—¡Ohhh! —exclamé con voz entrecortada, retirando rápidamente las manos.

Los ojos de los chicos lobo centellearon. Abrieron sus negras bocas y una vez más se lamieron ávidamente con la lengua los puntiagudos colmillos amarillos.

El cuerpo entero me temblaba cuando retrocedí de espaldas hacia el muro de ladrillo.

—Ma-Marty —tartamudeé—. No están actuando.

Marty estaba muy tieso frente al Chico Lobo, con los ojos oscuros abiertos como platos en su cara rebozada de barro.

—No son actores —susurré—. Aquí pasa algo raro. Algo muy raro.

A Marty se le desencajó la mandíbula. Dio un paso atrás.

Los dos chicos lobo gruñeron roncamente y bajaron la cabeza, como si se dispusieran a atacar.

—¿Me crees? —grité—. ¿Por fin me crees?

Marty asintió. No dijo nada. Creo que estaba demasiado aterrado para hablar.

La saliva salía a raudales por las bocas de aquellas criaturas. Los ojos les brillaban como el fuego en la oscuridad. Sus pechos peludos empezaron a jadear. Su respiración se hizo más ruidosa y ronca.

Me apreté contra la pared cuando alzaron la cabeza y lanzaron largos y espeluznantes aullidos.

¿Qué iban a hacernos?

Agarré a Marty y lo acerqué al muro.

—¡Arriba! —grité—. ¡Sube! ¡A lo mejor no pueden alcanzarnos si nos subimos!

Marty dio un salto y estiró los brazos. Tocó con las manos el borde del muro pero resbaló. Volvió a intentarlo. Saltó para agarrarse a lo alto del muro pero resbaló de nuevo.

—¡No puedo! —aulló—. ¡Está demasiado alto!

—¡Tenemos que hacerlo! —chillé.

Me volví. Los dos chicos lobo se apoyaron en sus patas traseras y saltaron hacia nosotros, gruñendo.

La saliva rezumaba por sus afilados colmillos.

—¡Arriba!

Cuando Marty volvió a saltar, me agaché y le cogí el pie lleno de barro.

—¡Arriba! —dije yo al tiempo que le daba un fuerte impulso.

Alzó las manos en el aire e hizo presa en el borde del muro de ladrillo. Esta vez no resbaló.

Pateó en el aire con los pies descalzos y consiguió encaramarse.

Se puso de rodillas en lo alto del muro y me agarró por las manos. Tiró de mí y yo salté, intentando encaramarme a su lado.

Pero no conseguía subir las rodillas a lo alto del muro.

Pateé ferozmente con los pies descalzos, arañándome las rodillas con la pared del muro mientras Marty tiraba de mí.

—¡No puedo! ¡No puedo! —gemí.

Los chicos lobo volvieron a aullar.

—¡Sigue intentándolo! —dijo Marty con un hilillo de voz y tirando de mis brazos con todas sus fuerzas.

Aún seguía intentándolo, cuando los dos chicos lobo saltaron sobre mí.