El señor Wright se quedó mirando a Erin y a Marty. Meneó tristemente la cabeza. Cerró los ojos y exhaló un largo suspiro. Jared Curtis, uno de los ingenieros de los estudios, entró corriendo en la casa del Electricista Asesino.
—Señor Wright, ¿qué les ha pasado a sus dos robots infantiles? —preguntó.
—Problemas en la programación —volvió a suspirar. Señaló el robot de Erin, paralizado de rodillas junto al robot de Marty.
—Tuve que parar a la niña. Su chip de memoria debe de estar defectuoso. La robot Erin tenía que considerarme su padre. Pero hace unos segundos, no me reconocía.
—¿Y el robot Marty? —preguntó Jared.
—Totalmente destrozado —respondió el señor Wright—. Creo que el sistema eléctrico ha sufrido un cortocircuito.
—Qué lástima —dijo Jared, agachándose para dar la vuelta al robot Marty. Le subió la camiseta y manipuló una serie de botones que tenía en la espalda—. Señor Wright, ha sido una idea magnífica fabricar robots infantiles para probar el parque. Creo que podremos arreglarlos.
Jared abrió una trampilla en la espalda de Marty y escrutó los cables rojos y verdes.
—Todas las demás criaturas y los monstruos y los robots han funcionado perfectamente. Ni un solo fallo.
—Ayer hubiera tenido que darme cuenta de que había un problema —dijo el señor Wright—. Estábamos en mi despacho. La robot Erin preguntó por su madre. Yo la construí. No tiene madre.
El señor Wright alzó las manos al cielo.
—Bueno, no pasa nada. Reprogramaremos a estos dos. Les instalaremos otros chips. Enseguida estarán como nuevos. Después volveremos a probarlos en el circuito por los estudios de la calle del Miedo, antes de abrir el parque para los niños de carne y hueso.
Cogió el robot Marty y se lo echó al hombro. Luego cogió la robot Erin y se la echó al otro hombro. Y después tarareando, los llevó a la sección de ingeniería.