deberíais poner lo más importante en un arcón, enterrarlo y volver a por él más adelante. —«Y si sois como la mayoría de investigadores —pensó Toede con una sonrisa maligna— todavía estaréis organizando en montones vuestras notas para cuando los gnolls entren a saquear el campamento momentos antes de poner fin a vuestra vida».

Para su sorpresa, Bunniswot respondió:

—Quizá sea mejor así. Todo esto quedará roto y pisoteado si nos atacan y, con un poco de suerte, arderá en una pira. —Luego, la voz se le quebró en un gemido y cubriéndose el rostro con las manos, se puso a sollozar.

Toede no pretendía ser un experto en conducta humana, aparte de tener algunos conocimientos rudimentarios sobre los botones que debía pulsar para salirse con la suya: miedo, terror, codicia, amenazas, codicia, miedo y codicia. Pero tenía la sensación de que ésa no era una reacción muy común en un hombre cuyo trabajo de toda la vida está a punto de ser arrollado por una invasión de gnolls.

Quizá los ogros tuvieran oscuros secretos que ningún mortal debiera conocer jamás. Valía la pena investigarlo. Toede echó una ojeada a los papeles que el investigador había intentado esconder. La letra de Bunniswot era muy pequeña pero resultaba legible a la tenue luz de la tienda.

«Acudí a ella cubierto de cielo y sin pudores, buscando las enseñanzas de la carne, sin más vestido que los címbalos atados a mis dedos y el aire de la noche» —recitó Toede.

Miró a Bunniswot con las cejas levantadas pero el investigador se limitó a sacudir la cabeza y seguir sollozando. Toede cogió otro papel.

«Esa noche bailamos entre los nenúfares, Cabello de Angel y yo, y ambos cenamos en el plato de los placeres carnales del otro».

Y un tercero.

«… y al festejo en los pabellones se nos unieron otros dos, de hermoso rostro y belleza sin mácula, sus ojos tan brillantes y gentiles como la pálida luna llena…».

Bunniswot suspiró profundamente.

—Ya es suficiente —rogó—. Estoy tan avergonzado.

—¿Éste es vuestro secreto? —sonrió Toede—. ¿Que os afanáis toda la noche escribiendo poesías picantes? Un pecado menor, punible como máximo con una breve inmersión en magma al rojo blanco. Nada por lo que debáis perder la cabeza. Además, los gnolls apenas saben leer.

—No lo entendéis. —Bunniswot levantó la cabeza; tenía los ojos brillantes—. Todo es así. Todo —dijo señalando a su alrededor.

Toede se dio cuenta entonces de que se refería al bosque de piedra que les rodeaba.

—¿Los pilares? —afirmó más que preguntó, ahora ya con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, los malditos pilares —estalló Bunniswot—. Ya he descifrado cuarenta.

—Y todos son… —le instó Toede.

—¡Esto! —Cogió un paquete de papeles y lo lanzó contra la lona de enfrente. Las páginas volaron como palomas y se depositaron en el suelo—. ¡Poemas de amor! ¡Citas! ¡Juergas! ¡Encuentros! ¡Obscenidades!

—Eso es muy, pero que muy interesante —dijo Toede yéndose hacia la puerta—. Si queréis lo podemos discutir más tarde, pongamos que después de que os apresuréis a huir para salvar la vida.

—Yo convencí a Trujamán —continuó Bunniswot sin hacerle caso— para que participara en esta exploración, ¿sabíais? Encontré referencias a este lugar en textos precataclísmicos, donde se recalcaba su antigüedad, su belleza y sus misteriosos orígenes. Decían que había sido el escenario de una gran batalla, en la que los habitantes nativos, los protoogros, lucharon y enjaularon a una criatura del Abismo. Esperaba encontrar una ciudad perdida, un templo o por lo menos un monumento. Algo que justificara tanto tiempo y esfuerzo. Algo que fuera digno de publicarse.

Toede se quedó pensativo y dijo:

—Quizá más adelante podáis expurgarlo un poco, recortar los pasajes obscenos y publicar una especie de versión vulgata para las masas.

—Ésta es la versión expurgada —dijo el investigador, que otra vez parecía a punto de derrumbarse—. Hasta la versión vulgata es vulgar —gimió.

—Y no le habéis dicho nada a Trujamán porque…

—Oh, por Gilean el Libro, no puedo. Puso tanta fe en este proyecto y todo lo que tengo para mostrarle es…

—Pornografía ogresa —dijo Toede sacudiendo la cabeza—. No quiero deprimiros todavía más, pero ahí afuera hay gnolls sedientos de sangre de los que deberíais preocuparos.

—¿Qué puedo hacer? ¿Qué voy a hacer? —sollozó Bunniswot mirando los papeles esparcidos por la tienda.

—De momento, moveos —dijo Toede aun cuando se daba cuenta de que dado el estado en que se encontraba, Bunniswot no figuraba entre los primeros nombres de la lista de supervivientes probables de la inminente masacre—. Guardad en el cofre todo lo que podáis, sobre todo vuestras… eh… traducciones, mientras despierto a los demás. Luego, haced que lo entierren, no muy profundo si no queréis que se llene de agua. Luego esperáis varios años antes de volver y descubrir que vuestras notas han sido destruidas. Reconstruís todo lo que podáis pero, claro, lo esencial se habrá perdido. De esa manera, salvaréis vuestra reputación, por no hablar de vuestra vida.

Bunniswot sacudió la cabeza y al cabo de un momento dijo con voz queda:

—Eso podría funcionar.

—Bieeen —ronroneó Toede yéndose de nuevo hacia la entrada de la tienda—. Voy a despertar a Trujamán y a todos los demás.

Una vez estuvo fuera, en el aire fresco de la noche otoñal, Toede reprimió las ganas de partirse de risa. Era increíble de lo que podían llegar a preocuparse los humanos ante una amenaza de muerte. La experiencia daba sentido a su tercera vida, pasara lo que pasara a continuación. Quizá valiera la pena salvar a esos humanos, después de todo, aunque sólo fuera para ver cómo Bunniswot se desesperaba intentando ocultar su pequeño secreto licencioso.

—Ogros que escriben poemas de amor —dijo riendo entre dientes camino de la tienda de Trujamán.

***

—Ah. Eso es imposible, como podéis ver —dijo Trujamán acariciándose la barba—. No daría tiempo a levantar el campamento en la oscuridad ni aunque dispusiéramos de todo un día. Queda muchísimo trabajo por hacer.

Eso ocurría diez minutos y una rápida explicación después de que Toede dejara a Bunniswot enfrentado a su destino de «publicar y/o morir». Trujamán estaba resultando más difícil de lo que el hobgoblin habría creído posible. Volvió a sentirse tentado a abandonar a los humanos a su cortedad de mente y a su destino. Finalmente, decidió insistir.

—Recapitulemos. Una enorme horda de cientos de gnolls está preparándose para atacar al amanecer, como mucho… —Toede hizo algunos cálculos mentales de la capacidad de aguante de Groag— una media hora después. Arrollarán el campamento sedientos de sangre porque creen que estáis instalados en tierras sagradas. Primero matarán y sólo después harán preguntas monosilábicas. Yo me voy ahora mismo y os recomiendo que hagáis lo mismo.

—Mm —respondió Trujamán sin dejar de acariciarse la barba—. No. No. Perderíamos demasiada información, demasiadas muestras y fragmentos de cerámica. Imposible. Sólo la clasificación y el embalaje del material de Bunniswot requeriría varios días.

—Bunniswot ya está embalando los documentos más importantes —dijo Toede imaginándose al joven investigador pelirrojo embutiendo en el cofre de piel los poemas eróticos de los ogros.

—Oh, no —dijo Trujamán—. Si se precipita, algo podría destruirse por accidente.

«Mejor para él» pensó Toede mientras en voz alta decía:

—Yo he cumplido con mi deber. Ya os he avisado y, si sois un poco inteligentes, marcharéis a Flotsam sin perder un minuto.

—Esperad un instante —dijo Trujamán—. Habéis dicho que los gnolls venían del… eh… el norte, por el camino que hemos venido utilizando hasta ahora. ¿Tengo razón?

—Sí-contestó Toede poniendo los ojos en blanco.

—Y que hacia el norte y hacia el este se extienden los pantanos, también habitados por tribus de gnolls, ¿no?

—Mi experiencia con los gnolls es muy limitada y no conozco hasta dónde llega su área de influencia pero me parece evidente que no tardarían en encontrarnos en los pantanos.

—Ergo, estáis atrapados aquí igual que nosotros —dijo Trujamán con la misma tranquilidad que un tendero explicando la diferencia entre un huevo de gallina y un huevo de ganso.

—Disiento —dijo Toede, que ya estaba a medio camino hacia la entrada de la tienda—. Hay un camino en la ruta del norte que se desvía hacia el oeste. Adiós.

—Ah —dijo Trujamán—. Entonces, ¿no estáis enterado?

Ya en la puerta, Toede volvió a girarse. «Me voy a arrepentir», pensó, pero dijo:

—¿De qué no estoy enterado, entonces?

—De lo del necromante —contestó Trujamán con la misma serenidad que si hubiera dicho «de la tienda de flores» o «de la nueva doncella».

«Exacto, ya me estoy arrepintiendo», pensó Toede. Levantó las cejas y preguntó:

—¿Necromante?

—Y de los peores —dijo Trujamán—. A los primeros exploradores que enviamos, nos los devolvió en forma de… ah… muertos vivientes, con el mensaje de que no le importaba lo que hiciéramos con los pilares mientras nos mantuviéramos alejados de su territorio. —Trujamán se quedó un momento pensativo—. Un tipo interesante: al parecer, puede hablar a través de los muertos vivientes, como si fueran muñecos, o marionetas, o algo parecido. Sea como sea, es el amo de la zona oeste.

Toede volvió a entrar dejando levantada la cortina que protegía la tienda del frío aire de la noche. Notaba que el tiempo se escurría como un puñado de arena en la mano. Se sentó frente al viejo investigador.

—Mi caballo se negó a ir en esa dirección —dijo abatido.

—Vuestro caballo es más inteligente que vos —repuso Trujamán sin preocuparse de entender por qué Toede había querido coger ese camino.

—¿Así que estamos atrapados aquí? —dijo Toede maldiciéndose mentalmente por no haber huido a Flotsam sin pasar por allí, por no haber sido capaz de encontrar una salida mejor, por no saber nada del necromante, por no haber dejado morir a Charka, por no matarse a sí mismo en cuanto se dio cuenta de que volvía a estar vivo. En fin, maldijo prácticamente todo lo que había hecho en los últimos días.

—Bueno —dijo Trujamán, y señalando los cuatro puntos cardinales, enumeró—: Pantanos. Pantanos. Ejército gnoll. Necromante. —Asintió con la cabeza—. Parece que sí. En efecto, estamos atrapados.

Entre ellos se estableció un largo silencio durante el cual a Toede le pareció que la arena del tiempo se convertía en agua y luego en vapor. Finalmente, Trujamán dijo:

—Quizá podríais hablar con ellos. —Hizo caso omiso de la mirada glacial de Toede, que podría haber helado un lago, y continuó—: Al fin y al cabo, ellos son un puñado de salvajes asesinos inhumanos y vos… —Hizo un gesto en el aire con el que parecía querer decir que el resto era obvio.

—Hace tiempo que aprendí a masticar con la boca cerrada, gracias —dijo Toede, controlando su voz al tiempo que se preguntaba si los gnolls le agradecerían que empezara a descerebrar a algún humano. A juzgar por la actitud demostrada por Charka con relación a la gratitud, probablemente no.

—Por lo menos, podríais intentarlo. Intentar negociar con ellos, quiero decir —dijo Trujamán.

«O negociar mi vida», pensó Toede, y añadió otro punto a la inteligencia de Charka por avanzar hacia el campamento por la única vía de escape posible.

—El problema es… —dijo Toede echándose hacia atrás y acariciándose la barbilla—. El problema es que necesitamos cierta superioridad, alguna forma de dominio que pueda infundirles miedo. Algo así como —Toede levantó la vista hacia el quinqué colgado del techo de la tienda— magia. ¿Tenéis algún hechicero que posea verdaderos poderes en vuestro grupo?

Trujamán se rió entre dientes.

—Por la experiencia que tengo, los hechiceros no suelen mostrarse muy dispuestos a compartir sus conocimientos. Y siempre andan buscando algún objeto o artefacto mágico. No, nunca los incluimos en el equipo de la excavación si podemos evitarlo.

«Magnífica política de contratación», pensó Toede.

—¿Y guerreros? ¿Hay alguien aquí que sea bueno con la espada?

—Teníamos algunos exploradores —dijo el viejo sabio—, pero los despedimos poco después de empezar. Pensamos que así nos ahorraríamos algún dinero y como el necromante había prometido no molestarnos… Claro que no sabíamos de la existencia de los gnolls. Pero ¿y vos?

—Sería complicado que todo el campamento se escondiera detrás de mi cuerpo a pesar de ser tan musculoso y fornido —dijo Toede convencido de que para entonces Trujamán ya era inmune al sarcasmo—. Además, yo no estoy al servicio de nadie y no creo que la cena cocinada por Groag sea razón suficiente para que desee morir a vuestro lado.

—Ah —dijo Trujamán poniéndose en pie de un salto—. Claro. Ha sido una estupidez por mi parte. Estoy tan acostumbrado a tratar con el otro, el cocinero, que había pensado… Hum. ¿Dónde lo puse? ¡Ah! —Sacó una bolsa grande de su baúl y buscó a tientas en su interior. Finalmente, sacó una gema del tamaño de la uña del pulgar de Toede y la dejó en la mesa.

—¿Será suficiente? —preguntó.

Toede cogió la piedra y le dio varias vueltas entre los dedos. Si era una falsificación, estaba tan bien hecha que su ojo crítico no la reconocía (y por tanto, nadie más lo haría, excepto quizás un enano). Toede asintió y se metió la gema en el bolsillo. «Por lo menos, moriré rico», pensó.

Miró por la abertura de la tienda hacia el campamento dormido, pensando en recomendar que los eruditos probaran suerte en los pantanos o con el necromante. Al otro lado de las ascuas de la fogata, vio la luz de la piedra mágica de Bunniswot; a su alrededor, la sombra del joven investigador se movía de un lado a otro intentando recubrir lo que hacía tan poco había descubierto.

Toede sonrió.

—Pensándolo mejor, Trujamán, creo que puedo hablar con ellos, pero antes debo pedirle algunas cosas a Bunniswot.

***

Faltaban unas horas para el amanecer. Groag seguía sentado bajo el roble, mirándose los dedos. Los doblaba, los movía y por si ocurría lo más probable, que Toede no volviera, se despedía de ellos con cariño.

«Unas manos tan agradables», pensó, «es una pena que tengan que desaparecer tan pronto, y todo por culpa de esa rata de Toede. Por lo menos él (Groag) había tenido la delicadeza de no decir a sus verdugos que Toede sin duda pondría rumbo hacia el continente con toda la rapidez inhumanamente posible». Mientras no cayera el primer golpe de hacha sobre sus dedos, quedaba la posibilidad de un rescate milagroso.

Estaba bajo la vigilancia de dos de los guardas de Charka que, por su parte, no parecía interesado en él ni la mitad de lo que parecía estarlo en Toede. Groag se preguntaba sin demasiado interés dónde se habrían conocido ese par, cuando su pensamiento no estaba ocupado en despedirse de sus extremidades, claro está. Si hubiera estado en el lugar de Toede, ¿habría huido? Probablemente, no. Pero entonces se acordó de que Toede había sacrificado su vida por la suya (la de Groag). Claro que, si eso era verdad, ¿por qué ahora se comportaba de manera tan traidora?

La lúgubre ensoñación de Groag se vio interrumpida por el ruido de unos cascos que se aproximaban. Su corazón dio un salto de alegría, pero su mente se apresuró a desengañarle. «Fuera lo que fuera», pensó, «no podía ser bueno».

El caballo que montaba Toede se detuvo en el margen del claro. Al principio, Groag pensó que no era él, sino uno de los investigadores disfrazado de Toede. Luego se dio cuenta de que era Toede y de que llevaba la ridícula bata de Bunniswot, la que le había hecho su madre. Le sobraba tela por todas partes, a lo ancho y a lo largo, y se había arremangado hasta los codos para sujetarse la prenda. Los símbolos alquímicos de tela se veían como siluetas negras a la luz rojiza de Lunitari.

Toede no desmontó, de manera que sus ojos sólo estaban un poco por debajo de los del grupo de gnolls que le rodeaba. El antiguo gobernador adoptó el tono más profundo y amenazador de que era capaz para decir:

—El gran jefe Hierve Carne saluda a Charka. Hierve Carne muy disgustado con Charka porque no cree en poder de Hierve Carne. Muy disgustado.

Cuando acabó de hablar, la mayoría de los gnolls le miraban fijamente. Toede levantó una mano y les mostró una pequeña caja de madera oscura.

—Hierve Carne reta a Charka —continuó Toede—. Dentro de caja el yuyu más débil de Hierve Carne. Si Charka derrota yuyu, Hierve Carne y otros hechiceros sirven de cena. Si Charka no puede —y aquí dejó escapar la más maligna de las sonrisas—, Hierve Carne lanzará maldición sobre Charka y guerreros de Charka.

Toede lanzó la caja a los pies del jefe de los gnolls. Charka la recogió con las prevenciones que normalmente se reservan para coger una mofeta viva. Le dio varias vueltas en las manos y luego levantó la tapa con cuidado.

Los refulgentes rayos de la piedra de luz incidieron directamente en la cara de Charka, que bizqueó, hizo una mueca y soltó la caja. Al chocar contra el suelo, la caja se abrió del todo y bañó de luz el claro que se abría bajo el roble, de manera que casi pareció que se hubiera hecho de día.

Los gnolls, aunque inmunes a algo tan simple como la luz (a diferencia de los vampiros, los goblins y otras criaturas mitológicas), eran seres nocturnos por naturaleza, así que el grupo entero retrocedió unos pasos, alejándose de la inusitada luminosidad.

«El yuyu más débil, en efecto», pensó Groag amargamente. Aquello era la piedra de luz de Bunniswot, una pieza que podía comprarse a cualquier hechicero ambulante que pasara por Flotsam. ¿Llegaba la estupidez de Toede hasta el punto de creer que Charka nunca había visto a un hechicero ni había presenciado un encantamiento lumínico?

De hecho, eso era exactamente lo que esperaba Toede, además de confiar en que los hechiceros con que Charka y su pueblo habían tenido algún contacto fueran todos como el necromante: criaturas poderosas que era más prudente ver a distancia y no mezclarse con ellas a no ser que uno estuviera cansado de vivir. Por el momento, Toede estaba satisfecho del resultado y hacía verdaderos esfuerzos por reprimir la sonrisa que pugnaba por iluminar su rostro cetrino.

—Derrotad al yuyu y viviréis —dijo Toede—. Fracasad y moriréis. Tenéis tiempo hasta el amanecer.

Charka parpadeó para recuperarse del deslumbramiento y cogió la pequeña bola, al parecer sorprendido de que algo tan pequeño pesara tanto. Cerró el puño. La luz se escapaba entre sus garras iluminando suavemente el pelaje de los dedos. Apretó y la luz se extinguió.

Charka sonrió y se relajó. En cuanto aflojó, la luz volvió a brillar, filtrándose entre las separaciones de los dedos. Charka gruñó y de nuevo apretó la piedra con fuerza. Una vez más, la luz se extinguió pero enseguida volvió a brillar con la misma intensidad que antes. Por tercera vez, Charka intentó pulverizar la piedra y obtuvo el mismo efecto.

Ladró algo en el idioma de los pantanos a los otros gnolls y dos de ellos se alejaron corriendo. Probó a someter la piedra exprimiéndola entre las dos manos pero el resultado fue el mismo. Toede no podía ocultar su regocijo.

—Rey de las Pequeñas Ranas Secas explica maldición a Charka.

Así lo hizo, mientras Charka se peleaba con la piedra mágica y el resto de gnolls observaba. La descripción de Toede fue detallada, gráfica y pronunciada enteramente en la lengua franca que Charka podía entender.

Groag observó que Charka no era el único que le entendía, porque unos cuantos gnolls fueron palideciendo a la luz de la piedra maldita. Por su parte, Groag no se dejó impresionar por lo de la carne fundida hasta despegarse de los huesos pero la amenaza de las termitas vivas introducidas bajo las uñas fue demasiado incluso para él.

Los dos gnolls que se habían marchado volvieron con un cubo hecho de tiras de cuero anudadas y lleno de agua del pantano. Charka dejó caer la piedra de luz en el agua. Sus esfuerzos se vieron recompensados por un buen salpicón de agua que le mojó los dos brazos y el agradable espectáculo de la luz, que, dispersada por las ondas, enviaba reflejos cambiantes sobre los troncos desnudos.

Charka soltó una maldición o por lo menos así lo interpretó Groag, ya que fue una larga frase llena de amargura. Uno de los otros gnolls se adelantó balbuceando en la lengua de los pantanos. Charka contestó de malos modos. Iniciaron una violenta discusión a la que Charka puso fin propinando un revés al gnoll balbuceante. El otro se retiró con las orejas gachas y el cuello encogido. Charka ladró, al parecer lanzando un reto, pero ningún gnoll respondió. Charka puso la esfera mágica en el suelo y empezó a golpearla con una piedra.

Al principio, todo lo que consiguió fue hundirla en el suelo. Luego, colocó la esfera sobre una laja e intentó machacarla entre las dos piedras. Su tercer intento consistió en golpearla con su arma preferida, una pesada bola de hierro unida mediante una cadena a un bastón de madera.

A medida que Charka iba descargando mazazos, la luz danzaba bajo el roble desnudo iluminando los árboles cercanos, a los gnolls, entre los que la inquietud crecía por momentos, a Toede, inmóvil como una estatua ecuestre, y a un Charka cada vez más abatido y desesperado. De la boca lobuna del gnoll colgaban largos hilos de saliva y tenía los músculos de la cara y el cuello tan tensos que se diría que iban a estallarle.

Groag se puso en pie. Ninguno de sus vigilantes le prestaba atención. Se fue deslizando alrededor del árbol, preparado para salir corriendo en cualquier momento. Nadie se fijó en él. El cielo ya empezaba a clarear, adquiriendo el color gris pizarra que precede al alba.

Charka siguió golpeando hasta que, jadeando pesadamente, dejó caer la bola de hierro con evidente disgusto. La esfera se había deformado y su contorno era más elipsoidal pero la actividad del gnoll no había disminuido su luminosidad en lo más mínimo.

Toede se agitó en la silla.

—Veo que Charka ha fracasado. Ha sido un placer conocerte, Charka. ¡Adiós!

Dicho esto, Toede hizo dar la vuelta a su montura. Groag pensó que el farol de Toede era demasiado evidente y se agazapó entre las sombras de los arbustos. Charka se volvió hacia Toede.

—¡Espera! —jadeó el enorme gnoll.

Toede se detuvo y volvió la cabeza.

—¿Sí? —repuso sonriente.

Charka se quedó un momento pensativo y luego dijo:

—Charka igual mata Hierve Carne. Mata muchos hechiceros.

Toede se echó hacia atrás y soltó una carcajada.

—¿Charka no puede derrotar juguete de hechicero y Charka cree puede derrotar hechicero?

Charka se quedó con la boca abierta y Toede le dio la espalda, dispuesto a marcharse.

—¡Espera!

—¿Sí? —dijo Toede sin dejar de sonreír.

—Charka todavía tiene rehén.

—Charka no tiene rehén —repuso Toede amablemente.

El corazón de Groag se detuvo por un instante viendo cómo los gnolls de pronto se daban cuenta de que el lugar que había ocupado estaba vacío. Los gnolls se miraban consternados; hasta entonces, ninguno de ellos se había percatado de su desaparición.

Unos cuantos avanzaron hacia los arbustos, buscándole. Toede levantó su gruesa mano.

—No molestéis más al poderoso jefe yuyu —dijo.

—¡Espera! —dijo Charka, aunque esta vez Toede aun no se había dado la vuelta para marcharse. El jefe gnoll se agitó como si fuera a estallar en pedazos y, en voz queda, recordó a Toede—: Charka salva Rey de las Pequeñas Ranas Secas. Salva vida. Rey de las Pequeñas Ranas Secas debe Charka.

—Ah. Gratitud. —Hizo una breve pausa y sonrió—. Gracias, Charka. Adiós, ahora. —Y de nuevo le dio la espalda.

En cuatro pasos de gnoll, Charka rodeó al caballo y se puso delante. Luego avanzó un paso con los brazos abiertos.

—Charka regresa pantano con guerreros.

—Charka sigue maldito —repuso Toede encogiéndose de hombros.

Charka echaba humo pero finalmente, dijo:

—¿Cómo Charka apacigua gran jefe yuyu Hierve Carne?

—¿Charka arrepentido? —preguntó Toede.

Se oyó un murmullo procedente del enorme gnoll y a Groag le pareció que la criatura había contestado: «Charka arrepentido».

Los dos hablaron aparte un momento y Charka corrió a buscar la piedra de luz mágica y la caja y se las devolvió al hobgoblin. Luego hablaron un momento más y Charka se puso a gritar órdenes. Los treinta gnolls desaparecieron entre los árboles corriendo en todas direcciones. Toede espoleó a su caballo en dirección sur, con el caballo de Groag atado al suyo, y Charka caminando a su lado.

«Abandonado una vez más. Claro que a esas alturas ya debería de haberme acostumbrado», pensó Groag saliendo de entre los brezos. Ya era habitual que Toede abandonara a sus compañeros, aunque normalmente fuera porque uno u otro se moría.

Groag pensó en la posibilidad de tomar el camino del norte y volver a Flotsam pero dos consideraciones se lo impidieron. En primer lugar quería asegurarse de que los investigadores estaban a salvo y Toede no les había traicionado. Y en segundo lugar, nunca hubiera esperado que Toede regresara. Cumplir con la palabra dada no entraba dentro de la norma de conducta de Toede. Eso debería haberle reconfortado en cierta medida, haciéndole ver que su confianza en el antiguo gobernador no estaba del todo injustificada.

En cambio, aumentaba la sensación de terror que le embargaba el estómago y que le decía que el resultado final sería todavía peor.

Los primeros rayos del amanecer incendiaron las últimas hojas otoñales cuando Groag, dando un suspiro, se encaminó hacia el sur, en dirección al campamento.