21


El Plan de Buscador

Mientras volvían por el camino del río, Buscador y Salvaje hablaban del inminente viaje, pero Estrella Matutina guardaba silencio. Seguía apesadumbrada por las noticias de su madre. Habían bastado para reavivar el dolor en su memoria, pero no habían sido suficientes para resultar útiles.

Al cabo de un rato, Salvaje notó su silencio.

—¿Qué le pasa?

—Quiere encontrar a su madre.

—No vamos a ir a buscar madres —dijo Salvaje—. Vamos a encontrar el arma esa, y vamos a ingresar en el Nom, y vamos a conseguir todos sus poderes. Así que no necesitamos ninguna madre.

—¿Eres estúpido —le preguntó Buscador— o te empeñas en ser desagradable?

Salvaje se quedó muy quieto.

—A mí nadie me habla así.

—¿Es que no te das cuenta de que está afectada?

—¿Me has llamado estúpido?

—Estúpido. Y ciego, y sordo.

Con un movimiento elástico de su brazo dorado, Salvaje agarró a Buscador por el cuello.

—¿Ya no me amas? —preguntó con rabia y con los ojos muy brillantes.

Buscador tenía la garganta tan apretada que no podía responder.

Estrella Matutina tomó impulso y le dio a Salvaje un golpe con todas sus fuerzas en un lado de la cara que lo hizo trastabillar y soltar a Buscador.

—¡Eres estúpido y desagradable y ciego y sordo! —le gritó—. ¡Hala, y ya no te queremos!

Se volvió entonces hacia Buscador, que se estaba frotando la garganta.

—¿Te ha hecho daño?

—No demasiado.

—Oye, ¿y yo? —gritó Salvaje—. ¡Me has hecho daño!

—Te lo mereces.

—¿Queréis que os corte el gaznate?

—Venga, hazlo —lo desafió Estrella Matutina, mirándolo con fiereza—. ¡Venga, vagabundo! ¡Bandido! ¡Salvaje! ¡Veamos la famosa escena del corte de gaznate! ¡Venga, empieza por mí!

Echó la cabeza atrás mostrándole el cuello e invitándolo a atacarla.

—No —respondió en un tono que se había vuelto malhumorado—. No quiero. Córtatelo tú misma.

—Está bien. ¿Entonces qué, vienes con nosotros o quieres ir por tu cuenta?

Salvaje se encogió de hombros.

—Me da lo mismo —dijo.

Estrella Matutina se volvió hacia Buscador.

—¿Todavía lo queremos?

—Sí. Lo queremos.

—¿Por qué? No es mejor que un animal de los montes.

—A pesar de todo —dijo—, me cae bastante bien.

Estaban hablando de él como si no estuviera allí. Salvaje no estaba seguro de lo que sentía al respecto. Tendría que haber resultado humillante lo de «caer bastante bien», pero era una sensación nueva, y agradable.

—Puedes venir con nosotros si quieres —dijo Estrella Matutina—, pero tienes que dejar de comportarte como un estúpido insoportable.

—Haré lo que me parezca —replicó Salvaje, dejando otra vez que su orgullo hablara por él—. Si tengo ganas de ser estúpido y desagradable, lo seré.

Antes de que pudieran responder, de entre los árboles salió una figura hecha una furia. Estrella Matutina apenas tuvo tiempo de reparar en el pelo al viento, la mirada salvaje, el aura roja como el fuego, antes de sentir el impacto de su frenético ataque.

—¡Vaca! ¡Escoria! ¡Déjalo en paz!

Era Caressa que descargaba su furia pegando, tironeando, pateando y escupiendo. Salvaje la agarró por un brazo y la apartó de Estrella Matutina.

—¡La voy a matar!

Él la sacudió con violencia.

—¡Para! —dijo—. ¡Para! ¡Error, princesa!

—¡Voy a matarla!

—No, no vas a hacer nada. Nadie va a matar a nadie.

La chica fulminó a Estrella Matutina con la mirada.

—No es más que una niña —dijo después de estudiarla.

—Entonces, déjala en paz.

—¿Quién es?

—Es una amiga mía.

La soltó. Caressa se alisó el pelo y la ropa y se quedó mirando a Estrella Matutina, esta vez con absoluto desprecio.

—¿Cómo puedes querer a una cara de torta como esa?

—Yo no la quiero. Es una amiga.

—Es una chica, ¿no? Pues los chicos no tienen amigas.

—Nos ayudamos.

—¿Cómo puede ella ayudar a nadie? Parece un buñuelo.

Estrella Matutina ya había superado la conmoción del ataque y no le gustaba nada lo que estaba oyendo.

—Eh, budín de caramelo —le dijo—. Sigue siendo tan amable conmigo y tal vez tenga algo que agradecerte.

—¿Qué? —Caressa no estaba segura de entenderlo. Superaba a Estrella Matutina en edad y en estatura y no concebía que una chica más joven se atreviera a plantarle cara—. No estaba siendo amable contigo, y no me llames budín de caramelo.

—Pero vaya, si tiene unos labios tan dulces… —se burló Estrella Matutina—. Y unos ojos tan grandes. Y tanto pelo.

—¡Cierra el pico! ¡Salvaje, si no para le voy a aplastar esa cara de buñuelo!

—Vete a casa, princesa. Nos largamos de la ciudad.

—¿Con ella?

—Como ya te he dicho, nos ayudamos mutuamente.

La chica se volvió hacia Estrella Matutina y le lanzó un bufido.

—Lo llegas a tocar y estás muerta.

—¿De verdad? —la desafió Estrella Matutina.

Y estirando un brazo puso la mano izquierda sobre el hombro de Salvaje.

Caressa se lanzó contra ella como una flecha, pero esta vez Estrella Matutina estaba preparada. Su mano derecha lanzó un golpe duro y certero que dio a la otra de lleno en un lado de la cara, mandándola directamente al suelo.

—¡Vaya! —exclamó Salvaje—. ¡Menuda bofetada!

—Basta ya —se impuso Buscador—. Vamos.

Asió a Estrella Matutina por un brazo y medio guiándola, medio arrastrándola, se la llevó sendero adelante.

—Esto no tiene nada que ver contigo —le dijo.

—No me gusta que nadie me diga lo que debo hacer —respondió Estrella.

—Ya veo.

Salvaje se quedó junto a Caressa y le habló en voz demasiado baja para que pudieran oírlo. Al cabo de un rato, ella se levantó del suelo y lo abrazó y estuvieron hablando un poco más. Después, se dio la vuelta y regresó a la ciudad. Salvaje retomó el camino del río y se reunió con ellos.

—¿Cómo has logrado que se fuera? —le preguntó Estrella.

—Le he dicho que también me habías golpeado a mí. Estuvimos de acuerdo en que eras una pequeña bruja despiadada.

—Gracias.

—Y fea, y lisa como una tabla.

—Ya basta —dijo Estrella Matutina.

—Yo sólo se lo he dicho para que se fuera —se excusó Salvaje, y a continuación rompió a reír—. Pero ¡vaya! ¡Menudos mamporros que das!

Llegaron al cruce del río. Había una balsa atada a una cuerda que iba de orilla a orilla.

—El otro lado del río —dijo Salvaje— es el Imperio, pero quedan dos días de camino hasta Radiancia.

—¿Es peligroso? —dijo Buscador.

—No, si no violamos ninguna de sus leyes.

—¿Y qué me dices de los bandidos?

—Los hay, pero yo también soy un bandido.

Echó al aire su aguzada pica y la recogió con una mueca retadora.

—Vamos entonces.

—¿Y qué hacemos cuando lleguemos a Radiancia? —preguntó Estrella Matutina.

—Pues buscar el arma —dijo Buscador.

—¿Y entonces? Dijiste que tenías una idea para cuando lleguemos a Radiancia —insistió la chica.

—Es sólo eso, una idea. Puede que no funcione.

—De todos modos, nos la puedes contar.

No se daba por vencida.

Buscador vaciló.

—¿Esto lo hacemos juntos o no? —insistió ella.

—Tal vez no esta parte.

—¿Estás diciendo que no nos necesitas?

—No, pero…

Estrella Matutina se dio cuenta por sus colores de que Buscador estaba nervioso y tenía miedo.

—Vas a hacer algo peligroso —le dijo.

—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Buscador, sorprendido.

—Lo sé y basta, de modo que más vale que nos lo cuentes.

Buscador suspiró.

—Supongamos que habéis construido un arma capaz de destruir el Nom —empezó—. Vuestro problema sería llevarla hasta un lugar lo suficientemente próximo. Todo el mundo sabe que los nomanos vigilan día y noche, de modo que lo que necesitaríais es alguien que fuera regularmente a la isla, alguien que viviera allí y que llevase el arma. Entonces, eso fue lo que pensé —sonrió como disculpándose, como si supiera que iba a decir una estupidez—: Que esa persona podría ser yo.

Estrella Matutina se lo quedó mirando, demasiado atónita como para hablar.

Salvaje ya se había perdido en los detalles del plan.

—¿Por qué? —preguntó—. Si tú no quieres destruir el Nom.

—No, claro que no —dijo Buscador—, pero podría hacerles creer que sí. Podría ir por la ciudad de Radiancia diciendo que odio a los nomanos y que quiero destruir toda Anacrea.

—¿Por qué iban a creer que quieres destruir tu patria?

—Por lo que le hicieron a mi hermano.

—¡Vaya! —Salvaje lo entendió por fin y quedó impresionado—. ¡Esa sí es una idea, Buscador!

—Además, es cierto, ¿no? —dijo Estrella Matutina—. Estás furioso porque expulsaron a tu hermano.

Lo veía claramente en sus colores.

—Ha habido un error —dijo Buscador—. Resplandor nunca hubiese hecho nada tan terrible como para merecer la expulsión.

—Entonces, ¿por qué no habló durante la Congregación?

—Porque lo han lavado. No recuerda nada. Ya ni siquiera recuerda quién es.

Estrella Matutina lo vio todo claro: la simplicidad del plan, y la valentía.

—Es un buen plan —reconoció.

—Gracias.

—¡Es un gran plan! —exclamó Salvaje, que cuanto más pensaba en él más lo entendía—. Tú vas por ahí diciendo que odias a los nomanos, ellos te encuentran, te llevan hasta el arma y tú la destruyes. ¡Es brillante!

—Y muy peligroso —objetó Estrella Matutina—. ¿Te das cuenta de lo que está haciendo Buscador?

—¿Qué está haciendo?

Salvaje la miró con recelo.

—Está arriesgando su vida.

—¿Arriesgando su vida? ¡Anda! ¡Eso no es nada! Yo he arriesgado mi vida por un mendrugo de pan. He arriesgado mi vida sin ningún motivo, sólo para poder contar después la historia y reírme.

—Él no es como tú.

Salvaje le pasó un brazo a Buscador por encima de los hombros, como lo haría un hermano mayor y más fuerte. Como el hermano que Buscador había tenido una vez.

—¿Tienes miedo, valiente?

—Sí.

—No tengas miedo. Si alguien te causa problemas, tendrá que habérselas conmigo. Estaré a tu lado.

—Hasta el fin del mundo.

—¿Y yo qué? —preguntó Estrella Matutina.

—Tú también —dijo Buscador—. ¿Vale, Salvaje? Siempre juntos, los tres.

—Si no queda más remedio… —dijo Salvaje sin pizca de cortesía—. Ella ha sido la que me ha golpeado en la cara y me ha llamado animal del monte. No sé para qué me quiere.

—Tú le das a todo esto un toque de color —soltó Estrella Matutina.