Sumisión, Sumisión
Buscador abandonó el Nom por la Puerta de los Peregrinos. Cruzó lentamente la plaza empedrada y recorrió la avenida flanqueada de pinos hasta las escaleras. Mientras avanzaba trató de encontrar sentido a todo lo que había averiguado para luego decidir a quién debía creer. Estaba la voz que había oído en su cabeza, y también la voz del decano. Pero lo que había quedado grabado a fuego en su memoria era la visión de la cara de su hermano y el gemido que había proferido mientras lo sometían al lavado. Buscador volvió la mirada hacia las altas murallas del Nom, el monasterio que había sido para él, durante toda su vida, la representación de la bondad y de la fortaleza, y por primera vez cuestionó su justicia. Si debía elegir entre su hermano y el Nom, elegía a Resplandor. Si el Nom afirmaba que Resplandor era un traidor, entonces era el Nom el que estaba mintiendo, y si el Nom mentía, entonces el Nom era malo. Por otra parte, él amaba al Nom y a los Guerreros Místicos, y ya había empezado a soñar que podría ser él quien salvase Anacrea de aquel nuevo y terrible peligro.
Mientras bajaba los escalones, le pareció que con cada salto sus sentimientos cambiaban.
«Amo a Resplandor. Odio al Nom.
»¿Quién quiere hacer daño al Nom? ¡Lucharé contra ellos y los mataré!
»¿Quién quiere hacer daño a mi hermano? ¡Lucharé contra ellos y los mataré!».
Seguro que ya sabes que eres tú quien me salvará a mí.
«Lo poco que pueda hacer, eso es lo que debo hacer…
»Pero ¿qué voy a hacer?».
Cuando llegó a casa se encontró la puerta de la calle abierta y las habitaciones de la planta baja vacías. A esa hora del día, su padre solía estar en su pequeña biblioteca y su madre en la silla al lado de la ventana que daba a la calle, con un libro en las manos, el lápiz en la boca, leyendo y tomando notas. Uno de sus muchos trabajos era leer y aconsejar la compra de nuevos libros y, cuando convenía, agregar sus títulos a la lista aprobada por la escuela.
Sin embargo, no se encontraba en su lugar de lectura habitual.
Buscador trepó por la escalera hasta el tejado. Allí, sobre el techo plano, había una pequeña terraza privada que daba al mar. Su madre estaba sentada en una de las descoloridas sillas de caña, bajo la marquesina de bambú. Estaba llorando.
—¡Mamá!
Buscador corrió a abrazarla. Su madre no lloraba nunca, y ver sus lágrimas casi le dolía más que el sufrimiento de Resplandor. Quería consolarla, pero en lugar de eso, incapaz de contenerse, se echó a llorar también. Las lágrimas que se había limpiado cuando estaba de pie ante el decano corrieron ahora libremente. Su madre lo estrechó entre sus brazos y lo besó, y las lágrimas de ambos se mezclaron en sus mejillas.
—Hijo mío —dijo sollozando—. Mi querido muchacho. También en tu cumpleaños. No sé cómo decírtelo.
—Ya lo sé, mamá.
—Mi pobre Resplandor.
—¡Es un error! ¡Tiene que serlo!
—No digas eso, cariño. Aunque no lo comprendamos, esta es la voluntad del Todo y Único.
—¡No puede ser! ¡Tú conoces a Resplandor! Dicen que ha traicionado al Nom. ¡Resplandor no traicionaría nunca al Nom!
—¿Dicen eso? ¡Oh, querido mío!
Inclinó la cabeza para ocultar a su hijo su sufrimiento. Buscador intentó encontrar algo que decirle para que tuviera esperanza. Sabía que su madre no se refugiaría nunca en la rabia contra el Nom, como lo había hecho él. Su fe era demasiado fuerte. De modo que le dijo la única verdad de la que estaba seguro.
Yo quiero mucho a Resplandor y no creeré nada malo de él.
—Yo también lo quiero, cariño. Aunque… aunque…
Silencio y lágrimas. Buscador no podía ofrecerle otro consuelo. El sufrimiento de su madre era insoportable. Él quería volver a ponerlo todo en su lugar y, ante la frustración de no poder hacerlo, volvía a sentir el rebrote de una ira confusa. ¿Quién les estaba haciendo eso? ¿Por qué? Iba a descubrir a esos enemigos desconocidos, les echaría la mano al cuello y apretaría hasta que confesasen que todo era mentira, que Resplandor era bueno y honorable y el mejor de todos los nomanos, y su madre volvería a sonreír, igual que su padre…
—¡Padre! ¿Dónde está?
—En la escuela. Me envió una nota.
La tenía aún en la mano. Buscador la leyó. No era la letra de su padre, habitualmente firme y cuidada, sino que se trataba de unos garabatos casi ilegibles: «Resplandor ha sido expulsado de la Congregación. No sé nada más. Sumisión, sumisión. Confiemos en el Todo y Único».
¡Sumisión! ¿Cómo podía someterse su orgulloso padre, ante quien tanto los profesores como los alumnos temblaban? Buscador sabía muy bien que aquella catástrofe provocaría en su padre una doble agonía, porque había perdido simultáneamente a su primogénito y su orgullo.
—Voy a verlo.
—Sí, cariño, ve. Consuélalo.
Buscador no sabía cómo decirle a su madre que él también le había fallado a su padre, esa misma mañana. Luego se acordó del silencioso nomano que estaba esperando a la puerta cuando él salió. Debió de ser en ese momento cuando llegó el soplo.
—Ve junto a él —le repitió su madre—. Tráelo a casa.
* * *
Don se cruzó con él a la puerta de la escuela. El viejo sirviente temblaba de angustia.
—Está en la sala de reuniones —le dijo a Buscador—. No quiere hablar conmigo y tampoco quiere salir de allí. ¿Qué puedo hacer? Hace horas que tendría que haber cerrado la escuela.
—Yo hablaré con él —respondió Buscador—. Me lo llevare a casa.
Cuando estuvo ante la puerta de la sala llamó con los nudillos.
—Padre. Soy yo.
No hubo respuesta.
Abrió la puerta y entró. Su padre estaba allí, de pie ante los cuadros de honor, mirando fijamente su nombre escrito en letras doradas, pintadas veinte años atrás.
Al oír pasos que se acercaban se volvió. Buscador se quedó perplejo al ver cómo el dolor había envejecido a su padre. Su cara antes tersa y austera estaba ahora surcada de arrugas.
—Lo recuerdo todo muy bien —dijo con voz apagada—. El día en que se hizo el anuncio, en esta misma sala. Lo orgullosa que estaba mi madre cuando leyeron mi nombre en voz alta. Yo ya lo esperaba, aunque nunca se puede estar seguro hasta que oyes tu nombre leído en voz alta. Y luego ya puedes estar seguro para el resto de tu vida. —Pasó los dedos por las letras pintadas—. Es importante ser el primero del curso. Es importante.
Todo aquello era tan impropio de su padre que Buscador se olvidó de Resplandor por un instante y lo miró consternado. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, su padre movió la cabeza y esbozó una leve sonrisa.
—Estoy bien. No he perdido el juicio. Es que a veces me ayuda… recordar.
—Sí, padre.
—¿Así que ya te has enterado?
—Sí, padre.
—Nada podía haberme dolido más.
Le temblaba la voz. Buscador anhelaba tocarlo, pero su padre no estaba hecho para las caricias.
—Debe ser un error —dijo Buscador.
—El Nom no comete errores.
En ese momento, su padre inclinó la cabeza. Buscador recordó las palabras de la nota: «Sumisión, sumisión». Él quería decirle: «¡No te sometas! ¡Resiste! ¡Lucha!».
—Tal vez… —siguió su padre—, tal vez me sentía demasiado orgulloso de… del chico.
Ni siquiera podía pronunciar su nombre, y así sería en adelante. Como si Resplandor no hubiese nacido nunca. Y eso ocurriría en público, en la Congregación que iba a tener lugar el día de San Juan. Exactamente al cabo de cuatro días.
—Es hora de ir a casa, padre.
—Sí… —Tocó las letras pintadas de su nombre en el cuadro de honor y miró a Buscador tratando de esbozar una sonrisa—. Pronto tu nombre también estará aquí, ¿eh?
Fue la sonrisa lo que obligó a Buscador a volver la cabeza, con un brusco gesto repentino. No quería llorar delante de su padre.
—Estás en el buen camino —prosiguió el padre, que no supo interpretar esa mirada—. No debemos tentar a la providencia. Pero tú eres un chico muy bueno, Buscador. Siempre has sido un buen chico.
Buscador permaneció en silencio. Su padre suspiró y recobró la compostura.
—¡Ah, qué alivio! —exclamó—. Nosotros al menos sabemos comportarnos. Acudiremos a la Congregación como si nada hubiera pasado. Nos portaremos dignamente. ¿Entiendes la importancia de eso?
—Sí, padre.
—Todo se hará como se ha hecho siempre.
Salieron de la escuela y el viejo conserje cerró las puertas tras ellos. Buscador no dijo nada más, y su padre creyó que había aceptado, como él mismo, que no había alternativa a la sumisión. Pero no era así. La rebelión que se había puesto en marcha para Buscador aquella misma mañana en el aula no se había parado en absoluto.
Seguro que ya sabes que eres tú quien me salvará a mí, había dicho la voz.