—¿Marty…?
Me sobresaltaron unos crujidos junto al vagón.
Me di la vuelta de golpe y vi a Marty mirándome burlón desde el suelo de la cueva.
—¡Te pillé!
—¡Idiota! —grité. Le di un puñetazo, pero él lo esquivó, riéndose a carcajadas—. ¡Tú eres la larva viviente! —chillé—. Has querido asustarme expresamente.
—¡No es muy difícil que digamos! —me espetó. Dejó de sonreír—. He bajado para ver qué pasaba.
—¡Pero el tren puede ponerse en marcha en cualquier momento! Recuerdo muy bien lo que nos dijo la guía. Dijo que no debíamos bajarnos del tren por nada del mundo.
Marty se agachó y examinó las ruedas.
—Me parece que el tren se ha quedado atascado. A lo mejor se ha salido de la vía. —Alzó la vista para mirarme y meneó la cabeza con preocupación—. Pero no hay vía.
—Marty, vuelve a subir —supliqué—. Si se pone en marcha y te deja aquí…
Agarró el borde del vagón con ambas manos y lo zarandeó. El vagón rebotó sobre las ruedas pero no se movió.
—Me parece que se ha averiado —dijo quedamente Marty—. Tu padre comentó que podía surgir algún contratiempo.
Sentí una punzada de terror en el pecho.
—¿Quieres decir que nos hemos quedado atascados aquí dentro, en esta terrorífica cueva?
Se dirigió a la cabecera del tren e intentó moverlo, empujando con todas sus fuerzas.
Pero no se movió ni un milímetro.
—¡Uf! —murmuré, meneando la cabeza—. Esto no tiene ninguna gracia.
Me puse de rodillas en el asiento y volví a gritar con todas mis fuerzas.
—¿Hay alguien por ahí? ¿Hay algún trabajador? ¡El tren se ha quedado atascado!
Chop, chop, chop. El goteo del agua fue la única respuesta.
—¿Puede alguien ayudarnos? —grité—. Por favor, ¿puede alguien ayudarnos?
Ninguna respuesta.
—Y ahora, ¿qué? —chillé.
Marty seguía empujando el tren con todas sus fuerzas. Hizo una última tentativa y luego desistió con un suspiro.
—Será mejor que bajes —dijo—. Tendremos que seguir a pie.
—¿A pie por esta cueva oscura y terrorífica? ¡Ni hablar, Marty!
Se acercó a mi lado del vagón.
—No estás asustada, ¿verdad, Erin?
—Sí que lo estoy —confesé—. Un poco. —Eché un vistazo a la inmensa caverna—. No veo ninguna salida. Tendremos que volver a pasar por esas galerías entre las arañas y los gusanos.
—Podemos encontrar una salida —insistió Marty—. Tiene que haber una puerta en algún sitio. Siempre construyen salidas de emergencia en los circuitos de parques temáticos.
—Creo que deberíamos quedarnos en el tren —dije no demasiado segura—. Si nos quedamos aquí y esperamos, alguien nos encontrará.
—Podrían tardar días —afirmó Marty—. Venga, Erin… Yo voy a pie. ¿Vienes?
Negué con la cabeza y me crucé de brazos.
—¡Ni lo sueñes! —insistí—. Me quedo.
Sabía que no se iría solo. Sabía que no se iría si yo no lo acompañaba.
—Bueno. Adiós entonces —dijo. Se volvió y empezó a andar por el suelo de la cueva.
—¡Eh! ¿Marty…?
—Adiós. No voy a quedarme todo el día esperando. Hasta luego.
Se iba de veras. Iba a dejarme sola en el tren atascado, en aquella cueva terrorífica.
—¡Espera, Marty!
Se volvió hacia mí.
—¿Vienes o no, Erin? —respondió con impaciencia.
—Está bien, está bien —murmuré. Vi que no tenía elección. Me encaramé al flanco del vagón y salté al suelo de la cueva.
La tierra era suave y húmeda. Empecé a caminar despacio hacia Marty.
—Date prisa —me gritó—. Salgamos de aquí. —Ahora andaba de espaldas, haciéndome gestos para que lo alcanzara.
Pero me detuve, y el horror me dejó petrificada.
—¡No me mires así! —gritó—. ¡No me mires como si estuviera haciendo algo malo!
Pero yo no miraba a Marty.
Miraba la cosa que se le acercaba por la espalda.