—¡Espera! ¡No entres, Marty! —gritaba mientras corría.

Tenía que detenerlo.

El director era falso. Sabía que nos había estado mintiendo.

—¡Marty… por favor!

Mis pies descalzos golpeaban el asfalto. Alcancé el sendero cuando Marty cruzaba corriendo el portal.

—¡Deténte!

Traspasé el portal como un rayo. Alargué los brazos. Salté ferozmente para agarrarlo.

Pero fallé y caí de bruces al suelo.

En cuanto Marty entró en la casa, vi un centelleo de luz blanca. Oí un fuerte zumbido, y luego el estridente chisporroteo de la electricidad.

La habitación estalló en un relámpago tan fulgurante que tuve que protegerme los ojos.

Cuando los abrí, vi a Marty tendido de bruces en el suelo.

—¡Noooo! —gemí aterrorizada.

Me puse en pie y me interné en la casa.

¿Me iban a electrocutar también a mí?

Me daba igual. Tenía que llegar hasta donde estaba Marty. Tenía que ayudarle a salir de allí.

—¡Marty! ¡Marty! —grité.

No se movió.

—¡Marty, por favor! —Lo agarré por los hombros y empecé a zarandearlo—. ¡Despierta, Marty! ¡Ánimo! ¡Marty!

No abrió los ojos.

De repente sentí un escalofrío. Una oscura sombra se cernió sobre mí.

Y me di cuenta de que había alguien más en la casa.