—Esto es espeluznante, Erin. —Mi amigo Marty me agarró de la manga.
—¡Suelta! —susurré—. ¡Me haces daño!
Marty siguió como si no me hubiera oído, con los ojos fijos en la oscuridad, apretándome el brazo.
—Marty, por favor… —le pedí. Me solté. Yo también tenía miedo, aunque no quería admitirlo.
La oscuridad era más negra que la boca de un lobo. Agucé la vista, intentando vislumbrar alguna cosa. Y entonces un tenue resplandor gris brilló frente a nosotros.
Marty agachó la cabeza. Incluso en aquella luz nebulosa, vi el miedo reflejado en sus ojos.
Volvió a agarrarme del brazo, con la mandíbula desencajada. Oí su respiración entrecortada y rápida.
Aunque estaba asustada, en mi rostro se dibujó una sonrisa. Me gustaba ver a Marty asustado.
Me encantaba.
Ya sé, ya sé que eso no está bien. Lo admito. Erin Wright es un mal bicho. Pero ¿qué clase de amiga soy?
Pero Marty siempre presume de que es más valiente que yo. Y normalmente tiene razón. Normalmente, él es el valiente y yo la gallina.
Pero hoy no.
Por eso sonreí al ver a Marty chillar de terror y agarrarme del brazo.
La luz gris fue aumentando lentamente de intensidad. Oí crujidos a ambos lados. Alguien tosió a mis espaldas, muy cerca de nosotros. Pero Marty y yo seguimos mirando al frente, sin volver la cabeza.
Esperando. Mirando…
Mientras me desojaba mirando aquella luz gris, una cerca apareció ante mis ojos. Una larga cerca de madera despintada y un cartel escrito a mano que decía: PELIGRO. NO PASAR. NOS REFERIMOS A TI.
Marty y yo ahogamos un grito cuando oímos los crujidos. Al principio lejanos, luego más próximos, como si unas zarpas gigantes estuvieran arañando el otro lado de la cerca.
Intenté tragar saliva, pero de repente noté la boca seca. Me entraron ganas de salir corriendo a todo correr.
Pero no podía abandonar a Marty. Además, si ahora huía, él me lo recordaría siempre, me lo echaría en cara toda la vida.
Así que me quedé a su lado, escuchando, mientras los arañazos y zarpazos se convertían en un ruido infernal.
¿Estaban intentando echar la cerca abajo?
Avanzamos junto a la cerca con rapidez. Deprisa, más deprisa cada vez hasta que las altas estacas despintadas se transformaron en una nebulosa gris.
Pero el ruido nos seguía. Pasos rotundos al otro lado de la cerca.
Seguimos mirando al frente. Nos hallábamos en una calle vacía, una calle que nos resultaba familiar.
Sí, ya habíamos estado antes aquí.
La calzada estaba llena de charcos de lluvia de agua. Los charcos resplandecían a la pálida luz de las farolas.
Respiré hondo. Marty me apretó el brazo con más fuerza. Se nos desencajó la mandíbula.
Nos quedamos horrorizados cuando la cerca empezó a tambalearse. Toda la calle empezó a tambalearse. Los charcos rebosaron por los bordillos de las aceras.
Los rotundos pasos se acercaron.
—¡Marty! —susurré, ahogando un grito.
Antes de que pudiera decir nada más, se derrumbó la cerca y de repente apareció el monstruo.
Tenía cabeza de lobo —poderosas mandíbulas surcadas de relucientes dientes blancos— y cuerpo de cangrejo gigante. Blandía cuatro pinzas colosales frente a él, amenazándonos, mientras su hocico emitía un gruñido gutural.
—¡NOOOOOO! —gritamos Marty y yo aterrorizados.
Nos pusimos en pie de un salto.
Pero no teníamos escapatoria.