Bourges, vieja ciudad del Berry, silenciosa, recoleta, tranquila y gris como un claustro monástico, legítimamente orgullosa de su admirable catedral, ofrece además a los amantes del pasado otros edificios no menos notables. Entre éstos, el palacio de Jacques-Coeur y la mansión Lallemant son las más puras gemas de su maravillosa corona.
Diremos poco del primero, que fue antaño verdadero museo de emblemas herméticos. El vandalismo se cebó en él. Sus sucesivos destinos arruinaron la decoración interior, y, si la fachada no se hubiera conservado en su estado primitivo, nos sería hoy imposible imaginar, ante las paredes desnudas, las salas maltratadas y las altas galerías amenazando ruina, la magnificencia original de esta suntuosa mansión.
Jacques Coeur, tesorero mayor de Carlos VII, que la hizo construir en el siglo XV, tuvo reputación de Adepto experimentado. En efecto, David de Planis-Campy dice que poseía «el don precioso de la piedra en blanco», o sea, dicho en otros términos, de la transmutación de los metales viles en plata. Quizá le vino de esto su título de tesorero. Sea como fuere, debemos reconocer que Jacques Coeur hizo cuanto pudo por acreditar, mediante una profusión de símbolos escogidos, su calidad verdadera, o supuesta, de filósofo por el fuego.
Todo el mundo conoce el blasón y la divisa de este alto personaje: tres corazones ocupando el centro de este emblema, presentada como un jeroglífico: A vaillants cuers riens impossible. Soberbia máxima, rebosante de energía y que, si la estudiamos según las reglas cabalísticas, adquiere una significación bastante singular. En efecto, leemos cuer con la ortografía de la época, y obtendremos a un mismo tiempo: 1.º, el enunciado del Espíritu universal (rayo de luz); 2.º, el nombre vulgar de la materia básica trabajada (el hierro), y 3.º, las tres reiteraciones indispensables para la perfección total de los dos magisterios (los tres cuers). Estamos, pues, convencidos de que Jacques Coeur practicó personalmente la alquimia, o, al menos, presentó la elaboración de la piedra en blanco mediante el hierro «transformado en esencia» y cocido tres veces.
XXXIX. HOTEL JACQUES CŒUR: FACHADA
La Concha de Compostela
Entre los jeroglíficos predilectos de nuestro tesorero, la concha de Santiago, ocupa, lo mismo que el corazón, un lugar preponderante. Las dos imágenes aparecen siempre reunidas o dispuestas simétricamente, tal como podemos ver en los motivos centrales de los círculos tetralobulados de las ventanas, de las balaustradas, de los tableros del picaporte, etc. Indudablemente, esta dualidad de la concha y el corazón puede constituir el jeroglífico del nombre del propietario, o su firma criptográfica. Sin embargo, las conchas pectiniformes (Pecten Jacoboaeus de los naturalistas) han sido siempre insignia de los peregrinos de Santiago. Se llevaban en el sombrero (como podemos observar en una estatua de san Jaime de la abadía de Westminster), alrededor del cuello o prendidas en el pecho, siempre de modo muy visible. La Concha de Compostela, sobre la cual habría mucho que decir, sirve, en el simbolismo secreto, para designar el principio Mercurio[106], llamado también Viajero o Peregrino. La llevan místicamente todos aquéllos que emprenden la labor y tratan de obtener la estrella (compos stella). Nada tiene, pues, de sorprendente que Jacques Coeur hiciese reproducir, en la entrada de su palacio, el icon peregrini tan popular entre los alquimistas de la Edad Media. ¿Acaso no describe el propio Nicolás Flamel, en sus Figuras jeroglíficas, el viaje parabólico que emprendió, según dice, para pedir al «Señor Yago de Galicia», ayuda, luz y protección? Todos los alquimistas se hallan, en sus comienzos, en igual situación. Tienen que realizar, con el cordón por guía y la concha por insignia, este largo y peligroso recorrido, una de cuyas mitades es por vía terrestre y la otra por vía marítima. Deben ser ante todo peregrinos, y, después, pilotos.
La capilla, restaurada y enteramente pintada, es poco interesante. Si exceptuamos el techo de cruzadas ojivas, donde una veintena de ángeles demasiado nuevos llevan el globo en la frente y desenrollan filacterias, y una Anunciación esculpida sobre el tímpano de la puerta, nada queda ya del simbolismo de antaño. Pasemos, pues, a la pieza más curiosa y más original del palacio.
En la cámara llamada del Tesoro, observamos, esculpido en una ménsula, un delicioso grupo ornamental. Se afirma que representa el encuentro de Tristán e Isolda. No lo desmentiremos, ya que, por lo demás, el tema no modifica en nada la expresión simbólica que se desprende de la imagen. El bello poema medieval forma parte del ciclo de romances de la Tabla Redonda, leyendas herméticas tradicionales que son renovación de las fábulas griegas. Alude directamente a la transmisión de los conocimientos científicos antiguos, bajo el velo de ingeniosas ficciones popularizadas por el genio de nuestros trovadores picardos.
En el centro del motivo, un cofrecillo hueco y cúbico se destaca del pie de un árbol frondoso cuyas hojas disimulan la cabeza coronada del rey Marc. A cada lado, vemos respectivamente a Tristán de Leonís y a Isolda, tocado aquél con sombrero de rodete y ésta con una corona que se sujeta con la mano diestra. Estos personajes son representados en el bosque de Morois, que está tapizado de flores y altas hierbas, y ambos fijan la mirada en la misteriosa piedra hueca que los separa.
El mito de Tristán de Leonís es copia del de Teseo. Tristán mata en combate a Morlot; Teseo, al Minotauro. Aquí encontramos de nuevo el jeroglífico del León verde —de ahí el nombre de Léonois o Léonnais llevado por Tristán—, que nos enseña Basilio Valentin, en forma de lucha de dos campeones: el águila y el dragón. Este combate singular de los cuerpos químicos cuya combinación produce el disolvente secreto (y el vaso del compuesto), ha dado tema a una gran cantidad de fábulas profanas y de alegorías religiosas. Es Cadmo clavando la serpiente en un roble; Apolo, matando con sus flechas al monstruo Pitón, y Jasón, matando al dragón de Cólquida; Horus, combatiendo al Tifón del mito osiriano; Hércules, cortando las cabezas de la Hidra, y Perseo la de la Gorgona; san Miguel, san Jorge y san Marcelo, abatiendo al Dragón, copias cristianas de Perseo, montado en el caballo Pegaso y matando al monstruo guardián de Andrómeda; es, también, el combate de la zorra y el gallo, del que ya hemos hablado al describir los medallones de París; es el del alquimista y el dragón, (Cyliani), de la rémora y la salamandra (de Cyrano Bergerac), de la serpiente roja y la serpiente verde, etc.
Este disolvente poco común permite la recrudescencia[107] del oro natural, su reblandecimiento y el retorno a su primitivo estado en forma salina, desmenuzable y muy fusible. Es el rejuvenecimiento del rey que señalan todos los autores, principio de una fase evolutiva nueva, personificada, en el motivo que nos ocupa, por Tristán, sobrino del rey Marc. En realidad, tío y sobrino son —químicamente hablando— una misma cosa, del mismo género y de origen parecido. El oro pierde su corona —al perder su color— durante cierto período de tiempo, y se ve desprovisto de ella hasta que alcanza el grado de superioridad a que pueden elevarle el arte y la Naturaleza. Entonces hereda una segunda corona, «infinitamente más noble que la primera», según afirma Limojon de Saint-Didier. Por esto vemos destacarse claramente las siluetas de Tristán y de la reina Isolda, en tanto que el viejo rey permanece oculto entre la fronda del árbol central, el cual sale de la piedra, como sale el árbol de Jesé del pecho del Patriarca. Observemos, además, que la reina es, a un mismo tiempo, esposa del anciano y del joven héroe, a fin de mantener la tradición hermética que hace del rey, de la reina y del amante la tríada mineral de la Gran Obra. Por último, señalemos un detalle de cierto valor para el análisis del símbolo. El árbol situado detrás de Tristán está cargado de frutos enormes —peras o higos gigantescos—, en tal abundancia que las hojas desaparecen bajo su masa. ¡Extraño bosque, en verdad, este del Mort-Roi, y cuán tentados nos sentimos a asimilarlo al fabuloso y mirífico Jardín de las Hespérides!
XL. HOTEL JACQUES CŒUR: LA CAMARA DEL TESORO
Grupo de Tristan e Isolda