Marty y yo nos pusimos en pie de un brinco.

—Ohhhhh —gimió Marty aterrado.

Empecé a retroceder de espaldas. Pensé que tal vez podría escapar sigilosamente por el otro lado del vagón.

Pero los monstruos se aproximaban por ambos lados, gruñendo y bufando.

—¡De-dejadnos en paz! —tartamudeé.

Un monstruo cubierto de una maraña de pelo castaño abrió sus fauces y nos enseñó dos largas hileras de puntiagudos colmillos amarillentos. Su aliento caliente me azotó el rostro. Se acercó un poco más. Luego me dio un topetazo con su voluminosa zarpa y lanzó un rugido amenazador.

—¿Quieres un autógrafo? —gruñó.

Lo miré sin aliento, con la mandíbula colgándome hasta los pies.

—¿Eh?

—¿Una foto firmada? —Volvió a alzar su zarpa peluda. Llevaba una foto en blanco y negro.

—¡Eh! ¡Pero si tú eres Cara de Mono! —gritó Marty, señalándolo con el dedo.

La peluda criatura asintió con un movimiento de cabeza y ofreció la foto a Marty.

—¿Quieres una foto? Estáis en la etapa de los autógrafos.

—Sí, vale —respondió Marty.

El enorme simio cogió un rotulador que llevaba apoyado en la oreja y se inclinó para dedicar una foto a Marty.

Cuando los latidos de mi corazón se fueron normalizando, comencé a reconocer algunas criaturas. El monstruo cubierto de cieno púrpura era el Salvaje Tóxico. Y distinguí a Dulce Sue, la muñeca que hablaba y andaba y tenía pelo auténtico que podía peinarse. En realidad Dulce Sue era una asesina mutante de Marte.

El monstruo con cara de rana cubierto de pies a cabeza de verrugas era la Rana Fabulosa, también conocida como el Sapo Asesino. Protagonizaba Aguas estancadas y Aguas estancadas II, dos de las películas más aterradoras que he visto en mi vida.

—Rana, ¿puedes firmarme un autógrafo? —pregunté.

—Croac, croac. —La rana cogió un bolígrafo con su mano plagada de verrugas. Me acerqué a ella con expectación y la vi firmar la foto. Le costaba escribir. El bolígrafo se le resbalaba continuamente de su viscosa mano.

Marty y yo reunimos unos cuantos autógrafos. Luego las criaturas volvieron a internarse en los arbustos, resoplando y jadeando.

Cuando todos los monstruos se hubieron ido, los dos nos reímos a mandíbula batiente.

—¡Vaya tontería! —grité yo—. Cuando los vi acercarse desde los arbustos, creí que iba a darme un patatús. —Eché un vistazo a las fotos—. Pero es tope guay que nos hayan firmado autógrafos.

Marty hizo un gesto desdeñoso.

—Sólo son un puñado de actores disfrazados —dijo con desprecio—. Esto es para bebés.

—Pe-pero, parecían de verdad —tartamudeé—. No daba la impresión de que llevaran disfraces. Las manos del Sapo Asesino eran viscosas de verdad. Y el pelo de Cara de Mono era muy real. Las caretas eran alucinantes. No he notado que eran caretas.

Me aparté el pelo de los ojos.

—¿Cómo te pones un disfraz de ésos? No he visto botones, ni cremalleras, ni nada.

—Eso es porque son disfraces de películas —explicó Marty—. Son mejores que los disfraces normales.

El señor sabelotodo.

El tren empezó a dar marcha atrás. Me arrellané en el asiento. Las dos hileras de arbustos se fueron desvaneciendo a lo lejos.

En la extensa ladera de la colina vi los edificios blancos de los estudios. Me pregunté si estarían rodando alguna película. Tal vez el tren nos llevara hasta allí y podríamos presenciar algún rodaje.

Vi dos cochecitos eléctricos en la carretera que trasladaban gente a los edificios donde se realizan las pruebas de sonido.

El sol aún luchaba por atravesar la espesa niebla. El tren avanzaba a bandazos por la hierba, cuesta arriba.

—¡Guau! —exclamé cuando giramos bruscamente y volvimos a dirigirnos hacia los árboles.

«Por favor, no se apeen nunca del tren —informó una voz femenina desde un altavoz instalado en el vagón—. La siguiente parada será la cueva de las larvas vivientes.»

—¿La cueva de las larvas vivientes? ¡Guau! ¡Suena terrorífico! —exclamó Marty.

—¡Ni que lo digas! —añadí.

No teníamos ni idea de lo terrorífico que realmente iba a ser.