En el que se examina la naturaleza de la investigación erudita en Ansalon, nuestro protagonista y su antiguo sirviente comparan notas y sopesan los méritos de adelantar la partida, y Charka vuelve, tal como sin duda el lector sospechaba que ocurriría.
Groag se despertó en su pequeña tienda de campaña. La cabeza le daba vueltas. La presión finalmente había sido más fuerte que él, pensó; aquello era culpa del cansancio, de la responsabilidad de alimentar a todos esos humanos chiflados. Había oído hablar de que pasaban esas cosas, de que la gente oía voces o veía espíritus…
Toede, sentado al otro lado de la tienda, levantó la cabeza y miró a los ojos a su antiguo lacayo. Por el buen nombre de Groag hay que decir que no volvió a desmayarse pero se le hizo un nudo en la garganta.
—Estáis vivo —dijo entrecortadamente.
—A estas alturas ya no debería sorprenderte tanto —dijo Toede entrecruzando los dedos al tiempo que se reclinaba en el petate de Groag—. En el Paraíso no me quieren y en el Abismo tienen miedo de que tome el mando. Lo sorprendente es que tú estés vivo. La última vez que te vi, estabas humeando desmadejado a los pies de Lengua Dorada, si es que su forma flameada tenía pies. ¿Qué ocurrió?
Groag suspiró e intentó explicarlo, al principio con voz insegura pero con progresiva rapidez y seguridad a medida que hablaba.
—Me fue de poco. Mientras Lengua Dorada tiraba abajo las puertas de hierro, una turba echaba abajo las de la puerta principal. Estaba formada por guardas, habitantes de la Roca preocupados, el sargento de guardia, el capitán y unos visitantes a los que Lengua Dorada había concedido audiencia para el día siguiente. Me encontraron, con quemaduras muy graves, en el osario que había sido la guarida de Lengua Dorada.
—Me sorprende que alguien de esa ciudad se dignara a ayudar a un hobgoblin asado —gruñó Toede.
—Bueno, para ser exactos, no fue nadie de la ciudad —dijo Groag juntando las cejas en una expresión de triste desconcierto—. Fueron los visitantes, un grupo de investigadores procedentes del oeste que estaba allí para conseguir permisos y aprovisionarse antes de emprender una investigación de la cultura popular y las leyendas de la zona. Un grupo de sabios menores y bibliotecarios con financiación privada.
—¿No serán éstos? —preguntó Toede extendiendo el brazo hacia la entrada de la tienda en un gesto que englobaba el campamento, donde los escribanos y tomadores de notas finalmente habían abandonado su trabajo obligados por la oscuridad.
—Se portaron bastante bien —contestó Groag asintiendo con la cabeza—. Me rescataron y se ocuparon de mí, administrándome sus propias pociones para devolverme la conciencia. Para entonces, la mayor parte de la cara marítima de vuestra mansión había ardido y se había derrumbado. Allí encontraron a Brinco Perezoso.
—Hervido, espero y deseo.
Las cejas de Groag volvieron a juntarse.
—Ileso y contento. Cuando desperté, su historia estaba en boca de todo el mundo. Nunca me dijisteis que la criatura sabía hablar.
Entonces fue Toede el que se encogió de hombros.
—No pasa un día sin que aprenda algo sorprendente.
—Bueno, pues el caso es que habla —dijo Groag—. Y no deja en muy buen lugar a sus portavoces humanos. Lengua Dorada le maltrataba, dijo, y pretendía tiranizar la ciudad de Flotsam, así que había rezado a los dioses del Mal rogándoles que regresarais y la misma Takhisis os había enviado para restablecer el orden. Por desgracia, habíais muerto enzarzado en mortal combate con Lengua Dorada y los cuerpos de ambos habían ardido en la pira de la destrucción final del draconiano. Liberado de validos traidores, Brinco Perezoso finalmente podría ejercer el legítimo control de la ciudad. Toda la historia parecía algo que vos mismo podríais haber imaginado, de haber vivido, pero la idea de que Brinco Perezoso estuviera al mando me puso muy nervioso, así que me comprometí a colaborar con estos investigadores durante un tiempo.
—La cuestión es: ¿qué se supone que haces y, por extensión, qué hacen ésos aquí? —preguntó Toede—. ¿Imagino que sabes que estás en las inmediaciones de un pantano habitado por gnolls, en compañía de un grupo con menos sentido común que un puñado de kenders?
Groag volvió a juntar las cejas. Toede pensó que ese (nuevo) gesto característico era la alternativa al encogimiento de hombros estilo kender que había adoptado la última vez que Toede estuvo vivo, y decidió cambiar de tema.
—Esta vez, ¿cuánto tiempo he estado…?
—¿Muerto o desaparecido? —completó Groag la pregunta—. Unos seis meses también, poco más o menos. Y por lo que se refiere a los investigadores, bueno ¿qué sabéis de los ogros?
—¿Ogros? —preguntó Toede levemente sorprendido por el repentino cambio de tema—. Son bestias desagradables y hediondas. A su lado, los gnolls parecerían angelicales. Por lo menos, los gnolls se lavan el morro después de arrancar la cabeza de un mordisco a los kobolds.
—Eso es —repuso Groag—. Bueno, pues la idea de estos investigadores es que los ogros no siempre han sido así. En otro tiempo eran una raza más noble, amable y buena, pero alguna catástrofe o algún encantamiento maligno la pervirtió. Creen que esta zona era el hábitat de esos protoogros y que los hitos de piedra son obra suya. La investigación avanza despacio porque Bunniswot es el único que tiene la clave del lenguaje de los protoogros. Los demás copian dibujos y hacen calcos de las piedras y excavaciones menores, pero Bunniswot es el cerebro de la operación.
—Ogros al servicio del bien —dijo Toede desdeñoso—. ¡Vaya colección de empanadas de gorgón! ¿Ese Bunniswot es el caballero viejo de la voz sonora?
—No, ése es el jefe del equipo, Trujamán —le corrigió Groag—. Bunniswot es el otro, el del pelo de color fuego.
—El que habla por la nariz —dijo Toede—. Parece bastante desagradable. Y ya que me dices que es el único imprescindible, ¿no has pensado en estrangularle mientras duerme y volver a casa?
—Eso sería muy poco amable —dijo Groag y Toede notó sorprendido que era sincero—, aparte de inútil. Trujamán no le quita ojo a Bunniswot. Además, diría que ese humano no duerme nunca. Se pasa el día haciendo trabajo de campo y luego se pasa la noche traduciendo. Tiene una piedra mágica guardada en una caja que le da luz suficiente para trabajar.
La cortina frontal de la tienda se agitó y Trujamán asomó la cabeza.
—He oído voces. ¿Estás despierto, Groag?
Eso de poner en palabras lo evidente era un inconfundible rasgo humano, observó Toede para sus adentros. Según sus cálculos, sería la próxima costumbre desagradable que adoptara Groag.
Trujamán entró con dos bandejas llenas de las verduras hervidas en caldo que Toede había visto cocinarse en las ollas. La comida tenía un color gris muy poco apetitoso, incluso para alguien cuya última colación había consistido en hurón crudo. Olisqueó el potaje y volvió a preguntarse si los humanos cogían el agua directamente del pantano. De todas maneras, eso le saciaría el hambre; sin pensarlo más, empezó a darle a la cuchara.
Groag también se puso a comer, mientras Trujamán se agachaba entre los dos hobgoblins, con las huesudas rodillas levantadas como dos montañas en un mapa antiguo.
—Confío en que te encuentres mejor. He pedido a algunos de los muchachos que acabaran de preparar la cena pero me temo que no se les da muy bien la cocina. —En su cara se dibujó una sonrisa paternalista que a Toede le recordó a Lengua Dorada.
—Está… puf… muy buena… puf… —dijo Groag intentando escupir los granos de arena—. Pero la próxima vez decidles que es mejor pelar las verduras, porque… puf… así se les va casi toda la tierra.
Trujamán asintió como si le hubieran comunicado un pensamiento muy profundo.
—Les diré que ha sido un buen primer intento, pero el caso es que han sido poco… mm… pródigos con las provisiones. Me temo que alguien tendrá que volver a Flotsam a comprar antes de lo que… esperábamos.
A Toede se le erizó el vello de la nuca.
Trujamán continuó, dirigiéndose a Groag.
—Podrías llevarte los caballos y estar de vuelta en cuatro días. Creo que podremos aguantar hasta entonces. Y tu amigo podría acompañarte. —Trujamán señaló a Toede, que se puso en pie.
—Consejero, de hecho —dijo Toede con una amplia sonrisa—. Todavía no nos hemos presentado. Podéis llamarme Sotobosque. —Y le tendió la mano.
Trujamán se quedó mirando la manaza de Toede con la precaución que suele reservarse para investigar los sistemas de seguridad de mecanismos explosivos. Luego se la estrechó rápidamente y se volvió hacia Groag como si Toede de repente se hubiera desvanecido en el aire.
—Tú y… Sotobosque podéis salir mañana por la mañana. Os daremos dinero suficiente para comprar provisiones. —Y dicho esto, Trujamán se volvió y salió de la tienda sin ni siquiera despedirse de Toede.
—¿Con quién cree que habla? —preguntó amostazado.
—Con el cocinero… puf… —contestó Groag escupiendo una piedra más grande que las otras— y su consejero.
Groag juntó las cejas y Toede se dio cuenta de que había visto la misma expresión en el rostro de Trujamán cuando hablaba del experimento culinario de los «muchachos», suficiente como para hacerle añorar el irritante encogimiento de hombros a lo kender.
Con el estómago lleno, Groag se abandonó a un sueño ligero, salpicado de palabras pronunciadas entre dientes, pero Toede permaneció despierto, sentado en la entrada de la tienda, desde donde observaba a los humanos. La actividad era menos frenética que antes pero sus acciones no eran más cuerdas: discutían febrilmente, examinando rollos de papel y libros viejos a la luz del fuego y mostrándose fragmentos de cosas que habían encontrado durante el día. A pesar de la distancia, Toede podía ver que manipulaban auténtica basura: trozos de cerámica rota y pieles gastadas.
Había una luz inusitadamente brillante en el interior de lo que Toede supuso que era la tienda de Bunniswot. Se veía la silueta de un hombre encorvado sobre una mesa de campaña donde se amontonaban rollos de papel y libros. La figura parecía trabajar bajo presión: consultaba un volumen, hojeaba otro, se levantaba, paseaba intranquila, escribía unas palabras y volvía a empezar el ciclo.
Basura y maníacos, pensó Toede. Es incomprensible que haya humanos que sean nombrados Señores de los Dragones. Desconcertado, frunció el ceño juntando las cejas.
***
Al final no pudieron salir por la mañana tal como Trujamán había propuesto. La razón más importante fue que Groag tenía que atender algunos asuntos relacionados con su trabajo, tales como racionar las provisiones restantes a fin de que bastaran para las comidas de cinco días, dar algunas instrucciones básicas a «los muchachos» (de hecho, dos hombres hechos y derechos que parecían más capaces de comer que de cocinar) sobre cómo evitar envenenar a los humanos durante su ausencia, y limpiar las ollas que dichos «muchachos» habían dejado en el fuego la noche anterior hasta que en el fondo se formó un bizcocho quemado de carne con verduras.
En consecuencia, Toede tuvo tiempo de sobra para explorar el campamento, no porque sintiera una curiosidad propia de humanos o kenders, sino por razones defensivas. Si algo un poco más grande que un ratoncillo atacaba a ese grupo, el campamento se vendría abajo como si fuera de papel. Quería saber dónde estaban los mejores refugios y cuál era el camino de huida más rápido.
Encontró a Bunniswot sentado con las piernas cruzadas en una placa de musgo frente a una columna inclinada, escribiendo en un diario encuadernado entre dos planchas de madera. El investigador pelirrojo debió notar la presencia de Toede porque se apresuró a cerrar el libro de notas en cuanto se acercó.
—¿Qué? —le interpeló en su agudo tono nasal. Fue un «qué» breve y poco amistoso, muy parecido a un «lárgate».
—Sólo os miraba trabajar —dijo Toede con voz inocente.
—Pues no lo hagáis —replicó bruscamente Bunniswot, dando por terminada la conversación.
Toede, sin embargo, no se movió y el investigador tampoco volvió a abrir el diario. El silencio reinaba en ese rincón del universo.
—¿Qué? —repitió Bunniswot.
—Me preguntaba qué estáis buscando —dijo Toede—. ¿Es un tesoro, alguna forma de magia o algo totalmente distinto?
—No me parece que sea de vuestra incumbencia —contestó el investigador—. Adiós.
—Hum… —musitó Toede colocándose junto a la columna inclinada y ladeando la cabeza—. Interesante. Muy interesante.
—¿Conocéis el lenguaje protoogro? —preguntó Bunniswot, y Toede notó que le temblaba la voz.
—¿Hum? —Toede miró de reojo al investigador y dijo—: No, no, sólo me fijaba en que la secuencia es similar a las cadencias de las canciones de mi propio pueblo. Da-da-de. Da-da-de —añadió señalando una serie de dibujos—. ¿Es una canción?
—No, no es una canción —replicó al punto Bunniswot—. Es un… canto fúnebre, en memoria de un héroe protoogro. Pero, bueno, ¿qué quieres? —Y sin esperar a que Toede contestara, añadió—: Si os digo por qué estamos aquí, ¿os iréis y me dejaréis terminar?
Toede asintió y el investigador pelirrojo se puso a dar explicaciones moviendo las manos muy rápido.
—Antes de que hubiera ogros, en tiempos muy remotos, tuvo que haber algo que con el tiempo se convirtiera en la raza de los ogros, ¿correcto? Bien, pues existen antiguas leyendas que hablan de una raza alta, bella y noble; inteligente, rica, conocedora de una magia muy potente y artífice de obras artísticas. De pronto, esa raza desaparece de las leyendas dejando un leve rastro en forma de referencias dispersas a una gran catástrofe. Igual de repentinamente, aparecen los ogros. ¿Qué deducís de todo eso?
—Que los ogros mataron a todos esos bellos artistas vuestros y ocuparon sus tierras —dijo Toede—. Si me voy a dormir con un pájaro en mi habitación y cuando me despierto encuentro un gato, no deduzco que el uno se ha convertido en el otro.
Bunniswot dedicó a Toede una fulminante mirada de odio y por enésima vez durante aquella discusión el hobgoblin deseó no haber dejado la bola de hierro en la tienda.
—De eso se deduce —dijo Bunniswot recalcando la última palabra— que los protoogros fueron los antepasados de los ogros que hoy conocemos. Y creo que podemos aprender mucho de su ejemplo.
—¿Podemos aprender cómo convertirnos en ogros? —sugirió Toede.
—De su cultura —continuó Bunniswot sin hacerle caso—, de su arte, de su refinada existencia, por encima incluso de la de los elfos. Y esto es todo lo que nos queda de su legendaria civilización —añadió señalando las pilastras.
Viendo que Toede no hacía más comentarios sarcásticos, Bunniswot prosiguió en un tono más apacible.
—Éste es el enclave con más posibilidades de haber sido un campamento de protoogros supervivientes. Han hecho falta cinco meses de exploración para encontrarlo. Trujamán ha sido quien se ha ocupado de todo eso. Es el jefe de la expedición y el que trató con ese sapo monstruoso de Flotsam.
Toede abrió la boca para protestar pero entonces se dio cuenta de que el investigador se refería a Brinco Perezoso.
—¿Y habéis aprendido a leer eso?
—En parte —contestó Bunniswot al cabo de un momento con la voz un poco más tensa—. Gran parte de la sintaxis es un misterio para mí, pero podría ser que la desvelara y, si lo hago, mi reputación crecería por las nubes. Hasta las Torres de la Alta Hechicería estarían dispuestas a financiarme. Entonces podría encontrar las grandes ciudades perdidas de la civilización de los ogros y dar conferencias para divulgar mis descubrimientos, y publicar una obra imperecedera…
Un grito de Groag, que ya había ensillado los pequeños y lanudos caballos y estaba listo para emprender el viaje, libró a Toede de seguir escuchando los sueños de Bunniswot.
El hobgoblin se excusó y abandonó la compañía del investigador. En cuando estuvo lo bastante lejos, el diario encuadernado en madera de Bunniswot volvió a abrirse y el investigador continuó observando y escribiendo como si Toede no le hubiera interrumpido.
«De una cosa estoy seguro», pensó Toede encaminándose hacia donde le esperaba Groag, «y es que aquí hay algo más de lo que se ve a simple vista, ya se trate de humanos, de ogros o de cualquier otra criatura». Toede había olido el sudor del miedo humano cuando Bunniswot sospechó por un momento que Toede era capaz de descifrar los símbolos.
***
Tenían dos días de viaje a caballo hasta llegar a Flotsam y Toede calculó que eso le daba dos días para convencer a Groag de irse a cualquier otra parte, con el dinero y los caballos. Bueno, en realidad tenía un día, ya que si Groag no se dejaba convencer, Toede se escabulliría a media noche sin él. Si Flotsam estaba bajo el control de Brinco Perezoso, era uno de los últimos lugares a los que deseaba ir sin el apoyo de un pequeño ejército. Vivir noblemente es una cosa y morir noblemente otra muy distinta.
El camino era amplio y les permitía avanzar uno al lado del otro en sus bajas y gruesas monturas. Durante casi toda la tarde, cabalgaron en silencio y las sombras empezaron a alargarse cuando llegaron a la falda de las colinas occidentales. Toede tenía la sensación de que cuanto más se alejaran del campamento, más fácil sería que Groag se le uniera. La situación había cambiado respecto a la vez anterior, cuando eran esclavos de los kenders.
Fue Groag quien rompió el silencio.
—Imagino que debo daros las gracias.
—¿Darme las gracias? —preguntó Toede haciendo una mueca al acordarse de Charka.
—Por conseguir que el draconiano no me matara —dijo Groag—. Me han contado que le llamasteis.
—Fue un momento de debilidad —repuso Toede sin mentir ni sincerarse totalmente.
—Y encontrasteis la muerte combatiendo con él, carbonizado en una pira —suspiró el pequeño hobgoblin—. Os sacrificasteis para que yo viviera.
—Ah —se limitó a responder Toede acariciando la idea de dejar que Groag le considerara un héroe para después abandonarla a regañadientes. Le pareció más noble ser sincero, sobre todo si con eso conseguía asustar a Groag y que se fuera con él—. En honor a la verdad, no morí luchando con Lengua Dorada.
—Entonces, habéis estado vivo durante todo este… —empezó a decir Groag, pero Toede le interrumpió.
—Me morí —dijo— pero no luchando con Lengua Dorada. Fui… digerido, a falta de una palabra mejor.
Groag le miró sin saber qué pensar.
—Brinco Perezoso se me comió —añadió Toede tajante.
—Oh, vaya —dijo Groag y en su voz se mezclaba la preocupación y la risa.
—Al parecer —continuó Toede sin inmutarse— el asesino con que nos enfrentamos en Los Muelles no había sido enviado por Lengua Dorada sino por Brinco Perezoso. Mi montura no estaba… muy contenta con la idea de mi glorioso retorno y cuando los leales guardas de la puerta informaron de que alguien que decía ser yo había aparecido en la ciudad, hizo lo que le pareció más apropiado.
—¿Más tonto que un saco de lampreas, dijisteis? —le recordó Groag.
—Cada día se aprenden cosas nuevas —repuso Toede.
—Eso explica lo que ocurrió después —dijo Groag.
Toede le miró interrogadoramente y Groag continuó:
—Cuando me recuperé, relaté lo ocurrido a los investigadores o lo que yo pensaba que había ocurrido. Les conté vuestro retorno del mundo de los muertos y todas nuestras desventuras, así como lo que descubrimos en vuestra mansión. Pero lo que no sabía era que Brinco Perezoso se os había… comido —dijo con la misma mezcla de interés y regocijo—. Creía que habíais caído en combate con el aurak. De todas maneras, con Brinco Perezoso al mando, se han producido más desapariciones. Como con Lengua Dorada, pero de personajes más importantes. Los clérigos al servicio de Brinco Perezoso denunciaban a uno o a otro y a los pocos días, ya no estaba.
—Sí, eso parece lo bastante estúpido como para ser obra de Brinco Perezoso —convino Toede—. Sería capaz de colgar un letrero en la puerta de la ciudad que dijera: «Tirano ruega ser pasado a la reserva por aventureros, preferentemente Héroes de la Lanza».
Para entonces, la oscuridad era casi total y, aunque para los hobgoblins la falta de luz no era un inconveniente insalvable, los caballos empezaban a andar inseguros, así que decidieron detenerse bajo un roble considerablemente grande junto al que se abría una modesta parcela de terreno despejado. Ninguno de los dos pensó en hacer fuego; eso era una costumbre humana y estaban acostumbrados a dormir en peores condiciones y sin la comodidad de los petates.
Mientras se preparaban para pasar la noche, Toede dijo:
—Groag, ¿crees que estamos haciendo lo mejor? Me refiero a lo de volver a Flotsam. No me parece lo más seguro.
Groag ya se había hecho un rebujo con las ropas.
—Es tan seguro como cualquier otra cosa. Es decir, si no vas por ahí diciendo quién eres, lo más probable es que entremos y salgamos sin tropezamos con ningún problema.
—También podríamos coger los caballos y la bolsa del dinero y dirigirnos hacia el oeste —sugirió Toede como si acabara de ocurrírsele—. ¿Has estado alguna vez en la zona de Solace? Es una tierra muy hermosa y los humanos son fáciles de controlar.
Hubo un silencio y luego:
—Si hiciéramos eso, los investigadores se morirían de hambre.
«El mundo no perdería gran cosa», pensó Toede. Sopesó las opciones que tenía: intentar otros medios más contundentes para convencer a Groag de que lo acompañara o escabullirse en plena noche. Finalmente, dijo:
—Seguramente, tienes razón —y se tendió en el suelo entrelazando los dedos por detrás de la cabeza—. Buenas noches, Groag.
—Buenas noches, Toede —repuso su compañero. Así, a secas. Sin título, ni señor, ni lord, sino simplemente Toede.
Toede puso mala cara. Boca arriba, se entretuvo mirando el cielo nocturno entre la oscura taracea de las ramas desnudas del roble. Esperó hasta que la respiración de Groag se hizo regular y abandonó sigilosamente el petate sobre el que estaba tendido.
Observó a Groag y frunció el ceño viendo que el menudo hobgoblin tenía la bolsa del dinero cogida entre las dos manos y apoyada contra la barbilla. Tendría que irse sin el dinero, a no ser que matara a su congénere. Era una idea tentadora pero, dadas las circunstancias, innecesaria, pues Groag lanzaba sonoros ronquidos y estaba profundamente dormido. Al final, decidió llevarse los dos caballos y el equipo, ya que así podría vender o comerse uno en caso de necesidad.
Además, así, Groag tendría la oportunidad de conseguir las provisiones para sus queridos investigadores. Tardaría más pero tampoco les iría mal perder unos kilos.
Toede soltó los caballos con cuidado de no hacer ruido y los condujo por las riendas un poco más allá del roble. Uno de ellos dejó escapar un leve relincho pero se dejó llevar sin más quejas. Toede estaba a punto de montar y marcharse cuando el Abismo pareció abrirse y dejar caer su infernal contenido sobre su persona.
Lo primero que oyó fue un aullido o, mejor dicho, una lluvia de aullidos procedentes de todas direcciones, bramidos sedientos de sangre que habrían helado las venas de un licántropo. A su alrededor, apareció un corro de criaturas enormes que se acercaban, acorralándole.
Si Toede hubiera montado para intentar huir al galope, apenas habría podido alejarse cinco, o quizá siete, metros antes de que se introdujeran en su cuerpo una docena de espadas. Tampoco tuvo la oportunidad de intentarlo, porque al instante siguiente fue abatido por un enorme par de brazos peludos que lo arrojaron de malos modos contra el suelo. Oyó que los caballos relinchaban de miedo y al instante siguiente un puñetazo le dejó sin aire.
Tres puntas de lanza se apoyaban en su pecho.
Toede levantó la vista y vio las caras de tres grandes gnolls, pintadas con líneas y espirales de barro rojizo. Detrás de ellos, un gnoll todavía más corpulento, bramaba.
—¡Rey de las Pequeñas Ranas Secas! —gritó Charka—. Charka piensa tú muerto de hambre ya.
«Que me caiga muerto», pensó Toede, tomando buen cuidado de no expresar en voz alta su deseo.