En el que nuestro protagonista aprende a no juzgar los libros por la cubierta, algo que le será muy útil ya que pronto estará en compañía de personas más instruidas que su actual compañero.
Y entonces el gnoll le lamió la frente. Toede hizo una mueca, no sólo porque el gnoll olía a perro mojado, sino porque su aliento olía a perro mojado muerto. Además, la cara era una de las pocas zonas que no tenía cubierta de barro, hasta que el gnoll le lamió, claro está.
«Me está dando las gracias», pensó Toede, «o me está probando para decidir si necesito un poco más de sal».
El colosal humanoide dejó al pequeño hobgoblin en el suelo y le sonrió.
—¡Charka! —dijo dándose un golpe en el pecho para indicar su identidad al tiempo que esparcía pellas de barro en todas direcciones.
—Me alegro de conocerte —repuso Toede, furioso y decepcionado al ver que la promesa de comida no sólo podía hablar sino que había salido del lodazal repleta de energía.
Los dos se quedaron mirándose en silencio durante unos instantes, hasta que el enorme gnoll volvió a golpearse el peludo pecho.
—¡Charka!
—Ya, bien —repuso Toede de malos modos—. Ha sido fascinante pero hay por ahí unas cochinillas que me están esperando.
El gnoll repitió la operación por tercera vez.
—¡Charka! —gritó señalando al hobgoblin.
Toede suspiró y levantó el brazo para señalarse.
—Toede —dijo, y añadió—: Lord Toede.
El gnoll se dio un golpe en la frente y aulló, según le pareció a Toede, muerto de risa.
—Nombre significa «rey de las pequeñas ranas secas» —dijo la criatura con una sonrisa de lobo (o lo más parecido a una sonrisa de lobo que puede poner alguien con cara de hiena). Luego, sin dejar de reír, se sentó en el suelo a desatarse los pies.
Hasta ese momento Toede no se dio cuenta de que el gnoll tenía las extremidades inferiores encadenadas y cargadas con pesos. Le habían rodeado los tobillos con dos vueltas de una gruesa cadena metálica, a la que habían enganchado tres bolas de hierro convenientemente grandes.
El gnoll no parecía estar tan deprimido como para que se tratara de un intento de suicidio, así que Toede preguntó:
—¿Cómo ha sido que te has encontrado en este brete?
El gnoll se le quedó mirando de la manera que los animales suelen mirar a los humanos cuando les piden que expliquen la ley de la gravedad.
—¿Eh? —gruñó.
—Estaba admirando tu calzado —dijo Toede—. ¿Dónde has conseguido unos escarpines tan elegantes?
El gnoll agitó las enormes manos.
—Hablas jerga humana demasiado rápido. Habla real.
Toede frunció el ceño y señaló las cadenas.
—¿Cómo? —preguntó casi gritando.
—Ah —dijo el gnoll y arrancando una de las bolas de hierro, la lanzó contra el terreno seco—. Bartha. Jefe Bartha. Odia Charka. Pega Charka. Encadena Charka. Deja Charka en lodo para que morir.
—¿Y cómo se le ha ocurrido a nadie hacer eso a una criatura tan gentil y encantadora? —preguntó Toede.
—¿Eh?
—He preguntado: ¿por qué? —repitió Toede.
—Bartha odia Charka —contestó el gnoll arrancando otra bola de hierro de la maraña de cadenas que le rodeaba los pies y luego se puso a desenredar la tercera.
Toede esperó un momento pero la explicación no tenía trazas de continuar, así que le instó diciendo:
—Y eso se debe a…
—¿Eh?
—¿Por qué Bartha odia Charka? —preguntó Toede, notando que sus funciones mentales superiores plegaban velas como vendedores ambulantes al paso de una patrulla de la guardia ciudadana.
—Bartha odia Charka —dijo el gnoll.
—Estupendo, muy coherente —comentó el hobgoblin.
—Y Charka mata hermano de Bartha —dijo el gnoll.
—Ah —le animó Toede.
—Y Charka mata otro hermano de Bartha —añadió el gnoll—. Y Charka mata madre de Bartha.
—Parece que voy viendo por dónde vas.
—Y Charka mata hermano de madre de Bartha —continuó el gnoll—. Y Charka mata otro hermano de madre de Bartha —acabó de explicar el gnoll quitándose las cadenas de los tobillos, tras lo cual se puso en pie y se desperezó—. Por eso Bartha odia Charka. Tonterías.
—Deja que adivine cuál va a ser tu próximo movimiento —dijo Toede sonriendo.
El gnoll miró al hobgoblin perplejo.
—¿Qué hace Charka ahora? —preguntó Toede.
—Charka mata Bartha —contestó el gnoll apretando las mandíbulas.
—Nunca lo hubiera adivinado —dijo Toede, y antes de que el gnoll pudiera replicar, añadió—: Toede ayuda Charka matar Bartha.
El gnoll se lo quedó mirando un instante y luego levantó la cabeza y aulló largamente. Toede esperó pero el aullido parecía que no iba a acabar nunca. Charka se dejó caer de rodillas y volvió a aullar, jadeando y cogiéndose los costados como si le fueran a estallar los pulmones.
—No hace tanta gracia —murmuró Toede.
—¿Rey de las Pequeñas Ranas Secas ayuda Charka matar Bartha? —dijo el gnoll y volvió a aullar—. ¿Rey de las Pequeñas Ranas Secas muerde el pie de Bartha? ¿Rey de las Pequeñas Ranas Secas saltar y dar puñetazo en rodilla? ¿Rey de las Pequeñas Ranas Secas grita y Bartha agacha y muere? —Más aullidos.
—Ya está bien —dijo Toede y señaló con el grueso índice al pecho del gnoll (algo que sólo era posible gracias a que el gnoll se había arrodillado para reír a gusto)—. Yo he salvado a Charka ¿recuerdas? Salvarte la vida ha sido una acción noble y buena. ¿Qué se hace cuando alguien te salva la vida?
El gnoll le miró desconcertado, hasta que de pronto sus rasgos se iluminaron.
—¡Ah! ¡Gratitud!
—Algo así —repuso Toede con la sensación de que sus neuronas morían por miles cada segundo que pasaba.
El gnoll se levantó. Miró al hobgoblin desde la imponente altura de su corpachón y le tendió la gruesa mano.
—¡Gracias!
Toede extendió el brazo y le cogió la mano, que le llegaba hasta la mitad del brazo. El gnoll se la sacudió una vez, con firmeza, y la soltó.
—Adiós ahora —dijo Charka, y se dio la vuelta para marcharse. En la orilla del pantano recogió una de las bolas de hierro que había arrojado.
—Espera un momento —gritó el hobgoblin—. ¿Ya está?
—¿Está? —repitió el gnoll volviéndose hacia él.
—¿Eso es todo? —volvió a preguntar Toede echando humo—. ¿Salvo tu hedionda persona y todo lo que dices es «gracias»?
—¿«Gracias» no buena jerga humana? —preguntó el gnoll frunciendo el ceño.
Toede agitó las manos desechando lo que le decía.
—Buena jerga humana. Pero yo te ayudo a ti, tú me ayudas a mí —dijo pronunciando con toda la lentitud de que fue capaz al tiempo que gesticulaba con las dos manos.
—¿Ayudar cómo? —preguntó, y arrugó la frente todavía más.
—Bueno, podrías ayudarme a salir del pantano —contestó Toede marcando cada palabra.
El gnoll sacudió la cabeza como un perro mojado.
—Bartha vive en pantano. Charka va matar Bartha. No salir de pantano. Adiós ahora.
—Vale —dijo Toede—. Pero ¿Charka tiene hambre?
Eso hizo que el gnoll se detuviera.
—Charka tiene hambre —contestó asintiendo con la cabeza.
—Entonces, Charka busca comida y ya no tiene hambre —le sugirió Toede—. Luego, Charka mata Bartha.
El gnoll se rascó la cabeza, hasta que de pronto la cara se le iluminó y se dio un golpe en la frente.
—¡Charka va a cazar!
Y la criatura empezó a adentrarse en el pantano.
—¡Eh, espérame! —dijo Toede saliendo detrás de él pero enseguida se detuvo, al borde del tremedal. El gnoll parecía saber evitar las zonas más profundas y cenagosas, pero esa característica no figuraba entre las habilidades de los hobgoblins—. ¡Charka, no puedo seguirte! ¡Tienes que volver!
El gnoll estaba a unos quince pasos y las limosas aguas le llegaban hasta la cadera, que se encontraba muy por encima de la altura de Toede. El colosal gnoll se volvió y gritó en dirección a lord Toede:
—¡Gracias! —Luego, continuó vadeando pantano adelante—. ¡Adiós, ahora!
Toede le despidió agitando la mano con desgana.
—¡Vuelve pronto! —musitó.
Quizás el gnoll supiera lo que hacía y volviera pronto con algo de comer. Se preguntó cuánto tardaría un monstruo de ese tamaño en abatir un jabalí o un puñado de gansos, y cuánto se reservaría para él. Se sentó y esperó.
Y esperó. Las sombras se iban alargando a medida que el sol se ponía por detrás de las colinas iluminando el cielo con largos haces de luz de color carmín y fucsia. Aparecieron enjambres de mosquitos y otros insectos que zumbaban en torno a Toede, todavía cubierto de lodo y sentado bajo un sauce con las piernas recogidas.
Salió Lunitari y bañó la tierra de una sutil luz rojiza. Las criaturas nocturnas empezaron a despertarse respondiendo a sus relojes internos.
Un hurón asomó el fino y delgado hocico al exterior de su madriguera, situada bajo un gran sauce, husmeando en busca de insectos, pájaros u otras pequeñas presas peludas. Apenas había olido el aire cuando dos manos regordetas se cerraron sobre su cuello y le quitaron la vida. Luego, frotaron el cadáver contra la base del árbol hasta que fue poco más que un revoltijo de piel sangrienta.
Toede se metió un trocito de hurón crudo en la boca, le dio unas cuantas vueltas en la boca y escupió un hueso de la pata.
—«¡Gracias!» —remedó al gnoll—. «¡Adiós, ahora!».
Tragó y cogió otro bocado.
—¡Al cuerno con la nobleza! —musitó.
***
Pasó otros dos días avanzando, retrocediendo y dando vueltas hasta que consiguió salir del pantano. Finalmente, la tierra empezó a elevarse poco a poco y aparecieron abedules más grandes, con la corteza blanca, delgada como el papel, separada del tronco. La tierra todavía estaba húmeda pero ya no había tantos charcos y entre los arbustos crecían abundantes helechos.
Nada de eso advirtió Toede, concentrado en escudriñar la vegetación en busca de algo comestible o lo bastante comestible como para que no importara demasiado. Se había llevado una de las bolas de hierro de Charka y la arrastraba detrás de él cogiéndola por el palo al que iba sujeta con una cadena, dejando que sonara musicalmente al topar con las piedras.
Hacia el final del segundo día, Toede empezó a preguntarse por qué ponían las ciudades tan separadas entre sí. ¿O era una cruel jugarreta del destino lo que le había hecho escoger la única dirección en la que no había ningún tipo de civilización? El sol se estaba poniendo y la radiante luminosidad bañó los árboles desnudos que ofrecían un glorioso espectáculo que el deprimido hobgoblin no supo apreciar.
Sin embargo, percibió otra luz, cerca del suelo, al pie de una colina más alta. Alguien o algo estaba en la zona.
Toede se animó mientras avanzaba con sigilo hacia la luz que refulgía temblorosa delante de él. Un fuego de campamento. El hobgoblin levantó la bola de hierro en el aire, preparándose a utilizarla en caso de que los dueños del fuego resultaran ser kenders o gnolls, aunque a esas alturas se hubiera alegrado de ver a cualquier criatura e incluso estaba empezando a entender que Groag hubiera aceptado la esclavitud.
A medida que se acercaba, notó que el paisaje cambiaba visiblemente: los árboles eran más jóvenes y había más claros. En la oscuridad del anochecer, casi se tropieza con un pilar de piedra firmemente asentado en la tierra del camino. A pesar de la falta de luz, pudo ver que estaba todo decorado con relieves grabados en la piedra; eran grabados de rostros, serpientes y lenguas de fuego. ¿Señalaba los límites de una propiedad? ¿O era una advertencia?
El campamento estaba situado en uno de los claros más espaciosos, rodeado de un buen número de esas pilastras esculpidas. Toede advirtió que estaban distribuidas por todo el bosque y que muchas de ellas estaban caídas, medio escondidas entre los arbustos, y otras estaban inclinadas en ángulos extraños. Unas doce quedaban dentro de la zona iluminada por la fogata. Tenían entre tres y cinco metros de altura y estaban dispuestas siguiendo el perímetro del claro.
Aparte de esos vigías pétreos, Toede no vio centinelas ni guardas de ningún otro tipo, lo que significaba que los campistas eran muy poderosos o muy estúpidos. Toede también se fijó en que las tiendas eran de lona nueva, blanqueada, y reflejaban la luz de la fogata lanzando brillantes destellos en todas direcciones.
«Parece un circo de paladines», pensó Toede.
Entre las tiendas, vio figuras humanas, ocupadas recogiendo cosas, hablando o sentadas encima de pilastras caídas y tomando notas en la creciente oscuridad.
Apenas se veía y Toede estaba tan absorto sopesando la situación que a punto estuvo de tropezarse con el guarda. De hecho, guarda no es la palabra apropiada, ya que el humano estaba en cuclillas junto a una de las columnas de piedra como un clérigo inmerso en una ferviente plegaria.
Las rodillas de Toede toparon con la figura humana y el hobgoblin rodó hacia adelante. De inmediato se levantó con la bola de hierro en posición de ataque. El humano seguía agachado frente al pilar, escribiendo como un poseso. Toede frunció el ceño.
—¿Hola?
—Enseguida voy al campamento, en cuanto acabe con esta inscripción.
—Ah, bien —dijo el hobgoblin asintiendo inseguro con la cabeza—. No hay prisa.
«Por lo menos, he ido a parar a un sitio donde es normal usar preposiciones», pensó Toede. Miró hacia el campamento y se volvió otra vez hacia el hombre acuclillado. En su mejor tono servil, Toede preguntó:
—¿Y dónde está el jefe?
El escribiente no alzó la vista ni dejó de escribir. Levantó la mano (la que no escribía) y la agitó hacia el campamento.
Sintiéndose más seguro, Toede se echó el arma al hombro y se acercó al fuego paseando tranquilamente. Se cruzó con un humano abrazado a un pesado volumen de notas que no le prestó la más mínima atención. Una pareja que se aproximaba discutiendo acaloradamente se separó para no chocar con él y volvió a reunirse sin pararse siquiera a ver quién era. Debía de haber unos veinte humanos en el campamento, pensó, y ninguno de ellos se fijaba en un hobgoblin malhumorado, con barro hasta las orejas y un arma en la mano.
La balanza se inclinaba claramente hacia el extremo del «muy estúpidos».
Toede se encaminó hacia la tienda más grande de todas, que en realidad era un pabellón de los que se utilizan en las ferias al aire libre y las celebraciones de boda en época de lluvias. Estaba totalmente abierta por la parte delantera y se veía un buen número de grandes ollas dispuestas sobre parrillas metálicas. En ese momento, nadie cuidaba de ellas y Toede se asomó a curiosear el contenido. En el interior, hervía una especie de engrudo hecho de zanahorias y otros tubérculos que olía decididamente a pantano (aunque quizá fuera su propio olor).
Al otro lado del pabellón había una mesa baja, alrededor de la cual estaban sentados varios humanos que hablaban con un pequeño hobgoblin. Los humanos le eran desconocidos pero Toede no pudo evitar sonreír sorprendido al reconocer la voz de la pequeña criatura.
—No puedo creer que no trajerais suficiente comida —dijo Groag con su voz aguda y gruñona.
—Y nosotros no podemos creer que no hayáis advertido un fallo tan obvio —dijo una desagradable voz nasal e inconfundiblemente humana.
—Os contratamos a vos —dijo otro de los humanos con una voz monótona, sonora y casi aburrida— pensando que erais un experto y revisaríais nuestras previsiones y todo eso.
—Me contratasteis de cocinero —dijo Groag dando una patada en el compacto suelo de tierra—. Yo cocino pero no me ocupo de buscar la comida. Para eso deberíais haber traído a… a…
—A un buscador de comida —dijo Toede acercándose.
—Eso es, a un busc… —Groag se dio la vuelta y vio la penosa figura del gobernador Toede lleno de barro y agotado—. ¡Oooh! —exclamó, y los ojos porcinos se le pusieron en blanco.
Unos segundos más tarde, el humano más viejo y con la voz más sonora dijo:
—¡Ah! ¿Siempre se desmaya así?
—Sólo en los reencuentros —contestó Toede sonriendo.