13


En el viejo fuerte

El viejo fuerte se perfilaba en el horizonte con su torre de vigilancia recortada contra el resplandor de la tarde. A esa hora, cuando la luz menguaba, el fuerte recuperaba su antigua grandeza y semejaba un enorme edificio que dominara la tierra. Pero cuando Estrella Matutina acabó de recorrer el camino que llevaba hacia él, vio la triste realidad: el fuerte era una ruina abandonada. Grandes secciones de sus muros se habían derrumbado, y los hierbajos y las zarzas crecían sobre lo que quedaba de ellos. No había ni un trozo de techo que protegiera del sol y la lluvia. Incluso la gran torre de vigilancia era un esqueleto, invadida una de sus caras por un saúco, derruida la otra para dejar a la vista las vigas de la escalinata destrozada.

Estrella Matutina estaba muy cansada. Debería haberse quedado más tiempo junto al pozo, debería haber dormido allí hasta la mañana siguiente para reponer fuerzas, pero se había levantado al cabo de dos breves horas para reemprender la marcha. Quería encontrar a Buscador antes de que cayera la noche.

Por la carretera habían pasado junto a ella más grupos de orlanos sin prestarle ninguna atención. Y en ese momento, allí, tenía ante sí su destino, el punto de reunión de los orlanos. Habían encendido una gran hoguera en el ruinoso vestíbulo del viejo fuerte abierto al camino. Alrededor del fuego se arremolinaban cientos de orlanos, saludándose y abrazándose. Cada nuevo grupo de recién llegados desmontaba y dejaba que sus caballos caspianos pastaran entre los escombros y engrosaba el número de los congregados en el vestíbulo sin techo.

Estrella Matutina no los siguió, recelosa por el trato que le habían dispensado Alva Chajan y sus hombres. En silencio y sin que la vieran, trepó por un montón de piedras caídas hasta una posición desde la que dominaba toda la escena. Allí se acomodó y escudriñó a la multitud iluminada por el fuego. Estaba buscando al nuevo Chajan.

Su mirador se encontraba a cierta distancia del fuerte. La carretera discurría entre ella y la vieja edificación, y la noche ya había caído. No distinguía las caras en la distancia, pero alcanzaba a ver el débil resplandor de los colores de los orlanos. En el extremo más alejado del vestíbulo los hombres sujetaban antorchas a ambos lados de una plataforma de piedra, y a la luz de las mismas distinguió una cercana reunión de tamborileros y gaiteros.

Un ruido de cascos en el camino distrajo su atención de la escena. Se volvió y vio a un grupo rezagado de orlanos a caballo que se acercaba; pero al contrario que los demás, estos habían salido de la oscuridad en silencio. Sin levantar la voz, su jefe les ordenó pararse.

Era Alva Chajan. Estrella Matutina vio el sombrío resplandor de sus colores y supo que llegaba dominado por la ira.

«Debería haberlo matado junto al pozo».

El grupo que Alva comandaba había aumentado de número. Detrás de él había más de cien hombres montados en fila india por el camino. Esperaron a que Alva se adelantara y mirara detenidamente al grupo reunido en el fuerte viejo. Mientras lo contemplaba, los tambores empezaron a marcar el ritmo, y las gaitas, a sonar. Estrella Matutina miró también hacia la plataforma del otro lado del vestíbulo descubierto. Allí, acompañado por la música, oculto por el humo que ascendía de la hoguera, el nuevo Chajan se presentó a su gente. Estrella alcanzó a ver el destello de las llamas reflejadas en un peto plateado y oyó los vítores de los orlanos. ¿Era a Buscador a quien vitoreaban?

Alva Chajan volvió junto a los hombres que lo esperaban.

—Orlanos —dijo, sin levantar la voz—, ha llegado nuestro momento. Una carga acabará con la vergüenza de nuestra nación. ¿Estáis conmigo?

—Sí —respondieron todos en voz baja en la noche.

—Sólo tenemos un enemigo… ¡Ese impostor, ese ladrón de nuestro honor, ese falso Chajan! ¡Seguidme por el orgullo de la nación orlana! ¡Una muerte es cuanto os pido!

Estrella Matutina oyó todas y cada una de las palabras. Vio a Alva a la cabeza de su grupo de jinetes. Miró hacia el viejo fuerte, donde la masa de orlanos se congregaba alrededor de la plataforma dando la espalda a su silencioso enemigo, escuchando las exhortaciones de su nuevo jefe. Estrella Matutina conocía el gran poder de Buscador, pero la rapidez y la sorpresa del ataque podrían pillarlo con la guardia baja. Si ella alertaba a gritos del peligro a los hombres del vestíbulo, aquello desembocaría en una batalla y muchos morirían. Había otra manera.

Descendió de su mirador y avanzó por el camino sin hacer ruido.

Alva Chajan sacó su espada. Estrella Matutina, oculta por la oscuridad, le tocó el brazo a uno de los jinetes orlanos. Asustado, este se volvió para mirarla.

—Duerme —susurró ella.

El hombre cayó de su caballo al suelo y allí se quedó, sumido en un profundo sueño. Estrella Matutina acarició la frente del caballo caspiano y lo montó de un salto. El caballo se estremeció y se amoldó al peso de Estrella.

—¡Adelante! —exclamó Alva en voz baja pero fiera.

Partió a la cabeza de sus hombres, y los cien orlanos lo siguieron formando una masa compacta. Estrella Matutina se había quedado sin fuerzas, pero seguía teniendo su don. Debía apaciguarse mentalmente. Cabalgando detrás de los guerreros que se dirigían al combate, llenó su mente con un simple recuerdo. Se imaginó sentada en la ladera de la colina junto a su padre, observando el amanecer. Se estaba llenando de tranquilidad.

Alva aceleró el paso. Los orlanos, y Estrella Matutina con ellos, aceleraron el paso. La reunión iluminada por el fuego de más adelante se fue acercando. Del viejo fuerte salían vítores.

Estrella Matutina espoleó su caballo caspiano para que se adelantara e hizo que rozara el de su vecino. Con ese roce sus propios colores salieron como una lengua de fuego azul, y el orlano que estaba a su lado se vio envuelto en la paz de espíritu que en ese momento embargaba a Estrella Matutina. El caballo del orlano empujó al siguiente, y los colores fueron saltando de jinete en jinete. Aunque Alva Chajan espoleaba su montura para que corriera más, sus seguidores empezaron a rezagarse. La primera fila aminoró la marcha, obligando a las posteriores a apelotonarse contra ella. De manera que el abrazo de Estrella Matutina también las envolvió.

Alva Chajan sólo tenía ojos para el enemigo. Habiendo decidido ya el momento, y sin mirar atrás, enarboló su espada y gritó:

—¡A la carga!

Y atacó, pero, ajeno totalmente a lo que sucedía, atacó solo. Sus hombres iban al trote y, en ese momento, miraban a su alrededor con expresión de perplejidad.

—¿Qué le ha puesto tan frenético? —se preguntaban unos a otros—. Aquí todos somos amigos.

La solitaria carga de Alva pilló a la reunión de orlanos por la espalda y por sorpresa, tal como él pretendía. Los congregados se apartaron rápidamente de su camino cuando atravesó ruidosamente el gran vestíbulo, profiriendo su grito de guerra. Estrella Matutina salió al galope tras él, impaciente por seguir de cerca el resultado.

Sólo el Chajan lo vio llegar. Entre el humo del fuego, Estrella Matutina vio al Chajan sacar un fino dardo y blandido. Alva se acercó a la plataforma, rugiendo a sus hombres: «¡Seguidme!». El brazo derecho del Chajan salió disparado y un destello de metal brillante hendió el aire. Alva cayó.

Todo ocurrió con tanta rapidez que los hombres del vestíbulo apenas se enteraron de que hubiera habido ningún peligro antes de que todo hubiera acabado. En ese momento se apiñaron alrededor del hombre caído y vieron quién era. Estrella Matutina oyó gritos de cólera. El propio Chajan quedó oculto por sus hombres. Oyó una voz dando órdenes que no pudo distinguir. Vio inclinarse a unos hombres sobre el cuerpo, mientras los demás rodeaban el caballo caspiano a lomos del cual había hecho su carga. Estrella vio que rodeaban el cuello y las ancas del animal con cuerdas. Luego retrocedieron y un látigo restalló. El caballo caspiano corcoveó, alarmado. Volvieron a sonar los latigazos, azuzando al caballo para que se moviera. Después se desplegó una larga cuerda y, atado por los tobillos, apareció el cadáver de Alva Chajan.

Estrella Matutina observó desbocarse el caballo arrastrando el cadáver que rebotaba en los escombros y la arena. Por más que odiara al hombre muerto, aquello le dio náuseas. Y estaba consternada de que Buscador pudiera haber dado semejante orden.

Avanzó hacia el centro del vestíbulo. Tras ella, los orlanos que habían seguido a Alva Chajan estaban desmontando y mezclándose con sus antiguos camaradas, ocultando su fugaz lealtad hacia el muerto.

El Chajan seguía de pie en la plataforma, rodeado de los capitanes orlanos, que hablaban animadamente sobre la extraña y suicida carga de Alva.

—¿Cómo es posible que atacara de esa manera, completamente solo? —oyó Estrella Matutina—. Debe de haberse vuelto majareta.

—¡Un lanzamiento, un muerto! —dijo otro, hablando con admiración del Chajan.

Estrella Matutina se abrió paso entre los excitados guerreros, atrayendo sobre sí miradas de sorpresa a medida que avanzaba, pero nadie la detuvo. Sólo cuando estuvo cerca de la plataforma uno de los orlanos dio la voz de alarma.

—¿Quién es esa? ¿Qué está haciendo aquí?

El grupo de la plataforma se separó entonces, y Estrella Matutina vio al Chajan con claridad por primera vez. Soltó un grito ahogado de asombro. El líder que la miraba fija e imperiosamente en ese momento era una mujer.

—¿Quién eres tú? —preguntó la Chajan.

—Me llamo Estrella Matutina.

La Chajan arrugó el entrecejo y la miró más detenidamente.

—Te conozco —dijo.

Estrella Matutina también la conocía. Por imposible que pareciera, la Chajan era la amiga bandolera de Salvaje, Caressa.

Haciéndoles un gesto a sus hombres, Caressa se dio la vuelta, como si ya no estuviera interesada.

—Es una espía. Encerradla. Me ocuparé de ella más tarde.

Estrella Matutina no ofreció resistencia. Se dejó empujar por una puerta, que se cerró tras ella. Oyó el ruido de la barra que encajaron para asegurarla.

Se encontró en un espacio cuadrado de muros de piedra. Por insólito que fuera en aquel fuerte en ruinas, las cuatro paredes eran sólidas. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que estaba en la base de la torre de vigilancia. Por encima de ella se elevaba la torre, cuyas paredes de piedra soportaban las vigas de madera hasta que las ruinas se imponían y la mampostería derruida se abría al cielo.

Del otro lado de la puerta le llegaron risas y canciones cuando los ya unidos orlanos festejaron a su nuevo jefe. La noche era clara y la luna brillaba. Estrella Matutina limpió un trozo de suelo para que le sirviera de cama donde pasar la noche.

Estaba a punto de acostarse cuando oyó el ruido de la aldaba al ser levantada de la puerta. Cuando se abrió, Caressa entró. La puerta se cerró tras ella y la aldaba fue devuelta a su lugar.

Caressa permaneció un instante mirando a Estrella Matutina en silencio. Esta notó por los colores de la Chajan que no estaba en peligro. La nueva Chajan de los orlanos había ido sola a hablar con ella.

—Me acuerdo de ti —dijo por fin—. Estabas con él.

—No sé a qué te refieres.

—No me mientas, chiquilla. Estoy hablando de Salvaje.

—Sí, estaba con Salvaje.

Estrella Matutina se acordaba bien de cómo se habían conocido en la Ciudad de los Vagabundos y Caressa la había golpeado y ella le había devuelto el golpe. Caressa le había dicho entonces a Salvaje: «O eres mío o de nadie».

Caressa la observaba con detenimiento.

—Dicen que ahora tiene un ejército.

—Sí, así es.

—¿Lo has visto con su ejército?

—Sí.

—¿Cómo está? ¿Está guapo? ¿Se encuentra bien?

—Sí.

Caressa se puso a gritar de repente:

—Ahora yo también tengo un ejército, ¡y mi ejército lo destruirá! ¡Lo perseguiré y haré que se arrastre de rodillas ante mí y suplique clemencia! ¡Le haré desear no haberme dado la espalda jamás! ¡Haré que sude, y se mee encima, y grite, y me bese los pies, y se muera por desearme!

Estrella Matutina lo vio todo con claridad en los pulsátiles rojos de su aura: el dolor, la ira y el amor imperecedero.

—Él es desgraciado —dijo Estrella Matutina.

—¡Desgraciado! ¡Ya le enseñaré yo a ser desgraciado! —Pero la noticia la complació—. ¿Cómo de desgraciado? ¿Por qué es desgraciado?

—Está solo.

—¿Y quién tiene la culpa de eso? Me alegro de que sea desgraciado. De que sufra.

Pero con cada palabra la furia de Caressa iba remitiendo.

—¿Tiene a alguna mujer?

—No.

—¿Y qué pasa contigo?

—Nada.

—No, no querría a un renacuajo como tú.

Aquello recordó a Caressa que Salvaje no la había querido tampoco, y la ira volvió a apoderarse de ella.

—Aplastaré a su ejército y lo haré prisionero. ¡Y lo encerraré hasta que me ame!

—No creo que sea así como funcionan estas cosas —dijo Estrella Matutina.

—¿Qué sabrás tú? —le respondió Caressa—. Los hombres son todos unos idiotas en lo que concierne al amor. Déjalos que escojan libremente, y nunca querrán a nadie. ¡Enciérralos bajo llave! ¡Diles que no tienen elección! Y entonces acertarán. —A Caressa se le ocurrió otra idea—. ¿Lo quieres para ti? Pues claro que sí. ¡Todas las chicas quieren a Salvaje!

—Lo deseé en una ocasión —dijo Estrella Matutina—. Ya no.

—Renunciaste a cualquier esperanza, ¿verdad? Eso fue algo inteligente. Nunca tendrás la más mínima oportunidad.

—¿Y eso por qué? —dijo Estrella Matutina en voz baja—. ¿Porque soy dulce y aburrida como un bollo?

—Eso lo has dicho tú, chiquilla.

Estrella Matutina se sintió tentada, pero que muy tentada. Sin embargo se contuvo.

—¿Qué pretendes hacer conmigo?

—¿Contigo? Nada. Careces de importancia.

—Entonces, ¿me dejarás ir?

—Todavía no. No quiero que andes por ahí cotorreando con los hombres sobre mí y Salvaje. No, te quedas donde estás.

Y diciendo aquellas palabras golpeó la puerta, y se la abrieron.

—Tenedla aquí hasta que nos marchemos —dijo Caressa a los hombres del exterior.

Y la puerta se cerró tras ella.

Estrella Matutina se tumbó finalmente para echarse a dormir. Mientras estaba allí tumbada a la luz de la luna, se sorprendió sonriendo con la idea de un Salvaje en la cárcel y una Caressa con armadura al otro lado de la puerta de barrotes, diciendo: «¿Y bien? ¿Me amas ya?».

«¿Quién sabe?», pensó Estrella Matutina mientras se sumía en el sueño que necesitaba desesperadamente. Podía ser una manera tan buena como cualquier otra.