18


Preparativos de guerra

El Líder Radiante y Amroth Chajan, acompañados cada uno de ellos por un numeroso cortejo, llegaron juntos para ser testigos de la prueba. El Chajan estaba impresionado por la enorme estructura que ocupaba la plaza del arsenal imperial, pero atraía más su interés el pequeño científico.

—De modo que tú eres el tipo que hace las bombas, ¿no es así?

—Yo soy, excelencia.

—Ese es tu trabajo, ¿verdad?

—Me enorgullece decir, excelencia, que soy el único hombre vivo que conoce el complejo proceso de fabricación del agua cargada.

—¿Es así, realmente? Entonces eres una especie de genio.

El profesor Ortus encontró muy agradable este halago. El Líder Radiante captó el plan del Chajan y decidió desbaratarlo.

—Profesor, ¿serías tan amable de acercarte y explicarme un pequeño detalle? Se va a retirar ese andamiaje de ahí, ¿verdad?

—Sí, Radiancia, de un momento a otro.

Cuando el científico estuvo fuera del alcance del oído del Chajan, Similin le susurró:

—Has cometido un grave error diciéndole al Gran Chajan que eres el único que puede fabricar el agua cargada.

—Pero es verdad.

—El Chajan es un hombre inmisericorde. Mis informadores me dicen que tan pronto haya destruido Anacrea, cerrará tu laboratorio y te asesinará.

—¿Asesinarme a mí?

—Parecerá una explosión accidental.

—Pero ¿por qué?

—Tiene miedo del agua cargada. Es más fuerte incluso que su poderoso ejército. Contigo muerto, no se hará nada más.

El pequeño científico quedó muy abatido por este aviso.

—¿Qué debo hacer, entonces?

—Seguir adelante como hasta ahora. No tendrás nada que temer. Yo también tengo planes.

—¿Me protegeréis?

—Se producirá un accidente. Pero no serás tú la víctima.

Similin sonrió al científico y volvió a reunirse con la multitud de dignatarios. Ya habían retirado el andamiaje, dejando a la vista una hilera de torres que soportaban una pista muy inclinada.

—¡Que empiece la prueba! —dijo en voz alta y con manifiesta satisfacción.

Los operarios tiraron de las cuerdas de la torre más elevada. Las cuerdas hicieron girar un cabestrante, que subió poco a poco una plataforma que sostenía un artilugio con ruedas.

—La carretilla contiene dieciséis botellas de vidrio y una caja llena de balasto —explicó Ortus—. Las botellas están llenas de agua y selladas. Para los fines de la prueba, se trata de agua común. Si fuera agua cargada y rompiésemos al mismo tiempo las dieciséis botellas, la explosión destruiría la ciudad de Radiancia.

—¡Asombroso! —exclamó el Chajan—. Este hombre es realmente un genio.

Ortus inclinó la cabeza.

—Y lo que es más —añadió el Líder Radiante—, nuestro genio es un patriota orgulloso de servir a su tierra natal.

Ortus volvió a inclinar la cabeza en señal de agradecimiento.

La carreta llegó a la parte superior de la rampa y se detuvo. Los líderes presentes no tenían la menor idea de que algo hubiera salido mal. Ortus dio instrucciones a uno de los obreros de que se subiera a la torre y quitase el freno. Mientras el hombre trepaba llamó la atención de los dos líderes para que se fijaran en una red extendida entre dos postes situados a cierta distancia de la gran estructura.

—Según mis cálculos —dijo—, la distancia entre la rampa de lanzamiento y la red equivale a la anchura del canal marítimo que hay entre el continente y la isla de Anacrea. La altura de la rampa, la velocidad de la carreta y el ángulo están perfectamente calculados para que la carreta salve esa distancia y caiga en la red. Desde la posición óptima en la costa, esto equivaldría a que la bomba impactara en la isla justo por debajo de los muros de la fortaleza.

—¡Sorprendente! —exclamó el Chajan—. Es tanta la fe que tengo en tu genio que no me cabe la menor duda de que tu cálculo será correcto.

El Líder Radiante frunció el entrecejo.

El operario subido a la torre hizo señas para indicar que estaba preparado para soltar la carreta. El profesor Ortus se volvió, no hacia el Líder Radiante, sino hacia el Gran Chajan.

—¿Puedo proceder, Excelencia?

—Sí, sí. Veámoslo.

—Cuando estés listo, profesor —dijo el Líder Radiante, con los dientes apretados—, yo daré la orden.

—Ah, claro que estoy listo —dijo Ortus—, si no lo estuviera no pediría permiso para proceder.

El Líder Radiante se tragó el comentario mordaz que asomaba a sus labios y sonrió forzadamente.

—En ese caso, profesor, procede, por favor.

Ortus hizo una señal y la carreta se puso en movimiento. Se deslizó por la rampa ganando velocidad. Las ruedas hacían un ruido atronador sobre los listones, iba tan rápida que daba la impresión de que se haría pedazos. Pero no, allá fue. Llegó al pie de la cuesta, subió por la pendiente opuesta y salió despedida, llevada sólo por su propio impulso.

Todos los ojos estaban fijos en ella cuando llegó al punto culminante, por encima del campo del desfile, y empezó a caer hacia los postes del otro lado. Por un momento pareció que se quedaría corta, pero por fin se precipitó en la red, haciendo que se combaran los postes bajo su peso, hasta que golpeó el suelo.

Los espectadores estallaron en vítores.

—¡Perfectamente calculado! —exclamó el Chajan—. ¡Un auténtico genio!

—Altamente satisfactorio —murmuró Ortus, henchido de orgullo.

—¿Puedo decirte algo? —preguntó el Chajan.

El Líder Radiante nada podía objetar. Observó sonriente, lleno de rabia, mientras el Chajan se llevaba aparte al pequeño científico.

—Esta ciudad es demasiado pequeña para un hombre de tu valía —lo elogió el Chajan—. Mereces que te aclame el mundo entero.

—Vuestra Excelencia es muy amable.

—No es amabilidad, profesor, sino ambición. —Bajando la voz le hizo una oferta—: Ven conmigo y tendrás el mundo a tus pies.

—¿Y él? —Ortus lanzó una mirada de reojo al Líder Radiante.

—Yo me ocuparé de él.

—¿Un accidente, tal vez?

—Una baja de guerra —respondió el Chajan.

—De lo más desgraciado —sonrió Ortus satisfecho.

—Pero antes debemos ocuparnos de los nomanos —dijo con convicción el Chajan.

* * *

Los dos líderes y sus comitivas pasaron del arsenal al vecino astillero. Allí, un grupo de carpinteros se afanaba en la construcción, a la orilla del lago, de cinco puentes flotantes, cada uno de los cuales, una vez colocado, tendría capacidad suficiente para facilitar el cruce a una compañía de orlanos a caballo.

El jefe de los carpinteros informó al Líder Radiante.

—Nos queda por terminar uno, Radiancia.

—¿Cuánto tiempo os llevará?

—Mañana al mediodía estará listo.

El Líder Radiante se volvió hacia Amroth Chajan.

—¿Cuándo estarán preparados vuestros hombres?

—Cuando se lo ordene —respondió el Chajan—. Ahora mismo, si lo deseáis.

—Todavía hay que desmantelar la rampa y arrastrarla hasta la costa. Los puentes hay que desarmarlos y llevarlos río abajo. Ambas operaciones requerirán un día y la mayor parte de una noche.

Se volvió hacia el carpintero.

—Embarca los puentes terminados mañana con las primeras luces del alba —le ordenó. Y al Chajan—: Avanzad hacia el sur mañana por la mañana. Pasado mañana estaremos listos para atacar.

—¿Pasado mañana por la mañana? ¿Y qué haremos mañana todo el día? Cuando dé la orden, diez mil guerreros cabalgarán sin descanso. Estaremos en la costa en unas horas.

—La rampa y los puentes no estarán colocados hasta mañana por la noche —le explicó el Líder Radiante—. Pero vos sabréis mejor qué hacer con vuestros hombres, Excelencia. Si deseáis que cabalguen sin descanso, que lo hagan.

El Chajan sonrió levemente.

—¿Y vuestros todopoderosos hacheros, Radiancia? ¿Iniciarán pronto su marcha hacia el sur?

—El ejército imperial partió al amanecer.

Eso era cierto. Lo que Similin no dijo fue que sus hacheros marchaban hacia el este, no hacia el sur. Una vez finalizada la batalla, cuando los orlanos y los Guerreros Místicos se hubieran machacado mutuamente, Similin pensaba tener a su ejército descansado e intacto, listo para imponer su voluntad.

De este modo, con sonrisas de colaboración y promesas de apoyo mutuo, los dos comandantes se ausentaron para preparar una victoria que ninguno esperaba compartir.

El Chajan arengó a los capitanes. Estos hombres, alrededor de doscientos, mandaban una compañía de orlanos cada uno y el Chajan los alentaba a maniobrar con un elevado grado de independencia. No había ninguna otra estructura de mando. En tiempos de guerra incluso los hijos del Chajan eran capitanes, como los demás. El Gran Chajan daba la orden de a quién debía atacar el ejército y en qué momento; los capitanes decidían por su cuenta el modo de luchar. Esto hacía del orlano un ejército rápido y flexible, que respondía a todos los cambios que se iban produciendo a lo largo de la batalla.

Los capitanes estaban reunidos en el mismo espacio abierto donde se había celebrado el jagga. Amroth Chajan, flanqueado por sus dos hijos más jóvenes, pasó revista a los rostros atentos de sus veteranos, henchido de orgullo. Aquellos hombres, se dijo, no tenían parangón.

—Mis capitanes —arrancó—, se acabó la fiesta. Ha llegado el momento de ponerse a trabajar.

Un murmullo de satisfacción recorrió las filas de los allí reunidos. Eran todos hombres curtidos, acostumbrados a pasar largas jornadas a lomos de su caballo y noches cortas sobre el duro suelo. El lujo de Radiancia ya había empezado a cansarlos.

—Cabalgaremos hacia el sur, hacia la costa. Hasta el punto donde el río desemboca en el mar, que es donde se encuentra la isla de los nomanos.

Los capitanes asintieron con entusiasmo al oírlo. Estaban esperando aquello. Nadie se había atrevido a hablarle abiertamente al Chajan de la humillación que le habían inferido en el puente, pero todos sabían que los nomanos pagarían por aquello. También los capitanes clamaban venganza. Un insulto al Chajan era un insulto a todos los orlanos.

—¡Yo, Amroth Chajan, que os conduje a la victoria en todas las batallas, os prometo que al acabar el día el dios de los Guerreros Místicos estará muerto, y que el mundo entero sabrá que no hay un poder mayor que el de la nación orlana!

Los capitanes estallaron en vítores con los puños levantados en señal de victoria. El Gran Chajan levantó el suyo en respuesta.

—¡Reunid a vuestras compañías! —gritó—. ¡Cabalgad hacia el sur!

Mientras sus hombres de dispersaban se volvió hacia sus hijos.

—¿Qué noticias tenéis de Sacha? ¿Está ardiendo el bosque?

* * *

El bosque no ardía. Sacha Chajan y sus diez compañías habían llegado a las inmediaciones de la floresta y los hombres se habían dedicado a preparar hogueras de hojarasca y ramas: diez, una por compañía, en la linde del Glimmen. Pero la lluvia de las últimas semanas había empapado la madera y le costaba arder. Cuando por fin empezó a subir una ligera columna de humo blanco de las piras, un viento del este desvió el fuego del bosque y lo echó encima de los orlanos y sus caballos. Muchos animales retrocedieron precipitadamente para alejarse del humo. Después empezó a llover y casi todas las hogueras se apagaron.

Sacha Chajan estaba sentado bajo el dosel de una tienda de campaña de apertura frontal, pasándose la mano repetidamente por su espesa y revuelta melena y quejándose de lo injusta que era la vida. Su padre le había ordenado cortejar a la pálida y hermosa muchacha que había caído de los árboles y ella se había reído de él. Luego su padre le había ordenado competir por la chica en el jagga y lo había humillado a su vez. Para remate, le había ordenado incendiar el Glimmen pero la madera se negaba a arder y el viento soplaba en la dirección contraria. ¿Cómo podía ir al encuentro de su padre y decirle que había fracasado? Era impensable. Aún le parecía oírlo vociferando: «¡Dije que lo haría y lo haré!».

«Que consiga él que una hoguera arda bajo la lluvia —pensó Sacha amargamente—. Que haga él que el viento sople en la dirección conveniente».

Uno de sus hombres llegó cabalgando.

—¿Puedo decir a los hombres que descansen? Este humo es un auténtico fastidio.

—Sí. Que descansen.

Sacha Chajan se sentó en su tienda, oyendo cómo caía la lluvia sobre la lona y clavó la mirada en el bosque que tenía delante. La muchacha y su gente estaban allí, en alguna parte, en las copas de los árboles, como las ardillas. Se dijo que tal vez debiera enviar a sus hombres al Glimmen para que los obligasen a salir. Pero los orlanos luchaban a caballo, no en las ramas de los árboles. No había más remedio que esperar a que cambiase el viento.

Luego, mientras miraba y maquinaba se dio cuenta de que había movimiento entre los árboles, de gente que salía del bosque.

Sus hombres acudieron enseguida a decírselo.

—El enemigo se acerca, señor.

—¿Vienen armados?

—No, señor. Son mujeres, señor.

—¿Mujeres?

Salió de la tienda y montó sobre su caspiano. Seguido de una docena de hombres, cabalgó al encuentro del grupo que avanzaba lentamente dejando atrás el Glimmen.

Reconoció a la que iba a la cabeza: era Eco Kittle. Tras ella iban siete u ocho mujeres, todas ellas esbeltas y elegantes, pero mayores que Eco. Al lado de ella caminaba un caspiano.

Sacha avanzó hasta que ambos grupos estuvieron cerca, luego ordenó detenerse a sus hombres y dejó que se le acercaran las mujeres a su propio paso. Eco Kittle caminaba orgullosa, la cabeza bien alta, pero en su cara ya no se veía la mirada retadora que había llegado a infundirle temor. Sus ojos carecían de vida. Se detuvo ante él, la mirada fija en las humeantes piras.

—¿Te ha enviado tu padre a quemar el Glimmen? —preguntó con voz átona.

—Sí —respondió Sacha.

—El Glimmen es mi hogar, y el hogar de mi familia y de mi gente. Te ofrezco mi vida a cambio de la de ellos.

—¿Tu vida? —preguntó Sacha sin entender nada al principio—. ¿Y qué voy a hacer yo con tu vida?

—Seré tu prometida. Como desea tu padre.

—¿Mi prometida?

—Te pido que no quemes el Glimmen —suplicó Eco—. Tómame a mí en su lugar.

La mente de Sacha empezó a acelerarse. ¿Podría ser que estuviera cambiando su suerte? Si volvía con la muchacha, ¿qué diría su padre? Su padre, a quien ella había rechazado. Sacha Chajan aún recordaba el estremecimiento de asombro que había experimentado al oír cómo Eco desafiaba a su todopoderoso padre: «¡Crees que puedes tener todo lo que quieres, pero no puedes tenerme a mí!».

Y esa misma muchacha orgullosa se le estaba ofreciendo a él, a Sacha Chajan, el hijo mayor del Gran Chajan y seguro heredero de su prestigio y su poder.

—Muy bien —aceptó—. Volverás conmigo.

Esto produjo una conmoción entre las mujeres, que él ignoró. Hubo llantos y gemidos. Pero por encima de todo se oyó la voz inexpresiva de Eco.

—¿Apagarás las hogueras?

Sacha Chajan dio la orden.

—Apagad las hogueras.

—Entonces, estoy lista.

Sacha Chajan la estudió atentamente.

—¿Me obedecerás en todo, como una novia prometida?

Eco Kittle volvió a mirarlo y esta vez no había desafío en sus ojos, pero tampoco había ni rastro de amor.

—Lo que he dicho lo cumpliré —respondió ella—. Lo cumpliré.