—Veeeeeeeeeen —gemía una voz sofocada—. Veeeeeeeeen con nosotros.

—¡Nooooo! —aullé.

Braceé en el aire. Intenté mover los pies, pero las manos me agarraban con firmeza.

Agitaba frenéticamente el cuerpo y lo balanceaba adelante y atrás mientras luchaba por mantener el equilibrio.

Si lo perdía, sabía que me cogerían también las manos y tirarían de mí hasta hundirme de bruces en la tierra.

—Veeeeeeeen. Veeeeeeeeeen con nosotros.

«Esto no es ninguna broma —pensé—. Estas manos son de verdad. Están intentando hundirme en la tierra.»

—¡Socorro! ¡Oh, socorro! —oí el grito de Marty. Luego lo vi caer de rodillas en la hierba.

Dos manos le agarraron los tobillos. Otras dos manos verdes surgieron del suelo para agarrarle las muñecas.

—Veeeeeeeen. Veeeeeeeeen con nosotros —gemía la triste voz.

—¡Nooo! —aullé, tirando con todas mis fuerzas, desesperadamente.

Por fin conseguí liberarme.

Uno de mis pies se hundió en la blanda hierba. Miré al suelo. Había perdido la zapatilla pero tenía el pie libre.

Di un grito de alegría y me saqué la otra zapatilla.

Ahora era libre. ¡Libre!

Después, respirando con dificultad me quité los calcetines. Sabía que sería más sencillo correr descalza. Tiré los calcetines. Luego fui corriendo a ayudar a Marty.

Estaba de bruces en el suelo. Seis manos lo agarraban y tiraban con fuerza de él. Marty agitaba y retorcía todo el cuerpo.

Alzó la cabeza al verme.

—¡Erin! ¡Ayúdame! —dijo con voz entrecortada.

Me puse de rodillas y le quité las zapatillas de un tirón.

Las manos verdes siguieron agarradas a las zapatillas. Marty liberó sus pies e intentó ponerse de rodillas.

Cogí una mano verde y la desprendí de su muñeca. La mano me pegó un manotazo frío y fuerte que me produjo un intenso dolor.

Agarré otra de las manos verdes.

Marty se liberó y rodó por el suelo. Se puso en pie de un salto, jadeando, temblando, con la mandíbula desencajada, los ojos oscuros fuera de las órbitas.

—¡Los calcetines…! —grité sin aliento—. ¡Quítatelos! ¡ Deprisa!

Se los quitó torpemente.

Las manos daban fieros manotazos para atraparnos. Docenas de manos que surgían del suelo. Docenas de manos que salían de la alta hierba para capturarnos.

—Veeeeeeeen. Veeeeeeeeen con nosotros —gimió la voz.

—Veeeeeeeen. Veeeeeeeeen —invocó otra docena de voces amortiguadas desde el subsuelo.

Marty y yo nos quedamos paralizados. Tuve la impresión de que las tristes voces amortiguadas me estaban hipnotizando. De repente, sentí que las piernas me pesaban un quintal.

—Veeeeeeeen. Veeeeeeeeen.

Y entonces vi surgir una cabeza verde de la tierra. Y luego otra cabeza. Otra. Cabezas verdes y calvas con las cuencas de los ojos vacías y las desdentadas bocas abiertas.

Vi hombros, luego brazos. Vi surgir más cabezas, y luego cuerpos de un verde intenso.

—Ma-Marty —dije con un hilillo de voz—. ¡Nos persiguen!